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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

domingo, 23 de abril de 2017

438.-Impresor Juan de la Cuesta y Cervantes.-a



Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; 


  

Juan de la Cuesta fue un impresor español, conocido hoy fundamentalmente por haber dado a luz el Quijote y otros trabajos de Cervantes, aunque también salieron de sus prensas muchas otras obras del Siglo de Oro.

Luis Bustamante Robin

Primeros años

Las noticias más antiguas parecen ubicar a La Cuesta en Valladolid en el año 1567. Según Eisenberg, se puede identificar al impresor Juan de la Cuesta con el docente homónimo, autor del Libro y Tratado para enseñar a leer y escrivir brevemente y con gran facilidad correta pronunciación y verdadera ortografía todo Romance Castellano, y de la distinción y diferencia que hay en las letras consonantes de una a otras en su sonido y pronunciación publicado en 1589 en la imprenta de Alcalá de Henares propiedad de Juan Gracián, donde fue posiblemente compuesto por el propio La Cuesta. Sin embargo, un estudio y edición de este texto por Laura J. Mulvey, tesina en University College, Dublín, no apoya la identificación de su autor con el impresor madrileño.
Entre 1588 y 1591 se trasladó especialmente a Segovia, donde imprimió las obras de Juan de Horozco y Covarrubias tituladas Tratado de la verdadera y falsa prophecía y Emblemas morales. Durante estos años puede también haber traficado en pieles en dicha ciudad.
En 1599, María Rodríguez de Rivalde, viuda de los impresores Juan Íñiguez de Lequerica y Pedro Madrigal, emplea a Juan de la Cuesta, asociándose en noviembre de ese año a la cofradía de los Impresores de Madrid. A principios de 1604 quedó a cargo de la imprenta de Madrigal, con cuya hija, María de Quiñones, se había casado. Uno de los sellos o escudos de Madrigal, que Cuesta seguirá utilizando en la portada de sus libros muestra un halcón de cetrería, un león dormido y una divisa que reza «Post tenebras spero lucem», es decir, Espero la luz luego de la oscuridad (Job, XVII 12).
Hacia finales de ese año, el comerciante de libros Francisco de Robles encargaría a La Cuesta la impresión de la edición príncipe de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

Establecimiento en Madrid

Su imprenta estaba en la calle de Atocha de Madrid. El edificio donde se encontraban los talleres donde se imprimió la edición príncipe del Quijote era conocido con anterioridad como antiguo Hospitalillo del Carmen; más tarde se le dio el nombre de Editora del Quijote o Imprenta del Quijote. La casa que se halla en el año 2004 en el solar donde estuvo aquella imprenta, en la calle de Atocha de Madrid nº 87 es propiedad de la Sociedad Cervantina de Madrid. Esta sociedad tiene el proyecto de instalar allí un Museo Cervantino, exhibir una imprenta del siglo xvii más una biblioteca especializada en temas de la obra de Cervantes y un local para representaciones teatrales y conferencias. La actual casa es un antiguo edificio rehabilitado, declarado monumento nacional de carácter histórico-artístico. El impresor Juan de la Cuesta desarrolló su actividad hasta el año 1625.

Juan de la Cuesta y Cervantes

El trabajo de edición y composición realizado en la imprenta de La Cuesta con las ediciones príncipe del Quijote ha sido a veces criticado por el elevado número de erratas y vacilaciones;¿Por quién? otros autores,¿quiénes? sin embargo, han señalado tanto la reputación de Cuesta entre sus contemporáneos y las normas menos exigentes de la época, así como las presiones de dinero y tiempos --el tiempo de la imprenta costaba mucho, había que acabar lo más rápidamente posible-- que significó la publicación del Quijote, en especial la urgencia por evitar la piratería. Es de destacar que en esa época la fijación del texto definitivo en cuanto a ortografía, puntuación y uso de mayúsculas, que era el enviado a aprobación de la censura eclesiástica, era responsabilidad de la imprenta y no del autor.
Se ha sugerido también, pero sin mayor soporte documental, que la apretada situación económica de Cervantes causó ciertos conflictos de dinero entre el autor y el impresor, quien se habría «fugado» de Madrid durante más de ocho años, dejando a su mujer al frente del taller, lo que se contradice con el encargo de nuevas ediciones de las obras de Cervantes.

Nouelas exemplares (1613)
La gitanilla
El amante liberal
Rinconete y Cortadillo
La española inglessa
El licenciado vidriera
La fuerça de la sangre
El zeloso estremeño
La ilustre fregona
Las dos donzellas
La señora Cornelia
El casamiento engañoso
La de los perros Cipion, y Bergança
Los trabaios de Persiles y Sigismunda, historia setentrional (1617, póstuma).

Otros libros

De Lope de Vega

Las almenas de Toro
Los amantes sin amor
El bobo del colegio
El caballero de Illescas
La corona merecida
El cuerdo loco
La ingratitud vengada
La gallarda toledana
Pedro Carbonero
El verdadero amante
La villana de Getafe
La viuda valenciana
La Jerusalén conquistada.

De otros autores

Romancero General, en que se contienen todos los Romances que andan impresos. Aora nuevamente añadido y enmendado, AA. VV. (1604)
Aravco domado, de Pedro de Oña (1605)
Libro de instrumentos nuevos de geometría, de Andrés García de Céspedes (1606)
Regimiento de navegación, de Andrés García de Céspedes (1606)
Restauración de España, de Cristóbal de Mesa (1607)
Prado espiritual, de Juan Basilio Sanctoro (1607)
Valle de lágrimas y diversas Rimas, de Cristóbal de Mesa (1607)
Tragedias de amor, de gustoso y apacible entretenimiento de historias, fábulas, enredadas marañas, cantares, bailes, ingeniosas moralidades del enamorado Acrisio, y su zagala Lucidora, de Juan Arce Solórzano (1607)
Obras del insigne cavallero Don Diego de Mendoza recopiladas por Frei Juan Díaz Hidalgo (1610)
La Araucana, de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1610)
Obras, de Ludovico Blosio (1611)
La Cruz, de Albanio Remírez de la Trapera (1612)
Libro de San Ivan Climaco, Llamado la Escala Espiritval, En El qual se descriuen treynta Escalones por donde pueden subir los hombres a la cumbre de la perfección; traducción de Fray Luis de Granada (1612)
Lugares comunes de conceptos dichos y sentencias en diversas materias, de Juan de Aranda (1613)
La ciudad de Dios, de San Agustín; traducción de Antonio Rois y Rosas (1614)
Annales, de Cornelio Tácito, traducidos por Antonio de Herrera (1615)
El cavallero puntual, de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1616)
Minerva Sacra, de Miguel Toledano (1616)
Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón, de Vicente Espinel (1618)
Las Eclogas, y Geórgicas de Virgilio, y Rimas, y el Pompeyo tragedia, de Cristóbal de Mesa (1618)
La filosofía vulgar, de Juan de Mal Lara (1618)
Refranes o proverbios en romance, de Hernán Núñez Pinciano (1619).


Itsukushima Shrine.

  

La filosofía política del Quijote (V): El carácter nacional español
José Antonio López Calle


En la serie de estudios dedicados a las interpretaciones psicológicas del Quijote en la línea de lo que acabaría llamándose psicología de los pueblos o psicología colectiva, ya indagamos la magna novela como expresión del carácter o personalidad nacionales de los españoles. Estas interpretaciones psicológicas entonces investigadas se caracterizaban, como entonces se vio, por basarse en el supuesto de que el carácter nacional español se hallaba expresado en la gran novela de forma simbólica o alegórica, a través principalmente de sus personajes principales y a veces también algunos secundarios, considerados como portadores simbólicos de los rasgos del carácter nacional español. También vimos que esta forma de entender el Quijote como expresión simbólica de la personalidad nacional de los españoles es insostenible por las razones que entonces explicamos.

Pero esta fracasada aproximación a la definición del carácter nacional español por la vía de la interpretación simbólica o alegórica, no es obstáculo alguno para el estudio de las ideas de Cervantes sobre la personalidad nacional de los españoles, porque afortunadamente se ha ocupado de este asunto en sus obras de forma literal y directa, sin necesidad de ningún oscuro simbolismo que haya que desvelar. En dos aspectos importantes, difiere este estudio del carácter nacional español en la obra de Cervantes de los analizados en la serie sobre las interpretaciones psicológicas del Quijote. En primer lugar, en que, frente a la recusada exégesis simbólica como vía de exploración del carácter nacional español, proponemos una exégesis literal fundada en las consideraciones explícitas de Cervantes sobre los rasgos de los españoles dispersos en varias de sus obras. En segundo lugar, en que frente a las interpretaciones simbólicas que se basan exclusivamente en el estudio del Quijote como única vía de acceso al tratamiento por Cervantes del carácter nacional, consideramos, en cambio, que el magno libro es poco relevante para la clarificación de este asunto. Pues escasas observaciones y reflexiones del ilustre escritor sobre el modo de ser, de sentir y de actuar de los españoles se localizan en el Quijote, sino en otros escritos suyos, como bien se verá.

Clarificado nuestro modo de abordar el tema del carácter nacional español en la obra de Cervantes, empecemos diciendo que el autor español se halla en sintonía con su época en el modo de tratarlo. Era una idea heredada de los clásicos griegos y latinos la de que los pueblos, al igual que los individuos, poseen un carácter o personalidad característicos, que es la clave de su comportamiento presente y de su actuación en la historia. Y en el tiempo de Cervantes era prácticamente una idea unánimemente aceptada entre los sectores más ilustrados o cultos de toda Europa y aun entre la gente común. Cervantes participa de esta arraigada creencia y da por supuesto que los diversos pueblos o naciones tienen su propio carácter o modo de ser, que determina su modo de obrar en la historia, y que los españoles, como pueblo o nación, tienen su carácter o modo de ser distintivo, que también condiciona su actuación en el escenario histórico.

Las consideraciones cervantinas sobre los rasgos definitorios del modo de ser de los españoles no aparecen al azar, sino que lo hacen siguiendo una regla: el ilustre escritor se prodiga en ellas en los contextos literarios en que los españoles se relacionan con miembros de otros pueblos o naciones. Quizá esto explique la rara presencia de observaciones sobre el carácter nacional en el Quijote, que tiene como escenario España y donde los personajes principales nunca entran en contacto con extranjeros, y que sea en la historia del capitán cautivo Ruy Pérez de Viedma donde se concentren la mayor parte de las referencias en la magna novela al carácter nacional, pues en ella se narran las conflictivas relaciones de su protagonista con moros y turcos, lo que brinda un marco adecuado para el contraste entre el modo de ser éstos y el de los españoles. Pero en otras obras cervantinas son precisamente las interacciones de los españoles con individuos de pueblos extranjeros lo que constituye el foco principal de atención y esta situación ofrece un terreno mucho más propicio para hablar del modo de ser de los españoles por comparación o contraste con otros pueblos. Muchas veces son los extranjeros los que expresan sus opiniones sobre el carácter de los españoles y otras veces, los propios españoles. Por tanto, Cervantes aborda la caracterización del modo de ser de los españoles tanto desde un punto de vista externo, el de los extranjeros en contacto con ellos, como desde un punto de vista interno, el de los españoles, que se ven obligados o impulsados a ello en situaciones definidas de contacto, a veces conflictivo, con personas de otras naciones.

Las situaciones o escenarios de interacción de españoles con extranjeros en los que surgen las consideraciones sobre los rasgos definitorios del carácter nacional español son de dos clases: aquellas en que los españoles interaccionan con extranjeros europeos y las situaciones en que éstos interaccionan con extranjeros moros o turcos. De acuerdo con esto, dividimos en dos partes el estudio de las ideas de Cervantes sobre las características propias del modo de ser español.

El retrato del carácter nacional español en el contexto de las interrelaciones de los españoles con extranjeros europeos
Es en una novela ejemplar ambientada en Italia y seguramente, a juzgar por los datos que nos aporta Cervantes, en alguna fecha indeterminada del último cuarto del siglo XVI, La señora Cornelia, donde más abundan, en el contexto señalado de las relaciones de los españoles con otros europeos, las consideraciones sobre su modo de ser, enfocado desde una perspectiva moral como un catálogo de virtudes y vicios. Se puede decir incluso que en esta magnífica novela la forma de ser atribuida a los españoles desempeña un papel clave en el desenvolvimiento de la trama argumental. La verdadera protagonista de la historia que se nos cuenta es Cornelia, una joven boloñesa, bella, de noble linaje y huérfana de padre y madre; pero también tienen un papel principalísimo dos caballeros españoles, de origen vizcaíno y amigos, don Juan de Gamboa y don Antonio de Isunza, que abandonan sus estudios en Salamanca para irse a Flandes, pero, estando aquí las cosas en paz, deciden emprender un viaje por Italia, tras el cual, se instalan en Bolonia para proseguir sus estudios en el célebre Colegio de los Españoles de la Universidad de Bolonia. A poco de iniciarse la novelita, el narrador retrata a los dos jóvenes nobles españoles como bien criados, gentiles hombres, discretos, valientes, comedidos y liberales. Son todo un prototipo del caballero español. Pues bien, los italianos con los que ellos se relacionan no se limitan a coincidir con el narrador en ese retrato de éstos, sino que dan un paso más y además lo elevan a la categoría de retrato de los españoles en general o del común de ellos.

