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sábado, 12 de agosto de 2017

468.-Comentarios de Cristián Warnken (2) a

Cristián Warnken

Libros, libres.
Cristian Warnken 23 Enero, 2018 Tags: Adios, antipoeta, Cristian Warnken, Nicanor Parra.
Carta a mi bella ciudad envenenada.
Carta a un votante misterioso.
Carta a los profesores de Chile.
Carta a mis amigos inútiles
Carta a un amigo constituyente.
Carta a Roser Bru.
Carta a un amigo socialista.
Carta amarilla a mis hijos.


Libros, libres

Han surgido voces en España pidiendo eliminar de los programas de enseñanza las obras de algunos autores, por considerarlos "sexistas". En esa lista negra entraría el poeta Pablo Neruda, entre otros. Mario Vargas Llosa ha encendido las señales de alerta llegando a afirmar que hoy el peligro mayor para la literatura es el feminismo. Siendo rigurosos, habría que distinguir entre feminismos razonables y feminismos fanáticos. Tal vez Vargas Llosa tema que algunos de sus libros "subidos de tono" puedan entrar en un futuro en esa lista negra.

Si Neruda es eliminado, la obra de Pablo de Rokha, poeta patriarcal, el "macho anciano", debiera ser quemada. Un botón de muestra:

 "¡Ahí va Raimundo Contreras levantándole las polleras a la luna/ y besándole las tetas a la noche!". Al lado de eso, Neruda es un niño de pecho: "Blanca mujer, blancas colinas, muslos blancos/ te pareces al mundo en tu actitud de entrega/ y mi cuerpo de labriego salvaje te socava/ y hace estallar al hijo desde el fondo de la tierra".

 Es evidente que ese tono patriarcal de De Rokha, de un Licantén en que los hombres andaban con la pistola al cinto, puede chocar en nuestros tiempos.
 Pero ¿vale la pena entrar en un revisionismo del pasado para tratar de limpiar de la historia de la literatura todo lo que hoy nos parezca reprobable e incluso en algunos casos deleznable? 

Se corre el riesgo de, al arrancar la cizaña, arrancar también el trigo. Ello, incluso, puede producir un efecto contrario del buscado. Me imagino a jóvenes lectores leyendo a escondidas los poemas censurados de Neruda y de Gonzalo Rojas, campeón de la lascivia erótica masculina. 
Los españoles recordarán perfectamente el escrutinio de los libros que ocurre en el "Quijote". Efectivamente, los libros de caballería le habían "secado el celebro" a Alonso de Quijana, ¿pero la medida era eliminarlos? La mejor crítica a esos libros fue la ironía de Cervantes, hastiado de una literatura de moda entonces y que estaba "alienando" a algunos lectores. De esa ironía nace la novela moderna y el "Quijote de la Mancha"..
Pienso que la mejor manera de combatir ciertos arquetipos y prejuicios de un patriarcalismo trasnochado hoy puesto en tela de juicio (y con razón) sería crear novelas y poemas en los que se ironizara ese machismo (una parodia cervantina ) o creando nuevos arquetipos literarios de la relación hombre-mujer. La joven poeta de la generación del 90 Alejandra del Río, por ejemplo, hace un ejercicio de crítica en un poema de su libro "Dramatis Personae (recién aparecido) del Rojas lascivo y machista, pero con estilo, humor, sin beatería alguna. 

Como dijo Sergio Ramírez, el reciente galardonado Premio Cervantes en su discurso de recepción de ese premio, las novelas pueden indagar en las realidades políticas de su tiempo, pero nunca reducirse a panfletos sobre ella. Hay algo en toda buena literatura que escapa a la intención expresa del autor, como el Quijote se le escapó de las manos a Cervantes. En buena hora. Un panorama literario solo con libros políticamente correctos desvitalizaría la literatura, espacio de indagación en el inconsciente, con sus luces y sombras. 
La energía hay que ponerla en crear buena literatura; no en abrir nuevos tribunales inquisitoriales o comités de censura, por muy loable que sea la causa que se enarbole. Tan agresivo e insoportable como lo es un machismo retrógrado es el antisemitismo, enfermedad que padecieron varios y notables escritores del siglo XX. Al primero que habría que eliminar es a Louis Ferdinand Céline.
 ¿Pero alguien pensaría en sacar de los programas de lectura "Viaje al fondo de la noche", la novela más importante de la literatura francesa del siglo XX? 
Eso sería el comienzo de una nueva Noche, una de las tantas que ha vivido el libro a lo largo de la historia y que vale la pena recordar cuando estamos celebrando el día del Libro, del libro libre... Los inquisidores pasan, los libros permanecen. 



Cristian Warnken 23 Enero, 2018 Tags: Adios, antipoeta, Cristian Warnken, Nicanor Parra.

Cuidado con convertirlo en estatua. Hay que puro releerlo, si hay una poesía con muchas dimensiones es la de Parra. Y en Chile somos expertos en hablar mucho de la vida de los poetas (“farándula de altura”, decía Raúl Ruiz) y no leerlos. Esa es una forma de relegarlos al peor de los olvidos. Yo una vez dije que Parra le había dado un Golpe de Estado al idioma español (el de España, el de la RAE, y la poesía): ese juicio le gustaba mucho a Parra. Con su muerte, (que cierra el proceso que comienza con ese “golpe”) comienza la Transición a un nuevo idioma, a una nueva poesía que todavía no existe.

A Nicanor Parra lo fui a visitar varias veces a la casa de La Reina entre los años 80 y 90, en una época en que todavía no se le rendía este culto a la personalidad que se le rinde hoy. En Chile pasamos del “ninguneo” (verbo acuñado por G. Mistral) al culto a la personalidad. Mucha gente no le perdonaba, entonces, que se haya tomado un té con la mujer de Nixon: eso fue el “Parragate” inflado por un sector de una izquierda intransigente y ortodoxo que nunca pudo rimar con el Parra anarquista y taoísta.

En una de esas visitas, recuerdo que sentí un fuerte olor a gas. Le dije a Parra, pero él lo minimizó: pero tengo un olfato imbatible en estas lides, y tanto insistí, que salvé a Parra de una explosión. En realidad, la poesía de Parra ya había sido la explosión más radical de la poesía en español: la demolición o deconstrucción de la “Casa del Ser” (esa que Heidegger consideraba que era la Poesía). Esa misma vez, me leyó unos “poemas de la chochera”, así los llamaba, textos melancólicos que probablemente eran parodias de la melancolía, pero que en los que yo sentí emerger una cierta tristeza de un Parra que estaba entonces muy solo.

Siempre me impresionó que un poeta de la envergadura de él se haya quedado en el “horroroso Chile” (la expresión de Lihn) de los 80. Después agradecí que en esos páramos, uno haya podido tener a la mano a voces como Lihn y Parra, en un país desmembrado, silenciado y apagado. El sabía que yo estaba en la otra orilla de la guerrilla literaria chilena: mi poeta más admirado y cercano era Eduardo Anguita, de una misma generación que la de Parra, pero en las antípodas de su poética. 
Pero Parra respetaba a Anguita, tal vez por el humor del poeta metafísico en su “Misa Breve” (el más parriano de sus poemas metafísicos). Hasta ahí no más llegaba su simpatía con los poetas crípticos o “rilkistas”. Una vez lo estaba entrevistando para una revista y partí la conversación citándole unos versos de mi amado y olvidado poeta Omar Cáceres. Parra montó en cólera, como un energúmeno y me dijo:
 “Eso no existe, Cristián se acabóooo…”. Se refería a la poesía oscura que reinaba en Chile antes de la irrupción de la antipoesía. Esos juicios radicales lo dejaban a uno patitieso. Era difícil rebatirlo, claro. Como cuando una vez me espetó:
“la culpa de todo la tiene Homero, Cristián”.

¿Qué se puede responder a eso?

 En el periódico poético Noreste, que circulaba en la década del 80, lo entrevistamos, pero también lo invitamos a tener una columna permanente en nuestro periódico. Me impresiona que haya accedido, y ahí están varios artefactos publicados en nuestro pasquín nietzscheano. El diría más tarde “Noreste es la poesía de pasado mañana”. 
Pero el recuerdo más emotivo lo tengo cuando, a fines de los 80, Parra me llevó en su auto a Santiago desde las afueras y se detuvo frente a una casa y me dijo que ahí había surgido el poema “El hombre imaginario”. Yo siento que ahí Parra se desnuda como en ningún otro poema, ahí toca la zona muda de su propio dolor, un dolor sin adjetivo, un dolor sustantivo. Parra me contó los pormenores del poema y mientras lo hacía, unos pastores evangélicos cantaban a voz en cuello en una esquina. Igual que en el poema mismo:

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario/
entonando canciones imaginarias/
a la muerte del sol imaginario”.

Hay muchas más historias, retazos de la memoria que dejo en el tintero. Muchas. Lamento no haberlo ido a ver en los últimos años, no quería molestarlo ni ser parte de la procesión del “culto a la personalidad” que se le prodigó. No me gusta Parra convertido en “pequeño Dios”, no me gusta Parra en el Olimpo como Dios único, Olimpo que él vació de los otros poetas. Cuidado con convertirlo en estatua. Hay que puro releerlo, si hay una poesía con muchas dimensiones es la de Parra.

 Y en Chile somos expertos en hablar mucho de la vida de los poetas (“farándula de altura”, decía Raúl Ruiz) y no leerlos. Esa es una forma de relegarlos al peor de los olvidos. Yo una vez dije que Parra le había dado un Golpe de Estado al idioma español (el de España, el de la RAE, y la poesía): ese juicio le gustaba mucho a Parra. 
Con su muerte, (que cierra el proceso que comienza con ese “golpe”) comienza la Transición a un nuevo idioma, a una nueva poesía que todavía no existe. La muerte de Parra es para los que creemos que la poesía chilena es lo más consistente que tenemos, como la muerte de Dios. Y si Dios ha muerto, “hay que bailar foxtrot sobre la tumba de Dios” (Huidobro). O mejor hip-hop.




Carta a mi bella ciudad envenenada.


"A veces violenta, a veces dulce. La ciudad que estalló en octubre, y que ahora la peste asedia", dice Cristián Warnken sobre Santiago en esta nueva carta en PAUTA.


"Esta bella ciudad envenenada…"
Pedro Prado

Reincido en esta práctica olvidada de escribir cartas desde mi jardín. Esta vez voy a escribirle a mi ciudad, Santiago de Chile, y lo voy a hacer en este enero asfixiante, confinado, en que la ciudad clama por una brisa o viento de esperanza.

Julien Green, escritor francés que hoy ya nadie lee (pero gran narrador), decía que uno conoce de verdad una ciudad cuando ha amado y sufrido en ella, cuando cada esquina trae el recuerdo de una pérdida, una pena o un júbilo. 
Entonces conozco Santiago, porque todas sus esquinas me recuerdan amores, desamores, duelos y una que otra epifanía. Así debe sucederle a cada habitante de esta ciudad que cambió tan rápido en las últimas décadas.
"La ciudad cambia más rápidamente que el corazón de un mortal", decía el poeta Charles Baudelaire de París, ese París que conoció en su deambular por ella, hasta el punto de inventar un verbo específico para designar su forma de pasearse por ella: "flanear".

¿Qué verbo podría nombrar la forma específica de caminar por Santiago?

Cuando lo inventemos, podremos tal vez decir que la ciudad es de verdad nuestra. He sido un peatón impenitente desde adolescente, nunca la he recorrido en auto. Soy un caminante y peregrino irredimible de mi ciudad y no hay placer más grande que atravesar las fronteras de los barrios desde oriente a poniente, desde norte a sur. Hay barrios bellos, que han resistido a las torres babélicas, a la invasión de los Polifemos de cemento, devoradores verticales del horizonte humano. Barrios sencillos y dignos, donde todavía quedan islas de armonía para algunos bienaventurados. Pero ese placer a veces se troca en dolor ante la pobreza o la fealdad o la violencia que como una tiña de quiltros apaleados y famélicos desgarra inmisericorde la piel sensible de la ciudad.

A veces he decidido caminar en línea recta sin detenerse ante ningún obstáculo, como lo hicieron unos jóvenes Jodorowsky y Lihn en la década del 50. Entonces Santiago tenía límites; hoy se extiende más allá de cualquier mapa posible. Santiago: creciste sin lógica ni medida, te expandiste con voracidad y desmesura y a ti te escribo para volver a recuperarte, a verte.

