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viernes, 28 de abril de 2017

439.-Jinetes hacia el mar de John Millington Synge;Fernando Serrano Migallón . a



Exilio republicano español en México.





El exilio republicano español en México se refiere a aquellos exiliados españoles que México acogió tras la derrota republicana en la guerra civil española (1936-1939). Se estima que el país norteamericano acogió entre 20 000 y 25 000 refugiados españoles entre 1939 y 1942, a iniciativa del presidente Lázaro Cárdenas.
A los refugiados españoles en México se los caracterizó como un «selecto grupo de alto nivel», heterogéneo y con abundancia de artistas, catedráticos y profesionales,​ aunque se estima que este tipo de inmigración «intelectual» o de «élite»​ conformaba aproximadamente un 25 % del total (unos 5500). 

El mayor contingente de refugiados lo conformaron españoles de la clase media urbana​ y en mucho menor número obreros y campesinos, pues la clase baja no tuvo apenas posibilidades de escapar del país,​ así como militares, marinos y pilotos, economistas y hombres de Estado, todos ellos vinculados al Gobierno republicano derrotado en la guerra civil española.​

La “mexicanización” de los exiliados republicanos del 39

Los retos, las dificultades y los límites
Jorge de Hoyos Puente

Los procesos de integración de los contingentes migrantes en los países de acogida o destino son, cada vez más, un foco de atención prioritaria en las agendas de investigación de historiadores y sociólogos (Massey, 2017). El análisis y la problematización de las circunstancias y los condicionantes que marcan estos frágiles equilibrios, que surgen inevitablemente en todo desplazamiento poblacional, constituyen marcos explicativos en torno a categorías subjetivas como “éxito” o “fracaso”. En ese sentido, suelen ser variables estudiadas las políticas públicas desplegadas por las autoridades de los países receptores, las manifestaciones y reacciones de los distintos actores sociales autóctonos, entre otros. 
Aunque existe una tendencia creciente a difuminar las diferencias existentes entre las migraciones económicas y los exilios políticos, es evidente que todavía es necesario marcar categorías en torno al origen y naturaleza de los motivos del desplazamiento, sus circunstancias y sus limitaciones para el retorno. En este texto, tendremos en cuenta todas esas variables para tratar de aportar un modelo explicativo que matice algunos de los aspectos más reseñables del proceso de integración de los exiliados republicanos de 1939 en México.
 Trataremos de analizar ese proceso de “mexicanización” singular atendiendo a los discursos y las prácticas. Consideramos que, en un foro como este, dedicado específicamente a la historia intelectual, es conveniente tener en cuenta algunas de estas consideraciones, a caballo entre la historia cultural y la historia política, para poder matizar muchas de las referencias introducidas por los intelectuales exiliados con respecto a México.

Es una apreciación bastante recurrente la de calificar la experiencia vivida por el exilio republicano en México como un ejemplo exitoso de integración. La memoria colectiva del exilio está plagada de relatos y discursos que ensalzan la generosidad del país de acogida, así como la gran obra de solidaridad y compromiso político desplegada por el presidente Lázaro Cárdenas y sus diplomáticos. Motivos no faltan para resaltar esta política ciertamente loable si la comparamos con la actitud de otros países del entorno o si analizamos el tratamiento recibido por perseguidos políticos de otras latitudes en tiempos más cercanos a los nuestros (Pla, 2007). 
Resulta indudable que, comparativamente, los republicanos españoles que llegaron a México entre 1939 y mediados de los años cuarenta corrieron mejor suerte que otros compatriotas (Dávila, 2012). Sin embargo, es tarea prioritaria del historiador explorar los elementos que dan forma a los discursos construidos y asentados como verdades oficiales e indagar sobre los diferentes indicios y manifestaciones que rompen con el canon. Frente a una visión homogeneizadora de la experiencia vivida y compartida en circunstancias complejas, es conveniente prestar atención a las razones que sustentan ese universo.

Nos ocuparemos, en primer lugar, de analizar los elementos centrales que dieron forma a este discurso desde el comienzo de la llegada de los exiliados a México, para pasar, más adelante, a tratar de señalar los retos, las dificultades y los límites de su materialización. Advertimos de antemano que este enfoque no es un mero y burdo ejercicio de revisionismo sin más; se trata de un intento por superar ciertos estereotipos y clichés que impiden en buena medida consolidar nuevas agendas de investigación, formuladas sobre preguntas diferentes. El discurso benévolo hacia México tiene en gran medida una justificación como estrategia propicia de adaptación al medio de acogida, cargado de simpatías y buenos sentimientos, pero oculta la otra cara de la moneda, las antipatías y los límites de integración, muchos de ellos autoimpuestos.
 Nos interesa aquí contraponer las simpatías explícitas con los retos, dificultades y límites ocultos, que son mucho más difíciles de encontrar, muy pocas veces expresados públicamente para no ser considerados desagradecidos, pero que contribuyen a comprender en su totalidad el proceso de integración de un colectivo heterogéneo y contradictorio.
 De los retos, las dificultades y los límites surgieron los mecanismos colectivos para hacerles frente, que estuvieron en la base de su modo de relacionarse entre ellos y con lo “mexicano”, aunque no podemos partir en este trabajo sin reconocer las profundas dificultades a la hora de establecer qué es lo “mexicano” exactamente. A pesar de ello, aquí nos referiremos a lo “mexicano” como un constructo amplio, que aspira a aglutinar una pluralidad de realidades compartimentadas y condicionadas por las profundas desigualdades que de forma secular caracterizan a la sociedad mexicana.
 Nuestra tesis es que tanto las simpatías como los retos, las dificultades y los límites condicionaron de forma duradera el modo de relacionarse con México y también, a la larga, su modo de integración. Además, sostenemos que tras esa visión exitosa de la integración se esconden otras muchas realidades menos halagüeñas, que quedaron fuera del marco imaginario construido que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un relato hegemónico que impide o dificulta el análisis de otras experiencias.

1. La “identidad del refugiado” como mecanismo de integración

La “identidad del refugiado” es un constructo historiográfico a través del cual tratamos de aportar un modelo explicativo que agrupa una serie de manifestaciones, coincidentes y repetitivas, fácilmente rastreables en diferentes relatos compartidos por los exiliados españoles en México (de Hoyos Puente, 2012). Se trata, por tanto, de un intento de acercamiento orientado a comprender las razones que dieron origen a un discurso homogeneizador que tiene entre sus elementos centrales la exaltación de las simpatías y las bondades de México como país de acogida.
 Hemos rastreado la configuración de estos elementos en las primeras travesías de las grandes expediciones, donde los exiliados recibieron abundante información acerca de México y también de cómo debían comportarse. Formulado sobre categorías binarias, este discurso construía una serie de rasgos medulares sobre los que los exiliados españoles pretendían asentar unas nuevas relaciones con México y lo “mexicano”. Un relato con el que definirse y presentarse ante la sociedad de acogida y con el que trataron de combatir la imagen negativa de los “otros” españoles, los de los tiempos de la conquista y también de los emigrantes económicos.
En primer lugar, encontramos la exaltación de las autoridades mexicanas con el presidente Cárdenas a la cabeza, no solo por su generosidad con ellos, los exiliados, sino por la similitud de sus proyectos políticos. Este hecho será una constante prolongada en el tiempo, un agradecimiento que se irá heredando presidente tras presidente, de forma acrítica, sin importar los cambios que con los años se fueron haciendo cada vez más visibles en las sucesivas administraciones del PRI. 
En segundo lugar, otro de los elementos que aparece es la prohibición expresa de participar activamente en la vida política mexicana, más allá de mostrar la adhesión a las políticas del general Cárdenas. Lo que, en un principio, pudo entenderse como un gesto de respeto hacia la hospitalidad recibida, con el paso del tiempo, y con la mayoría de los exiliados naturalizados mexicanos, se convirtió en una costumbre que marcaba la distancia entre los refugiados españoles y la realidad social mexicana. En tercer lugar, se difundió una imagen contraria a los españoles residentes en México fruto de la emigración económica anterior.
 La emigración económica representaba la España contra la que los republicanos habían luchado y por ello resultaba un elemento pernicioso, sobre el cual los exiliados debían mantener importantes reservas, que pasaban por su necesaria diferenciación. Españoles de distintas Españas constituían horizontes y proyectos políticos radicalmente diferentes. En todo este discurso hay una afirmación de la superioridad moral de los exiliados por el mero hecho de serlo. Su derrota se había convertido en un sacrificio que debía continuarse, manteniendo una conducta ejemplar y un amplio compromiso con todo lo dejado atrás. Así, el exiliado debía sentirse parte de un colectivo intachable.