Por si esto fuera poco, los dos jóvenes caballeros españoles están exentos de un vicio comúnmente atribuido en Italia a los españoles: el de la arrogancia o soberbia. Nos cuenta el autor que los dos caballeros amigos llevaban una intensa vida social en el ambiente universitario de Bolonia, pues hicieron muchos amigos, no sólo entre los estudiantes españoles, sino también entre los boloñeses y los extranjeros. Pero advierte enseguida el narrador:

“Mostrábanse con todos liberales y comedidos, y muy ajenos de la arrogancia que dicen que suelen tener los españoles”{1}.

Así que los dos amigos son conscientes de la fama que tenían sus compatriotas de arrogantes o soberbios entre los extranjeros, especialmente en Italia{2}. Guicciardini, por ejemplo, describe a los españoles como una nación de soberbios:

“Los hombres de la nación […] son soberbios por naturaleza y creen que ninguna nación puede compararse con ellos”{3}.

Ariosto, por su parte, los retrata como arrogantes y fanfarrones en un revelador pasaje de su Orlando furioso y lo hace utilizando un curioso procedimiento: nos remite a la España del tiempo del emperador Carlomagno para retratar el carácter de los españoles en la figura del sarraceno Ferraguto{4}, quien desaparece como moro andalusí y reaparece como español, esto es, se nos presenta como tal y como si su condición de español fuese la raíz de los mentados defectos. Que sea un moro de Al-Ándalus no importa. De hecho, en el pasaje en que lo retrata sólo se refiere a él como español, sin mentar su condición de moro y musulmán, que es algo que se relega para otras ocasiones, como si los árabes andalusíes y los españoles propiamente dichos, es decir, cristianos y de tradición romana, fuesen indistinguibles, una idea alimentada por la creencia arraigada en Italia de que los españoles estaban contagiados racial, histórica y culturalmente por la mezcla con los árabes a lo largo de siglos de coexistencia y conflicto{5}.

Una arrogante y bravucona provocación de Ferraguto da lugar a una agria disputa verbal entre él y Orlando, que terminará en duelo, en el curso de la cual  “el español”, en referencia a Ferraguto , es tachado de loco por el paladín francés, quien no desea otra cosa que curar “la locura” del español, que, para Orlando, no es otra cosa que una mezcla de soberbia y fanfarronería; mientras tanto, por si no estuvieran claros los defectos del español, el propio narrador no desperdicia la ocasión de contribuir al negativo retrato moral de Ferraguto refiriéndose a él como “el fanfarrón español” (il vantator Spagnuol){6}, como si los vicios enumerados fuesen inherentes al ser español{7}. El retrato del español Ferraguto, por más que éste sea moro, llamativamente idéntico al retrato habitual que se hacían de los españoles los italianos del siglo XVI como  arrogantes, ufanos y fanfarrones, no puede ser una mera coincidencia o casualidad, sino un resultado deliberadamente buscado utilizando como excusa o expediente los personajes del pasado con la intención de describir a los españoles del presente histórico, pero porque previamente se ha decidido retratar a supuestos españoles de hace siglos según se cree que lo son los del presente histórico, en este caso de las primeras décadas del siglo XVI. De hecho, esta táctica de Ariosto será imitada, como veremos más adelante, también por los españoles, como el propio Cervantes, un devoto admirador de Ariosto (“ el divino Ariosto” lo llama  por boca de la musa Calíope en La Galatea), y asimismo por Lope de Vega, quienes se remitirán igualmente a la época de Carlomagno para retratar a los españoles de los siglos XVI y XVII y más asombrosamente aún recurrirán asimismo para ello a una disputa con Orlando o Roldán según la tradición literaria española, cambiando tan sólo el rival del paladín francés, que no será ahora un sarraceno andalusí sino un paladín realmente español, y nadie mejor para ello que Bernardo del Carpio, pues, según la leyenda recogida en la épica medieval española, compartida por Cervantes, como bien se constata en el Quijote (I, 1, 30 y I, 26, 249), habría vencido a Roldán y derrotado a los francos en la batalla de Roncesvalles, de modo que será él quien encarnará ahora los defectos que se suponía que caracterizaban a los españoles del tiempo de Cervantes y Roldán será el encargado de reprochárselos. Una novedad, con respecto a Ariosto, es que también Reinaldos participará en ello, aunque será Roldán el que propinará el golpe más fuerte.

Pues bien, a esa percepción que los italianos tenían de los españoles amoldan su comportamiento los dos caballeros vizcaínos procurando obrar de modo tal que no los haga parecer como arrogantes. El narrador no explica, sin embargo, por qué, según él mismo señala, los españoles solían ser juzgados como arrogantes, quizá porque para un lector informado de la época eran familiares las razones de tal juicio. Parece fácil explicar por qué a los españoles se les tenía en general por valientes y bien dotados de virtudes militares. Las grandes gestas de los españoles en América y en Europa eran bien conocidas por los europeos; es más, los propios italianos habían sido testigos de las victorias españolas en suelo italiano contra Francia, que desde hacía muchos años les habían convertido en dueños de casi media Italia, los reinos de Nápoles y Sicilia, Cerdeña y el Milanesado. A la luz de tales hechos, que habían transformado a España en un gran Imperio, el más grande hasta la fecha de los tiempos modernos, parecía incuestionable el valor de los españoles, de la mayor parte de ellos, o al menos de sus soldados. En cambio, no estaban tan a la vista los motivos de la estimación de los españoles como arrogantes. Por un lado, parece que del valor y dominio obtenido con él sobre pueblos enteros sólo hay un paso a la arrogancia. De hecho, a lo largo de la historia los pueblos que han creado grandes Imperios han sido percibidos por los sometidos a su dominio como arrogantes. Por otro lado, el que la acusación de arrogancia tuviese especial arraigo en Italia puede explicarse a la luz de las particulares circunstancias de las relaciones de los españoles con los italianos en el suelo natal de éstos. Españoles y franceses sólo se veían en el campo de batalla y, aunque España venciese a Francia en Italia, los franceses tenían menos motivos para considerar a los españoles como arrogantes, aunque a veces también se les juzga así por autores franceses; una vez derrotados, regresaban a su país del que eran totalmente dueños y donde no se veían con tropas españolas. En cambio, España era dueña, como hemos dicho, de una parte sustancial de Italia y en esos territorios bajo dominio español era menester tratar a diario con los españoles, especialmente autoridades políticas y militares, funcionarios y, sobre todo, soldados, de forma que, en ese contexto diario, de relación diaria con los dominadores, que hacían evidente su dominio con la presencia del ejército, el campo era propicio para el surgimiento de la acusación de arrogancia. De hecho, este defecto o el de soberbia era el vicio capital que los italianos del siglo XVI atribuían a los españoles con más frecuencia y unanimidad, principalmente a los soldados{8}.

Y parece ser que la presencia de soldados españoles y sobre todo su comportamiento en Italia fue decisivo en el origen de la mentada acusación. Es bien sabido que en los dominios españoles en Italia sus habitantes estaban obligados a alojar a las tropas del ejército español, entre las cuales, por cierto, también había muchos italianos, en sus casas y eso favorecía la comisión de abusos y violencias, que sin duda contribuyeron a alimentar la percepción de los españoles como arrogantes y a que ésta se asentase. Un buen ejemplo de ello nos lo ofrece un soldado español, Miguel de Castro, en su autobiografía, en uno de cuyos pasajes, tras informar de la llegada de su propia compañía a un pueblo costero, Prayano (Praiano) de la Campania napolitana, cuenta los “males que hacen [los soldados], no solamente maltratándoles las cosas que a mano en la casa hallan, pero injuriándolos de palabra y poniendo las manos en ellos violentamente, y en las personas de sus casas”{9}, bien es cierto que, según el testimonio de Castro, los italianos integrados en las compañías de los tercios españoles o que formaban sus propios tercios no se portaban mejor que los españoles: “Cuando se levantan tercios italianos en este reino, que sucede muchas veces, son peores que langosta”.{10}

El propio Cervantes nos ofrece el retrato en el Quijote de un soldado español, Vicente de la Roca, que ha hecho carrera en Italia y al que pinta como fanfarrón y expresamente como arrogante, aunque no nos dice nada sobre sus muestras de tal conducta en el país transalpino.

Pero los abusos cometidos durante su hospedaje en casas particulares, posadas y mesones no es el único factor que contribuyó al surgimiento de la mala fama de los españoles como arrogantes y soberbios. Posiblemente influyeron más aún los saqueos perpetrados por tropas españolas en Italia, bien consentidos por sus jefes militares, como el de Prato, cerca de Florencia, en 1512, o efecto del amotinamiento de los soldados por no pagárseles su sueldo, como el motín de Sicilia durante el virreinato de Ferrante (o Ferdinando) Gonzaga, o, a veces, producto a la vez de amotinamiento  y el permiso del jefe militar, como el saco de Roma de 1527, en el que Carlos de Borbón,  militar francés al servicio de Carlos V, tranquilizó a los soldados amotinados, entre los cuales también había alemanes e italianos, por la falta de paga con la concesión de derechos de saqueo como compensación en espera de las pagas atrasadas{11}. Con estos hechos los soldados españoles y, por extensión los españoles, se ganaron en Italia la mala fama de codiciosos o avariciosos, rapaces y crueles, lo que venía a ser visto como una expresión extrema de la arrogancia y soberbia españolas, aunque Cervantes omite la referencia a estos aspectos del mal renombre de los españoles en Italia{12}.

La arrogancia no desempeña, sin embargo, ningún papel en La señora Cornelia, precisamente porque, como se ha visto, ambos caballeros vizcaínos, sabedores de la fama que en Italia tienen los españoles de arrogantes, ponen todo su empeño en no hacer nada que pueda interpretarse por parte de sus amigos, conocidos y demás italianos con los que tienen trato como una muestra de arrogancia. Por tanto, fuera de esta mención a este vicio como propio de los españoles, en esta novela no hay lugar para los defectos de éstos, sino sólo para sus virtudes, que tienen un papel clave en el desarrollo y feliz desenlace de la historia de Cornelia. Pues son las virtudes de ambos caballeros las que les conducen a involucrarse por completo en la historia de Cornelia, en la que intervienen, aparte de ella y de su hijo recién nacido, su amado el duque de Ferrara, Alfonso de Este, y su hermano Lorenzo, que cree erróneamente que su hermana ha sido engañada y deshonrada por el duque y por lo cual espera que éste le dé una satisfacción, bien casándose con su hermana o bien batiéndose en duelo con él.

Son las buenas prendas de don Juan, sobre todo su valor y su generosidad, las que le llevan a involucrarse en la historia al salir, al inicio de la narración, en defensa del duque, sin saber quién es, tras verlo atacado de forma desigual por un grupo de seis espadachines, entre los cuales se halla don Lorenzo. Arriesgando su vida, entra valerosamente en la pendencia y además salva la vida del duque. Este hecho contribuirá a convertir a don Juan en un valedor y mediador entre el duque y don Lorenzo. Pero no es el noble de Ferrara el que, si bien es consciente de las virtudes de don Juan, el que las interpreta como prendas de este caballero en tanto que español. Este papel le corresponde a Cornelia y a su hermano Lorenzo.

A diferencia de don Juan, que se mete en la historia de coz y hoz por propia iniciativa, don Antonio se ve involucrado en ella a petición de Cornelia, quien, angustiada y desdichada por haber fallado su encuentro con el duque y temiendo que su hermano cometa alguna locura pensando que el duque la ha deshonrado e incluso que atente contra ella misma, se topa casualmente con don Antonio, a quien, tras enterarse de que es español, apela a su condición de tal y a una virtud que ella considera característica nacional de los españoles, la cortesía, para obtener su protección:

“Podría ser que el [mal] que traigo lo fuese [mal de muerte], si presto no se me da remedio; por la cortesía que siempre suele reinar en los de vuestra nación, os suplico, señor español, que me saquéis destas calles y me llevéis a vuestra posada con la mayor priesa que pudiéredes, que allá, si gustáredes dello, sabréis el mal que llevo y quién soy, aunque sea a costa de mi crédito”{13}.