A veces, cuando paso más allá de los barrios antes visitados, me siento que estoy en Caracas o Lima, y eso es excitante. Ya no pareces ser la capital del Reyno de Chile, sino la capital de miles de desesperados de América Latina, que se fugaron aquí buscando libertad y comida y dibujan todos los días los contornos de una ciudad nueva, más híbrida y plural que todavía no nace, pero que a veces pareciera querer estallar. Y las lluvias que mi memoria guarda de tus inviernos tenaces ya son solo una rememoración de una infancia perdida, también tu infancia perdida.

Siento, Santiago, que eres una ciudad adolescente, que quiere carretear pero también buscarse a sí misma, que está como todos los adolescentes: en crisis de identidad. A veces violenta, a veces dulce. La ciudad que estalló en octubre, y que ahora la peste asedia. Y estás con las defensas bajas… sin inmunidad para las nuevas plagas globales.

Quieres ser, pero te cuesta ser.

A veces te siento asfixiada, cansada, seca, como si ya no fueras la capital del centro sino la capital del desierto centro de Chile. Pero tienes todavía la luz más bella del mundo, la luz del atardecer que va morosamente acariciando las montañas y cerros que te rodean, como dioses tutelares. La ciudad que tuvo alguna vez el cielo más grande del mundo –según Neruda, que escribió en tus calles del poniente los versos de amor más universales del idioma. Y una canción desesperada.

A veces me parece oír tu propia canción desesperada, Santiago. Ciudad agotada por las distancias inhumanas y contra natura, ciudad asediada por la avidez y por la "hybris", la desmesura que nombraron los griegos como el peor de los pecados. Esa desmesura tal vez es lo que hoy se te castiga. Pero tú no tienes voz, y a veces te vas pareciendo a un imbunche que alguien ocultó detrás de una gran mentira o más bien de un gran olvido, de una irresponsable negligencia. Tal vez, huérfana como estás de alguien que te piense, nombre, contenga, sueñe, te acuerdes de ese intendente delirante y lúcido que pensó que sería el París de América del Sur y que te dejó un cerro, el Santa Lucía y otras obras de adelanto que buscaban darte una fisionomía.

¿Qué te hemos dejado nosotros? 

No hay un Vicuña Mackenna que hoy venga para mover montañas, porque refundarte, Santiago, es mover montañas. Las montañas que te rodean te interpelan, ellas exigen una respuesta: su soberbio orden natural pide un orden urbano. 

¿Qué ha fallado en ti, Santiago, por qué eres la gran Falla de Chile por donde la frustración, la violencia y la indignación estallan?

Eres el volcán más peligroso de Chile si no te encontramos una forma, un proyecto, una utopía, un horizonte donde todos –hasta los inmigrantes– quepan. Pero no como ganado que se transporta, ni como allegados de conventillos a punto de quemarse. No como ciudadanos, habitantes de una ciudad en la que se reconozcan y tú te reconozcas en ellos. Esa es la gran tarea pendiente, la más urgente, tarea política, poética, urbanística.

No sacaremos nada con crear una nueva Constitución si no fundamos una nueva ciudad, que recoja la historia, los mitos, que reúna los fragmentos para que seas un crisol vivo y no un laberinto donde extraviarse. Donde sus habitantes no sean extranjeros expulsados de su centro a periferias secuestradas por el bandidaje nihilista. Una Constitución es el traje que nos ponemos, pero la ciudad es el cuerpo donde habitamos. Sin cuerpo, sin Ciudad Nueva, toda Constitución nueva es solo una declaración de principios sobre la tierra baldía ("¡Ciudad irreal", decía T.S. Elliot).

Santiago: hay que refundarte. Para que te llamemos Itaca, para que regresemos a ti, para que ninguna peste se atreva a devorar tus murallas, para que ninguno de tus hijos huachos quiera incendiarte o destruirte con alevosía. Para que seamos los Ulises de un nuevo comienzo, para que te recorramos, guiados por ese libro que debiera ser uno de los fundamentos de tu nuevo comienzo:
 "Hacia una arqueología de lo cotidiano" del filósofo Humberto Giannini, porteño que caminó y vivió tus calles. Para Giannini, el trayecto del domicilio a la calle es un trayecto ontológico, donde se juega todo. El bar, los cafés, las librerías son los lugares sagrados de la Gran Conversación que debe ser toda ciudad.

Santiago: tienes que atreverte a ser de nuevo, a ir a la búsqueda de tu ser. En estos días de confinamiento duros que vendrán en los próximos meses o semanas, quiero, Santiago, que todos te escribamos una carta, que nos confesemos contigo, que nos digamos la verdad, que dejemos de huir de ti como siempre lo hacemos. Te escribo, Ciudad mía, para encontrar contigo tu nuevo centro. Y tal vez tu nuevo nombre. Dicen que los gobernadores de las ciudades de la América colonial les entregaban a sus sucesores, junto con las llaves de la ciudad, su nombre secreto, el nombre iniciático o sagrado. ¿Cuál es tu verdadero nombre, ciudad perdida y recobrada, "bella ciudad envenenada"?

Desde el Jardín, enero 2021

POR CRISTIÁN WARNKEN

SÁBADO 16 DE ENERO DE 2021




Carta a un votante misterioso.


"¿Es el ascenso de Kast el efecto búmeran de la "revuelta"? ¿Le pasará lo mismo que a Jiles, y llegará 'tan alto / tan alto' para luego desplomarse en caída libre? Se desfondó Sichel. ¿Se desfondarán Kast y Boric?",pregunta Cristián Warnken.


POR CRISTIÁN WARNKEN


SÁBADO 30 DE OCTUBRE DE 2021



Estimado votante misterioso:


Me he encontrado contigo varias veces en los últimos meses, en conversaciones de pasillo, en una fila, en una convivencia familiar. Hace unos días, en uno de esos encuentros, me confesaste tu indecisión a la hora de decidir por quién votar en la próxima elección presidencial. Me dijiste casi al oído: "Te voy a confesar algo, pero no se lo digas a nadie". Callaste y me miraste con cara de circunstancia, como un niño que va a confesar su "maldad": "No sé si voy a votar por Boric o por Kast; me despierto un día dispuesto a votar por uno, pero al otro día cambio mi elección. La verdad es que me da vergüenza decírtelo…, ¿es normal eso?". Primero me quedé en silencio, perplejo; luego, me pareció escuchar a alguien que gritaba detrás de mí:

"¡Tómate un Armonil!"

Pero me di vuelta, y no había nadie. Solo el viento.


Son tiempos delirantes estos. Y, talvez, más que en los sesudos análisis de los expertos, la respuesta está –como dijo Bob Dylan– "temblando en el viento". Luego traté de calmar tu ansiedad y angustia diciéndote algo relativamente sensato como: 

"Es normal, en épocas de crisis, que las certezas que tenemos del mundo vacilen, etcétera, etcétera". 

Dos semanas atrás, me habías dicho que ibas a votar por Sichel, y antes, fuiste de los pocos que se levantaron para votar en las primarias de la centroizquierda (o lo que queda de ella). O sea, en estricto rigor, tú debías votar por Provoste.


Cuando yo era niño, estas vacilaciones electorales eran impensables. Había un voto de izquierda claro, otro de derecha, otro democratacristiano, una variación por aquí o por allá. La gente votaba con una cierta lealtad. Esa lealtad política hoy día se esfumó. Se acabó el mundo de las certezas, ya no hay tierra firme bajo nuestros pies. ¡Bienvenido a la modernidad líquida! Esta elección presidencial es la más líquida de todas en los últimos 30 años. Y hay que decirlo: la más pobres en ideas, propuestas de futuro y espesor político e intelectual. Líquida y light al mismo tiempo.


La política con "p" minúscula ha revelado en estos días toda su "insoportable levedad del ser", como diría Kundera. Pero, ¿son líquidos los tiempos globales o es que Chile se ha vuelto un país especialmente líquido? Después del 18 de octubre pensé que nos incendiábamos y que el fuego era el símbolo de lo que estábamos viviendo. Se desató una piromanía atávica. No creo que en ningún país del mundo se hayan quemado tantas estaciones del metro, tantas iglesias y bibliotecas al mismo tiempo como acá. Pero hoy no es el fuego el símbolo primordial de los que nos está pasando: ahora no nos quemamos, nos derretimos o nos licuamos. ¿Pero no estaba todo tan claro hace unos meses? Hay quienes marcaron el 18 de octubre como una fecha refundacional, un nuevo comienzo de la historia, una revolución. 

Hubo una interpretación religiosa, casi mágica de ese acontecimiento masivo. Aparecieron íconos, se prendieron velas, se hicieron altares, el Estallido se convirtió en una suerte de redención, revelación, epifanía de la Historia y del Pueblo. Las elecciones que vinieron después (el triunfo del Apruebo, la victoria trepidante de la izquierda más radical en la elección de Constituyentes) pareció reafirmar esa tendencia. Pero hoy todo dice que el furor jacobino y octubrista ya pasó. Pero nadie puede afirmar que no volverá a emerger en algún otro recodo de la historia. Nadie puede hoy sostener nada con certeza hoy en Chile.


¿Alguien puede afirmar acaso –en este momento en que estoy escribiendo y tú leyendo esta carta– con certeza cuál va a ser la deriva de esta elección presidencial? Y otra pregunta más inquietante: ¿alguien puede asegurar que la opción "Rechazo" no pueda ganar en el plebiscito de salida de la nueva Constitución? Todo cambia vertiginosamente. Cualquier candidato puede desfondarse en una semana. "Todo lo sólido se desvanece en el aire": la vieja frase de Marx resuena como nunca en estos lares. No olvidemos a Pamela Jiles, la diputada que se lanzó a volar en el hemiciclo con los brazos abiertos, como un pájaro de fuego, en una performance eufórica, y cómo se encumbró en los cielos de las encuestas para luego desplomarse a tierra, sin transición mediante. "Cae / cae lo más bajo que se pueda caer", dijo Huidobro en su poema "Altazor". ¡Cuántos Altazores desintegrados en el camino! Miren a los otrora seguros ganadores de primarias, cómo quedaron a la vera del camino: Jadue, Lavín. Hoy parecen fantasmas de un pasado muy lejano. ¿Será que las encuestas ya son instrumentos de medición periclitados o será que el estado de ánimo del país es cambiante como un carrusel? ¿O ambas cosas a la vez? Chile: ¿país maniacodepresivo?


Habrá que llevar a Chile al diván de un sicoanalista para entender sus fluctuaciones de ánimo impredecibles. A mí me parece que estas fluctuaciones de ánimo vienen desde hace tiempo: es cosa de mirar en perspectiva esa monótona, repetitiva oscilación entre Piñera y Bachelet en cuatro elecciones sucesivas, ese eterno retorno de lo mismo. El país apostó por dos arquetipos de la política absolutamente opuestos y votó una y otra vez por los mismos, en alternancia.


Claramente el país se estancó económicamente (se frenó el crecimiento) pero sobre todo políticamente (no hubo crecimiento ni desarrollo de un pensamiento político, ni para qué decir cultural o espiritual). El país se "achanchó", se sentó en sus laureles. Se decía que éramos una "taza de leche". Y, de pronto, desde el fondo de nuestro inconsciente un monstruo dormido despertó y salió a la calle, la noche esa en que el Presidente comía pizza en un restaurant del barrio alto mientras el país ardía por los cuatro costados. A un dragón de siete cabezas despertaron de su largo sueño (así lo bautizó el urbanista Iván Poduje) y arrasó con todo a su paso y nos convirtió, de un día para otro, de ser el ejemplo de un desarrollo exitoso del modelo neoliberal a nivel latinoamericano al ejemplo de la revolución contraneoliberal. Perplejidad en los analistas locales, pero también internacionales. ¿Qué le pasó a Chile?, se preguntan muchos todavía. Nos hemos convertido en una suerte de laboratorio de experimentación anímico y político a nivel mundial. ¿Qué fuerzas internas operan en el Alma (o Psique) de Chile?


Se ha hablado mucho de un atávico instinto por el orden, la vieja "pasión por el orden" pensada por Portales y Bello, una pasión por el orden que nos salvaría justo cuando estamos a punto de caer en el abismo. A veces esa "pasión por el orden" degrada en dictadura. Ahí está Pinochet, ese señor de anteojos negros, irrumpiendo y saltando al escenario desde la nada un día de 1973. A veces, en cambio, no es la pasión por el orden lo que nos moviliza interiormente: nos volvemos carnavalescos, aunque no somos carnavalescos (Chile no tiene su Fiesta ni un sentido de la Fiesta), pero es en la política donde cada cierto tiempo desatamos nuestra parte dionisíaca y jubilosa. ¡Y eso que nos llamaban los "ingleses de Sudamérica"!