Ante la falta de referencias propias sobre la sociedad mexicana, los exiliados tuvieron que funcionar con estas imágenes, proyectadas por algunos intelectuales que pronto configuraron mitos sobre los que se articuló el imaginario colectivo de los refugiados. Algunos intelectuales republicanos jugaron un papel trascendental y construyeron marcos referenciales sencillos a través de los cuales los exiliados debían operar en su nuevo destino.
 En ese sentido, la obra de Paulino Masip Cartas a un emigrado español, escrita en mayo de 1939 y ampliamente distribuida como folleto a la llegada de las primeras travesías, se convirtió un referente para los exiliados (Masip, 1939). De su lectura se desprenden pautas de actuación para afrontar la realidad mexicana, así como información básica, y muy sesgada, de la sociedad de acogida. Destaca su contenido moralizante, que trata de elevar los ánimos de los exiliados, abatidos por la derrota republicana y la dura experiencia de los campos de concentración franceses. 
A diferencia de otros exiliados, Masip proclamó en 1939 que el exilio no iba a ser una experiencia pasajera. Los exiliados debían concienciarse ante la posibilidad de que México fuese un destino duradero, en el cual debían convivir de forma respetuosa, agradeciendo la hospitalidad de los mexicanos y llevando una vida digna y responsable con sus compromisos con España.

Gracias a estas referencias los exiliados definieron una explicación sobre su llegada a México, una carta de presentación que combatiera los estereotipos y permitiera contrarrestar la fuerte campaña de desprestigio que habían extendido en México los simpatizantes de la dictadura franquista. Frente a todo esto, jugó un papel esencial la idea promovida por ellos mismos de que los exiliados eran intelectuales, hombres y mujeres de ideas avanzadas, que luchaban por un ideal emancipador, contrario al de los anteriores españoles que habían llegado a México, huyendo de la miseria de España y pensando únicamente en enriquecerse.

Uno de los elementos que más condicionó la formación del imaginario colectivo del exilio republicano en México fue la construcción del mito de ser un exilio de intelectuales. Esta imagen se conformó por muy diversas razones desde un principio, distorsionando en gran medida la propia realidad y dinámica del exilio. Por un lado, la llegada durante la guerra de destacados intelectuales republicanos, acogidos por La Casa de España, se convertía en un claro referente a explotar por parte de los exiliados de 1939 (Lida, 1988). 
Por otro lado, también jugó un papel importante la propia imagen que asimilaba a la República española con un proyecto político regenerador del panorama cultural y educativo. Los propios refugiados habían asumido como uno de los principales valores de la República la renovación cultural de la nación.
Sin duda, dentro del grupo de los exiliados, llegaba un importante contingente de intelectuales que han sido estudiados de forma prolija por la historiografía mexicana, y que contribuyeron de forma decisiva a cambiar el panorama académico y cultural mexicano de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. A pesar de esto, ni haciendo una lectura generosa de lo que se puede considerar intelectuales, podemos decir que representaban la mayoría. El exilio estaba formado por representantes de todos los sectores sociales y profesionales con una buena cualificación técnica y que, en ocasiones, tuvieron grandes problemas para insertarse laboralmente, como el caso de muchos abogados, por poner uno de los ejemplos más conocidos. 
Sin embargo, al dotarse de esa imagen colectiva de que todos pertenecían a una elite ilustrada, se desprendía así un cierto aire de homogeneidad que sabemos dista mucho de ajustarse a la realidad vivida por el exilio. Cuando uno se asoma a las entrevistas del Archivo de la Palabra del INAH, en ocasiones, es muy sorprendente encontrar cómo cuarenta años después de la llegada de los refugiados muchos de ellos habían interiorizado aquella idea de intelectualidad de forma notable. Obreros manuales y amas de casa que se sienten parte activa de un exilio de intelectuales.

Asociado a esa imagen de comunidad intelectual, arraigó en el discurso el mito del transtierro, convirtiéndose prácticamente en un sinónimo del que ha costado mucho desprenderse incluso para los investigadores. Acuñado por José Gaos en 1942 para referirse a la situación de los refugiados en el país, “el transtierro” se convirtió en una constante dentro de la literatura y el imaginario. Con este neologismo se pretendía representar las buenas relaciones que los refugiados establecieron al encontrarse con la sociedad mexicana. 
Escenifica la generosidad de los mexicanos con los republicanos españoles, así como los lazos culturales que permiten al individuo que ha sido privado de su patria no sentirse desarraigado. El transtierro engloba la idea de Gaos de la existencia de dos patrias, la “patria de origen” y la “patria de destino” (Valero, 2015).
 Si España era la patria donde habían nacido, México era su patria de acogida, su patria de destino en tanto en cuanto representaba una segunda oportunidad para desarrollar los ideales que la República española había tratado de llevar a la práctica (Abellán, 2001; Salmerón, 1994, p. 66). El “transtierro” de Gaos puede calificarse como mito fundacional del exilio. Sin embargo, fueron muchos los exiliados que no se sintieron en absoluto identificados con su neologismo. Este rechazo no tiene que ver con una crítica al recibimiento. Para muchos españoles el contraste y la diferencia pesaban más que las coincidencias culturales.

Con estos y otros elementos, los exiliados de 1939 establecieron un discurso oficial propio, pero que originó a medio y largo plazo una identidad que perduró en el tiempo, aportando estatus social y respetabilidad a un colectivo todavía hoy identificable dentro de la sociedad mexicana. Estos mitos funcionaron a lo largo de los años cuarenta de forma notable en un amplio sector de la comunidad de exiliados, en el tránsito de pasar de ser españoles a ser refugiados. México, país de acogida, segunda patria y también segunda oportunidad de llevar adelante aquellos proyectos frustrados en España; México, tierra propicia para el transtierro, para echar raíces; México hospitalario que ofrece incluso la nacionalidad no ya a los españoles, sino a los refugiados. 
Este discurso permite justificar que entre 1940 y 1942 el ochenta por ciento de los exiliados aceptasen la nacionalidad mexicana, lo que implica ser ya parte inequívoca de la sociedad de acogida. El proceso de integración o la “mexicanización” sería entonces exitoso, si no atendemos a la otra cara de la moneda, es decir, a manifestaciones y comportamientos que se expresan fuera del discurso hegemónico.