Es menester advertir que aquí “cortesía” no significa meramente buenas maneras de educación o de urbanidad, ni tan sólo demostraciones de atención y respeto a otra persona, sino una disposición a ponerse al servicio de los demás cuando necesitan ayuda o socorro. Viene a ser una forma de generosidad. Un buen ejemplo de esto nos los presenta Cervantes en su Persiles, donde un personaje, Clodio, atribuye la salvación de su vida a la benignidad del Cielo y a la cortesía de Arnaldo, un príncipe danés.{14}

Pues bien, a esa cortesía generosa es a la que apela Cornelia para que don Antonio le ayude a remediar su mal. Y don Antonio, haciendo honor a su cortesía española, una de cuyas principales exigencias consiste precisamente en amparar a las damas, se pone de inmediato a disposición de la dama boloñesa y la lleva a la posada donde residen los dos caballeros españoles durante su estadía en Bolonia. Allí Cornelia conocerá también a don Juan, por quien se enterará, gracias al sombrero del duque que porta tras habérselo cedido éste como trofeo luego de la refriega, de que conoce al duque, lo cual provoca el desasosiego de la dama, temerosa de que pueda haberle sucedido algo malo a su amado. No obstante, algo la tranquiliza el saber que está en buenas manos, en poder de “gentiles hombres españoles”, pues, de no ser así, el temor de perder su honestidad le quitaría la vida. Otra vez es la cortesía española{15}, pues no otra cosa es la gentileza, lo que ofrece seguridad a la dama italiana.

Advirtiendo las señales de abatimiento y zozobra de Cornelia, no obstante su confesión de confiar en la gentileza española, don Juan, que habla también por su amigo, se ve obligado a sosegarla con unas palabras en las que, luego de ofrecerse a servirla sin dudar en arriesgar su vidas para defenderla y ampararla, se nos regalan unas pinceladas sobre el carácter moral de los españoles, ahora visto desde la perspectiva de un caballero español, que se hace eco, no obstante, de lo que Cornelia piensa de la bondad de los españoles:

“Sosegaos, señora, que ni el dueño deste sombrero es muerto ni estáis en parte donde se os ha de hacer agravio alguno, sino serviros con cuanto las fuerzas nuestras alcanzaren, hasta poner las vidas por defenderos y ampararos; que no es bien que os salga vana la fe que tenéis de la bondad de los españoles; pues nosotros lo somos y principales (que aquí viene bien ésta que parece arrogancia), estad segura que se os guardará el decoro que vuestra presencia merece”.{16}

Obsérvese la interesante confesión de don Juan en ese aparte recogido en la frase entre paréntesis. Cornelia supone que lo españoles suelen ser bondadosos, que aquí viene a equivaler a generosos. Don Juan, en su nombre y el de su amigo, se ponen al servicio de la dama para defenderla y ampararla, pero al decir de sí mismos que ellos, se supone que como españoles, son buenos, considera que ello podría mal interpretarse y entenderse que ha traspasado los límites de lo que un caballero discreto y comedido debe decir y haber incurrido por ello en esa arrogancia atribuida a los españoles en Italia de la que ellos hasta el presente han intentado desligarse. Un caballero ha de ser humilde y no hablar de sus virtudes, pues, como dice don Quijote, la alabanza de sí mismo envilece, aunque él mismo no se aplica esta norma; han de ser los demás los que hablen de ellas. Por eso, tras presentarse a sí mismos como buenos ante Cornelia, don Juan se apresura a clarificar el asunto declarando, que, si bien podría entenderse como arrogante por su parte lo que ha dicho, en este caso está justificado pues el reconocimiento de ser buenos y principales es simplemente con la intención de tranquilizar a una dama en apuros y abatida asegurándole que está en manos de quienes se puede tener fe en que le ofrecerán amparo y protección.

Las palabras de don Juan surten su efecto y Cornelia se reafirma en su decisión de confiar en la bondad o liberalidad de ambos caballeros españoles y les cuenta su historia, en la que lo esencial es que, enamorada del duque de Ferrara, tras prometerle ser su esposa, se entrega a él y fruto de ello es un hijo, con el que ella se va a encontrar en la posada, a donde había ido a parar por obra de don Juan, quien en su primera salida nocturna por las calles de Bolonia, antes de participar en la pendencia del duque y sus atacantes, al pasar pon una puerta recibe un niño recién nacido, que no iba destinado a él sino a un criado del duque. Cornelia y su amado habían concertado que él pasaría a recogerla y la llevaría a Ferrara para casarse públicamente, pero ella salió de su casa antes de que su pretendiente llegara y asustada al ver la cuadrilla armada de su hermano, que será la que tenga la pendencia con el duque, y creyendo que su hermano utilizaría su espada contra ella, marchó despavorida hasta toparse con don Antonio, frustrando así el encuentro con su amado. Pero lo más interesante, para nuestro análisis, es que Cornelia, tras haber contado lo que acabamos de resumir, remata su conmovedora relación apelando nuevamente a la cortesía de los españoles, representada por los dos caballeros vizcaínos, y en ella se muestra confiada para resolver favorablemente sus desdichas:

“Y aunque me veo sin hijo [aún no sabe que su hijo está en la posada bajo el cuidado del ama de los caballeros españoles] y sin esposo y con temor de peores sucesos, doy gracias al cielo, que me ha traído a vuestro poder, de quien me prometo todo aquello que de la cortesía española puedo prometerme, y más de la vuestra, que la sabréis realzar por ser tan nobles como parecéis”.{17}

Hemos visto cómo los caballeros vascos se meten de lleno en la historia a través de sus personajes principales, Cornelia y el duque de Ferrara. Pues bien, asimismo a través de un tercer personaje importante, don Lorenzo, el hermano de Cornelia, se ven aún más inmersos en la historia, especialmente don Juan. Y la involucración de éste por medio de don Lorenzo va a permitir introducir un rasgo más del carácter nacional español. Si la tabla de salvación de Cornelia es la cortesía española, la de su hermano es la valentía española. En efecto, Lorenzo, sintiéndose agraviado por creer erróneamente que el duque ha engañado y deshonrado a su hermana, se presenta en la posada buscando a don Juan, cuya ayuda solicita para obtener del duque una satisfacción a su ofensa (es decir, aceptar casarse con su hermana) o, si se la negare, concertar un duelo, mediante el cual tenga la oportunidad de vengar la ofensa y defender su honra. Y para ello necesita el apoyo de don Juan, que él sea su valedor y mediador ante el duque, y no encuentra mejor manera de conseguirlo que pidiéndoselo en nombre del probado valor de los españoles:

“Finalmente, yo tengo determinado de ir a Ferrara y pedir al mismo duque la satisfacción de mi ofensa, y si la negare, desafiarle sobre el caso […], para lo cual quería el ayuda de la vuestra y que me acompañásedes en este camino, confiado en que lo hacéis por ser español y caballero, como ya estoy informado. […]. Vos, señor, me habéis de hacer merced de venir conmigo, que llevando un español a mi lado, y tal como vos me parecéis, haré cuenta que llevo en mi guardia los ejércitos de Jerjes. Mucho os pido, pero a más obliga la deuda de responder a lo que la fama de vuestra nación pregona”.{18}

Quizá el enaltecimiento del valor de los españoles con el ejemplo del ejército de Jerjes no es muy afortunado, habida cuenta de que el rey persa fue un perdedor y fue derrotado por los griegos, pero la intención es buena, pues Lorenzo no pretende sino realzar la valentía y fuerza de los españoles. Es interesante recalcar también que la petición de Lorenzo a don Juan no sólo ensalza el valor como rasgo nacional español, sino la generosidad. Pues para hacer lo que Lorenzo solicita, aunque lo solicita por la confianza que tiene en la valentía de los españoles, no basta con que el solicitado sea valiente; hace falta además que esté generosamente dispuesto a ayudarle poniendo su valor a su servicio. Por eso, consciente de ello, y luego de aceptar don Juan la petición de ayuda de Lorenzo “por ser español y caballero”, el noble italiano, agradecido, le da un abrazo al español y reconoce expresamente la generosidad de éste.

Don Juan cumplirá su palabra. Se entrevistará con el duque, el cual confesará que no ha engañado a Cornelia, que la acepta como su legítima esposa y también al niño como su hijo, y que si hasta ahora no se ha casado públicamente con ella es porque su madre quiere casarlo con la hija del duque de Mantua, pero que, en cuanto muera su madre, cuyo fin parece inminente, la desposará, lo que efectivamente así sucederá. Así que una historia que parecía dramatizar un conflicto de deshonra, de palabra no cumplida, y del consiguiente agravio, al final no alberga más conflicto que la dilación del casamiento hasta que cesase la oposición de la madre del duque con su muerte. Pero el encauzamiento de la historia y su desenlace feliz sólo ha sido posible gracias a la intervención de dos caballeros españoles que han actuado como representantes de las mejores virtudes atribuidas al carácter nacional español; dos caballeros vizcaínos han sido los mejores embajadores o exponentes del genio español en Italia.

El Persiles es la segunda obra de su autor en la que más abundan las referencias a las notas características del tipo español en un contexto de interrelación con otros extranjeros europeos. La novela se presta para ello, pues, su acción discurre por islas y países nórdicos, luego por Portugal y España y finalmente por Francia e Italia camino hacia Roma, como meta final de la peregrinación de sus protagonistas, Periandro-Persiles y Auristela-Sigismunda y su séquito multinacional. Y si bien Periandro y Auristela no son españoles, sino nórdicos o escandinavos, se comportan y funcionan como españoles y como tales son tenidos por los extranjeros que se topan con ellos. La convivencia entre personajes de distintas naciones dentro del escuadrón de peregrinos que se dirige a Roma, un escuadrón que va cambiando, pues a lo largo del viaje pierde a algunos de sus miembros, pero se incorporan otros, y el encuentro de este escuadrón con gentes de otras naciones europeas serán factores desencadenantes de situaciones favorables a la aparición de observaciones sobre los rasgos del carácter español. Varias de ellas aluden a rasgos ya vistos; pero algunas aluden a otros nuevos, que ayudan a completar el retrato que de los españoles hacían ellos mismos y otros europeos.

Entre esas cualidades hasta ahora no mencionadas atribuidas a los españoles en los siglos XVI y XVII está, en primer lugar, por orden de aparición, la cólera. Es el propio narrador y no un personaje extranjero quien habla de ella al describir el comportamiento de un español; no se puede decir que Cervantes proceda así porque eran más los propios españoles los que se autorretrataban como coléricos que una atribución de los extranjeros, pues también en otros países europeos circulaba la fama de los españoles como coléricos o furiosos. En Italia se hablaba de la furia española;{19} Guicciardini, por ejemplo, escribe que los españoles son “de ira intempestiva”;{20} y también en Flandes se hablaba de ello, sobre todo a raíz del motín de las tropas españolas en Amberes en 1577. Ahora bien, los autores españoles que se ocuparon del asunto discrepaban acerca del valor moral de esta cualidad, que unos tenían por un defecto y otros por una virtud.{21} En el caso relatado aquí por Cervantes el español Antonio tiene motivos para la cólera y para actuar impulsado por ella contra la hechicera Cenotia, también española y huida a una isla nórdica, regida por el rey Policarpo, huyendo de la Inquisición que precisamente la persigue por sus hechicerías; por medio de una de éstas, Cenotia, en venganza por haber sido desdeñada por Antonio hijo, tras ser solicitado de amores por ella, ha provocado que enferme gravemente y por ello su padre la amenaza con una daga para que cure a su hijo:

“Halló Antonio el padre a la Cenotia que buscaba en la cámara del rey por lo menos y, en viéndola, puesta una desenvainada daga en las manos, con cólera española y discurso ciego, arremetió a ella, la asió del brazo izquierdo y, levantando la daga en alto, la [el laísmo está en el texto] dijo:

-Dame, ¡oh hechicera!, a mi hijo vivo y sano, y luego, si no, haz cuenta que el punto de tu muerte ha llegado. […]

Pasmóse Cenotia, viendo que la amenazaba una daga desnuda en las manos de un español colérico y, temblando, le prometió de darle la vida y salud de su hijo”.{22}

Cenotia anula los hechizos y Antonio hijo recobra la salud perdida.