Chile en el tiempo de Allende era un carnaval; recuerdo cuando niño desfilar las multitudes de obreros por las calles, las banderas rojas flameando con ímpetu, todo era euforia y destape. De pronto, de un día para otro, vino el silencio y el olor a ceniza en el aire. Al chileno le gusta llegar al límite, jugar con fuego, pero luego se aterra ante el desorden, se acostumbró a los temblores de la tierra, pero no le gustan los terremotos de la Historia: ¿no fue la Transición un ejemplo de equilibrio aristotélico, de "justo medio", después del estrés de tanta revolución seguida? Somos un país de capas tectónicas que se ajustan cada cierto tiempo. De terremotos grandes, y reconstrucciones notables. Un país que vive al borde del abismo, un país volcánico, pero un país que buscó la hacienda en el Valle central para refugiarse y vivir más tranquila y apaciblemente. Chile: ¿una loca geografía y también una loca política? Chile: ¿el país al que le gusta hacer revoluciones cada 30 años para después volver a buscar un centro? No sé. Prefiero de verdad suspender el juicio. Declararme en estado de perplejidad. Solo queda –como dicen el campo– "estar al aguaite", "parar la oreja".


Chile me viene sorprendiendo desde hace varios años. ¿Chile está mudando de piel? Tal vez seamos un país adolescente, con crisis de crecimiento: los cerebros de los adolescentes –ya nos lo enseñó la neurociencia– se "dan vuelta", y por eso hay que mantener la calma y la distancia ante sus cambios emocionales. "Y no saber adónde vamos/ ¡ni de dónde venimos!...": esos versos de Rubén Darío recitamos a coro hoy en Chile. Pasamos de la "revolución con empanadas y vino tinto" a la "revolución silenciosa": ahora venimos saliendo de la oleada "octubrista" y algunos hablan de un "contra-estallido silencioso" en curso: una ola de rechazo a la violencia y el desorden que hace unos meses tuvo tanto apoyo pasivo en la población. Lo dijo Eugenio Tironi hace unos días, un analista muy razonable y atento a los vaivenes de la realidad. ¿Es el ascenso de Kast el efecto búmeran de la "revuelta"? ¿Le pasará lo mismo que a Jiles, y llegará "tan alto/tan alto" –como dice San Juan de la Cruz– para luego desplomarse en caída libre? Se desfondó Sichel, ¿se desfondarán Kast y Boric? Chile: país de los desfondes y la liquidez. No sé a qué político le puede dar ganas de gobernar un país así de inestable e inescrutable desde el punto de vista anímico. ¿No saben acaso estos candidatos con "qué chichita se están curando"?


Votante misterioso e indeciso: como verás, tu caso no es una excepción, eres parte del Chile indeciso, lábil y desleal. Espero encontrarme contigo un día antes de la elección, porque ya no hay profeta ni analista a quien creerle. Tú eres el único profeta fiable.  Ahí, en el local de votación recién, sabremos la verdad. Que se guarden sus encuestas los desesperados expertos que desde hace tiempo no son capaces de anticipar nada. Solo a boca de urna, recién podremos decir quién va a ser presidente de Chile. "Cambia, todo cambia", esa hermosa canción cantada por Mercedes Soza debiera ser hoy nuestro himno nacional. Desde hace un tiempo nos hemos vueltos muy heraclitianos los chilenos: más cerca del filósofo del devenir (Heráclito) que del ser (Parménides). Te apuesto que, en todo el tiempo en que te demoraste en leer esta carta, ya cambiaste dos o tres veces tu intención de voto. Por eso los mercados están histéricos y se agota el Armonil en las farmacias. Pero, ¿no es fascinante también vivir en un país impredecible, que un día está en la primera línea de la revuelta y unos meses después en la primera línea de la seguridad y el orden? No solo la astronomía tiene un futuro glorioso en Chile, "la copia feliz del Edén": también debiera tenerlo la sociología y el sicoanálisis de masas. Todo es posible en este "lindo país esquina con vista al mar", a veces manso y tranquilo, pero experto en terremotos y volcanes. Pareciera que esta interpelación de Nietzsche fue escrita para nosotros: "¡Levantad vuestra carpa bajo los volcanes!"


Un abrazo hamletiano desde mi jardín, mientras pienso por quién votar.







Carta a los profesores de Chile.

"El pensamiento de Mistral sobre educación debiera ser nuestro evangelio, a él debiéramos volver una y otra vez, como quien vuelve a la fuente", dice Cristián Warnken en esta carta.

POR CRISTIÁN WARNKEN

SÁBADO 16 DE OCTUBRE DE 2021

Queridos  profesores y profesoras de Chile:

En este el día del profesor, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el acto sagrado de enseñar. Y digo sagrado, a pesar de lo caduca que para muchos pueda sonar la palabra "sagrado" hoy, porque fue la gran maestra de Chile, Gabriela Mistral, la que insistió en sacralizar nuestra tarea, y digo nuestra, porque yo también soy profesor.

En tiempos de desacralización del mundo, tiempos donde la técnica parece haber desplazado a las humanidades y ser hoy el centro de nuestra civilización, tiempos en que todo se convierte en información, en flujos vertiginosos de información y el algoritmo es el nuevo logos que lo gobierna todo, tiempos en que incluso (como lo dice el filósofo Byung-Chul Han en su último libro No-cosas) la realidad física desaparece subsumida en la realidad virtual, leer a Gabriela Mistral, esta metafísica de la materia, cantora de las cosas y los elementos, la poeta con los pies bien puestos en la tierra, es una manera de resistir. Resistir esta demencia digital en curso que parece llevárselo todo, incluida nuestra forma de relacionarnos, de ver el mundo y desde luego de educar.

Los profesores no podemos ser meros observadores pasivos de esta claudicación de la realidad ante la "matrix" en la que nos vamos internando. A quienes han planteado, con ingenuo optimismo, que las pantallas nos van a reemplazar y desaparecerán las aulas, debemos ser capaces de mostrarles que el arte de enseñar es tan sutil, tan delicado, tan cara a cara y alma a alma, que no podrán jamás las frías superficies de las pantallas tocar eso que toca la palabra, la voz y la presencia de un profesor o profesora. Resistir esa tecnificación extrema de lo humano es resistir un nuevo nihilismo, un nihilismo que amenaza con devastar las comunidades, los afectos, el mundo interior, todo aquello que se resiste a ser convertido en mera cifra o planilla de cálculo. La técnica, cuando deja de ser medio o instrumento y comienza a modificar radicalmente la vida, deja de ser neutra y, entonces, ahí debemos tomar partido, tener posturas. Heidegger dijo que aún no "habíamos pensado la técnica" y ese es el peligro más grande: cuando algo no pensado nos excede y va más rápido que nuestra capacidad de reaccionar y actuar ante su dominio.

Hoy, más que nunca, las humanidades, la filosofía, la poesía, el arte, el "pensar meditativo" son fundamentales, como contrapeso al dominio absoluto de un pensar calculante desbocado. Todo eso es Gabriela Mistral: pensar meditativo que se demora junto a las cosas y los seres, amor por la palabra viva, amor por la tierra ("en el principio era la tierra", dijo), pensadora de la educación entendida como oficio sagrado, el más importante y tal vez antiguo de los oficios. ¡Cómo necesitamos hoy maestros! Como profesores debemos aspirar a acercarnos lo más posible a ser esos maestros que Mistral reclama para el mundo. La ausencia de maestros produce una sensación de orfandad y han sido los maestros los que en las grandes crisis del mundo, a lo largo de la historia, han producido un salto de conciencia para superar esas crisis. Pensemos en Lao-Tsé, Confucio, Jesús, Buda, Qohéleth y tantos otros. Parece imposible colocarlos a ellos de referentes: pero Mistral insiste en subir la vara: lo que necesita nuestro mundo hoy con urgencia hoy no son instructores (los computadores son instructores), sino maestros. No necesitamos más conocimiento (hoy el conocimiento abunda y nos sobrepasa), lo que necesitamos es más sabiduría. Por eso, la educación requiere ser pensada de nuevo, para que vuelva a tener sentido en el momento que estamos viviendo como civilización y como Tierra amenazada.

El pensamiento de Mistral sobre educación debiera ser nuestro evangelio, a él debiéramos volver una y otra vez, como quien vuelve a la fuente, para devolvernos la mística y el hondo sentido de nuestra tarea, cuando nos amenaza el cansancio, la decepción y el sinsentido. Gabriela Mistral es nuestra tierra firme, nuestro sentido común, ese que no manejan los tecnócratas de la educación que planifican sin mirar los rostros de los niños y lejos de las escuelas. Y, al mismo tiempo, ella no nos invita al conformismo, nos remece como profesores, nos pide alejarnos de toda queja fácil y sobre todo del resentimiento y del desencanto, nos pide –¡qué exigente es!– pelear por causas de fondo, más que por puras mejoras salariales: 
"Los maestros que anuncian por aquí paros por duplicar salarios, debieran echarse a la huelga siquiera una vez por cosas que no sean dineros inmediatos", dice. 
Nos pide poner siempre la mirada en el horizonte, en el niño mismo como centro:
 "El niño es ahora", insiste. 
O sea, urgencia suma. "Señor: hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia hacia la faena que hago, que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta, que todavía sube de mí, cuando me hieren"
¿Está diciendo que hay que aceptar todas las injusticias, los "ninguneos" de la sociedad con los profesores? ¿Está invitando a la resignación, al conformismo? No. Está exigiendo de nosotros un salto de conciencia, que nos convirtamos en protagonistas de la educación, que recuperemos nuestra dignidad autoexigiéndonos excelencia, evitando toda tentación de mediocridad, porque esa es la única manera de pararnos con autoridad ante los burócratas de la educación que solo ven cifras y nunca rostros.

Pensamientos pedagógicos de Gabriela Mistral

"Pensamientos pedagógicos", de Gabriela Mistral. Disponible en la Biblioteca del Congreso Nacional.
Somos artistas –eso nos enseña Gabriela Mistral–, escultores de almas, no simples pasadores de materia. La educación no es una mercancía. Quien quiera convertirlo en eso está violando su carácter sagrado: 
"Acuérdate que tu oficio no es mercancía sino que es servicio divino".
 En un tiempo como el nuestro, que ha intentado mercantilizar al extremo nuestra educación, estas palabras de Mistral suenan como la de Jesús expulsando a los mercaderes del templo.

Hoy otro peligro –que ya enuncié al comienzo de esta carta– es la pantallización total de nuestros alumnos, su alejamiento del contacto con experiencias reales, del contacto con la naturaleza, del desarrollo de sus sentidos. Mistral en eso es radical: educada ella misma desde niña en el Valle del Elqui, se siente una privilegiada de haber aprendido el mundo en un contacto directos, físico con cosas, seres, la luz, el aire, el cielo, la tierra. En las grandes megápolis, los niños no tienen esa posibilidad de "escuela al aire libre", viven hacinados, sin áreas verdes y la pantalla se ha ido convirtiendo en sucedáneo de su familia, sus amistades y su entorno. Mistral elogia la infancia rural: 
"Si yo hubiera de volver a nacer en valles de este mundo, con todas las desventajas que me ha dejado para la vida entre 'urbanos' mi ruralismo, yo elegiría cosa no muy diferente de la que tuve entre unas salvajes quijadas de cordillera […] Para conservar sentidos vívidos y hábiles, siquiera hasta los doce años, a saber distinguir los lugares por los aromas; por conocer uno a uno los semblantes de las estaciones; por estimar las ocupaciones esenciales que son, precisamente, las bellas, de los hombres antes de conocerles las suplementarias y groseras: el regar, el podar, el segar, el vendimiar, el ordeñar, el trasquilar".