2. Los retos, las dificultades, los límites 

Los retos a los que debe enfrentarse cualquier colectivo migrante en su lugar de acogida son múltiples y contradictorios, pero también particulares y específicos, y dependen de diversos imponderables. Aquí simplemente trataremos de señalar algunos de los más obvios, como son la receptividad por parte de la nueva sociedad, o la posibilidad de abrirse camino en el nuevo contexto. Si el discurso hegemónico resalta con benevolencia la recepción de la sociedad mexicana, son muchos los testimonios contradictorios que podemos encontrar a poco que nos adentremos en las entrevistas del Archivo de la Palabra del INAH. 
En esas historias de vida realizadas a través de entrevistas en la década de los años setenta del siglo pasado, encontramos muchos indicios significativos. En primer lugar, la impresión sobre México a la llegada de los exiliados, donde encontramos multitud de testimonios que contrastan con esa imagen feliz de los masivos recibimientos en el puerto de Veracruz:

Pero pues mi impresión primera fue un poco fea, porque [risas] pues la gente era distinta ¿no? Y… [risa]. Lo siento, pero tengo que decir que me parecieron, eh físicamente un poquito deplorables. Eh, la mayor parte de los que se ven por la calle, de los que se veían entonces por la calle, mal vestidos, pobremente vestidos, y se les veía un poco pobres de espíritu también, en fin, tuve una mala impresión.

Pues mi impresión fue los autobuses muy sucios… […] Y México estaba sucio, ya nosotros, sí a mí me deprimió un poco México. Lo único que me animó fue el clima, el clima era lo que nos tenía asombradas y felices, ¿no? Y yo creo, pues no sé… pero, de todas maneras, yo a los dos días de llegar a México quería volver a Rusia, eso sí.

[…] la gente del pueblo mexicano es muy ignorante y no diferencia entre gachupines y refugiados. Los refugiados dieron mucho a México.

En estos tres ejemplos vemos aflorar claramente el prejuicio racial, que aparece de forma muy acusada, un elemento central sobre el que apenas hay referencias en el discurso oficial del exilio, aquel que da forma a la identidad del refugiado. A pesar de sus ideas políticas progresistas, los españoles de los años treinta apenas habían conocido diferencias raciales como para tener algún tipo de conciencia política al respecto. Lo popular se asocia con suciedad e ignorancia y se busca poner distancia rápidamente:
Ah, pues ya te digo, fue feíta porque La Merced era bastante desagradable, aquello estaba muy sucio. Pero, después, como nos vinieron a recoger el doctor Piñol y la señora, para que no tuviera yo esa impresión tan fea de la ciudad, pues nos llevaron por la avenida Juárez hasta La Diana. Y, claro, pues aquello ya me pareció una maravilla.
Otras entrevistas, como en el caso de Manuel Andújar, resultan también esclarecedoras acerca de las múltiples dificultades a las que debieron enfrentarse en los primeros tiempos, ante la falta de recursos suficientes para abrirse camino, o conseguir, como en el caso de Andújar, un pasaje para desplazarse de Veracruz a la Ciudad de México.La incertidumbre y la falta de información suficiente sobre la realidad del México del momento, agudizó los choques culturales y raciales.
Obviamente, no solo están los testimonios de los exiliados, también una parte de la historiografía ha ido resaltando los retos que debieron afrontar los españoles recién llegados en una sociedad convulsa y fragmentada como lo estaba en aquellos momentos México, que derivó en una profunda contestación dentro de la sociedad mexicana a la llegada de los exiliados españoles. El apoyo de las autoridades mexicanas contrastaba con el rechazo de amplios y diversos sectores. Su acogida fue utilizada por la derecha mexicana para atacar al gobierno cardenista, receptor de los “rojos” españoles (Matesanz, 2000; Lida, 2005, p. 161). 
Además de la derecha mexicana, también sectores obreros veían con recelo y mostraron su oposición a lo que consideraban la llegada de mano de obra que competiría con ellos por el trabajo, en momentos de escasez. Solo como un ejemplo de muchos otros, la Federación Sindicalista de obreros, campesinos y similares del estado de Tlaxcala emitió un manifiesto a la nación, criticando la decisión de recibir a los refugiados españoles adoptada por las autoridades mexicanas. Ondeando la bandera nacionalista realizaron una defensa de los intereses patrios frente a los excombatientes españoles, recordando el proceso de independencia iniciado en 1810. 
Reivindicando la defensa del proletariado mundial, pedían especial atención para los proletarios mexicanos frente a los extranjeros, en especial los proletarios españoles, hermanos de nación de los “indeseables españoles” que maltratan a los mexicanos.
Conocidas son también las campañas realizadas en la prensa mexicana en contra de la llegada de los españoles por parte de intelectuales conservadores (Lobjeois, 2001, p. 188). Frente a este estado de opinión contraria, destacados cardenistas como el general Antonio Piña y Soria debieron afanarse para contrarrestar la mala imagen de los republicanos españoles publicando folletos como El Presidente Cárdenas y la inmigración de españoles republicanos, donde sostenía la tesis de que aquellos españoles, la mayoría trabajadores y campesinos, contribuirían al desarrollo de México (Soria y Piña, 1939).
Como señala Tomás Pérez Vejo, se ha convertido en un mito historiográfico que la sociedad mexicana acogiera con los brazos abiertos a los exiliados españoles (Pérez Vejo, 2001, p. 23). Por un lado, la Revolución Mexicana había exacerbado el discurso nacionalista-indigenista del progresismo mexicano, culpando de todos los males mexicanos al proceso de colonización llevado a cabo por Hernán Cortés y el resto de los españoles; una realidad, la hispanofobia, que difícilmente distinguía entre españoles de uno y otro signo político o ideológico. 
Por otro lado, los sectores más conservadores mexicanos, tradicionalmente hispanófilos, rechazaban a los refugiados por sus valores secularizadores y progresistas, calificándolos de elementos perniciosos y desestabilizadores que fortalecerían el comunismo en México. Esta situación ya de por sí convulsa, se agudizaba en un momento delicado para la economía en el que las posibilidades de encontrar trabajo eran complejas para los propios mexicanos, lo cual tampoco ayudaba, como hemos visto, a alcanzar un apoyo unánime y solidario del movimiento obrero del país de acogida.

Sin duda, este frío recibimiento, cuando no abierto rechazo por parte de sectores de la sociedad mexicana, contribuyó también a aislar a los refugiados que optaron por evitar, en la medida de lo posible, el contacto con la mayoría de los mexicanos. Bien por la creencia generalizada de que pronto iban a regresar, bien por el cierto rechazo que encontraron, los exiliados se dotaron de sus propios espacios de sociabilidad donde preservar su identidad. El primer objetivo, por tanto, fue evitar el contacto con la población indígena, asociada automáticamente con lo popular y la pobreza, fortaleciendo las relaciones endogámicas del colectivo exiliado y estableciendo una primera contradicción entre discurso y prácticas, donde la admiración por Cárdenas y su política contrastaban con el modo de relacionarse con un grupo social prioritario para el presidente michoacano (Medin, 1973; Gilly, 1994).
Aquellos rechazos públicos y las dificultades para encontrar los primeros trabajos distanciaron y aislaron aún más a los exiliados de lo “mexicano”, generando así una mayor dependencia de los organismos de ayuda para la obtención de empleo y asistencia social (Herrerín, 2007; Velázquez, 2014). No podemos perder de vista que, por el hecho de tener un color de piel distinto de la mayoría de la población autóctona, los exiliados españoles fueron encontrando oportunidades en diferentes ámbitos profesionales alejados del ámbito popular. El perfil socioprofesional marcó en ese sentido la diferencia.
 Para aquellos refugiados que podían optar por su nivel de cualificación a trabajos de “profesionistas”, el contacto con indígenas era menor que los que debían competir por trabajos manuales. En un país como México, donde la cuestión racial marcaba una compartimentación social muy acusada, esta situación podía representar la clave central a la hora de determinar el tipo de “mexicanización”, al que los exiliados debían enfrentarse.