En segundo lugar, Cervantes se refiere a la hospitalidad con los extranjeros como característica típica de los españoles. Utilizando como portavoz a un polaco que ha venido a España, así formula su opinión sobre la hospitalidad española:

“Soy extranjero y, de nación polaco. Muchacho, salí de mi tierra y vine a España, como a centro de los extranjeros y a madre común de las naciones”.{23}

Esta forma de formular la idea de la hospitalidad española presentando a España como madre de los extranjeros o de gentes de las más diversas naciones fue un tópico muy repetido en la época por los más diversos autores. Pero algunos, como, por ejemplo, Lope de Vega, se quejaban de que España acogía mejor a los extranjeros que a sus naturales, con los que se comportaba como una madrastra.{24}

En tercer y último lugar, entre las cualidades del genio español hasta ahora no mentadas aparece en el Persiles la que los españoles de la época, y así también Cervantes, llamaban el ser verdaderos, que viene a ser lo que hoy llamamos ser veraces y sinceros; como vamos a ver, no la trata por separado, sino en conjunción con la cortesía, a las que presenta conjuntamente como normas de deber para los españoles. Por este ser verdaderos o ser veraces se entendía entonces no meramente el decir la verdad, sino atenerse fielmente a ella en la conducta, huyendo del engaño, la doblez y la tergiversación y determinándose a obrar con firmeza en conformidad con ella. Todo esto se traducía en el cumplimiento de la palabra dada o empeñada y en la lealtad en el trato personal. En esta ocasión, Cervantes vierte su opinión a través de un español radicado en Francia, el anciano padre Soldino, astrólogo, que sirvió durante muchos años a Carlos V como soldado; con él se encuentra el escuadrón de peregrinos, encabezados por Periandro y Auristela y a ellos el anciano les declara:

“Español soy que me obliga a ser cortés y a ser verdadero; con la cortesía os ofrezco cuanto estos prados me ofrecen y, con la verdad, a la experiencia de todo cuanto os he dicho”.{25}

Obsérvese de nuevo cómo la cortesía deviene un deber de generosidad. No siempre sucedía así; no pocas veces devenía un asunto puntilloso en cuanto a las reglas de cortesía, especialmente en lo que se refería al uso de las fórmulas de tratamiento entre personas (vos, vuesa o vuestra merced, señoría, excelencia, don, etc.), que podía dar lugar a disputas e incluso riñas violentas. En el Quijote los caballeros del lugar de don Quijote le reprochan que utilice el título de don, siendo hidalgo y no caballero; en el Persiles la cosa va más lejos: Antonio padre, un noble de padres hidalgos, llega a echar mano de la espada y a acuchillar a un caballero, dejándolo herido, porque considera que éste se ha dirigido a él con una fórmula de trato inadecuada (la de vos, normalmente usada con inferiores, en vez de la de vuestra merced, la fórmula más habitual de respeto, que a nadie podía ofender), que él estima irrespetuosa.{26}

En cuanto a la veracidad, en el caso del anciano su compromiso con ella ha consistido en dar a conocer al escuadrón multinacional de peregrinos, integrado por españoles, unas señoras francesas y un matrimonio de escoceses, una serie de predicciones de acontecimientos históricos en relación con las casas reales de España y de Portugal, pero sobre todo el haberles anunciado el éxito de la peregrinación y los cambios y mejoras en las vidas de los peregrinos. No obstante, el mejor tratamiento de Cervantes de la veracidad como característica propia del carácter español se halla, como se verá, en las obras suyas en que los españoles se sitúan en un contexto de interrelación con los musulmanes. Nótese asimismo cómo para Soldino el ser español no es solamente una condición; es también un compromiso con el deber de ser un ejemplo de un conjunto de virtudes, como las aquí comentadas.

Las demás observaciones sobre el modo de ser de los españoles conciernen a cualidades atribuidas a ellos que ya hemos visto en el estudio del carácter español según se refleja en La señora Cornelia. Todas ellas se ponen en boca de extranjeros o bien el narrador registra la opinión de éstos. En la primera de ellas, es un inglés (nunca se dice explícitamente que lo sea, pero en su primera entrada en escena, él mismo dice del rey de Inglaterra que es su rey y señor natural), llamado Clodio, el que, al reprochar a un español su arrogancia, da a entender que estamos ante un defecto de los españoles:

“¿Y este nuestro bárbaro español, en cuya arrogancia debe estar cifrada la valentía del orbe? Yo pondré [apostaré] que, si el cielo le lleva a su patria, que ha de hacer corrillos de gente, mostrando a su mujer y a sus hijos envueltos en sus pellejos, pintando la isla bárbara en un lienzo y señalando con una vara del lugar do estuvo encerrado quince años, la mazmorra de los prisioneros, la esperanza inútil y ridícula de los bárbaros y el incendio no pensado de la isla, bien ansí como hacen los que, libres de la esclavitud turquesa, con las cadenas al hombro, habiéndolas quitado de los pies, cuentan sus desventuras con lastimeras voces y humildes plegarias en tierra de cristianos”.{27}

La pregunta es, en realidad, una afirmación sobre la arrogancia de alguien que parece serlo por el mero hecho de ser español, a quien, no obstante, se le reconoce su valentía. Este bárbaro español valiente, pero arrogante, no es otro que el ya mentado Antonio padre, noble de linaje hidalgo, que sirvió al Emperador como soldado y combatió en las guerras en Alemania contra los protestantes y, tras la trifulca con un caballero ya citada, en su lugar natal, del que acabaremos sabiendo que es Quintanar de la Orden, se ve obligado a huir al extranjero y acabará en una isla nórdica habitada por un pueblo bárbaro que practica los sacrificios humanos y el canibalismo y donde vivirá recluido durante muchos años hasta su encuentro con Periandro y Auristela, que también han ido a parar a esa isla bárbara. Pero Clodio, que es un maledicente, motivo por el cual el rey de Inglaterra lo castigó con la expulsión del reino, no duda en tachar al español, además de arrogante, de jactancioso, del que mal piensa que se gloriará de sus aventuras exhibiéndolas en público.

De mayor interés es la segunda referencia a la arrogancia española, pues ahora es el propio narrador el que se hace eco de la fama de arrogantes que los españoles tienen en Italia, una fama cuya verdad él no desmiente, sino que parece aceptarla y además ofrece un esbozo de explicación de por qué los italianos piensan así. La llegada del escuadrón de peregrinos a la ciudad toscana de Luca da la oportunidad al autor de describir concisamente la acogida de los españoles en Luca y la manera como eran percibidos:

“Allí, más que en otra parte ninguna, son bien vistos y recibidos los españoles, y es la causa que en ella no mandan ellos, sino ruegan y, como en ella no hacen estancia de más de un día, no dan lugar a mostrar su condición, tenida por arrogante”.{28}

El pasaje es relevante tanto por lo que afirma explícitamente como por lo que sugiere tácitamente. Cervantes no hace distingos y se refiere a los españoles en general, pero, como ya indicamos más atrás, las mayores manifestaciones de la arrogancia española se producían con ocasión del obligado hospedaje de la población civil en sus casas a las compañías de soldados que iban de camino. El mensaje expreso es que en Luca los españoles son bien vistos y acogidos porque pasan allí tan poco tiempo que no da lugar para la expresión de su arrogancia. “No mandan, dice Cervantes, sino que ruegan”, lo que invita a recordar que los españoles tenían fama también de comportarse como señores, como dominadores, poseídos de afán de mando y dominio. El mensaje tácito es que si los españoles permanecieran más tiempo en la ciudad sin lugar a dudas dejarían patentes muestras de su arrogancia.

Hay una tercera y última obra de Cervantes en la que se vierten observaciones sobre el carácter español: se trata de la comedia La casa de los celos y selvas de Ardenia, ambientada en los tiempos de Carlomagno en las selvas o bosques de Ardenia, es decir, de las Ardenas, en una zona situada entre las actuales Francia, Bélgica y Luxemburgo. Allí confluyen personajes de diferentes nacionalidades, unos históricos, otros ficticios, procedentes de la literatura caballeresca, tanto del ciclo carolingio (Roldán, Reinaldos, Carlomagno), como del artúrico (Merlín), recreada por Boyardo y Ariosto, que introducen nuevos personajes (Angélica, Marfisa, una mujer guerrera, Ferraguto), y de la tradición literaria española (Bernardo del Carpio). Este escenario multinacional es el marco que propicia la aparición de referencias al carácter español. Es el encuentro de Bernardo del Carpio con Roldán y Reinaldos el que da pie a ellas. El español intenta poner paz entre ambos paladines franceses que andan a la gresca, pero este intento de mediar para apaciguarlos molesta a los dos caballeros de Carlomagno y es entonces cuando Reinaldos, irritado, le espeta a Bernardo:

“Este español me atosiga;
que siempre aquesta nación
fue arrogante y porfiada”.{29}

Una vez más se retrata a los españoles con el estereotipo de arrogantes y además porfiados. No deja de ser curioso que este retrato del supuesto modo de ser del español se sitúe en la época de Carlomagno, pero, en realidad, no era una forma de proceder insólita en el panorama de los siglos XVI y XVII, pues ya hemos visto cómo Ariosto había hecho lo mismo mucho antes que Cervantes, quien parece estar imitando de modo muy similar el recurso al pasado histórico con el fin de retratar el modo de ser de un pueblo, el español en ambos casos, en el presente. Al hacerlo, Cervantes parece dar a entender que veía a los hispanogodos, cristianos y de tradición romana, habitantes de España libres de la dominación árabe, los asturleoneses y demás pueblos del norte de España, como si fuesen españoles en el mismo sentido que en que lo eran los habitantes de España del siglo XVI y XVII, aunque bien puede estar Cervantes usando una licencia literaria para referirse a los españoles de su presente histórico. Igualmente sorprendente es que existe un pasaje en una comedia de Lope de Vega, precisamente titulada Bernardo del Carpio, en la que de forma paralela un encuentro entre Bernardo y Roldán sirve de instrumento para retratar a los españoles, con la única diferencia de que ahora a éstos se los pinta no como arrogantes, sino como bravucones:

Roldán: “Gusto me dan tus bravatas.
     Mas ¿qué hacéis los españoles
     ordinariamente? Hablar.
Bernardo: Peores sois los franceses,
     que habláis mucho
     y no hacéis nada”.{30}

Hay una diferencia importante en la actitud del héroe español ante la tacha con la que el héroe francés retrata a los españoles: en la comedia de Cervantes no se defiende de ello y parece asumirlo, quizá por pensar que los españoles respaldan lo que dicen con sus hechos. En cambio, en el pasaje de la comedia de Lope, Bernardo reacciona devolviendo a los franceses la acusación de bravucones, pero no niega de forma rotunda que los españoles no lo sean: al decir que los franceses son peores porque hablan mucho, pero sin hacer nada, está sugiriendo no que los españoles no lo sean en absoluto, sino que son mejores que los franceses porque lo que dicen, aunque sean bravatas, lo hacen. Además, es peor que te acusen de fanfarrón que de arrogante y porfiado, por lo que el Bernardo de Lope tiene más motivos para defenderse que el de Cervantes.

Volvamos a la cervantina La casa de los celos. Bernardo, como obedeciendo a la fama de los españoles de ser porfiados según Reinaldos, persiste en su tentativa de mediar para evitar la riña entre ambos caballeros franceses, lo que él justifica como una misión que le ha asignado Merlín. Pero Roldán, enfadado por lo que considera una intromisión en sus asuntos, por más que el español actúe siguiendo un mandato de Merlín, le espeta a Bernardo:

“¡Oh cuerpo de San Dionís,
con el español marrano!”{31}  

Esta vez la acusación es tan grave que Bernardo se apresura a defenderse desmintiéndola y a la vez atacando al francés con palabras hirientes:

“¡Mientes, infame villano!”{32}

Como es bien sabido, marrano es como coloquialmente y con una connotación despectiva se llamaba en España, desde al menos el siglo XV, a los judíos conversos que en secreto judaizaban. En los documentos oficiales nunca se les llamaba así. Pero esta palabra se convirtió en un insulto contra los españoles primeramente en Italia, desde comienzos del siglo XVI, donde marrano y español llegaron a convertirse en sinónimos. Era una palabra muy ofensiva para los españoles porque, al usarse como vituperio contra ellos, lo que se pretendía era señalar que, como consecuencia de su mezcla con los judíos a lo largo de siglos de coexistencia, se habían contagiado de judaísmo y por tanto se cuestionaba la ortodoxia cristiana de los españoles.{33} También llegó a usarse como vituperio hispanófobo en otros países europeos, como Francia y Alemania. Así que no es desusado que un francés llame a un español marrano; lo que es desusado y anacrónico es que semejante palabra ofensiva se ponga en los labios de un personaje de la Alta Edad Media, unos cuantos siglos antes de que hubiese surgido tal palabra con su carga ofensiva contra los españoles, sospechosos de ser más judíos que cristianos. Nuevamente cabe suponer que se trata de una licencia poética mediante la cual Cervantes, a la manera de Ariosto, pretende usar a personajes del pasado como portavoces de una idea sobre los españoles del presente de su tiempo.