GABRIELA MISTRAL. MAGISTERIO Y NIÑO

Mistral nos muestra lo fundamental que es volver a la tierra, a la que hemos dado la espalda con una educación centrada en las abstracciones, en un conocimiento intelectual sin raíces, desarraigado. Es urgente sacar a nuestros niños de las prisiones de las pantallas, y llevarlos a ese laboratorio abierto que es nuestra geografía. Volver a la tierra y descentralizar la educación. La provincia, lo rural como modelo de vida y enseñanza. ¿Regresión? No. Eso es el futuro. Gabriela Mistral es una adelantada: nos hemos alejado demasiado de la tierra, la sabiduría y la poesía: es hora de regresar, antes de que sea tarde. Los grandes cerebros de Silicon Valley inscriben a sus hijos hoy en escuelas donde se hacen huertos, y el arte está en el centro, y no hay pantallas, porque ellos saben (porque son los que crean los programas y dispositivos digitales) la intoxicación virtual masiva a la que están sometidos hoy los niños en el mundo.

¿Cuándo dejaremos de copiar lo que se hace afuera y nos atreveremos a crear a algo propio? El pensamiento pedagógico de Gabriela Mistral está ahí a nuestra disposición para repensar la educación, para repensar el sentido de nuestro oficio, que es hoy el más importante de todos. O cambiamos el mundo desde la educación o seremos solo espectadores pasivos del mundo que viene creado por otros, en otras latitudes.

Queridos queridas maestras y maestros de Chile: un abrazo a cada uno y una, hasta en los rincones más alejados de nuestra loca geografía. A todos ustedes que siguen soñando, creando, enseñando y también aprendiendo, héroes anónimos de ese futuro que se llama ahora: el niño. Gabriela Mistral dijo de nosotros, los profesores: "No somos aprendices sino de amor, comencemos pronto". ¡Aprendices de amor! Qué hermosa definición de la tarea de enseñar. Porque, afirmó enfáticamente Mistral: "Si no amas, no conocerás el universo, porque el árbol, el mar y la noche no son entendidos sino por el amador".

Amadores y amadoras de Chile: ¡Feliz Día!

Desde mi jardín, Cristián Warnken



Carta a mis amigos inútiles

"Mario Marcel representa lo mejor de la seriedad, rigor científico y sentido de la responsabilidad pública en Chile, y su preocupación genuina son los más pobres", dice Cristián Warnken en su epístola en PAUTA.

POR CRISTIÁN WARNKEN

SÁBADO 4 DE SEPTIEMBRE DE 2021

Queridos amigos inútiles:

Siento un deber imperativo de escribirles, a la luz de ciertos acontecimientos que están ocurriendo en el país. Hace un año, en medio del peor momento de la pandemia y en del fragor de una polarización política en curso, hicimos un giro en nuestro grupo que se reúne hace ya varias décadas. Éramos "Los inútiles": todos los jueves –desde hace años– nos juntábamos religiosamente, un día de la semana, a hablar de temas completamente inútiles: una novela de un autor tan olvidado como Huysmans, una frase de Heráclito (leída y traducida desde el original griego por nuestro amigo Horacio), el análisis de una décima de algún payador legendario. Comíamos muy bien, como sibaritas, fieles al espíritu de otro grupo también de amigos, que en décadas pasadas fundaron el original grupo "los inútiles" (casi todos ellos han muerto) del que nosotros tomamos la posta y copiamos el nombre.

No se crea que comíamos en restaurantes caros; no. Teníamos nuestras picadas: todos somos sesentones, setentones y hasta ochentones de una clase media bastante comedida en sus gastos y austeros en sus placeres, salvo en el de conversar y comer juntos y cultivar la tertulia. Los "inútiles" somos amigos de ideas políticas y religiosas distintas, pero que practicamos la vieja y casi desaparecida "religión de la amistad". La amistad es sagrada y no pueden ni las diferencias ideológicas ni de credo afectarlas. Horacio, nuestro experto en lenguas clásicas, siempre nos citaba ese hermoso pasaje de la Ética Nicomáquea de Aristóteles (el pasaje 1170 a 28-1171 b35): "Sentir que vivimos es dulce en sí mismo, porque la vida es por naturaleza un bien y es dulce sentir que un bien nos pertenece". Y, más adelante, afirma: 
"Con-sintiendo, sintiendo con (synaisthanomenoi), ellos (los amigos) experimentan la dulzura del bien en sí mismo, y lo que el hombre experimenta en relación a sí, lo experimenta también en relación con su amigo: el amigo es, en efecto, otro sí mismo (heteros autos)".
 Eso ha sido lo que hemos vivido todos estos años: un con-sentir juntos los placeres de la buena conversación sobre temas inútiles y la buena mesa y, por supuesto, los mejores mostos. Nuestro grupo antecesor (los antiguos "inútiles") no dejó incluso de reunirse el día del golpe militar de 1973, y sobrevivió a esa fractura trágica, sosteniendo la amistad por sobre todo.

La amistad es la base de la filosofía (lo pueden decir Sócrates y sus discípulos y sus frecuentes "banquetes") y también de la política: por algo se ha hablado de "amistad cívica". A nosotros nos tocó el "estallido social", que junto con ser un acontecimiento callejero , también fue un "estallido anímico". Lo vimos en nuestro grupo: algunos de radicalizaron hacia un extremo u otro, y nos dimos cuenta que –en medio de una conversación sobre un terceto de un soneto de Luis de Góngora– subíamos la voz, cuando la "actualidad" inevitablemente veía a infiltrarse en nuestra mesa. Fue entonces cuando tomamos la decisión de buscar una salida a esa tensión que podía a la larga poner en peligro nuestra entrañable cofradía. Fui yo el de la idea de –como un juego terapéutico– fundar un partido, imaginario por supuesto. (Aunque hoy día los partidos y candidatos imaginarios están de moda). En nuestra mesa había optimistas radicales sobre la deriva del país posestallido (los llamé los "refundacionales jubilosos") y pesimistas irredimibles (los llamé "apocalípticos"). Propuse: creemos el Partido Optimista Moderado (POM), en que podamos caber todos. Todos ustedes se rieron, pero aplaudieron la iniciativa. Si habíamos creado un grupo llamado "los inútiles", ¿por qué no podíamos crear un Partido Optimista Moderado?

Y creamos un Partido Optimista, porque el Pesimismo no es muy convocante y estimulante para juntar voluntades. Pero no podía ser un optimismo ingenuo y extremo, por eso buscamos el punto medio (como verás, somos aristotélicos casi en todo) y por eso nos bautizamos "Partido Optimista Moderado". Eso nos obligó a analizar los hechos con una cierta distancia escéptica, pero con una voluntad optimista. Al empezar cada almuerzo-tertulia, juntábamos nuestros puños y leíamos un especie de declaración de principios del POM, que nos permitió sortear los distintos momentos de tensión política con humor y buena voluntad. Creamos un grupo de WhatsApp llamado POM, cuya regla de oro es: no caer ni en el optimismo jubiloso e ingenuo ni en el pesimismo negativo y paralizante. Todo por la amistad.

Fueron buenos tiempos los del POM, nuestro grupo salió fortalecido, se acabaron las peleas ideológicas sin salida. Pero tengo que ser honesto con ustedes, les tengo una mala noticia: he empezado a sentir en las últimas semanas (si no meses) un decaimiento en mi optimismo moderado. Como un acto supremo de voluntad, intento todos los días leer los diarios y escuchar las noticias, usando filtros, relativizando todo lo que parezca desmedido o delirante, y créanme que lo he hecho como el fundador y fiel militante del POM que he sido. Pero no me está resultando. Creo que el último episodio del "cuarto retiro", unido a los insultos y ataques al presidente del Banco Central, Mario Marcel, por las medidas y alertas anunciadas sobre el posible recalentamiento de le economía, la disparada de la inflación y una posible y brusca desaceleración en el próximo gobierno, me infestaron de "pesimismo" y desaliento.

Ninguno de nosotros es experto en economía, pero sabemos que en Chile se había logrado ciertos consensos sobre el rol fundamental y equilibrante del Banco Central, entre economistas de todos los sectores. Y había un respeto a su tarea y aporte técnico. De hecho, el Banco Central es quizás el último bastión de un saber técnico tan denostado en los últimos tiempos, el lugar desde donde se habla desde el conocimiento científico y no la ignorancia o la superstición o el oportunismo político. En Chile, pasamos de endiosar a los técnicos a demonizarlos, a llevarlos a la hoguera. Somos un país maníaco-depresivo: pasamos de la euforia a la depresión, de comprarnos el sistema económico y convertirnos en consumistas desatados a demonizar los "treinta años" de desarrollo económico y social, sin hacer matices, ni reconocer zonas de penumbras o duda. Roberto Zahler, cuando fue presidente del Banco Central, dijo que los agentes económicos en Chile eran maníaco-depresivos. Ayer los técnicos eran los hechiceros de esta tribu llamada Chile, los glorificábamos; hoy los insultamos y condenamos como "herejes", como lo han hecho en estos días opinólogos y algunos economistas de sensibilidad de izquierda. Llaman a los consejeros del Banco Central "jerarcas", los acusan de representar a siete "familias ricachonas", etcétera. No se habían visto declaraciones tan destempladas y desproporcionadas, que revelan el empoderamiento de algunas personas (sobre todo políticos) que no saben de nada de economía y también de algunos economistas de izquierda radical que quieren convertirse ellos en los nuevos "hechiceros" de la tribu. A pesar de que he sido un humanista crítico del excesivo tecnicismo y dominio sin contrapesos del "pensar calculante", y de haber criticado muchas veces los reduccionismos economicistas y los dogmatismos Chicago Boys, he aprendido que no se puede "ningunear" ni despreciar tan fácilmente la economía, como lo hacen en general nuestros jacobinos locales. Ni convertir a la economía en el centro de todo (deificarla) ni maltratarla como la Cenicienta de la casa.

Y lo peor es que Marcel representa lo mejor de la seriedad, rigor científico y sentido de la responsabilidad pública en Chile y su preocupación genuina son los más pobres que, ya sabemos, serán las primeras víctimas de la inflación y de una decadencia económica. Marcel representa , con su estilo sobrio y calmo, lo mejor de una cierta "virtud" republicana. Como Carmen Gloria Valladares en la Convención: los restos de un país serio, no farandulizado. Los ataques contra él son injustos y tal vez, más que atacarlo, personalmente buscan debilitar la institución del Banco Central: como se dice en español de España, "van a por ella". Así como el cuarto retiro desde las AFP (en medio de un carnaval de bonos nunca visto) no es para ayudar a los más desfavorecidos por la pandemia (de esos ya no quedan en la AFP, porque lo retiraron todo), sino para conseguir más votos para sus próximas reelecciones y para destruir definitivamente el sistema de pensiones, que los mismos parlamentarios no han sido capaces de reformar. Es decir, dicho en buen chileno, están cuidando sus "pegas" a costa del futuro de millones de chilenos de clase media y vulnerables.

La misma partitocracia que está en el origen de una parte importante del "malestar" social, hoy se disfraza como la "solución", usando el engaño para ser reelegidos y seguir siendo parte de la "casta" que tanto denuestan. Todo esto que ha ocurrido en torno al cuarto retiro, unido a la peligrosísima instalación de la "cultura de la cancelación" en la Convención Constitucional (en el reglamento sobre negacionismo), son alarmas que se encienden, que habría que ser muy sordo –o deshonesto intelectualmente– para desoír.

Perdónenme, amigos "inútiles", pero devuelvo mi carné al día del POM (Partido Optimista Moderado) y me temo que mucho de ustedes harán lo mismo en los próximos días. ¡Duramos un poco más que La Lista del Pueblo! Es que hay que tener cuidado con que el optimismo razonable se transforme en un optimismo ingenuo. El segundo puede, sin darse cuenta, hacerse cómplice de la decadencia política, social, económica y ética cuando ya es demasiado tarde. Porque estamos ante una crisis ética en el trasfondo de la crisis política: la corrupción, el populismo ya se enquistaron en nuestra sociedad: no son síntomas pasajeros, son células cancerígenas en pleno crecimiento. Me preocupa que la disolución del POM pueda tener efectos en nuestro grupo "Los inútiles". Espero que no. ¿Me estaré pasando al bando de los "apocalípticos"? Espero que no.

Por el momento me declararé un pesimista moderado.  Por ahora, les propongo concentrarnos en la tabla y el menú de las próximas reuniones. Tengo algunas propuestas: invitar a nuestro amigo el escritor Antonio Cussen a exponernos sobre su genial estudio, traducción e interpretación de la Eneida, de Virgilio, en clave apocalíptica. Un tema fascinante, aparentemente "inútil", pero creo, atingente. Les dejo la elección del menú a los más sibaritas del grupo. En tiempos de decadencia, solo queda refugiarse en la belleza, la amistad, el refinamiento intelectual y la celebración –a pesar de todo– del milagro de estar vivos y "con-sentir" juntos. ¡Larga vida a los "inútiles"!