Dos elementos fundamentales de los primeros años de exilio están íntimamente ligados a esta visión de lo “mexicano”. En primer lugar, la alta tasa de concentración del exilio en la Ciudad de México, que Dolores Pla calculó en torno al 70,02% del total (Pla 2001, p. 167). Este factor limitó sin duda de forma sustantiva el conocimiento del país. En segundo lugar, la agrupación de los exiliados en los mismos entornos urbanos, fortaleciendo así los vínculos propios y minimizando las posibilidades de contacto con el exterior. La reunión de los exiliados en torno a determinados barrios de la ciudad, alrededor de la calle de López, o en el entorno al Monumento a la Revolución, estuvieron condicionados por su situación económica y por el funcionamiento de los lazos de solidaridad propios de la emigración. 
Los refugiados compraban en las mismas tiendas, adquirían los mismos muebles para sus apartamentos, buscando reconstruir los hogares bajo un ambiente español (Ruiz-Funes y Capella 2002, p. 233). Estas características potenciaron una sociabilidad endogámica, en la que nos detendremos más adelante, ensimismada en los primeros tiempos en los debates sobre la Guerra, sus causas y sus consecuencias.
La comida fue una fuente de contrastes y profundas antipatías. Los refugiados, a su llegada a México, encontraron una gastronomía muy diferente de la que estaban acostumbrados y que pasarán a identificar como comida española. Palabras nuevas para definir la comida, sabores y olores que no conocían. Es una constante encontrar la mención a la comida española como uno de los signos de identidad que los refugiados conservan con el paso del tiempo. Asociado a ello, viene el rechazo hacia la comida mexicana, hacia la tortilla. En la comida depositan sentimientos de nostalgia y recuerdos de tiempos felices a los que no están dispuestos a renunciar. Resulta significativo el testimonio del exiliado Enrique Faraudo que, en su entrevista en el Archivo de la Palabra realizada, recordemos, en los años setenta, lamentaba la afición de sus hijos a la comida mexicana y su incapacidad para dejar de comer comida catalana.
 De esa barrera hacia la comida autóctona surgieron también espacios de sociabilidad propios como restaurantes, y sobre todo cafés, muy ajenos a la cultura mexicana. Cafés y con ellos las tertulias, lugares de afirmación de españolidad. Espacios de sociabilidad cotidianos que fueron creando redes y lazos entre exiliados españoles que antes no se conocían entre sí. México los había unido y debían establecer vínculos y solidaridades nuevas. En ellos se conocieron otros puntos de vista en torno a la Guerra, al drama vivido, se compartieron muchos silencios y muchos olvidos.

Los estereotipos preconcebidos también se convirtieron en factores de dificultad a la hora de fomentar la integración no solo hacia lo “mexicano”. La antipatía hacia los emigrantes españoles se mantuvo a pesar de que dentro de la colonia española hubo manifestaciones claras a favor de los republicanos. Aunque fue una respuesta minoritaria, el Orfeó Catalá se implicó desde el principio en la recepción de los exiliados, creando un Comité de Ayuda a los Refugiados españoles, dirigido por José Puig, José Clavería y Juan Rovira. 
Esta decisión fue acompañada de la puesta en marcha de una cuestación entre los socios (Soler, 1989). Muchos emigrantes vieron a los refugiados como una mano de obra de confianza. La posibilidad de contar con españoles, en vez de mexicanos, realizando tareas de responsabilidad dentro de las distintas actividades productivas controladas por la colonia, resultaba tranquilizadora para los negocios. Los emigrantes se sentían más proclives a contratar a refugiados de la misma procedencia regional (Artis, 1979: 305).
 El fenómeno del paisanaje jugó un importante papel en ese sentido, además del valor añadido que suponía el componente racial, que pese a los tabúes ideológicos existentes hacía más aconsejable contratar a un “rojo” español que a un “indio” para determinadas tareas. Existió una cierta solidaridad hacia los compatriotas refugiados desde el punto de vista laboral, fomentado también por la fama de eficiencia y laboriosidad con que llegaban aquellos otros españoles. En esas circunstancias, lo político podía quedar de lado, en beneficio de todos, habida cuenta de que los que llegaban eran españoles antes que “rojos”.
 Sin embargo, durante mucho tiempo, fueron los estereotipos que podemos encontrar en los primeros momentos, en torno a la naturaleza conservadora, reaccionaria, franquista, católica e ignorante de los antiguos emigrantes económicos, la que mantuvo de forma muy clara una línea de separación entre los gachupines y los refugiados (de Hoyos Puente, 2013).
 No podemos perder de vista que los refugiados y los emigrantes económicos se diferenciaban también por las motivaciones que dieron origen a su desplazamiento, pero, sobre todo, por su anhelo de retorno.

 La esperanza de los exiliados en el retorno fue uno de los principales obstáculos en su proceso de integración. Los refugiados españoles llegaron convencidos de que su estancia en México sería provisional, un hecho que contribuyó a que en un primer momento el contacto con la realidad plural y contradictoria del país fuese limitada. México no era un lugar de destino, sino un lugar de tránsito, de espera, un paréntesis en sus vidas hasta poder regresar a España. El trauma de la derrota y las divisiones políticas internas, generaron un caldo de cultivo óptimo para propiciar una abierta reticencia a asumir la posibilidad de pasar página y construir una nueva vida, al menos durante el tiempo que la incertidumbre del desenlace de la guerra mundial abonaba las expectativas de la posibilidad de regresar a una España en paz y libertad.

3. La sociabilidad endogámica

El estudio de la sociabilidad es relevante a la hora de comprender y evaluar el grado de integración en el país de acogida. Las antipatías de los exiliados condicionaron sus formas de sociabilidad que, si bien no fueron de naturaleza totalmente excluyente, sí marcaron muchas limitaciones para la interacción con el mundo mexicano. Los modos en que los exiliados organizaron su existencia y su fuerte tendencia gregaria muestran claramente su impermeabilidad hacia lo “mexicano” y la necesidad de afirmación de españolidad. Si en los primeros tiempos esa sociabilidad estuvo marcada por la provisionalidad, siendo las tertulias de los cafés el principal exponente, con el tiempo se fue produciendo una cierta institucionalización. Lugares de sociabilidad fueron los albergues habilitados para los primeros momentos, hasta que los refugiados pudieron acceder a viviendas propias, agrupadas en los mismos edificios, en calles cercanas al centro de la ciudad. 
Los exiliados mantuvieron la cercanía como elemento aglutinador, también defensivo, ante una ciudad que en algunas ocasiones resultaba hostil. La sociabilidad giraba en torno a la necesidad de conseguir la inserción básica, esto es, un trabajo más o menos estable, lo suficientemente remunerado como para poder instalarse de forma estable. Lugares como el Centro Republicano Español se convirtieron en espacios recurrentes a la hora de conseguir algunos recursos proporcionados por los organismos dependientes de los partidos políticos.

Esta red de espacios fue acogiendo de forma progresiva a las sucesivas oleadas de refugiados que llegaban a México a lo largo de 1939 y los primeros años cuarenta. Allí los refugiados “veteranos” ayudaban a los recién llegados a adaptarse, a comprender aquel idioma que siendo el mismo daba lugar a tantos equívocos. A medida que los exiliados fueron encontrando acomodo laboral y comenzaron a contar con ingresos suficientes provenientes, bien de los subsidios de las organizaciones de ayuda, bien de su propio trabajo, fueron organizando sus vidas y estableciendo espacios a modo de hogares provisionales y tratando de armonizar una cierta cotidianeidad doméstica. 
La construcción de nuevos hogares en una situación precaria, con la maleta detrás de la puerta, con la esperanza de que su exilio fuera a ser breve. Las mujeres jugaron un papel fundamental en esta tarea, recreando un ambiente lo más español posible, tratando por todos los medios de que sus hijos no perdieran sus raíces (Domínguez Prats, 1994).