Es más, cabe pensar que fue el propio Ariosto el que sirvió de ejemplo a Cervantes en el uso anacrónico del vituperio de marrano contra un español, o presentado como tal, de tiempos pasados, mucho antes del manejo de tal vocablo como arma arrojadiza contra los españoles. En el texto ya citado y comentado de Ariosto, Orlando, ostensiblemente furioso, cierra la disputa con Ferraguto cargando, a voz en grito, contra él con unos improperios, entre los cuales descuella la acusación de ser un “sucio marrano” (brutto marrano){34}. El anacrónico disparate de acusar de marrano a un musulmán de los albores del siglo IX es aún mayor que el cometido por Cervantes, en cuyo caso al menos se dirige contra un español cristiano, pero Ariosto, que comparte el estereotipo de los italianos sobre los españoles como un pueblo de mala raza y sospechosa ortodoxia cristiana, por boca de Orlando no dirige el insulto contra Ferraguto en su condición de mahometano, sino en la de español.

Como se ha podido ver, la cualidad más citada como parte del retrato de los españoles por los extranjeros, especialmente los italianos, en el tiempo de Cervantes, es la de la arrogancia. Así que cerramos esta sección con dos consideraciones sobre este defecto tenido como rasgo del carácter español de la época. La primera es que Cervantes siempre la designa así, pero otros escritores también hablaban de soberbia, altanería, orgullo, jactancia, etc., e incluso de fanfarronería o bravuconería. Los autores españoles que se ocuparon del tema solían presentar personajes extranjeros en obras de teatro, novelas y otra clase de escritos en el que los hacían portavoces del reproche a los españoles de arrogancia, soberbia o altanería, que no pocas veces aquéllos ridiculizaban presentando estas cualidades como si no fuesen otra cosa que fanfarronería y vana jactancia.{35}

No obstante, no todo el que se refería a los españoles como fanfarrones trataba de ridiculizarlos. Pues la palabra “fanfarrón” o “bravucón” en aquella época podía utilizarse en referencia a quienes, siendo sin duda valientes y habiendo realizado grandes hechos, incurrían en el defecto de pregonarlo ellos mismos o bien en el de contarlos con exageraciones. Un buen ejemplo de esto es el del caballero y aventurero francés Pierre de Bourdeille, señor de Brantôme (1537-1614), que había combatido muchas veces contra los tercios españoles y admiraba sinceramente las hazañas de los españoles, tanto que escribió un libro, Rodomontades Espaignolles (Rodomontadas españolas, aunque “rodomontades” también se puede traducir por “bravuconadas” o “fanfarronadas”), que es toda una loa a sus gestas. Arranca su obra con la declaración de que las rodomontadas o fanfarronadas de los españoles superan a las de cualquier otra nación e inmediatamente describe a la nación española como “brava, bravucona y valerosa”,{36} lo que bien revela que para el autor francés no hay incompatibilidad alguna entre ser valiente y bravucón o fanfarrón o entre las proezas y las fanfarronadas. Más adelante afirma que “los soldados españoles se han atribuido la gloria de ser los mejores entre todas las naciones”, lo que es una forma de jactancia, pero para el aventurero francés esto es irrelevante; lo relevante es que a los españoles “no les falta base para tal opinión y confianza porque a sus palabras les han acompañado los hechos”.{37} Es más, Brantôme admite, hablando de la infantería española, que es “una de las más excelentes que jamás se hayan puesto en campaña”.{38}Y el propio autor confecciona seguidamente una larga lista de los grandes hechos que respaldan la opinión de los españoles de ser los mejores soldados del mundo, a la vista de lo cual considera que hay que ser indulgente con ellos cuando amplían el valor de los hechos que realizan y hasta los alaba por ello: “Hacen bien: a buen hacer, buen decir”.{39} El mensaje de Brantôme es harto patente: los españoles son fanfarrones porque pueden permitírselo y se lo pueden permitir porque sus dichos y alardes están sustentados en hechos de valentía. De todos modos, no deja de ser curioso que el señor de Brantôme que da crédito a la acusación a los españoles de arrogancia, vanidad y fanfarronería, aunque las disculpa, él mismo incurre en los mismos vicios que indulgentemente endosa a los españoles cuando en la dedicatoria de su libro a la reina Margarita de Valois, esposa del rey de Francia Enrique IV, no tiene empacho en pintar a los franceses como los mejores del mundo:

“Los bravos franceses, vuestros súbditos, que siempre han superado a las demás naciones del mundo en proezas y rasgos de ingenio”.{40}

La segunda consideración se refiere a la actitud o reacción de los españoles ante la acusación de arrogancia, soberbia y otras cualidades negativas de similar tenor. Cervantes, como hemos visto, acepta la acusación, pero no parece darle la mayor importancia. Quizá pensaba que el comportamiento arrogante de los españoles y singularmente de los soldados en Italia era poca cosa comparada con los hechos de valor realizados por ellos y que precisamente su arrogancia o altivez nacía, como diría más tarde Gracián, de su valor.{41} Una respuesta así, muy al estilo también de Brantôme, es verosímil porque Cervantes, como los soldados españoles de que habla el caballero y aventurero francés, tan buen conocedor de la España de su tiempo, también pensaba que los soldados españoles eran los mejores del mundo, a juzgar por la declaración en el entremés El vizcaíno fingido de que “hase averiguado que la infantería española lleva la gala a todas las naciones”,{42} muy similar, por cierto, a la declaración de unos soldados españoles recogida por Brantôme: “Nuestra infantería española, que se puede decir la flor de todas las otras naciones”,{43} que sin duda contiene una convicción muy arraigada entre los españoles de aquel entonces. Así que, si los soldados españoles son los mejores, según Cervantes, parece deducirse que pueden permitirse el ser arrogantes o fanfarrones, aunque, no obstante, Cervantes parece preferir que se contengan o refrenen, tal y como hacen los dos caballeros vizcaínos en Bolonia, que, por cierto, antes de instalarse en esta ciudad habían ido de soldados a Flandes. 

Los autores españoles utilizaban otras estrategias, complementarias de la anterior, para neutralizar el reproche de la arrogancia. Una de ellas consistía en admitir el reproche y pasar a continuación al ataque acusando a los extranjeros de otras naciones europeas de ser igualmente arrogantes. Tal es la estrategia, por ejemplo, de Luis Vives, quien, ante la queja de los italianos ante la insolencia y arrogancia de los soldados españoles, replica que éstos no tienen la exclusiva al respecto, sino que “todos los soldados son muy impulsivos, arrogantes y de costumbres muy desarregladas”.{44} Para Vives, que era pacifista a la manera de Erasmo y tenía una opinión muy negativa de los soldados de su época, la arrogancia era un defecto muy extendido entre éstos y sólo uno de sus muchos defectos, independientemente de su nacionalidad.{45} En cuanto a la fanfarronería, tampoco es cosa sólo de los españoles. Vives hace un retrato magistral de la fanfarronería de los franceses, sin necesidad de usar una sola vez esta palabra ni otras similares:

“Al español le parecen bien todas las cosas españolas, y la francés las francesas; durante treinta años Francia y España sostienen una guerra casi continua perniciosa para la cristiandad; los españoles quitaron a los franceses Nápoles, Milán, Navarra y el Rosellón, les asestaron muchas derrotas, hicieron perecer muchos ejércitos por asedios y, para terminar, cogieron a su rey; y, sin embargo, después de todo eso los franceses saltan de gozo en su patria y se comportan como vencedores tanto en su nación como ante otras que la contemplan; hablan y escriben de forma que parece que han destruido como vencedores toda España, desde los Pirineos a Cádiz”.{46}

Otros españoles reaccionaron alegando que la atribución a los españoles de tales defectos y cualesquiera otros era una calumnia, producto de la envidia de las grandes proezas realizadas por los españoles y de la superioridad política y militar de España sobre el resto de las naciones europeas.{47} Y había quienes, como Lope de Vega, podían admitir la arrogancia de los españoles y él mismo habla del “arrogante hispano” en una de sus comedias,{48} pero no podía consentir la mala fama de fanfarrones dada por los extranjeros a los españoles, una mala fama que cree fruto de la envidia. A la pregunta en otra de sus comedias de una dama francesa a un español de por qué los llaman fanfarrones, el español responde:

“Porque todas las naciones,
unas de otras envidiosas,
ofenden nuestras gloriosas
empresas y altos blasones;
sabemos decir y hacer”.{49}

Como resumen de esta sección, digamos que Cervantes en tres de sus escritos nos ha presentado, bien a través de extranjeros, bien del narrador, un conjunto de notas características, unas positivas y otras negativas, del tipo español, el cual se caracteriza por ser arrogante o soberbio, cortés, valeroso, colérico, verdadero o veraz, hospitalario y marrano o religiosamente impuro. Pero hay una diferencia entre este último rasgo y los otros, Mientras éstos son aceptados por Cervantes, en cambio, no se puede decir lo mismo del último. El mentís rotundo dado por Bernardo del Carpio a la acusación injuriosa de marrano lanzada por Roldán se puede considerar, sin riesgo a errar, como un mentís igualmente rotundo que asume el propio Cervantes.

El retrato del carácter nacional español en el contexto de las interrelaciones de los españoles con extranjeros musulmanes, bien moros o turcos
El método utilizado por Cervantes para retratar el carácter español en este contexto es muy distinto del utilizado en el contexto precedente de las relaciones de los españoles con otros europeos. Mientras aquí los rasgos de los españoles se muestran por medio de personajes extranjeros o del propio narrador, sin que nunca se compare la forma de ser española con la de los extranjeros, en el contexto de las relaciones de los españoles con los musulmanes, tanto moros como turcos, se dan a conocer comparativamente, por contraste con los rasgos del carácter de éstos. Este juego de oposiciones entre las formas de ser de unos y de otros se transforma en materia literaria en las obras de Cervantes en las que los españoles aparecen en interacción con moros y turcos y desempeñan un papel crucial en la trama de tales obras. Son varias las características de los españoles que se retratan por comparación con los correspondientes opuestas de los moros y turcos.

Un primer par de rasgos opuestos es el que opone a la mendacidad de los moros, la veracidad de los españoles, que precisamente queda resaltada contra el fondo de falsía de los primeros. En el Quijote se tacha a los moros de mentirosos, tanto por parte de don Quijote como por parte del propio narrador: el mensaje tácito es que los españoles, por el contrario, no son así. Don Quijote sufre una terrible decepción al enterarse de que el escritor de su historia es un moro, pues decir moro y decir mentiroso es lo mismo para el sedicente caballero: “Desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores falsarios y quimeristas” (II, 3, 566). Por su parte, el narrador no tiene mejor opinión de los moros y teme que se pongan reparos a la historia de don Quijote en cuanto a su verdad precisamente por “haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentiroso” (I, 9, 88) Que los moros eran ante todo mentirosos era una opinión muy extendida en la España de aquel entonces, incluso en el seno de la capa más ilustrada de la sociedad.{50} Por el contrario, frente a los mendaces moros, los españoles se caracterizan por ser verídicos o veraces, como se encarga de destacar un caballero español cautivo en Argel, quien proclama en Los baños de Argel que en España “ser siempre verdadero/ el bien nacido profesa”.{51}

Un segundo contraste, estrechamente vinculado con el anterior, es el que distingue a los españoles como fiables y dignos de confianza y a los moros como no fiables e indignos de confianza y de ahí la recomendación reiterada de que conviene desconfiar de ellos, no digamos si el que se relaciona con ellos es un cristiano y, por tanto, un infiel. Tal es la recomendación dada en los dos escritos de Cervantes en que se aborda este asunto. En primer lugar, en el relato de la historia del capitán cautivo Ruy Pérez de Viedma, insertada en el Quijote, donde Zoraida, una mora secretamente cristiana, si bien no bautizada, que desea huir de Argel y casarse con él, le aconseja, en un papel o billete que le ha hecho llegar, que no se fíe de ningún moro porque “son todos marfuces” (I, 40, 414), esto es, traidores. Semejante observación negativa sobre el modo de ser de los moros deja suponer tácitamente un contraste entre los moros, de los que es mejor desconfiar, y los españoles, como el capitán cautivo, en quienes sí se puede confiar y en quien Zoraida deposita toda su confianza para escapar de Argel y casarse con el capitán en España.

La misma moraleja se transmite en Los baños de Argel, donde se cuenta una historia muy similar a la de Zoraida y el capitán español cautivo, protagonizada por una pareja igualmente similar, Zara (o Zahara), personaje verdaderamente análogo al de Zoraida, pues, al igual que ésta, es una mora secretamente cristiana, pero no bautizada, (por haber sido educada por una cautiva española), que anhela igualmente salir de Argel, y don Lope, un caballero español cautivo, en quien confía plenamente y al que ruega que la lleve con él a España con el compromiso de casarse con ella. Pues bien, en esta coyuntura tan semejante a la planteada en la historia del cautivo y Zoraida, Zara envía a don Lope un billete en el que igualmente le avisa de que no se fíe de ningún moro ni renegado.{52} En ambas historias los caballeros españoles aparecen como prototipos de españoles y cristianos fiables. Naturalmente, la creencia en la desconfianza en los moros no es idiosincrásica de Cervantes, sino que se trata de un tópico muy extendido entre los españoles de entonces.