Un abrazo.

 



 
Carta a un amigo constituyente.

"Este debiera ser un momento de menos "selfies", twitters, canales de Instagram y más de estudio y, sobre todo, diálogo", escribe Cristián Warnken. "Debemos superar la conversación de matinal y ponernos a dialogar de verdad".

POR CRISTIÁN WARNKEN

SÁBADO 7 DE AGOSTO DE 2021


Estimado amigo constituyente:

Hace días que no recibo noticias tuyas. Al principio me preocupé pues, conociéndote, pensé que estarías un poco deprimido por lo que estaba sucediendo al interior de la Convención, por las noticias que recibíamos afuera de ella. Las declaraciones atolondradas e intempestivas, los gestos desaforados e innecesarios, la falta de sobriedad en las formas, todo hacía pensar que la Convención se iba a transformar en una especie de réplica, pero más intensa (por la cantidad de identidades presentes y anhelosas de expresarse), de nuestro Parlamento. Pero con el correr de los días, llega  "menos sonido y furia" desde la Convención y, al parecer, ya pasamos el primer momento catártico e histéricamente mediático, y la constitución de las comisiones encargadas de formular el reglamento parece estar encauzando las energías que parecían desatadas en un Big-Bang o Big-Crush emocional un tanto sobregirado. Esas son muy buenas noticias para el país.

Sucede como en el colegio: el profesor abre una clase participativa y los alumnos se desordenan y cualquiera -sin temple pedagógico- podría espantarse con ese caos inicial. Pero luego se arman los grupos, y sin saber cómo, al final, los trabajos requeridos son entregados y vemos el milagro de que el zorrón con me tocó trabajar termina siendo más amable de lo que pensaba; o, al revés, "la matea" insoportable del curso resulta que tenía mejor humor del que se pensaba.

Los chilenos somos así: tenemos algo infantil o adolescente. Al comienzo somos desordenados, pero al final avanzamos. Y es necesario que haya un profesor o profesora con paciencia y verdadero sentido de la autoridad para darle cauce a la "jalea" chilena. Eso fue la señora Carmen Valladares en el inicio de la Convención: nuestra profesora normalista, nuestra Gabriela Mistral republicana.

Dicho esto, permíteme comentarte algunas cosas y discúlpame si me faltan elementos (que tú tienes por estar ahí adentro) para poder dar una evaluación de verdad equilibrada y no sesgada de lo que está ocurriendo en los jardines del Congreso y los pasillos del Palacio Pereira. Primero: al revés de lo que podrías pensar, no me escandalizaron tanto las fiestas de disfraces de algunos de los  convencionales. Prefiero verlas como un anhelo inconsciente de lo carnavalesco, tan escaso en estos lares, en este país un poco gris y triste a veces que no ha tenido el sentido de la fiesta, salvo en la fiesta de la Tirana. Sí, en cambio, me preocupa la farándula, degradación de la fiesta, que tanto daño le ha hecho a la política en Chile. Mientras sea carnaval, dosificado claro, y no farándula, no hay problemas.

Tampoco puede ser bueno repetir (reconozco que yo también lo hice) que la Convención se ha convertido en un circo. Primero porque el circo es una de nuestras manifestaciones culturales más excelsas y auténticas. El circo chileno -institución muy atávica nuestra- no es "despelote", al contrario: es una escuela de vida muy rigurosa. Todos en el circo se toman sus tareas muy en serio y se trabaja mucho en él, desde el trapecista hasta el payaso, que puede trabajar en la boletería si es necesario o ayudando a levantar la carpa. Sí era preocupante que la Convención se transformara en un circo romano: lugar de funas y linchamientos públicos.

La "funa" es la expresión más baja de la performance política y está relacionada directamente con la tentación de considerar la violencia como arma política (hemos visto a algunos eximios convencionales coquetear peligrosamente con ellas). Pero, al parecer, este tipo de prácticas tribales y primitivas no han encontrado base de apoyo ni siquiera en los que uno pudiera pensar son los más radicalizados dentro de la Convención. De ser así, eso ya sería otra gran noticia. Y la idea peregrina del Partido Comunista de "rodear la convención" parece ya un delirio lejano: no tendremos asalto al Capitolio en versión "chilensis".

Sobre la explosión identitaria: ello es un síntoma de nuestra modernidad e, incluso, del tan atacado modelo neoliberal que acelera el proceso de autonomía de los sujetos, los empodera y, por la crisis de sentido, que es la herida abierta de esa modernidad, hace que estos busquen refugio en sectas, minorías, tribus, etc. El punto es que no se pulverice un "nosotros" mayor, esa comunidad (y no sólo Estado-Nación) que es Chile. Sería interesante, junto con darle espacio a las "diferencias", ver también qué es lo que nos une, y ahí probablemente nos llevaríamos una sorpresa: la identidad chilena no es tan artificial ni forzada, es cosa de pasearse por una fonda o ver un partido donde juega Chile, y ver a todos entonando el himno con la mano en el corazón, para darse cuenta que hay un patriotismo popular muy acendrado que difícilmente puede ser deconstruido desde las élites o la academia. No hay que olvidar que esta es una Constitución para Chile, salvo que la Convención decida deconstruir nuestra identidad (un delirio derridadiano bueno para presentar en un simposio de filosofía francesa, pero con poca conexión con nuestras raíces).

El uso del mapuche en la Convención no me molesta, al contrario, creo que dosificado, con respeto por las otras diversidades presentes, nos regala un idioma muy rico y poético y de alguna manera repara el desprecio sufrido por ese pueblo por mucho tiempo. Y eso sería una suerte de catarsis simbólica, un gesto de reparación sanador. ¡Qué cuesta tener esos gestos reparadores y qué costos paga el país por no haber hecho esos gestos generosos y justos a tiempo! Es más, yo leería al comenzar cada sesión de la Convención, un poema de un poeta mapuche y otro de un poeta chileno. La poesía es nuestro patrimonio más vivo, donde podemos encontrarnos todos en un diálogo profundo, en el emocionar más que en la razón (que, a veces, nos divide). No hay que olvidar que -como dijo Friedrich Hölderlin- "los poetas fundan lo permanente".

Otra cosa es que se obligue a todos los convencionales dirigirse a las autoridades espirituales del pueblo mapuche con sus títulos, una y otra vez. Eso debiera ser libre, porque abre un flanco complicado: el de convertir un espacio laico en un espacio religioso. Lo sagrado, por supuesto, es muy importante en nuestras sociedades, pero debemos evitar promiscuidades y confusiones de esfera. A la Iglesia le dimos demasiado espacio en nuestra sociedad, hasta el punto que para cualquier conflicto, o huelga o diferencia, se integraba a un obispo o cura a una comisión. "Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". Por eso Diego Portales repetía: "No creo en Dios, creo en los curas". Laicidad no significa -y hay que decirlo- irrespeto o desconocimiento de las distintas formas de espiritualidad presentes en Chile, muy importantes en esta modernidad anhelante de sentido.

Otro aspecto interesante que, me parece, comienza a dibujarse en la Convención: pareciera que los grandes derrotados de lo que viene van a ser los dos partidos leninistas de la Convención: el PC y la UDI. Caramba qué poder han tenido estas dos colectividades en las últimas décadas y cómo su apego a las verdades cerradas le ha hecho tanto daño a nuestra democracia. El reduccionismo economicista de una (la UDI), su dogmatismo "Chicago Boys", y el reduccionismo marxista ortodoxo de la otra (y su cubanización evidente) han llevado al país a polarizaciones innecesarias, y en muchos casos artificiales. El país real está cansado de las revoluciones (la silenciosa o la jacobina) y llevamos décadas siendo un laboratorio experimental de ellas. Este es un país mucho más heterogéneo y diverso, más dinámico que antes (más emprendedor, hay que decirlo y, por lo tanto, menos estatista) y, al mismo tiempo, nostálgico de la comunidad; nadie ha hecho una hermenéutica adecuada y fina del estallido, y tal vez en la Convención se abra la posibilidad de vislumbrar una Constitución más cerca de la demanda profunda de los chilenos que de las verdades teóricas, casi teológicas, de esos dos partidos que, por el bien de Chile, debieran transformarse, renovarse o desaparecer.

Es de esperar que superada la asfixia y control que tienden a imponer los leninistas de izquierda o derecha, en la Convención comience a respirar el Chile del futuro, menos parecido a una utopía que a una república equilibrada, sin desmesuras de ningún tipo, jamás "perfecta", porque "lo perfecto es enemigo de lo bueno". ¿Cuánto nos vamos a demorar a llegar a ese punto de equilibrio? El mundo que se viene (con cambio climático, pandemias, desorden geopolítico global, etc) es tan complejo que los países no pueden perder tiempo en rencillas decimonónicas de una época que ya terminó. Necesitamos cambiar nuestras cajas de herramientas y trabajar en las nuevas preguntas y liberarnos de la lealtad a respuestas -a estas alturas- muertas.

Todo está indicando que el trabajo de las comisiones -primer test serio para evaluar esta Convención- "va como avión", como me dijiste. Es decir, no nos vamos a demorar tanto como Bolivia en definir el Reglamento, no vamos a naufragar en el intento. Parece que la atávica y tan chilena "pasión por el orden" (que le debemos a Portales y Andrés Bello) sigue operando en alguna parte de nuestro ser. En las comisiones se está trabajando sobre temas rugosos y reales, y siempre la realidad ordena las cosas. Finalmente, somos un país más legalista y reglamentalista (para bien y mal) de lo que creemos y queremos.

Y, al parecer, los convencionales en esas instancias han demostrado una amabilidad y civilidad que muchos creíamos perdida. "La Tía Pikachú" -me confidenció otro amigo constituyente- es muy agradable en la "conversa"; el líder de la Lista del Pueblo más performático y radical es "un pan de Dios", me confesaste tú. Y el exsenador y exalmirante Jorge Arancibia -cuya nominación a la comisión de Derechos Humanos ha generado tanta molestia de muchos- es, confiesan en secreto muchos convencionales de izquierda, un señor muy tratable y agradable. Hace unos días vimos a convencionales de izquierda y derecha tomándose de la mano en los jardines del ex-Congreso e invocando a la Pacha Mama. Aunque para algunos esto esté en el límite de lo "new age" y fuera de la sobriedad republicana, me parece que todo acto que pueda reunir a los distintos y ayudar a generar un nuevo clima de convivencia, es positivo. Así que, convencionales, como dijo el cantante José Luis Rodríguez "!agárrense de las manos!". Lo que no puede pasar de ninguna manera es que se agarren a combos.

Una vez definido el reglamento, comenzará el trabajo de fondo de la Convención, el más apasionante y que requerirá pensar juntos, con espesor, inteligencia y visión de futuro, el nuevo pacto social que el país requiere. Ahí -como muy bien lo señaló hace poco Agustín Squella- la Convención debe tener su mirada en el futuro y desapegarse del presente y la contingencia. Ese debiera ser un momento de menos "selfies", twitters, canales de Instagram (dispositivos todos de un inmediatismo que para esto no sirve) y más de estudio y, sobre todo, diálogo. Debemos superar la conversación de matinal y ponernos a dialogar de verdad. Pero ¿qué es genuinamente dialogar?

Hay que distinguir en primer lugar entre diálogo y discusión. Y vale la pena releer lo que escribió sobre eso el gran maestro y filósofo chileno Humberto Giannini, que cultivó hasta el último día la pasión por la conversación.

Dice Giannini:

 "Para la argumentación política [...] la instauración de una sociedad dialogante es un imperativo moral. En esto se juega nada menos que la humanidad del ser que solo mediante el 'logos' es hombre"
. Y también afirma: 
"La degradación del diálogo se llama discusión o polémica [...] quien discute sólo percibe la verdad o la justicia de sus propias ideas, a las que se aferra y por las que se juega ciegamente. A la discusión se llega con 'la verdad', con el sentimiento irrenunciable de tenerla y con la voluntad de retenerla a toda costa [...] En última instancia lo que se busca en el enfrentamiento es hacer pasar el conflicto a través de la responsabilidad del otro. Este es el culpable, el Enemigo. Entonces, cualquier argumento resultará bueno para demoler su versión de las cosas: desde el argumento sofista hasta la descalificación resumida del otro: su rebajamiento moral, el insulto, la contumelia, la maldición".