La sociabilidad masculina se articuló en torno a los cafés, a los partidos políticos y a los centros regionales, espacios bastante cerrados, donde lo “mexicano” no tenía apenas cabida. En el caso de los centros regionales, los exiliados crearon una red propia frente a la ya existente de la emigración económica. El enfrentamiento ideológico con la colonia de emigrantes como colectivo hacía imposible que los republicanos compartiesen espacios que los emigrantes habían construido tiempo atrás. 
Aquí no podemos hablar simplemente de antipatías, sino de abierto conflicto y rechazo. Centros como el Casino Español, la Beneficencia Española, el Centro Asturiano, el Círculo Vasco Español, la Casa de Galicia, estaban en manos de individuos abiertamente pro-franquistas que participaban en actos organizados por la Falange (Pérez Montfort, 1992; Matesanz, 2000, p. 344). 
Hubo algunas excepciones que tienen que ver con centros regionales de la colonia como el Orfeó Catalá o el Centro Vasco, donde los refugiados fueron bien recibidos.

Estos centros adquieren un mayor protagonismo a partir de la década de los cincuenta, cuando la esperanza del regreso a España se evapora y las reticencias entre ambas colectividades españolas afincadas en México se rebajan. A pesar de las diferencias ideológicas existentes, acabaron primando los elementos comunes, los gustos culinarios, el uso del lenguaje, pero también las antipatías compartidas hacia lo “mexicano”, asociado con lo popular y lo indígena. Será en estos ámbitos donde los jóvenes exiliados se relacionen con los hijos de la colonia española de emigrantes. 
Probablemente fueron esas antipatías compartidas las que facilitaron el acercamiento entre ambos grupos de españoles. Para no pocos emigrantes partidarios de Franco era preferible tener un empleado “rojo español” que un “indio”, no digamos si de lo que se trataba era de encontrar un yerno o una nuera.

La educación y formación de los hijos se convirtió también en una fuente de preocupaciones, paliada por la creación excepcional de los colegios del exilio. Las facilidades que las autoridades mexicanas concedieron a los exiliados españoles, especialmente en el ámbito educativo con la posibilidad del establecimiento de colegios propios, fueron condicionando la propia sociabilidad del exilio, fomentando espacios cerrados que, además, se encontraban abonados por la esperanza del pronto regreso a España. Lo que al principio parecía una ventaja y un privilegio, a la larga se convirtió en un obstáculo de integración para los más jóvenes, que retrasaban su proceso de socialización escolar con un ámbito plenamente mexicano (Cruz, 1994). 
Por ello, la necesidad, y sobre todo la voluntad de integrarse fue menor y las dinámicas que fueron generándose condicionaron el modo de vivir y conocer México, al menos, de la primera generación del exilio. Los colegios fueron instituciones extraordinarias y anómalas dentro del régimen cardenista, que había hecho de la educación socialista, tutelada por el Estado, una de sus principales banderas.

Los colegios del exilio, más que socializar en lo “mexicano”, dotaron a los jóvenes españoles de una educación de alta calidad, siguiendo los dictados de la Segunda República, pero a su vez también aislaron y protegieron, para tranquilidad de muchos padres, del ambiente mexicano. Aquellos españolitos que eran objeto de burlas por parte de los niños mexicanos por llevar pantalones cortos encontraban en los colegios a compañeros con los que crecer un tanto de espaldas a la sociedad de acogida.

Los hijos de los exiliados fueron educados en los colegios en un ambiente español, pero también en un agradecimiento hacia los mexicanos, viviendo las contradicciones de aquella vida un tanto bipolar, marcada por el discurso oficial cargado de simpatías y la vida cotidiana donde las antipatías habían construido un muro de aislamiento. La primera generación de jóvenes experimentó un sentimiento de ser seres desubicados, habiendo sido formados como españoles y teniendo que vivir como mexicanos. Inmaculada Cordero analizó este fenómeno señalando que la mayor frustración la vivieron aquellos que llegaron a México en la adolescencia ya que no se sentían identificados ni con España ni con México. 
Por el contrario, aquellos que llegaron siendo niños o nacieron en México, a pesar de ser socializados como españoles se integraron sin dificultad en la que era de hecho su realidad cotidiana (Cordero, 1997, pp. 103-105). Sin discrepar del todo con esta afirmación, parece necesario matizarla. Los colegios del exilio elaboraron un discurso laudatorio acerca del importante legado cultural de la Segunda República que, sin ser falso, contribuyó de forma exponencial a asentar algunos de los elementos más distorsionadores del discurso oficial del exilio. Entre ellos, dotó a los jóvenes de una conciencia de superioridad moral por el hecho de ser descendientes o formar parte de aquel exilio.

A los estudiantes siempre se les inculcó el amor hacia México, fundado en la gratitud por la acogida, algo que contribuyó a extender la propia conciencia de ser refugiado. En los colegios se hablaba a los niños del porqué de su exilio, de lo que había sido la Segunda República en España y cómo había terminado. La presencia de la bandera republicana y la conmemoración de fechas señaladas como el 14 de abril serán una constante que, aún hoy, se realiza en el Instituto Luis Vives y en el Colegio Madrid. Además, en sus aulas se mantuvieron muchos de los giros idiomáticos propios de España, lo que para algunos de los estudiantes resultó una barrera a la integración debido a que favorecía la distinción con los mexicanos (Monedero, 1995, p. 16).

Con el paso del tiempo, los colegios se nutrirán cada vez más de alumnos mexicanos procedentes de sectores sociales de clases medias y acomodadas. Para una parte de la sociedad acomodada de México los colegios de los refugiados representaban sinónimo de distinción y calidad educativa, por lo que fueron muchos los que enviaron a sus hijos a estudiar a aquellas instituciones privadas. El archivo del Instituto Luis Vives aporta datos de matrícula. Si en 1945 el cuarenta por ciento de sus alumnos eran mexicanos, en 1970 la cifra asciende al sesenta por ciento (Artis, 1979, p. 312; Tuñón, 2014).

 A partir de los años setenta, fueron centros de recepción de hijos de exiliados argentinos y chilenos. Los valores del exilio republicano serán transmitidos pero cada vez calarán menos en el alumnado, quedando su tradición pedagógica como un símbolo de calidad y continúan siendo en la actualidad centros de enseñanza muy prestigiosos. La afirmación de ser español y de pertenecer al exilio se convirtió en una carta de presentación, un cierto sinónimo de prestigio y de distinción en la sociedad mexicana, en especial en las clases medias-altas que veían en la cercanía a los refugiados españoles un símbolo de empaque social. 
Estas antipatías y otras, así como sus efectos, condicionaron a corto y medio plazo el proceso de adaptación e integración plena de los exiliados. Tanto su discurso político hacia México como sus prácticas sociales no pueden entenderse sin ellos.

Si nos hemos detenido tanto en los colegios del exilio es porque hoy tenemos plena conciencia del papel de la educación como uno de los principales motores de integración y nacionalización, especialmente para las comunidades migrantes. En el caso de la experiencia del exilio republicano, los colegios se convirtieron en un elemento esencial a la hora de comprender la persistencia de la identidad singular, generación tras generación, de los refugiados españoles en México, al menos de una parte, ya que apenas tenemos datos de aquellos hijos de exiliados que no se educaron en estos centros de enseñanza.

4. Los efectos de la pérdida de expectativas de regreso.

La pérdida de expectativas acerca del fin de la dictadura franquista a mediados de los años cuarenta apenas modificó el discurso político de los exiliados hacia México y sus prácticas sociales. La legitimidad de las instituciones republicanas en el exilio estaba supeditada al reconocimiento por parte de los sucesivos gobiernos del PRI de su existencia, en la medida en que el resto de los apoyos internacionales se fueron esfumando debido al clima de la Guerra Fría (Yuste de Paz, 2005). 