Pero la contraposición entre el tipo moro o musulmán y el tipo español a la que Cervantes da más juego literario y trata más amplia e insistentemente es la que distingue a los españoles como fieles y leales a la palabra dada y cumplidores de ésta, de los moros como infieles a su palabra e incumplidores de ésta. La razón de que haya que desconfiar de los moros no es sólo porque, como sostiene Zoraida, sean marfuces, sino también porque entre ellos es manifiesta la tendencia a incumplir las promesas, un rasgo que contrasta con el diferente carácter de los españoles cristianos, que se distinguen justamente por lo contrario, por actuar según la palabra dada y el cumplimiento puntual de las promesas. Tal es la moraleja que se desprende de la historia del capitán cautivo y de Zoraida, la cual ha escogido a éste, entre los muchos cristianos cautivos que ha visto, por ser el único que le parece un caballero, aunque propiamente no lo es, pero sí es un noble de linaje hidalgo, y ello le da confianza para pedirle que la lleve a tierra de cristianos y que acepte casarse con ella, una petición que muy caballerosamente el capitán Pérez de Viedma acepta y así se lo hace saber a Zoraida en la respuesta escrita al billete de ésta, donde la anuncia su compromiso de conducirla a tierra cristiana y a hacerla su esposa, pero además, y esto es lo más importante, para que ella tenga su promesa por creíble y fiable la justifica mediante una doble razón.

En primer lugar, alega Pérez de Viedma que hace la promesa en su calidad de buen cristiano, lo que da a entender que la religión cristiana alienta al cumplimiento de las promesas y él es un buen cristiano; cabe preguntarse si Cervantes está insinuando tácitamente que, en cambio, no sucede lo mismo con la religión islámica, es decir, que acaso ésta no incita al cumplimiento de las promesas como la cristiana, aunque no hace referencia alguna a las bases coránicas y mahométicas (con lo de mahométicas nos referimos a las relativas a dichos y hechos de la biografía de Mahoma relevantes para el caso) que puedan incitar a los musulmanes a la infracción de los juramentos o promesas.

De hecho, tales bases existen, es decir, en el Corán hay elementos doctrinales que apuntan en tal dirección; y en la biografía de Mahoma constan dichos y hechos que se pueden usar para justificar la mentira y la infidelidad a las promesas y pactos.

En efecto, en el Corán figura la llamada doctrina de la taqiyya, en el sura 3, 28, que permite la mentira, especialmente contra los infieles, contra los que vale casi todo, con tal que triunfe el islam. Mahoma condena la mentira en las relaciones de los musulmanes con otros musulmanes, pero en el trato de éstos con los infieles la mentira, el fingimiento o la simulación están justificados. El propio profeta fue un buen ejemplo para sus seguidores de esta doctrina que permite usar la mentira a conveniencia, de la que la víctima fue un poeta judío, molesto para él porque estimaba que sus versos de amor eran ofensivos para las mujeres musulmanas. Así que dispuso matarlo y autorizó a un joven secuaz para que lo hiciera valiéndose del engaño con el que tenderle una emboscada y así asesinarlo con más facilidad.

En cuanto a la fidelidad a la palabra dada, el libro sagrado de los musulmanes inspira una línea de conducta que aboca al incumplimiento de las promesas o de los juramentos, no digamos si éstos afectan a infieles, aunque no hace falta que lo sean para que el juramentado cambie de opinión y se permita la anulación de lo prometido o jurado.  Es cierto que en el sura 16,93 se ordena cumplir los juramentos, pero el sura 5,91 consagra su violación siempre y cuando se compense la violación con otra acción que el sujeto considere preferible. Es más, el sura 66, 1-5, además de ratificar la violación de los juramentos mediante la compensación con alguna otra obra, lo aplica a un caso en el que el propio Mahoma está implicado. Semejante doctrina se halla reforzada por el ejemplo dado por el profeta del islam, a quien no le importaba quebrantar los pactos si así se lo dictaban sus intereses políticos, como bien se puso de manifiesto en su ruptura del tratado de paz de Hudaibiya, pactado con los mecanos, contra los que abrió de nuevo las hostilidades. A la vista de esto, no es de sorprender que la tradición musulmana remita al profeta la máxima de que, en caso de que un hombre haya jurado algo y luego descubre un curso de acción preferible, debe seguirlo sin más costo para él que la compensación del juramento roto.

Pero tras esta digresión sobre las bases doctrinales coránicas y biográficas de Mahoma que esclarecen la insinuación del capitán Pérez de Viedma de que el islam no promueve la fidelidad a las promesas como el cristianismo, continuemos con su argumentación. En segundo lugar, alega que los cristianos cumplen lo prometido mejor que los moros, lo que refuerza la mentada insinuación de que la religión cristiana promueve el cumplimiento de las promesas de una forma que no hace el islam. Así lo expresa el propio Ruy Pérez:

“A lo que dices que si fueres a tierra de cristianos que has de ser mi mujer, yo te lo prometo como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los moros”. I, 40, 415

Sea de ello lo que sea, el capitán español cumplirá su palabra prometida y llevará a Zoraida a España y se casará con ella, convirtiéndose así en todo un prototipo del cristiano español fiel cumplidor de sus promesas. Ese mismo papel lo desempeña don Lope, el personaje análogo, como ya se ha dicho más arriba, del capitán Pérez de Viedma, en Los baños de Argel, quien da su palabra a Zara de cumplir su promesa de llevarla a España y desposarla, lo que en efecto cumplirá, erigiéndose así en un perfecto modelo del caballero cristiano español.

También en El trato de Argel se insiste en el cumplimiento de las promesas como un rasgo destacado del comportamiento de los españoles, con la sugerencia tácita de que no se puede decir lo mismo de los moros, o, al menos, que no son tan buenos cumplidores como aquéllos. En efecto, se ensalza la fidelidad o lealtad de los españoles a la palabra dada y además se hace desde una perspectiva nueva: ahora no están en primer plano los cristianos españoles como modelo de fidelidad a las promesas, sino que es un moro de alto rango el que lo certifica, nada menos que el mismísimo rey de Argel, lo que da más fuerza al concepto de los españoles como ejemplo de fidelidad a las promesas. Es el propio rey de Argel el que reconoce la virtud de los españoles cautivos de guardar su palabra sin reservas, una opinión que le han confirmado unos caballeros españoles, dos de ellos caballeros Sosas portugueses y dos caballeros castellanos, don Francisco de Meneses y don Fernando de Ormaza, a quienes permitió ir a España para negociar su rescate bajo la promesa de que luego regresarían a Argel dentro de un plazo fijado, promesa que cumplieron. Incluso se aprovecha de esta virtud de los caballeros españoles para obtener mayores beneficios del negocio del rescate, pues en su afán de ser fieles a la palabra dada los españoles, según él, llegan a pagar rescates por un valor triple de su precio normal.{53} Su fe sin titubeos en la virtud de los caballeros españoles es lo que anima al rey de Argel a confiar en la palabra del protagonista de la pieza, Aurelio, como caballero cristiano español, de pagar su rescate desde España a donde le ha permitido marchar libremente con el sólo compromiso mediante juramento de pagar su rescate y el de su amada Silvia:

“Y tomad mi voluntad
por prenda deste rescate;
que yo perderé la vida
o cumpliré mi palabra”.{54}

Pero es en Los baños de Argel donde culmina la presentación de la virtud del cumplimiento de las promesas como una característica de los españoles, a diferencia, parece suponerse, de lo que sucede entre los moros o musulmanes. Ya no se trata de presentar tal virtud como una prenda de caballeros o hidalgos españoles o como algo reconocido por el rey de Argel, sino que se proclama como una característica del español en general, salvo alguna excepción. Hay dos pasajes cruciales al respecto. El primero de ellos es un diálogo entre don Fernando, un caballero cautivo español, y Zara, la ya mentada mora secretamente cristiana, que ella, inicialmente cauta con los cristianos  hasta que sepa más de ellos, tiene interés en mantener para comprobar por boca de un tercero, don Fernando, si entre los caballeros cristianos es un deber inquebrantable guardar las promesas  para saber si puede confiar en un cristiano, pues ella ya ha planeado huir de Argel con la ayuda de un caballero cristiano español, que será don Lope. Zara somete a un interrogatorio a don Fernando en el que éste exalta el sagrado valor de cumplir con la palabra dada y que en España guardar las promesas es algo muy respetado, tanto lo es que se considera que se deben mantener sin admitir excepción alguna, ni aunque se hayan hecho en secreto o a enemigos, con quienes también se está obligado a guardarlas. He aquí lo esencial del coloquio:

Zara: “Ven acá; dime, cristiano:
¿en tu tierra hay quien prometa
y no cumpla?
 
Don Fernando: Algún villano.
 
Zara: ¿Aunque dé en parte secreta
su fee, su palabra y mano?
 
Don Fernando: Aunque sólo sean testigos
los cielos, que son amigos
de descubrir la verdad.
 
Zara: ¿Y guardan esa lealtad
con los que son enemigos?
 
Don Fernando: Con todos; que la promesa
del hidalgo o caballero
es deuda líquida expresa,
y ser siempre verdadero
el bien nacido profesa”.{55}

El segundo pasaje de Los baños de Argel en que la virtud de cumplir las promesas viene a presentarse como una cualidad del carácter de los españoles en general en su modo de proceder forma parte de un coloquio entre Costanza y don Lope, en el que está presente Zara, pero acompañada por Alima, la mora dueña de Costanza, lo que le obliga a guardar cautela para no despertar sospechas acerca de sus verdaderas intenciones, por lo que deja hábilmente que la iniciativa del coloquio la lleve Costanza. Zara ya está al tanto por su diálogo con don Fernando del muy alto valor que los españoles dan a la guarda de las promesas y juramentos; lo que por medio del diálogo de Costanza con don Lope Zara quiere averiguar es si el escogido por ella es uno de esos caballeros españoles en que se puede confiar plenamente. A la pregunta de Costanza, inducida por Zara, a don Lope de si es español, éste responde:

“Sí, señora; de una tierra
donde no se cría araña
ponzoñosa, ni se encierra
fraude, embuste, ni maraña,
sino un limpio proceder,
y el cumplir y el prometer
es todo una misma cosa”.{56}

Costanza continúa interrogando a don Lope y, tras la confesión de éste de que no está casado pero que piensa casarse pronto con una cristiana mora, Zara ya está más segura de que puede confiar plenamente en el caballero español para conseguir sus objetivos. Más adelante, cuando ya falta poco para poner en marcha el plan de fuga de Argel, será el propio don Lope el que, comprendiendo el posible recelo de Zara, se anticipa y le promete, sin que ella se lo pida, cumplir, en su triple condición de cristiano, español y caballero, con lo pactado, a pesar de que ya se lo había prometido antes por escrito:

“Cristiano y español soy,
y caballero, y te doy
mi fe y palabra de nuevo
de hacer lo que en esto debo”.{57}

No obstante, para la cautelosa Zara todo esto no es bastante y, para estar más segura y poder seguir con sus planes, aprovecha la ocasión para exigirle a don Lope un juramento religioso, por la Virgen y Jesucristo, que don Lope no duda ni un instante en prestarlo:

“¡Juro por la Virgen pura,
y por su Hijo también,
de no olvidarte jamás
y de hacer lo que verás
en mi gusto y tu provecho!”.{58}

Con este juramento ella se da por satisfecha y don Lope no la defraudará, sino que logará llevarla a España{59}.