Me extendí citándote a Giannini, porque me parece es un imperativo moral -como dice el maestro- recuperar el diálogo, es un imperativo humanista. La Convención podría dar un ejemplo pedagógico de esto, restituyéndonos la esperanza y exorcizando todos los demonios que nos acosan, los de la intolerancia, mala fe, soberbia y también este infantilismo mediático que nos ha hecho tan poco avanzar y enredarnos en los pantanos de nuestra propia confusión anímica. Chile debe cambiar de estado de ánimo. Dejar atrás el resentimiento (de una parte de una izquierda vociferante y a veces delirante) y la soberbia patronal (de una derecha rígida y paralizada por el miedo) y darnos cuenta que un exalmirante, una machi, un representante de una minoría sexual, un huaso y una feminista son capaces de convivir meses juntos en un espacio común sin agarrarse de las mechas, ni destruirse mutuamente como en un patético y trágico "reality show". Lo que puede salir de ahí, si esto resulta es un mosaico armónico, no un imbunche.

¿Acaso no nos merecemos soñar después de estos años tan duros y zarandeados? Tal vez mi optimismo tenga que ver con esta primavera anticipada por el éxito de la vacunación en nuestro país y el fin de las exasperantes cuarentenas, que nos tiene a todos, creo, por fin contentos, después de tanto encierro y depresión. Ojalá que ninguna variante Delta -viral o política- venga a arruinar esta necesaria y tan anhelada esperanza. Los países y las personas no pueden existir sin esperanza. Y la esperanza -como tantas cosas fundamentales en la vida- se construye. Es la tarea tal vez más urgente que tenemos por delante. Como dijo el filósofo Jorge Millas, en momentos muy duros de nuestra historia: "Hay que alentar la esperanza".

Esperando tu reacción a estos comentarios, te mando un abrazo a ti y a todos y todas los y las constituyentes (y que me perdonen no poner "les", no se me da no más)

Desde el jardín, Cristián Warnken



 Carta a Roser Bru.


"La miro y no veo a una anciana embarcándose: es la misma niña, con los ojos curiosos y brillantes de asombro que llegó esa tarde de 1939", dice Cristián Warnken.


POR CRISTIÁN WARNKEN


SÁBADO 29 DE MAYO DE 2021


Estimada Roser Bru:


Usted acaba de tomar el barco que nos llevará tarde o temprano a todos a nuestro viaje de regreso, el viaje definitivo. Usted tal vez estaba más preparada que nadie para ese zarpe: apenas tenía 16 años cuando llegó a Valparaíso en el Winnipeg, escapando de la muerte colectiva, la Guerra Civil Española, que la transformó a usted y muchos de su generación en inmigrantes, refugiados, puros "nadie", como lo fue Ulises, como lo han sido todos los que han partido huyendo o regresando. Todos somos descendientes de algún "nadie", todos somos inmigrantes en nuestra memoria o nuestra sangre. Las luces de los cerros de Valparaíso brillaban como estrellas cuando el Winnipeg se acercó a la orilla de esta finis terrae donde usted llegó, con apenas una maleta en la que venían más libros de poemas y dibujos que ropa. Ligera de equipaje, como ahora en este nuevo viaje. Ya lo dijo Antonio Machado, otro "nadie" de esa España quebrada en dos: "Cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis abordo ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar".


La miro y no veo a una anciana embarcándose: es la misma niña, con los ojos curiosos y brillantes de asombro que llegó esa tarde de 1939, una niña atrapada en un cuerpo mayor, siempre mirándolo todo con curiosidad y asombro para pintar al hombre y la mujer, en su dolor y desnudez, la descendiente de una tradición de españoles videntes que usted reescribió (porque su gesto fue el de la visualidad escrita): Goya, Velázquez. Pero también los poetas visuales y videntes, Lorca, Rimbaud. Usted miró a la muerte de frente, con toda su brutalidad y exceso, con obsesión, como lo han hecho siempre el gran arte y la gran poesía española. Recordemos a Quevedo (que tanto amaba su amigo Neruda) y su "agricultura de la muerte". Usted, Roser, también a su manera, hizo agricultura de la muerte: cuando "trabajó" la fotografía de ese miliciano muerto en España, Robert Capa, y los rostros de los los muertos de la guerra civil, y los de los muertos y desaparecidos del 73 en Chile, porque en esas muertes y en ese dolor estaba también su vida y su "premuerte".


Tantas veces habló de esa premuerte, esa premuerte en la que estamos todos, pero sobre la que ponemos un manto de olvido, salvo los artistas, los pintores, los poetas que —como dijo Enrique Lihn— trabajan "codo a codo con la muerte". "Que no quiero verla", dijo Lorca por la muerte de su torero admirado: pero no dejó nunca de verla y usted, en cambio, Roser, dijo que quería verla, esa muerte de los otros que también es nuestra propia muerte. Bueno, pues aquí la tiene, maestra, aquí está su propia muerte que, como dijera Neruda, la está esperando en la orilla "vestida de almirante".


El otro viaje comienza. Usted sabe partir. Somos nosotros los que debemos seguir mirando, "viendo" sus grabados y pinturas para aprender a partir. Usted sabe de dolores, usted pensó, pintó el dolor, ahondó en él como pocos artistas, con crudeza y delicadeza al mismo tiempo: usted cobijó los rostros desgarrados por el zarpazo de la historia. Maestra de dolores pero no dolorista ni quejumbrosa; estoica y vital como nadie, quizás porque "trabajar codo a codo" con la muerte y el dolor hace amar y vivir la vida con más intensidad y pasión.


La muerte tal vez fue una más de las mujeres que usted indagó. La muerte ha sido pintada siempre como mujer. Qué curioso: la mujer, dadora de vida, y la muerte es mujer. La "muer-vida", diría Huidobro. Y usted se interesó en el enigma de la feminidad: Frida Khalo, Virgina Woolf, Gabriela Mistral. Mujeres fuertes y frágiles, indagadoras de otredades. Por algo trabajó esa frase relámpago de Rimbaud:

 "Yo es otro". 

Usted fue muchas veces "otra", otras", su interés por otras y otros, por los otros, nunca se extinguió. Me la imagino ahora, con los ojos muy abiertos, la niña catalana que no deja de zarpar, preparándose para entrar en lo "otro", tal vez conversando con la Muerte como una vieja conocida. ¿O la muerte también es una niña de ojos curiosos, Roser?


Valparaíso se enciende otra vez, como esa tarde de 1939, todas las ciudades de Chile debieran encenderse para despedirla a usted, todos debiéramos partir con usted, porque de eso trata,  de partir, de devorar la vida y la muerte con ojos de niña y artista, de recrearla, hacer de la vida una tela en blanco donde siempre empezar de nuevo, porque todo es desarraigo y usted nos descubrió y nosotros tenemos que aprender ahora a descubrirla, y sus telas son barcos que zarpan siempre de nuevo, porque tenemos más de una patria y  quizás  la patria más importante del hombre y la mujer es el arte. Gracias por traernos de regalo un pedazo de esa patria grande, en su pequeña maleta de niña insaciable.


¡Buen viaje, Roser Bru!




Carta a un amigo socialista.

El veto del PC y sus aliados "tiene un valor simbólico muy grande y prefigura tal vez uno de los riesgos que enfrentará nuestra democracia en los próximos meses", plantea Cristián Warnken.

Partido Socialista de Chile.
POR CRISTIÁN WARNKEN

SÁBADO 22 DE MAYO DE 2021

Querido amigo:

Acabo de conversar contigo en una reunión de amigos por Zoom -aunque dudo que Zoom sea el lugar de un encuentro genuino entre amigos- y me doy cuenta que estás muy afectado por lo que acaba de pasar con la izquierda tradicional en las últimas elecciones.

Y me di cuenta que más que los malos resultados electorales, lo que más te ha afectado es el veto que el candidato comunista y sus aliados del Frente Amplio han impuesto al Partido Socialista, tu partido desde la cuna, y a sus aliados. Hace tiempo que no te veía tan "tocado".

Cuando te escuché lamentarte de lo ocurrido, pensé que eran solo lamentos de un viejo socialista nostálgico de un pasado mítico hoy en extinción; un dinosaurio, en suma, que no logra sintonizar con este Chile nuevo que nace. Ahora empiezo a entender y empatizar con tu angustia y me doy cuenta que lo que ha ocurrido y sus consecuencias son mucho más que una mera pelea interna de una izquierda desgastada.

El veto del precandidato presidencial comunista y sus aliados al PS y sus aliados tiene un valor simbólico muy grande y prefigura tal vez uno de los riesgos que enfrentará nuestra democracia en los próximos meses, si esa lógica de exclusión y censura comienza a convertirse en práctica habitual.

Pienso en las alcaldías donde los comunistas se han hecho del poder, pienso en los constituyentes en la convención acorralados por esta misma lógica, que en alguien no preparado ideológicamente -muchos independientes que llegaron ahí con sueños muy genuinos y puros- puede convertirse en un cerco muy difícil de saltar. Daniel Jadue se ha convertido, para usar vocabulario freudiano, en el "Super-Yo" de la izquierda, el que distingue entre los "buenos" y los "malos", el que descalifica livianamente de "neoliberales" a partidos de izquierda, el insulto que más puede doler a alguien de izquierda.

Antes, para neutralizar a un "compañero", se lo tildaba de "facho". Como ese adjetivo es tan ridículo e insostenible hoy, hoy se demoniza a los revisionistas como "neoliberales", palabra vacía, "flatus vocis", como habría dicho Guillermo de Ockham, que encierra todos los males que se yerguen en el imaginario de la izquierda. Ahora son "neoliberales" los exconcertacionistas, los PPD, los liberales de Vlado Mirosevic... mañana lo serán también los socialistas.

El cerco se va corriendo. Vieja práctica de chantaje emocional más antigua que el hilo negro. ¿Te acuerdas del "renegado" Karl Kautsky? ¡Cómo lo insultó Lenin! Los leninistas y estalinistas rusos, antes de aniquilar físicamente el enemigo, primero lo encerraban en un adjetivo denostador. 

Jadue se ha ido convirtiendo de a poco en una suerte de comisario de una izquierda radical ensoberbecida por los buenos resultados de esta elección, una izquierda empoderada, donde no cabe la duda y sólo abundan las convicciones.

Sin ir más lejos, una diputada de su partido levantó un altar a Lenin en su cuenta de Twitter... ¡en pleno siglo XXI! Lo que más me sorprende es que Gabriel Boric, a quien considero un hombre de convicciones pero también de dudas (cita siempre una frase de Albert Camus al respecto), haya cedido -porque está claro que esta exclusión vergonzosa lo incomoda- y finalmente haya avalado con su silencio a este primer decreto jacobino de una revuelta en vías de institucionalización (cuando se redacte la nueva Constitución).

Siempre los girondinos son más débiles que los jacobinos y acaban mal. ¡Mira a Danton! Los girondinos de la izquierda acaban de recibir un portazo en sus narices, sólo falta que los mencheviques locales vean como se clausura la asamblea de la noche a la mañana para darle el poder total a los bolcheviques.

¿Profecías delirantes y apocalípticas las mías? La historia nos muestra que si no se paran en seco estos gestos comisariales, estos vetos totalitarios dentro de la misma izquierda, la victoria se la llevan los que tienen más voluntad de poder. Acabo de escuchar un audio que me enviaste de Camilo Escalona con una intervención suya en el Comité Político del Partido Socialista hace unos pocos días: unas palabras muy sentidas, en que se hace patente esta vieja historia de desencuentros de los socialistas con los comunistas, que nace de las diferencias entre un socialismo de esencia libertaria, que tuvo que sufrir los rigores estalinistas de su aliado, de sus comisarios, que se han sentido con la libertad de poner cada vez que pueden el pie encima a los socialistas, por una especie de superioridad moral y política totalmente discutible. Y que ahora vuelven a poner el pie sobre sus antiguos aliados, "vetando" a quienes querían sumarse a la primaria "progresista".

Ahora entendí -al conversar contigo y escuchar ese audio- lo que significa la historia e importancia del Partido Socialista en la historia de Chile y cómo lo que le pase en ese partido tiene siempre consecuencias en toda la sociedad chilena. Sin ir más lejos, la transición pacífica a la democracia y la política de los acuerdos no habría sido posible si el Partido Socialista no hubiera sido un actor relevante de esta.