A pesar de su pérdida de apoyos reales, también dentro de los grupos políticos del exilio las instituciones continuaban representando, desde el punto de vista simbólico, en el imaginario de los exiliados la encarnación viva del “paraíso perdido”: la Segunda República. Pese a la creciente despolitización partidista, fue en el terreno de lo simbólico y lo identitario donde los exiliados republicanos encontraron un acomodo vital, persistiendo en sus prácticas de sociabilidad endogámicas, una realidad que no fue modificada sustancialmente tras la masiva nacionalización de los exiliados.
Es difícil establecer cuánto tiempo transcurre en la vida de un exiliado hasta que toma conciencia y asume su situación, su propia condición de refugiado. El ser refugiado se convierte en lo que lo define, y lo sitúa en una difícil posición en la que tiene que decidir de dónde es y a qué quiere pertenecer. Preguntas que en condiciones normales raramente son planteadas, y para el exiliado tienen muy difícil respuesta (Manea, 2008, pp. 78-79). En estos casos, siempre es socorrido recurrir a Adolfo Sánchez Vázquez. 
Para él, los exiliados republicanos experimentaron de forma muy intensa el sentimiento de ser desterrados, y solo a partir de la década de los cincuenta, ante la imposibilidad del retorno, pudieron ir transitando hacia el transtierro gaosiano (Sánchez Vázquez, 2003, pp. 627-636).
Desde luego, no todos los exiliados pudieron reinventarse ni adaptarse a la nueva sociedad. El factor generacional jugó un papel esencial, así como las posibilidades de conseguir una inserción laboral plena y satisfactoria en un país con algunas similitudes con la España republicana, pero también con profundas diferencias culturales y políticas. 
Así, en un exilio eminentemente familiar, podemos encontrar dentro de un mismo hogar sensaciones contrapuestas y modos opuestos de afrontar la vivencia del exilio. Para los mayores, aquellos que llegaron a México dejando atrás una vida hecha, la posibilidad de superar el trauma de la pérdida fue irreparable. La mayoría vieron a sus hijos crecer en una permanente contradicción entre dos identidades, imponiéndose cada vez más la realidad presente sobre el pasado familiar.
Fueron, por tanto, los más jóvenes, los que no protagonizaron la Guerra Civil, aunque sí la padecieron, y especialmente los ya nacidos en México, los que tomaron antes conciencia de su inevitable permanencia en México. Condicionados por la experiencia de sus padres, por su discurso y su sociabilidad, fueron buscando una mayor integración en el país, ansiando una asimilación, especialmente en la esfera económica y cultural. Liberados la mayoría del peso ideológico de sus padres, fueron vislumbrando un nuevo horizonte de posibilidades, generando nuevas simpatías y antipatías que en ocasiones produjeron fuertes conflictos generacionales.
A medida que muchos exiliados fueron consiguiendo un claro ascenso social, su estancia en México se hizo más confortable. Para muchos, México se convirtió en un lugar de oportunidades y, gracias a su talento personal, algunos (los menos) alcanzaron una buena posición económica, un ascenso social vertiginoso, impensable en el contexto español. Esa condición los situó dentro de la cúspide de la sociedad mexicana, una sociedad con una división clasista muy marcada. 
Así, intelectuales y “profesionistas” conformaron un núcleo influyente que contribuyó a afirmar esa percepción del exilio en su conjunto como una elite cultural. Refugiado e intelectual se convirtieron en categorías asimiladas, que mantenían sus especificidades a largo plazo. La prohibición expresa de participar activamente en política, de inmiscuirse en asuntos de política doméstica de México, les permitió en buena medida mantener esa clara diferenciación entre “ellos” –los refugiados– y los mexicanos.
Herederos del marchamo cultural que embadurnaba a todo el colectivo, una buena parte de aquellos hijos del exilio aprovecharon esa proyección para alcanzar una posición social muy acomodada, sustentada sobre una contradicción evidente: el mantenimiento de su discurso progresista, pretendida herencia de la República española, mezclado con unas prácticas sociales claramente excluyentes. 
Esos exiliados, insistimos no todos, fueron, sin embargo, los que se convirtieron en los portavoces del exilio español, los que fijaron el relato de los acontecimientos. Su pertenencia al colectivo se convirtió en su mejor carta de presentación, por ello fomentaron prácticas endogámicas, repartiendo estatutos de limpieza de sangre y acumulando apellidos a modo de una pretendida nobleza de espíritu. A pesar del discurso favorable hacia México, ese exilio español vivió durante décadas de espaldas a la sociedad mexicana en su conjunto. 
De hecho, los trabajos del antropólogo Michael Kenny y su equipo demostraron ya en los años setenta del siglo pasado que, para la población mexicana, era muy difícil diferenciar entre españoles refugiados y emigrantes económicos (Kenny, 1979). Solo los sectores más ilustrados de México consiguieron cambiar parcialmente la imagen negativa hacia esos españoles. Esa incomunicación con lo “mexicano” les permitió en gran medida mantenerse aislados de la evolución de la vida política mexicana. 
Resguardados en su recuerdo de España y su sentimiento de pertenencia a otro contexto, su silencio fue una constante. Su agradecimiento a México se convirtió también en una justificación para mantener su apoyo implícito a un PRI que distaba mucho de lo que Cárdenas había soñado.
Finalmente, esa imagen monolítica del exilio, articulada en torno a mitos e interpretaciones válidas, pero no totalizadoras, sirvió como elemento de integración en la sociedad de acogida y en alguna medida continúa viva en los descendientes. Sin embargo, bajo esa apariencia se esconden multitud de historias que corroboran las palabras de Ramón Gaya, cuando afirmaba la imposibilidad de hacer una historia fidedigna del exilio:
 “lo que hay son exiliados: no hay un exilio único que tenga una forma de ser, los exiliados son muchos y cada uno de ellos entiende y siente su exilio como único” (Capella, 2006, p. 15). 
Cualquier pretensión de acercamiento unívoco al exilio resulta fallida y empobrecedora. Sin embargo, hay que reconocer que, pese a que las experiencias fuesen muy diferentes desde el punto de vista emocional, generacional, económico o cultural, todos ellos se reconocen como “refugiados” por encima de cualquier otro calificativo. Y eso que, en México, como nos recuerda Clara Lida, desde el punto de vista jurídico la condición de refugiado no fue legalmente reconocida hasta 1990 (Lida, 2009, p. 12). Gloria Artis, que ha estudiado desde el punto de vista antropológico a los refugiados españoles, ha establecido que, por su autoadscripción, los exiliados constituyen un grupo étnico (Artis, 1979, p. 295).

 Existen al menos dos perfiles más de exiliados republicanos en México de los que apenas tenemos nociones claras. Por un lado, aquellos que, a pesar de fijar su residencia en la ciudad de México, no participaron de la sociabilidad del exilio, ni de los colegios, y que, por su perfil profesional, más cercanos al mundo del trabajo manual, consiguieron sobrevivir en contacto con los sectores populares.
 Por otro lado, los refugiados que fueron dispersados por la República mexicana, especialmente los que estaban alejados de los núcleos urbanos. 

Ambos grupos, podemos presuponer como hipótesis de partida, vivieron la experiencia del destierro más absoluto, con una sensación de rabia e impotencia. Dos escenarios son más que probables. Una parte de ellos optaron por gachupinizarse, esto es, por desarrollar estrategias de integración propias de emigrantes económicos. Sin el vínculo y contacto cotidiano con otros refugiados, cayeron en el anonimato, quedando diluida su existencia y su sacrificio.
 La otra mantuvo un proceso de alta ideologización política, reticentes a utilizar conceptos como transtierro o “España peregrina”, y partidarios de otra denominación, la “España perseguida”.
 La inmensa mayoría de los exiliados, aquellos de los que no sabemos nada, se integró y desapareció. La primera generación vivió con una profunda frustración, pero sus hijos, alejados de los colegios del exilio, experimentaron un proceso de integración al margen de ese relato, con sus propias simpatías y antipatías tan difíciles de rastrear.



Fernando Serrano Migallón.