Pero el rasgo más tratado por Cervantes como característico de los españoles en un contexto de relación con moros y turcos es el del valor, que, a diferencia de los rasgos anteriores, no lo presenta en contraste con el modo de ser de éstos. La razón parece obvia. Los árabes habían invadido y conquistado España, y reconquistarla había costado casi ocho siglos, a lo largo de los cuales los españoles habían sido vencidos muchas veces por ellos, por lo que, al margen de sus diferencias políticas, religiosas y culturales, no podía dejar de reconocerles el valor. Terminada la Reconquista y expulsados de España, españoles y moros seguían enfrentados, si bien de modo diferente, y las victorias y derrotas entre unos y otros se alternaban, a lo que hay que añadir la entrada en escena de los turcos, con los que también se alternaban las victorias y derrotas. Dada esta situación, no hubiera sido creíble un contraste entre españoles, de un lado, como valientes, y moros y turcos, aliados entre sí, por otro, como cobardes; de hecho, Cervantes, bien lo sabía él por su experiencia biográfica como soldado que había luchado contra turcos y moros, admite gallardamente la valentía de éstos, a los que podía atribuírseles otros vicios, pero no negarles esa virtud; así, por ejemplo, alude en un pasaje de Los baños de Argel a “la otomana braveza”{60} y varios personajes moros de sus comedias son retratados como valerosos. Así que Cervantes optará por abordar el valor y cualidades emparentadas de los españoles, como el brío, el arrojo, la bravura, la entereza, la resistencia, etc., no por comparación con los moros y turcos, a los que también se reconoce virtudes similares, por más crueles y bárbaros que se los pinte, sino haciéndolas resaltar en un ambiente hostil marcado por el conflicto. Y son dos las situaciones conflictivas en las que Cervantes retrata la valentía de los españoles y cualidades afines: el ambiente hostil del cautiverio en Argel y el ambiente de la guerra, la que enfrenta a España contra los moros norteafricanos y sus aliados turcos.

La primera situación descrita, en la que brilla el valor del español en el cautiverio en Argel, es materia literaria de la que se nutren como asunto principal las dos comedias ya citadas: El trato de Argel y Los baños de Argel. En una y otra sobresalen el valor y entereza demostrados por los españoles esclavizados en las duras condiciones de vida del cautiverio argelino. En la primera de ellas se nos muestra al protagonista, el ya citado hidalgo español Aurelio, retratado como pundonoroso y bizarro{61} en lucha tenaz por mantenerse fiel a su religión, de la que ni dádivas ni promesas ni astucia alguna apartan, y leal a su patria, así como a su amada Silvia, a pesar del acoso constante de la mora Zahara, su ama, quien le ha prometido la liberación si cede a sus reclamos. Pero el espíritu resuelto de Aurelio acaba venciendo sobre todas las dificultades. Otro tanto hay que decir de Silvia, sometida igualmente a presión por el moro Yzuf, su amo. A la postre, la virtud y valor de ambos se verán recompensados con la liberación, sin necesidad de claudicar ante sus amos.

Mayor presencia aún, si cabe, hay del valor y virtudes asociadas como rasgos del tipo español en Los baños de Argel, pues aparecen no sólo como cualidades de los personajes principales, sino también de personajes secundarios, que dan ejemplos extraordinarios de valor y entereza. Don Fernando y Costanza, cuya historia es paralela a la de Aurelio y Silvia, tienen que bregar, además de con los suplicios del cautiverio, con las presiones de sus amos moros, Alima, prendada de don Fernando, y Cauralí, encaprichado de Costanza, para que cedan a sus pretensiones amorosas; don Lope, por su lado, demuestra su arrojo al arriesgar su vida con un plan de huida de Argel en barca por cumplir su promesa a Zara, que también arriesga la suya, de llevarla a España; también don Fernando y Costanza, y otros cautivos españoles, participarán en este plan de fuga, que afortunadamente para ellos se verá coronado con el éxito.

Pero son algunos episodios concernientes a personajes secundarios en los que más se detiene el autor para destacar el valor y entereza de los españoles por su condición de tales. El primero de ellos, pasada la mitad de la primera jornada o primer acto, tiene por protagonista a un cristiano español innominado que ha hecho tres intentos de fuga por tierra y que ha sido castigado con la amputación de las orejas. Su conducta da motivo para presentar el brío como signo distintivo del carácter español. A la pregunta de un moro de si el cristiano es español, la respuesta de otro moro, Carahoja, es que su brío denuncia que lo es:

“¿Pues no está claro?
¿En su brío no lo ves?”.{62}

El segundo episodio, relatado al final de la primera jornada, lo protagoniza un renegado español, Hazén, pero arrepentido, que no desea otra cosa que volver a España y confesar su yerro. Tiene tras de sí una historia triste y penosa, que comenzó cuando fue hecho cautivo siendo niño y, según él, forzado a ser turco y, como tal, participó en expediciones corsarias, pero confiesa que él ha tratado afablemente a los cristianos y que en secreto siguió siendo cristiano. Con este pasado a cuestas, Hazén se enfurece contra Yzuf, otro renegado español, que, a diferencia de él, es autor de graves crímenes de piratería y cautiverio y el último de ellos viene de perpetrarlo contra los vecinos de su propio pueblo del levante español, incluso contra miembros de su familia, lo que es más de lo que Hazén puede tolerar; así que para que no siga cometiendo más tropelías, Hazén, en un arrebato de furia, lo mata. Detenido, es condenado a ser empalado, no sin antes confesar públicamente que es cristiano. Su valeroso comportamiento durante su ejecución y su entereza despiertan la admiración del cadí de Argel:

“Este suceso me admira:
en él se ha visto una prueba
tan nueva al mundo, que es nueva
aun a los ojos del sol;
mas si el perro es español,
no hay de qué admirarme deba”.{63}

El mensaje está claro: si un español muestra valor y entereza no hay por qué admirarse, pues es completamente habitual que un español esté adornado de tales prendas.

El tercer episodio, acaecido en la tercera jornada, tiene por héroe a un niño, Francisquito, que muere martirizado, tras haber resistido regalos, promesas y amenazas para volverse musulmán y moro. Un comportamiento tan heroico sirve ahora para retratar, aunque no sin cierto desdén, a los españoles por el mismísimo rey de Argel, tras enterarse por el cadí, de que el muchacho es español, con una retahíla de cualidades, que tal como las profiere parecen tener un tono negativo, aunque la mayoría de ellas pueden entenderse también positivamente:

“Pues no te canses,
que es español, y no podrán tus mañas,
tus iras, tus castigos, tus promesas,
a hacerle torcer de su propósito.
¡Qué mal conoces la canalla terca,
porfiada, feroz, fiera, arrogante,
pertinaz, indomable y atrevida!”
Antes que moro le verás, sin vida”.{64}

Entre las cualidades de los españoles aparecen algunas bien conocidas como la de ser arrogantes y ser porfiados, rasgo, éste último, que como ya vimos, Roldán atribuía a los españoles. Otras cualidades, como la terquedad o la pertinacia, son prácticamente sinónimas de la porfía. Lo que los españoles llamarían más bien firmeza, tenacidad, resistencia y paciencia se convierte en boca de los enemigos, como el rey de Argel, en terquedad, porfía y pertinacia. Entre los rasgos nuevos atribuidos a los españoles figuran la ferocidad y la fiereza, que no tienen por qué entenderse negativamente. De hecho, solían utilizarse tales palabras, tanto en la literatura caballeresca de la época como en la literatura histórica, para describir a los soldados o combatientes aguerridos y belicosos que, en la guerra, causaban estragos o muchas bajas entre los enemigos. De tales soldados o combatientes se decía que eran feroces o fieros en el combate y/o también se hablaba por sinécdoque de la fiereza de sus espadas o de sus armas; y los españoles tenían fama de serlo. Incluso el propio Cervantes califica a uno de sus héroes, el gallardo español, don Fernando, protagonista de la comedia con ese mismo título, de fiero por boca de un personaje, la mora Arlaxa, cuando se refiere a “la espada fiera” empuñada por don Fernando.{65}

Tampoco hasta ahora se había hablado de los españoles como indomables, un rasgo, que según vimos en nuestro estudio del pasado trimestre, Cervantes consideraba como característico de los primitivos hispanos prerromanos. Dado que el propio Cervantes veía a los españoles de su tiempo como herederos de aquellos hispanos, es muy posible que pensara que el carácter indomable e indoblegable de los españoles de su presente histórico fuera un rasgo heredado de sus primitivos ancestros ibéricos o celtibéricos. Sea de esto lo que sea, en la literatura de la época era frecuente referirse a los españoles como gente que iba a la guerra con la firme determinación de vencer o morir y que nunca se declaraban o daban por vencidos.{66}

Tampoco hasta ahora se había hablado de los españoles como atrevidos, pero, en cierto modo, es algo que va unido a la valentía, pues es difícil serlo si no se es atrevido, esto es, alguien dispuesto a asumir ciertos riegos.

Naturalmente hablar del valor de los españoles no excluye atribuírselo también a moros y turcos. Ya hemos citado más arriba la referencia a la bravura de los turcos. Pero también aparecen en la comedia personajes o se habla de ellos que también se distinguen por su valor, como el capitán Cauralí, a quien un guardián moro tiene por valiente y el rey de Argel por bravo,{67} o el amo turco de Sacristán, un jenízaro al que este español se refiere como soldado valiente.{68}

Pero es en la segunda situación mentada, la de estado de guerra, en la que más se resalta el valor, incluso en grado heroico, de los españoles. Tal es el caso de la comedia El gallardo español, cuyo título mismo es harto indicativo de la clase de personaje del que se va a tratar. En ella se dramatiza la historia de un caballero español, don Fernando de Saavedra, todo un modelo de caballero valiente, gran maestro en la guerra, caballeroso, galante y cortés, en el ambiente bélico del sitio de Orán y Mazalquivir en 1563 por tropas turcoberberiscas. Cervantes, desde el inicio mismo de la obra, llega hasta el punto de dotar a don Fernando del estatus de símbolo del valor, bravura y demás virtudes militares de los españoles, lo que el autor se encarga de señalar al presentarlo, por boca de Arlaxa, verdaderamente fascinada de las buenas prendas del caballero y soldado español, hiperbólicamente en orden sucesivo como sostén o baluarte de España, cual un nuevo Atlante o Atlas, una suerte de nuevo Cid o de Bernardo del Carpio.{69} Su heroica actuación en la defensa de Orán contra el asedio turcoberberisco engrandecerá su figura y su dimensión simbólica.

Don Fernando goza de renombre por su valor y sus proezas bélicas, reconocidos por todo el mundo, amigos y enemigos, españoles y moros. En su impresionante historial militar figuran hechos tales como haber logrado, él solo, la rendición de una galeota de turcos y el haber combatido valerosamente contra los moros argelinos en Meliona, Tremecén y Bona. Su fama de valiente y gallardo es tal que suscita la atracción de la mora Alaxa, que nada desea más que conocer al valeroso español, y enamora de oídas a Margarita, noble doncella, pero huérfana, que desea convertirlo en su esposo, luego de haber oído a su anciano consejero pintar así a don Fernando:

“Pintómele tan galán,
tan gallardo en paz y en guerra,
que en relación vi a un Adonis,
y a otro Marte vi en la Tierra.
Dijo que su discreción
igualaba con sus fuerzas,
puesto que valiente y sabio
pocas veces se conciertan”.{70}

Tan buenas prendas que lo adornan no es óbice para que en alguna ocasión manifieste una nota de arrogancia y jactancia: “Si no quisiera entregarme, / no pudieran cautivarme/ tres escuadras, ni aun trescientas”, lo que le vale una reprimenda de  Alimuzel, su rival moro: “Estás cautivo y revientas/ de bravo”,{71} a lo que replica que puede alabarse, seguramente porque piensa que sus palabras se sustentan en hechos.

Pero esa nota de arrogante autoalabanza se desvanece ante su heroica actuación en la defensa de Orán contra el asedio turcoberberisco, que realzará su figura y su alcance simbólico. Además, la valentía como característica del español no sólo está representada en el personaje de don Fernando, notablemente idealizado. También lo está en la realidad histórica de la heroica resistencia de los españoles, demostrada durante el sitio de Orán y Mazalquivir, que lograron superar un sinfín de asaltos de las tropas moras y turcas, todo lo cual recrea Cervantes magníficamente en el tercer y último acto de la comedia, en el que la heroica acción defensiva de los españoles, encabezada por el gobernador y general de la plaza, el segundo conde de Alcaudete, frente a los enemigos pasa a primer plano.

Nuevamente, Cervantes no contrasta la valentía española contra la ausencia o menor valentía de los moros y turcos, lo que sería ir contra la realidad histórica. Simplemente se limita a pintar el valor de los españoles en la guerra contra moros y turcos, cuyo valor no se cuestiona. De hecho, el antagonista de don Fernando, Alimuzel, es un moro que rivaliza con el español en valentía, gallardía y caballerosidad, lo que da aún más valor a la victoria del español, quien reconoce las virtudes del moro y lo aprecia y respeta por lo que vale, en el duelo que ambos mantienen en el clímax del asedio de Orán.

Consideraciones finales
Para concluir, digamos que la serie de rasgos del carácter español que se desprende del análisis del tratamiento cervantino de los españoles en un contexto de relación con los moros y turcos converge en gran medida con la serie obtenida en el análisis del tratamiento de la caracterización de los españoles en un contexto de relación de éstos con los extranjeros europeos. Además de que algunos pocos rasgos están presentes en una lista y no en otra, la principal diferencia es de mayor o menor énfasis en unos que en otros. Así, por ejemplo, aborda con más atención y amplitud la veracidad y fidelidad a las promesas en la caracterización de los españoles en un medio de contacto con moros y turcos que con extranjeros europeos.