Al escuchar la voz de este político antiguo, hijo de panadero, socialista hasta la médula, entrañablemente socialista, que sufrió la persecución y el exilio, y que jugó un rol muy importante al sumar a la transición "pactada" -hoy tan demonizada- a socialistas almeydistas más radicales, escuché también tu voz, y la voz profunda de un Partido Socialista hoy en decadencia, pero que arrastra una historia llena de épica, que no se puede ningunear ni humillar como lo acaba de hacer este joven candidato comunista que aplica viejas prácticas de "limpieza" política.

Porque de eso se trata: limpiar a la izquierda ortodoxa de todo lo que huela a revisionismo, socialdemocracia, reformismo. Quienes lo somos sin complejos ya no le tememos a ese padre autoritario (PC), pero entiendo que los socialista de carnet y cuotas al día, como tú, en estos momentos históricos tan decisivos, huelen a ese padre castigador y totalitario otra vez  respirarles en la nuca.

Ahora uno comprende por qué Javiera Parada, hija y nieta de comunistas, huyó de esa asfixiante familia que no permite disidencias, y huyó lejos como deben hacerlos los hijos e hijas que quieren encontrar su propio camino en la vida, en este caso, en la vida política. Y esta el caso de Vlado Mirosevic y su grupo de jóvenes liberales -tal vez lo mejor de la nueva izquierda de hoy- que arrancó de un Frente Amplio tutelado por el PC y que ahora recibe el humillante castigo que tarde o temprano recae sobre todo disidente.

"Los compañeros lamentablemente han aprendido una parte de la historia del socialismo chileno, no toda la historia del socialismo chileno", parte diciendo Escalona en su intervención. Ese es el pecado de nacimiento del Frente Amplio: muchachos y muchachas que creen que la historia comienzan con ellos, que solo manejan una historia de manual, pero no sus matices. Se llenan la boca con Salvador Allende, pero no saben cuál fue su historia y cómo también fue víctima del acoso de los "radicalizados".

"El socialismo chileno se levantó luchando por su autonomía" continúa Escalona y ahí les hace, a sus compañeros más jóvenes, una clase magistral sobre la historia del Partido Socialista. ¿Qué saben los jóvenes de izquierda de hoy de Óscar Schnake, Marmaduke Grove, Eugenio Matte, Raúl Ampuero? ¿Saben que el Partido Socialista nace y viene de una historia libertaria, una lucha por su autonomía de su proyecto político?

"Sólo desde esa autonomía llegaron a un entendimiento con los comunistas, no sometidos por los comunistas, ese el gran proyecto de Allende", afirma Escalona. Y es justamente esta autonomía la que acaba de ser pisoteada por una izquierda más radical, que se acaba de convertir en una visadora o vetadora de candidaturas.

¿El PC y el FA van a decidir quiénes deben ser los aliados del PS? "¿Vamos a convertirnos en un partido "títere" como sucedió en los tiempos de los Frentes Amplios de la orbe soviética?"... Buena pregunta la de Escalona. De la respuesta a esa pregunta no sólo depende el destino del Partido Socialista sino de la democracia chilena. Ni más ni menos. Se le podrán criticar muchas cosas a Escalona, pero el "viejo" tiene olfato e instinto político, sentido de las historia, ese que le falta a los "buenistas" hoy aliados con los inquisidores de siempre.

"Esta decisión es histórica, prefigura el futuro", afirma Escalona. Lamentablemente tiene la razón. Si el Partido Socialista, el FA y la nueva izquierda independiente agachan la cabeza como niños sumisos a las tentaciones totalitarias del candidato comisario, duros días vienen para Chile. Si, en cambio, la izquierda libertaria y democrática, honrando a su historia, se levanta, saca su voz -como la sacó después de mucho tiempo Escalona- y se para de igual a igual ante los autoungidos comisarios ideológicos, entonces volverán el equilibrio, la razón, la inteligencia política a la izquierda.

Y eso es clave en estos días, porque, a la luz de los resultados de la elección de este fin de semana, Chile se izquierdizó: es, al parecer, su hora, como lo fue en los '70. Pero, ¿cuál de las dos izquierdas liderará este complejo proceso de cambio?

Se me ocurre jugar libremente con estos versos de Antonio Machado. "Españolito que vienes al mundo/te guarde Dios/una de las dos Españas ha de helarte el corazón", y decirle al oído a algún militante de la nueva generación: "Socialista que vienes al mundo/te guarde Dios/ una de las dos izquierdas ha de helarte el corazón".

Ahora te entiendo, amigo, porque el otro día te sentí con el "corazón helado". Comprendo la causa de tus desvelos. Y después de pensarlo y darle estas vueltas que acabo de compartir contigo, se me contagió tu insomnio.

Un abrazo de tu amigo desvelado, desde el jardín.

 



Carta amarilla a mis hijos.


Carta a mis hijos:


Escribo esta carta para responder a una pregunta que me hicieron hace más de un año, y que no pude responder con claridad y contundencia, dado el contexto en que fue hecha. Ahora por primera vez puedo responderla y hacerla pública. Creo que es una pregunta importante, que vale la pena contestar en serio, una pregunta que tiene que ver con lo que queremos y no queremos para nuestro país, tiene que ver con convicciones profundas que tenemos el deber de traspasar a las nuevas generaciones.  

Paseábamos tranquilamente por el litoral central en el 2020, como siempre lo habíamos hecho por años (esa costa es parte de mi infancia), cuando un grupo de jóvenes comenzó a gritar en voz en cuello, increpándome:

 "Miren, ahí va el amarillo, el vendido a los fachos" (sic), etcétera, etcétera. Pocos días antes de ese episodio había escrito una columna que llevaba por título "Soy de izquierda: rechazo la violencia" que se había viralizado por las redes. Gritaban mientras iban caminando y mucha gente miraba sin entender. Era primera vez que recibía una funa "presencial"; todas las otras funas (por mis escritos contra la violencia octubrista) habían sido hasta entonces virtuales.


Afortunadamente, nunca me ha interesado el falso diálogo que suele darse en las redes sociales. Son mis amigos más conectados quienes me informan cada cierto tiempo cuándo me están "linchando" o quemando en las hogueras inquisitoriales que han prendido desde octubre del 2019 los comisarios o jueces morales de nuestra ultraizquierda sobregirada. 

Desde luego, no contesto las injurias y canalladas o mentiras que suelen usarse para descalificar al enemigo (en las redes no existen adversarios, existen enemigos), no tiene sentido perder la energía y el tiempo en meterse en las alcantarillas de la comunicación virtual. Otra cosa es una funa presencial. Esta era la primera, y en ese momento me di cuenta de que algo había cambiado, que por primera vez en mi vida arriesgaba un tipo de encuentros o encerronas como esta, algo terrible para un peatón como yo, que usa transporte público, camina por las calles del centro de Santiago o Valparaíso, que ama "flanear" por el espacio público, conversar con la gente, revisitar lugares cargados con tu propia historia.


Entendí de inmediato que estaba empezando a perder mi libertad de circular, algo que les había pasado a políticos de centroizquierda antes que a mí, que habían osado disentir de la nueva unanimidad instalada y guiada por el ala más radical de la izquierda convencida de que el país estaba a las puertas de una revolución. Es lo que les ha ocurrido a destacados periodistas que no abrazaron desde el comienzo el fervor "octubrista" como sí lo hicieron otros colegas convertidos en acelerantes verbales de la "revuelta", como algunos que celebraron los fuegos artificiales lanzados por los narcos en la plaza de la Indignidad. Por supuesto, no he visto que nadie solidarice públicamente y de manera contundente con esos periodistas disidentes de la verdad "oficial" de la revuelta.


Hay que decirlo: desde octubre del 2019 la libertad de expresión ha estado amenazada en Chile para quienes no participaron del relato maniqueo que quería hacernos creer que Piñera era un dictador y los treinta años de la Concertación los peores años de nuestra historia y que el pueblo se estaba levantando contra la dictadura "neoliberal" (otra palabra abusada y manoseada, como "fascista"). El epíteto "facho", para quienes como yo estuvimos en la lucha contra la dictadura, evidentemente no es una palabra agradable de escuchar. Si alguna experticia tiene el Partido Comunista, es en el uso y abuso de la retórica "antifascista". En esa cancha se sienten cómodos y a sus anchas. Les encanta enfrentarse al "fascismo", y si no lo tienen al frente lo van a inventar. Es lo que harán con Kast, que claramente no es fascista (sí un conservador ultramontano, pero eso es otra cosa). Hasta la derrotada candidata Provoste (que se disfrazó de "amarilla" sin convencernos) lo llamó "fascista", revelando de paso que su lenguaje y retórica son comunistas. Un diputado comunista calificó una vez a los votantes populares de la derecha "fachos pobres". Pero La palabra "amarillo" es más suave; a los comunistas de los 70 –cuya postura era más reformista y moderada–, la ultra los llamaba "rabanitos": rojos por fuera, amarillos por dentro. Ahora los rabanitos, los amarillos son todos los que no adscribimos los dogmas revelados de la Verdad de la "revuelta". Verdad llena de mentiras, como la de que los que queman supermercados, iglesias y destruyen el espacio público son "presos políticos".


Pero vuelvo a mi primera funa. Ahí estamos, hace un año, paralizados mis hijos y yo ante los insultos que cruzan la calle. Una y otra vez: "¡Amarillo, vendido a los fachos!". Como un mantra. Ustedes, hijos, miraron con asombro y un poco de miedo a esos jóvenes desaforados y agresivos y me preguntaron: "Papá ¿qué es ser amarillo?". Recuerdo que reí, aunque una profunda tristeza me inundaba: darme cuenta de que la pulsión totalitaria andaba suelta por la calle, y que cuando eso empieza ocurrir es porque la democracia está en peligro. Y tristeza por ver a la izquierda de la que siempre me sentí parte, secuestrada por los más radicales, los más fanáticos, los mismos que le hicieron la vida imposible a Allende, los que avalaron irresponsablemente la vía armada, los que convirtieron a un adversario (Jaime Guzmán) en un enemigo a liquidar. La peor izquierda, la del resentimiento, la de las consignas trasnochadas, la que guarda un silencio cómplice ante las dictaduras de su mismo signo. Es la "ultra", la que siempre nos ha llevado por el camino de la derrota y al pueblo, al del sufrimiento. Esos jóvenes que gritaban, intoxicados de propaganda y mentiras, tal vez no sabían nada de esa historia, nadie se las había contado.


Esa fue la primera de mis "funas". Ahí perdí la inocencia, ahí terminó por "caerme la chaucha", ahí la izquierda (la que hoy manda, porque la otra es irrelevante) murió en mí. Ahí entendí rápidamente que no solo hay un fascismo de derecha, sino también uno de izquierda. Hay una derecha cavernaria en Chile (como lo dijo Vargas Llosa), sí,  pero también hay una izquierda cavernaria. Hay que decirlo. Y ha circulado impunemente por las calles de las ciudades de Chile, en las universidades, en las redes sociales usando el terror, el amedrentamiento para silenciar toda disidencia a los dogmas de un octubrismo casi religioso.


Intentamos dialogar con nuestros denostadores, pero nos dimos cuenta de que no querían dialogar ni escuchar. Estaban poseídos por su odio, fundado en la ignorancia.

 "Papá: ¿qué significa ser amarillo?".

 Hijos: hoy les puedo responder con más distancia y serenidad. En ese momento tenía mucha pena y, por qué no decirlo, miedo. Ahora tenemos la obligación, quienes creemos que será posible algún día una izquierda democrática en Chile, de responder esa pregunta. Para que nunca repitan ese gesto totalitario de esos jóvenes enfurecidos, para que no se dejen intoxicar por discursos de odio, para que sepan que hay alternativa a la violencia, para que nunca traten a sus adversarios como enemigos. Para que estudien historia y no se conformen con las ideas hechas y las consignas. Hoy puedo decirlo en voz alta, con orgullo, sin complejos y con menos miedo que esa vez que nos interpelaron en plena calle. Ser amarillo es tener hondas convicciones democráticas, creer en el Estado de Derecho, en el diálogo, en los acuerdos, en las reformas graduales y bien hechas, en el respeto genuino a la diversidad de pensar.