Fernando Serrano Migallón (Ciudad de México; 26 de junio de 1945) es profesor de Derecho Constitucional mexicano y reconocido especialista en derechos humanos y constitucionales.

Biografía académica.

Fernando Serrano Migallón cursó las carreras de Derecho y Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Obtuvo el Certificado de estudios Superiores en el Instituto Internacional de Administración Pública de París, Francia y el diploma de la Academia de la Corte de Justicia Internacional de La Haya, Países Bajos . Es doctor en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Ha sido profesor de Ciencia Política, Teoría del Estado, Derecho Internacional Público y actualmente de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. También es profesor en las licenciaturas de Administración Pública y Relaciones Internacionales de El Colegio de México e investigador por el Sistema Nacional de Investigadores. Es creador emérito del Sistema Nacional de Creadores.

Abogado general de la Universidad Nacional Autónoma de México del 1 de abril de 1993 al 27 de junio de 1995 y del 19 de enero al 20 de marzo de 2000; director de la Facultad de Derecho de la UNAM de 2000 a 2004 y de 2004 a 2008; ha sido miembro de la Junta de Gobierno de El Colegio de México, del Consejo Directivo del Centro de Investigación y Docencia Económica, de la Universidad de Veracruz, el Colegio de Veracruz, del Instituto Luis Vives, consejero titular del Consejo Consultivo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, es actualmente académico de número de la Academia Mexicana de la Lengua desde el 29 de septiembre de 2006​ y de la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación. Es Académico Corresponsal de la Academia Mexicana de la Historia y miembro de número del Seminario de Cultura Mexicana.




Fernando Serrano Migallón, 'obrero del intelecto'

Israel Sánchez
Cd. de México (19 agosto 2022) .-

"No he tenido nunca pretensiones de muchísimo brillo y de muchísima altura", dice el abogado e historiador Fernando Serrano Migallón, distinguido con el Premio Nacional de Artes y Literatura. Crédito: Diego Gallegos

Hasta el otro lado del Atlántico, mientras finalmente hacía válidas unas vacaciones por Grecia y Turquía canceladas el año pasado a causa de la pandemia, el académico Fernando Serrano Migallón (Ciudad de México, 1945) recibió una alegre noticia.
Una que en realidad por poco y pasa de largo debido a su costumbre de no atender llamadas de números desconocidos. Quizá menos aún durante un esperado viaje donde ni el "calor de muerte" impediría la visita a unas ruinas maravillosas.
Justo cuando él y su esposa acababan de llegar a la sagrada isla de Delos, y ante la insistencia de aquel número que no dejaba de aparecer en la pantalla de su teléfono, finalmente contestó. Era de la oficina de la Secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, con el anuncio de que había resultado galardonado con el Premio Nacional de Artes y Literatura 2021 en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.
La máxima distinción que otorga el Estado Mexicano, entregada en este caso en reconocimiento a una polifacética y destacada trayectoria.

"Es un prestigioso abogado, un respetado estudioso de la historia de nuestros símbolos patrios, un amante y conocedor de las palabras. En suma, un humanista cabal", lo definió el lingüista José G. Moreno de Alba, al darle la bienvenida el 28 de septiembre de 2006 como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua.

Constitucionalista; experto en literatura e historia de México; como hijo de refugiados españoles, estudioso del tema del asilo; apasionado del teatro, la plástica, la filatelia; lector ávido, y bibliófilo que ostenta una copiosa biblioteca con más de 30 mil ejemplares.
Pese a todo esto, Serrano Migallón, también miembro de las academias mexicanas de Historia y Jurisprudencia y Legislación, se percibe a sí mismo de una manera acaso muy modesta.

"Yo lo único que he sido es un obrero del intelecto, un trabajador del intelecto desde que entré a la Universidad (Nacional Autónoma de México). No he tenido nunca pretensiones de muchísimo brillo y de muchísima altura", expresa, no sin dar el justo valor al trabajo cotidiano y permanente, al gran esfuerzo y la vocación que lo han guiado.

"A mí me gustaría que me identificaran como universitario. Yo creo que para mí es lo mejor que me ha pasado en la vida: ser universitario y considerarme completamente un universitario, con lo que eso significa", agrega el profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM.

Fue en ésta, su alma mater, donde se formó como licenciado en derecho y en economía, y después como doctor en historia. Volvería para desempeñarse como docente, como director de la facultad donde hasta el día de hoy da clases o como Abogado General. Incluso en algún momento buscó encabezar la Rectoría, luego de los dos periodos de Juan Ramón de la Fuente, aunque el sucesor terminaría siendo José Narro.
La Máxima Casa de Estudios significa para él, tal cual confiesa, una sorpresa. Llegó hace más de cinco décadas creyendo entrar a una institución para obtener un título universitario y poder desarrollar una profesión; pero se encontró con una vida distinta, con un camino y una posibilidad de desarrollo personal por completo determinante.

"Decía el Rector don Ignacio Chávez que quien entra a la Universidad una vez ya siempre está ligado a la Universidad; de diferentes maneras, pero siempre nos marca a todos.

"La Universidad crea una dependencia anímica de sus alumnos y sus exalumnos como yo no he visto que ninguna otra institución de educación superior lo haga. Es una dependencia total y absoluta", opina quien aun ahora no puede evitar sentirse conmovido en el campus de Ciudad Universitaria. "Después de 50 años, le sigue dando a uno un vuelco al corazón".

Su vínculo con la UNAM, no obstante, no ha estado desprovisto de obstáculos y desafíos. En marzo del 2000, por ejemplo, tomó posesión como director de la Facultad de Derecho en medio de protestas en su contra por parte de integrantes del Consejo General de Huelga (CGH).
Le reclamaban la entrada de la Policía Federal Preventiva (PFP) a la Escuela Nacional Preparatoria 3 siendo él todavía el Abogado General de la UNAM, cinco días antes de que elementos de esta corporación recuperaran Ciudad Universitaria tras más de 10 meses de paro. Acaso uno de los pasajes más aciagos e inauditos en la historia de la Universidad.
Cuestionado al respecto, Serrano Migallón recuerda que se había realizado un referéndum en el que la mayoría de los universitarios optaron por el regreso a clases; sin embargo, "la cerrazón fue absoluta entre quienes tenían tomadas las instituciones".

"Nunca, evidentemente, los universitarios queremos que las autoridades extrauniversitarias ingresen al campus. Fue una decisión del Gobierno Federal el liberar las instituciones universitarias y ponerlas en manos de las autoridades designadas por la Junta de Gobierno (de la UNAM).

"Creo que fue el 9 de febrero del año 2000 cuando la Procuraduría General de la República me entregó las instalaciones a las 6 de la mañana en la explanada de Rectoría. Y a partir de ahí se recuperó la vida universitaria", destaca el jurista.

Y aunque siempre que alguien ajeno ingresa a la UNAM "es un problema y una lástima para todos", insiste Serrano Migallón, "gracias a ese hecho la Universidad pudo empezar a funcionar, y actualmente la tenemos en pleno funcionamiento y en uno de sus mejores momentos".

Una trayectoria de servicio en instituciones públicas

Catorce años después, Fernando Serrano Migallón tendría que hacer frente a otra huelga, esta vez en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), ahora como Subsecretario de Educación Superior en el sexenio de Enrique Peña Nieto.
Un asunto que el jurista e historiador rememora como "complicadísimo", pese a que inicialmente la entonces directora de esta casa de estudios, Yoloxóchitl Bustamante Díez, le asegurara que la situación -el desacuerdo con una reforma del reglamento interno- no prosperaría; que simplemente se trataba de un grupo de agitadores.
"Hasta que fue creciendo, fue creciendo, fue creciendo, y los estudiantes se presentaron en la SEP pidiendo una mesa de trabajo", cuenta Serrano Migallón, quien recibió la encomienda del Secretario de Educación Pública en turno, Emilio Chuayffet, de hacerse cargo junto con un grupo plural con otros funcionarios así como con profesores y alumnos del Politécnico.