Pero en uno y otro caso es muy llamativo el hecho de que Cervantes, por más que pretenda retratar el modo de ser de los españoles en general tal como ellos se percibían y tal como ellos pensaban que los otros europeos o los moros y turcos los percibían a ellos, presenta a un pequeño segmento de la población española, los nobles, como principales representantes del carácter español según los estereotipos entonces vigentes, tanto en lo positivo como en lo negativo. Así en las interrelaciones con otros europeos, son unos caballeros vizcaínos o Bernardo del Carpio o Periandro y Auristela los principales ejemplos del tipo español; y en las interrelaciones con moros y turcos, son nobles españoles, ya sean caballeros castellanos, portugueses o de orígenes regionales desconocidos, como don Lope y don Fernando de Saavedra, el gallardo español, ya sean hidalgos, como el leonés Ruy Pérez de Viedma, el capitán cautivo del Quijote, y Aurelio (que bien puede ser andaluz, pues se nos dice que Silvia, su amada, es de Granada, y ya estaban enamorados antes de ser cautivados) los mejores exponentes del tipo español. Ello sólo se puede explicar por la creencia entonces muy extendida, y sin duda compartida por Cervantes, de que la nobleza, si bien demográficamente insignificante, política, militar, social y culturalmente era la parte principal de la sociedad, a la que se le reconocía su hegemonía; y siendo así, no es de extrañar que se pensase que representaba mejor que ninguna otro sector social las virtudes, pero también los defectos, de los españoles, lo que no le impide a Cervantes, según hemos visto, presentar también a plebeyos con rasgos considerados característicos del tipo español.

——

{1} Novelas ejemplares, II, pág. 242.

{2} Sobre la creencia de los españoles de que los extranjeros los tenían por arrogantes o soberbios y su propia autoconcepción como tales, véase Miguel Herrero García, Ideas de los españoles del siglo XVII, Centro de Estudios Europa Hispánica (CEEH), 2020 (reedición de la segunda de 1966, a su vez una versión ampliada y mejorada de la primera de 1927), págs. 36-40 y 71-82 respectivamente.

{3} Informe sobre España, en Un embajador florentino en la España de los Reyes Católicos, pág. 125.

{4} Ferraù en italiano y en español su primer traductor, Gerónimo de Urrea, lo llamó Ferragú, Ferragut y Ferraguto alternativamente; Cervantes lo llama siempre Ferraguto y esta es la denominación a la que nos atendremos en lo sucesivo.

{5} Sobre la impureza racial y cultural de los españoles por su mezcla con los árabes durante la Edad Media, según la percepción de los italianos, véase Sverker Arnoldsson, Los orígenes de la Leyenda Negra española, El paseo editorial, 2018 (1ª ed., 1960), págs. 22-28.

{6} Esta alusión al español como un fanfarrón ya en el siglo XVI se percibió por sus lectores españoles no meramente como un defecto de Ferraguto, sino como una negativa visión del carácter de los españoles en su conjunto. Así lo percibieron los traductores españoles del Orlando furioso, que se sintieron molestos y ofendidos por semejante retrato. Su primer traductor, Jerónimo de Urrea, en su versión en verso publicada en 1549, rebajó la expresiva fórmula de Ariosto, “Il vantator Spagnuol” (en el italiano actual no se dice ya “vantator”, sino “vantatore”) vertiéndola por “Loándose el de’España…”; Hernando Alcocer, que tradujo también en verso el épico poema de Ariosto en 1550, optó por una solución más extrema: omitió la traducción del calificativo. Su ejemplo fue seguido por Diego Vázquez de Contreras, en su traducción en prosa de 1585, que también optó por omitir su traslación.

{7} Veáse Ariosto, Orlando furioso, canto XII, 38-45, especialmente las estrofas 40-1, 44-45.

{8} Tal es el dictamen de Arnoldsson, op. cit., pág. 104, después de examinar toda suerte de literatura italiana del siglo XVI, aunque no cita un testimonio tan importante como el de Ariosto.

{9} Vida de Miguel de Castro, Espuela de Plata, 2020, pág. 46.

{10} Ibid.

{11} Sobre el frecuente amotinamiento de las tropas españolas por adeudárseles su soldada y los saqueos a que daban lugar, véase Pierre de Bourdeille, señor de Brantôme, Bravuconadas españolas, Ediciones Áltera, 2002 pág. 157-8.

{12} Sobre estos defectos atribuidos a los españoles en Italia, véase Arnoldsson, op. cit., págs. 100-102.

{13} Novelas ejemplares, II, pág. 247

{14} Persiles, II, 5, pág. 310.

{15} Sobre la cortesía como cualidad del tipo español en la literatura española de la época, véase Herrero García, op. cit., págs. 63-66.

{16} Novelas ejemplares, II, pág. 249.

{17} Op. cit., pág. 253.

{18} Op. cit., pág. 258. 

{19} Véase Arnoldsson, op. cit., pág. 14.

{20} Véase la nota 3.

{21} Sobre la cólera como característica del carácter español y su diferente valoración como defecto o virtud, véase Herrero García, op. cit., págs. 82-3.

{22} Persiles, II, 11, pág. 352.

{23} Op. cit., III, 6, pág. 489.

{24} Sobre la hospitalidad española y la idea de España como madre de extranjeros, pero madrastra de sus propios hijos, véase Herrero García, op. cit., págs. 67-71.

{25} Persiles, III, 18, pág. 604.

{26} Op. cit., I, 5, págs. 163-5.

{27} Op. cit., II, 5, págs. 309-310.

{28} Op. cit., IV, págs. 610-611 

{29} Teatro completo, acto I, vv. 774-6, pág. 129.

{30} Citado por Herrero García, op. cit., pág. 37.

{31} Teatro completo, I, vv. 783-4, pág. 129.

{32} Op. cit., v. 785.

{33} Sobre el origen del uso en Italia del término marrano como descalificación de los españoles por su mezcla con los judíos y por suponérseles por tanto contagiados de judaísmo véase Arnoldsson, op. cit., págs. 27-28 y págs. 137-144 y 150; y Bataillon, Erasmo y España, pág. 60 y n.27, quien hace hincapié en las sospechas acerca de la ortodoxia religiosa de los españoles en Italia, donde se llamaba peccadiglio di Spagna a su supuesta falta de fe en la Trinidad, un dogma que repugnaba tanto a judíos como árabes y cuya aversión se habría transmitido a los españoles.

{34} Orlando furioso, XII, 45, 2. Merece advertirse que en esta ocasión Jerónimo Urrea, a diferencia de lo que hace en otras ocasiones en que suaviza o elimina las alusiones negativas a los españoles en el poema de Ariosto, mantiene literalmente las injuriosas palabras, como puede comprobarse en la magnífica edición bilingüe en Cátedra basada en la traducción de Urrea en verso, que ha sido históricamente también la más difundida hasta hoy, si bien separa “sucio” de “marrano” con una coma, mientras que en el texto original el adjetivo califica a “marrano” y no directamente a Ferraguto, al que califican conjuntamente formando una única expresión.  De los demás traductores españoles del siglo XVI sólo Hernando Alcocer siguió la estela de Urrea vertiéndola por “bruto marrano”; Diego Vázquez de Contreras optó, en cambio, por eliminar la palabra “marrano” y sustituirla por “perro”, es decir, la expresión original se troca en “sucio perro”, con lo cual se altera y se oculta totalmente el verdadero sentido de la expresión original. Sorprende mucho que el más reciente traductor del libro de Ariosto, José María Micó, cuya traducción en verso suelto -publicada en formato bilingüe en 2005 por Espasa Calpe y disponible también en publicación monolingüe en español en las ediciones más asequibles de Espasa de 2010 y en la de Austral en 2017- ha sido muy elogiada y  galardonada con el Premio Nacional de Traducción a la mejor traducción en España e Italia, evita la palabra “marrano” y traduce la expresión de Ariosto por “sucio embustero”, lo que nada tiene que ver con el significado original de “brutto marrano”. Sin embargo, Micó censura a Urrea por dulcificar las ocasiones alusiones críticas a los españoles. Él, en cambio, no dulcifica en este caso, sino que va más lejos que Urrea y elimina la palabra “marrano”, aunque no se sabe si ello se debe a un propósito deliberado o bien a la ignorancia de que tal palabra, dicha de un español en la Italia del siglo XVI, era algo muy ofensivo, que no otra cosa es lo que persigue Orlando al utilizarla contra Ferraguto por su condición de español.

{35} Acerca de todo esto véase Herrero García, op. cit., págs. 36-40.

{36} Brantôme, op. cit., pág. 37.

{37} Op. cit., pág. 39.

{38} Op. cit., pág. 109.

{39} Op. cit., pág. 49.

{40} Op. cit., pág. 32.

{41} Criticón, II, 3, pág. 341: “-No me puedes negar que son los españoles muy bizarros. - Sí, pero de ahí les nace el ser altivos”.

{42} Teatro completo, pág. 784.

{43} Brantôme, op. cit. pág. 39.

{44} Vives, Las disensiones de Europa y la guerra contra los turcos (1526), en Las disensiones de Europa, y el Estado, Ayuntamiento de Valencia, 1992, pág. 63.

{45} Véase Sobre la concordia y la discordia en el género humano (1529), en Vives, Sobre la concordia y la discordia en el género humano, sobre la pacificación y cuán desgraciada sería la vida de los cristianos bajo los turcos, Ayuntamiento de Valencia, 1997, págs. 139 y 168.

{46} Op. cit., págs. 171-2.

{47} Véanse las reacciones en esta línea de Suárez de Figueroa, el conde de Lemos y Antonio Hurtado de Mendoza en Herrero García, op. cit., págs. 38 y 40.

{48} Citado por Herrero García, op. cit., pág. 75, quien la toma de El rey por trueque.

{49} Citamos por Herrero García, op. cit., pág. 37, quien toma la cita de la comedia lopesca Carlos V en Francia.

{50} Como puede verse en Herrero García, op. cit., págs. 432-435.

{51} Los baños de Argel, en Cervantes, Teatro completo, acto II, vv, 1060-1, pág. 223.

{52} Op. cit.,  acto I, pág. 208.

{53} Véase El trato de Argel, en Teatro completo, acto IV, pág. 911, vv. 2362-238, págs. 911-912.

{54} Op. cit., vv. 2440-3, pág. 913.

{55} Los baños de Argel, en Teatro completo, acto II, vv. 1047-1055 y 1057-1061, pág. 223.

{56} Op. cit., vv.1623-1629, pág. 241.

{57} Op. cit., acto III, vv. 2721-4, pág. 272.

{58} Op. cit., acto III, vv. 2728-2734, págs. 272-273.

{59} Toda esta parte sobre la veracidad, fiabilidad y leal guarda de las promesas de los españoles entre los musulmanes moros y turcos es en gran medida una reescritura ampliada y mejorada de la sección dedicada a ello en nuestro trabajo “Otros vicios musulmanes. El Quijote y el islam (VII)”, El Catoblepas, nº 123, 2012, en la que los párrafos sobre las bases islámicas y mahométicas de la actitud musulmana ante la mentira y el cumplimiento de las promesas y pactos se han reproducido con pocos retoques. La diferencia de enfoque entre lo que ofrecemos ahora y lo que hicimos entonces es que en aquel trabajo el foco del interés era el retrato, según Cervantes, del modo de ser de los moros y turcos con respecto a la verdad y la guarda de las promesas en comparación con los españoles, mientras que ahora el foco de atención es el inverso: se trata de retratar a los españoles con respecto a esos mismos asuntos comparándolos con los moros y turcos.

{60} Teatro completo, v. 2331, pág. 261.

{61} El trato de Argel, en Teatro completo, págs. 848 y 894 respectivamente.

{62} Los baños de Argel, en Teatro completo, acto I, vv. 550-1, pág. 206.

{63} Op. cit., acto I, vv. 876-881, pág. 218.

{64} Op. cit., acto III, vv. 2483-2490, págs. 265-6.

{65} Véase El gallardo español, en Cervantes, Teatro completo, acto I, v. 882, pág. 41.

{66} Véase Brantôme, op. cit., págs. 125 y 133.

{67}  Los baños de Argel, acto I, v. 641, pág. 210.

{68} Op. cit., acto II, vv. 1189-1194, pág. 227.

{69} Veáse El gallardo español, acto I, vv. 41-42, pág. 17.

{70}  Op. cit., acto III, vv. 2219-2226, pág. 80.

{71} Op .cit., acto I, vv.815-819, pág. 40.



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