Los amarillos no consideramos al adversario político en un enemigo a destruir, no nos gusta por eso leer mucho a Carl Schmitt, en cambio nos sentimos más cerca de Norberto Bobbio. Los amarillos no creemos en las tomas a la Bastilla, el Palacio de Invierno o el Capitolio, no nos gusta el griterío desaforado de las asambleas estudiantiles en la que terminan ganando los matones y prepotentes y se silencia a los que piensan distinto, preferimos que las diferencias se resuelvan como la democracia liberal representativa lo ha establecido, no ensoñamos con una supuesta "democracia directa", porque sabemos que eso es una máscara para vestir un régimen dictatorial. Somos socialdemócratas, fuimos denostados hace mucho tiempo por un sicópata llamado Lenin y nos costó mucho sobrevivir a las caricaturas y persecuciones. Las estatuas de Lenin fueron derribadas en los países que sufrieron el horror de los socialismos reales, pero sus discípulos siguen practicando sus estrategias de propaganda y ahora ellos derriban estatuas de los íconos de la historia y queman los espacios públicos y los privatizan.


Los amarillos nos sentimos orgullosos de la épica de nuestra transición a la democracia y no nos compramos esa ingeniosa pero falaz consigna "no fueron treinta pesos, fueron treinta años". Los amarillos aprendimos de la trágica derrota de la izquierda en 1973, que los cambios no se hacen con puro voluntarismo y de manera atolondrada y potenciando la inestabilidad y la inseguridad, porque la historia nos ha enseñado que eso ha traído más sufrimiento a los pueblos a los que se dice representar. Ser amarillo es ser guerreros del arcoíris, abrazar la mayor diversidad de opiniones posibles, jamás creerse dueños de la verdad y menos hablar desde la superioridad moral y desconfiar de los iluminados. Los iluminados con su luz, que transforman en fuego, terminan incendiando la pradera.


Los mejores presidentes que ha tenido Chile en las últimas décadas, Aylwin y Lagos, son amarillos. Sí, Lagos, el denostado y ninguneado Lagos, el mejor líder de la izquierda de las últimas décadas al que el Partido Socialista (dominado por operadores) sacrificó impunemente, al que también funaron y gritaron, Lagos, que acaba de darles una lección de grandeza y al que –estoy seguro– ahora empezarán a rendirle pleitesía y hasta le levantarán una estatua…


Es un color muy bello el amarillo, esplendió en lo girasoles de los campos de la Rusia totalitaria de la película Doctor Zhivago. Es un color que debemos multiplicar por todas partes cada vez que la oscuridad inquisitorial intenta impone un cromatismo monótono, asfixiante. Los amarillos creemos en los cambios, pero también en el respeto y cuidado de nuestro pasado y nuestra historia. No pensamos que el fin justifique los medios, no creemos en el Paraíso en la Tierra, porque cada vez que se ha intentado realizarlo, ha terminado en Infierno.


Hijos: no tengan miedo de decir que su padre es "amarillo". Díganlo con orgullo, sin vergüenza. Les tengo una muy buena noticia: hoy –después de estos años de furia, intolerancia y delirio colectivo– los amarillos otra vez estamos de moda. ¡Todos quieren ser ahora amarillos! Una oleada de conversión al amarillismo, la moderación, al centro se ha apoderado incluso de los que hace poco encendían barricadas. Todos están hablando inesperadamente contra la violencia, todos enarbolan la paz, el diálogo, todos nos buscan. Nos necesitan desesperadamente. Una marea amarilla está cubriendo Chile.


Me preguntarán ustedes: ¿cómo esta súbita conversión, esta epifanía con el amarillo? Hijos: ahí tengo que contarles otro cuento: el cuento de la lucha por el poder, del amor al poder, de lo adictivo que es el poder cuando se siente cerca. ¿Oportunismo de último minuto, mero cálculo electoral? Quiero apostar que no. Y si ese oportunismo sirve para centrar la política y evitar la polarización y propiciar los acuerdos, bienvenida sea esa conversión de último minuto. Los amarillos no juzgamos ni funamos a nadie. Habrá que creerles a estos San Pablos que la realidad hizo caer del caballo para escuchar la voz del pueblo, después de la primera vuelta presidencial:

 "Vox populi, vox dei".

Por eso, hoy grito alto y fuerte:

 "¡Amarillos del mundo, uníos!"

 Los cobardes que ayer callaron, ahora sacan la voz; los oportunistas que avalaron la violencia o fueron ambiguos ante ella, se le declaran contrarios. Recibamos con los brazos abiertos a los miles de amarillos que están apareciendo por todas partes. Mira, ahí hay uno que me funó en las redes sociales, y ahora es amarillo. ¡Bienvenido! Y ese otro que le dio piso teórico a la violencia, también se puso amarillo. ¡Bienvenido!  Y mira, hasta ese político comunista está haciendo ahora declaraciones amarillas: 

¡Bienvenido, rabanito, de vuelta a casa, te recibimos con los brazos abiertos!


¿No será solo una hepatitis epidérmica la que les vino a todos estos amarillos recién aparecidos? Habrá que ver cómo se comportan en los próximos años. Quiero creer en la evolución humana, nada está fijo ni inmutable y qué bueno que así sea. Me dicen que una bandera amarilla va a ser izada prontamente en las puertas del Palacio Pereira, donde funciona la Convención. Que ya se habla de una Constitución amarilla, etcétera, etcétera. "¡Cambia, todo cambia!", con cuánta razón cantaba Mercedes Sosa esa maravillosa composición, inspirada en Heráclito, el filósofo del devenir y el cambio. Los amarillos somos más heraclitianos que parmenidianos. Y, sobre todo, a los amarillos no nos gusta esa cosa fea del rencor, no creemos en la venganza y, por eso, a pesar de todas las funas, silenciamientos, prepotencia sufridos, con José Martí decimos: 

"Cultivo una rosa blanca / en junio como en enero / para el amigo sincero / que me da su mano franca / Y para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo / cardo ni ortiga cultivo; / cultivo una rosa blanca".

 La rosa blanca se ha convertido en el símbolo del movimiento contra la dictadura en Cuba.


Nosotros, los que creemos en cambios, pero en paz y sin prepotencia ni soberbia, debiéramos llevar una flor amarilla en el ojal, símbolo de la Primavera noviembrista que ha llegado al país.


El octubrismo tóxico está quedando atrás. Porque está floreciendo una nueva flor, la más bella de todas. La rosa de los tiempos más moderados que vienen, en que todo debiera centrarse más, tiempos en que el valor supremo es el justo medio aristotélico, tiempos en que el orden y la libertad se hermanan (como lo soñó Andrés Bello, nuestro bisabuelo "amarillo"), tiempos en que nadie debe insultar a nadie en plena calle solo porque piensa distinto, tiempos de resiliencia y de unidad. Hijos, gracias por la pregunta que me hicieron y que solo ahora pude responder con más serenidad. Ahora entienden que su padre no estaba tan solo como parecía: sepan que amarillos han existido siempre y se multiplicarán cada vez que el ser humano sienta el peligro de la pulsión totalitaria vibrar en el aire. Estos son nuestros antepasados amarillos: Erasmo, Montaigne, Sócrates, Gandhi, Mandela, adalides del diálogo y la tolerancia. Vale la pena que estampen sus rostros en sus poleras y no de los ídolos revolucionarios que usaron la violencia, gigantes con pies de barro que cuando llegaron el poder no dudaron en sacrificar a sus pueblos para mantener intactas sus teorías, sus verdades reveladas. Como buen amarillo, no les exijo que ustedes lo sean, elijan su propio camino: solo les pido, si alguna vez se encuentran con alguien que piensa distinto a ustedes, no le escupan ni le griten en la calle.


Desde el jardín.


SÁBADO 27 DE NOVIEMBRE DE 2021


 



Carta de Cristián Warnken: querido río


POR EQUIPO RADIO PAUTA |

05 DE AGOSTO 2023

“Qué hermoso… Ser atravesados por un río. Es tan simple: debemos volver a conversar con los árboles, los ríos, el cielo, las montañas”, dice Cristián Warnken.


Querido río:


Te voy a escribir una carta, sí, una carta a un río, lanzaré esta carta, apenas la termine a tu cauce. Río Chanleufú que significa en lengua huilliche “río de muchos brazos”. Naces en el Volcán Casablanca con muchos afluentes se conectan en tu recorrido, en tu límpido descenso.


Qué hermoso eres y qué sonoro. Acabo de caminar en un pedazo de bosque cuyo sendero avanza en paralelo a tu cauce, y he cerrado los ojos y he sentido una paz que no sentía hace mucho. En el mundo hay pocos refugios de paz hoy: la paz, el silencio, que permiten la reconexión con nuestro ser más profundo (nuestro propio cauce) son cada vez más escasos. Habitualmente le escribo cartas a políticos, a líderes del mundo, pero nadie hoy se da el tiempo de leer cartas y menos de escuchar.


Cada uno se escucha a sí mismo hoy, en un diálogo de sordos que no parece llevarnos a ninguna parte. Sé que tú escucharás lo que te digo y yo tengo que aprender a escucharte. Para eso tengo que acallar mi mente, mi “yo” desbocado y disperso y ser atravesado por ti. Sí, atravesado por ti…


Recuerdo esos bellos versos del poeta argentino Juan L. Ortiz:


 “Fui al río y lo sentía / cerca de mí / enfrente de mí/ (…) La corriente decía cosas que no entendía / De pronto, sentí el río en mí / corría en mí / con sus orillas trémulas de señas / Era yo un río al anochecer / suspiraban en mí los árboles / el sendero y las hierbas se apagaban en mí / ¡Me atravesaba un río/ me atravesaba un río!”.

Qué hermoso… Ser atravesados por un río. Es tan simple: debemos volver a conversar con los árboles, los ríos, el cielo, las montañas. Estamos rodeados de ellas, presencias vivas, nuestro país es más paisaje que país (como dijera Parra), pero tan pocas veces, nos acercamos a las fuentes. Por eso estamos secos, por eso nos extraviamos. Ya nadie enseña a conversar con los ríos. Ya no hay barqueros -como aquel del libro Siddhartha de Hermann Hesse– que nos esté esperando para cruzarnos a la otra orilla. Barqueros maestros, ríos maestros. En el río está todo. De ahí nació la filosofía cuando un griego muy antiguo, Heráclito dijo: 

“Uno no se baña dos veces en el mismo río”.

Ahí estaba todo dicho. La vida es devenir, puro cambio, y el río lo sabe, y nosotros lo olvidamos. Caudaloso río del sur, puro milagro de aguas desbocadas en medio de la desertificación del planeta, he llegado a ti por azar, caminando y me detengo junto a ti, frente a ti y pienso. Pero mi pensar no es un elucubrar intelectual sino meditativo. Pensar junto al río es suspender el juicio y dejarse atravesar por él. Todos los que toman decisiones hoy en el mundo debieran venir junto a ti y preguntarte, en este fluir están las respuestas, no en Google ni en las bibliotecas, aquí está el verdadero saber que necesitamos con urgencia. Lo dijo Hölderlin, poeta alemán que paseó junto al Neckar:


 “Los ríos braman indiferentes a nuestra sabiduría/y, sin embargo, ¿quién no los ama?”.

Te amo, río frío de Chile sur, me quiero quedar aquí a esperar… ¿A esperar qué? Lo que adviene, lo inesperado, lo que, cuando estamos inmersos en el activismo frenético, no podemos vislumbrar. Yo también llegué hoy junto a ti, cargado de mis angustias, cansancios, ansiedades. Ahora estoy limpio. Me he bañado en ti y sé que cambias y permaneces.


Como yo cambio, segundo a segundo… Y lanzo esta carta sobre tu corriente para que la lleves hasta el mar. ¡Acabo de descubrir que soy, somos, sólo unas gotas en un río que desciende, que no hay que aferrarse a nada, ni nadar contra corriente…! ¡Esa es la gran lección que hay que aprender! ¡Hay tantos ríos en este país que nos pueden enseñar y atravesar, allí debiéramos llevar a nuestros niños, que han estado tanto tiempo encerrados…! ¡Saquémoslos de las pantallas y traigámoslos a los ríos!  Frente a las frías y rígidas pantallas que nos hacen navegar en engañosos cursos digitales, el río espejo, el río libro, el río música, el río que lleva risas y lágrimas, el río que nos bautiza, nos sana, el río por el que inevitablemente, descenderemos algún día a otras aguas. Gracias río, por escucharme, gracias por atravesarme…


Cristián Warnken


 






Itsukushima Shrine.


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