"Y poco a poco, hablando con ellos, fueron más de 60 reuniones, yo creo, aparte televisadas; muchas de las 9 de la mañana a las 11, 12 de la noche sin parar. Hasta que se llegó a unos acuerdos. Fue una labor de desmonte, de relojero; se pudo salir adelante, y el Politécnico está funcionando perfectamente".

Labor sumamente complicada, refrenda el jurista, en particular por todas las aristas y agentes involucrados: desde partidos políticos, aspirantes a ocupar la dirección del Politécnico y grupos internos del Instituto.
Fue el último cargo público que ostentó Serrano Migallón, quien desde su regreso al País tras obtener su certificado de Estudios Superiores en el Instituto Internacional de la Administración Pública de París y en la Academia de Derecho Internacional de la Corte Internacional de Justicia de La Haya había pasado lo mismo por el sector central, el paraestatal, el Poder Legislativo y las Secretarías de Estado.
Ya fuera como consejero suplente del otrora Instituto Federal Electoral y titular del consejo local del IFE en el entonces Distrito Federal; secretario general de la Cámara de Diputados, o secretario Cultural y Artístico del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
"Cada uno de esos puestos deja una enseñanza y una labor extraordinaria. Y en todas (las áreas) yo creo haber hecho mi mejor esfuerzo", comparte el jurista e historiador.

Aquí, de nuevo, si bien cosechó logros importantes, como la aprobación de la Ley Federal del Derecho de Autor que él mismo concibiera durante el sexenio de Ernesto Zedillo, vigente hasta nuestros días, tampoco estuvo libre de controversias. Como cuando en Conaculta se le encomendó armar una ley de cultura, y en un punto se dijera que el proyecto ya era revisado por el Congreso, hasta que la diputada Kenia López Rabadán lo desmintió.
Pero de su paso por Conaculta destaca la serie de programas Discutamos México, enmarcada en los festejos por el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana, con distintas generaciones de académicos, historiadores, artistas, críticos, periodistas, escritores y científicos, entre otros, intercambiando opiniones y puntos de vista sobre la historia patria.
"Se hizo una labor yo creo que muy importante, y afortunadamente quedó un documento filmado que es una radiografía profunda del México del año 2010", estima. "Y cuando los investigadores del futuro quieran volver los ojos atrás y ver qué pasó, van a tener desde luego que recurrir a esa serie de programas que se llevaron a cabo con muchísimo trabajo y que dejaron una visión extraordinaria de México".

¿Aceptaría un cargo en la actual Administración?

Mire usted: primero, nunca nadie me ha dicho nada; y luego, tengo cerca de 80 años. Ya estamos llamados a desaparecer. Como no me invitaran al Instituto del Deporte, no creo que tuviera yo ninguna posibilidad.

¿Es éste el Gobierno de mayor aprecio por la historia y los símbolos patrios?

No, no. Pero hay que esperar para hacer un juicio claro.

Mire, para Adolfo López Mateos tuvo muchísima importancia los símbolos patrios y la forma de defenderlos, su actitud frente a los Estados Unidos.

Don Adolfo Ruiz Cortines fue en eso un hombre ejemplar; "El Viejo" -como le llamaban, y tenía 58 años- era de una austeridad y de un respeto por los símbolos patrios y por la figura Presidencial. Él solamente hablaba el día del Grito (de Independencia) y el día del Informe Presidencial. Él decía que un Presidente no debía de hablar, que para eso estaban los voceros y los Secretarios de Estado.
Yo creo que cada Presidente tiene su estilo, y para poder tener un análisis sereno de cómo ha sido su estilo y qué ventajas o desventajas tuvo, hay que esperar a que pase el tiempo.

El exilio español marcó su biografía y su profesión.

Fernando Alberto Lázaro Serrano Migallón. El jurista e historiador lleva en el nombre el reconocimiento de sus padres a quien abriera las puertas de México a los refugiados españoles: Lázaro Cárdenas.
Siendo el menor de seis hermanos, el académico fue el único de ellos en nacer en este País, al cual su padre, Francisco Serrano Pacheco, llegó en 1942 a bordo del Nyassa; el resto de la familia, procedente de Villanueva de los Infantes, le alcanzaría en 1944 en un pequeño departamento de la Colonia San Rafael. Un año más tarde nacería Fernando.

"Mi padre había sido en España el último Fiscal General de la República. Y aquí en México empezó a ganarse la vida, primero, vendiendo botones por las calles; luego se hizo agente de seguros", relata Serrano Migallón.

Con un padre abogado y fiscal de carrera, y el mayor de sus hermanos habiendo estudiado derecho también, era común que las conversaciones en casa fueran sobre temas jurídicos. De ahí que no resultara sorprendente que el joven Fernando se inclinara por esta profesión familiar; aunque su talento por los números por poco consigue llevarlo por una ruta completamente distinta.

"Es más, durante muchísimo tiempo me llamaban en casa 'El ingeniero', porque pensaban que me iba yo a dedicar a ello por mi habilidad con los números y con las matemáticas.

"Y teníamos de vecino a un famoso arquitecto, Félix Candela, que tenía sus oficinas en el mismo edificio donde nosotros vivíamos y con el que hicimos una fraternal amistad. Verlo hacer las obras extraordinarias que hizo también me inclinó a la posibilidad de ser arquitecto-ingeniero", expone. "Pero al final me decidí por el derecho, por la carrera de mi padre y de mi hermano"

Para entonces don Francisco Serrano ya había fallecido, pero el académico mexicano no duda del gran gusto que habría sentido por tal decisión; "yo creo que para él era una ilusión que todos sus hijos hubieran estudiado derecho".

A punto de terminar el décimo volumen de su Historia Constitucional de México, Serrano Migallón tiene entre sus proyectos no sólo empezar una historia gráfica sobre el exilio español, un documento gráfico de lo que fue y lo que significó el exilio para México, sino escribir algo a lo cual se resiste a llamarle memorias.

"Una especie de recuerdos en los que estoy trabajando. Quiero tener un primer borrador para, de manera más serena, después de trabajarlo volverlo a leer y ver si vale la pena o no. Porque una cosa es que a mí me interese, y otra que le pueda interesar a los demás", dice, de nuevo con suma modestia.

"Siempre tengo algo en la pluma, con ganas de seguir- Y lo que no quiero para nada, porque sobre todo ya para uno puede ser muy grave, es caer en el ocio, en el olvido y la inactividad", subraya.




Fernando Serrano Migallón: “No soy ciudadano español porque no estoy dispuesto a jurar lealtad al Rey”


 16.09.2023

Los 190 centímetros de Fernando Serrano Migallón culminan en una de las cabezas mejor amuebladas de México. Más abajo, a la altura del pecho, luce importantes medallas internacionales y nacionales al mérito en sus muchos desempeños. 
Doctor en Historia, profesor en la UNAM de Derecho Constitucional y licenciado en Economía, es además experto en Derechos Humanos, miembro de las Academias mexicanas de la Lengua y de Historia. 
Ha sido secretario del Congreso y subsecretario de Educación y muchas más cosas que le han dejado tiempo para escribir una veintena de libros de toda clase y condición, que ahora remata con 10 volúmenes sobre las Constituciones en México. 
Hijo de exiliados republicanos españoles, nació hace 78 años en la Ciudad de México. Exponerse a su memoria privilegiada es como sentarse al lado de la Historia y aprender echando unas risas.

Pregunta. ¿Y qué más?

Respuesta. Estoy consciente de que me queda mucho menos por vivir de lo que he vivido y hay cosas que me hubiera gustado hacer y ya será imposible, como tocar un instrumento musical, bailar bien, hacer deporte; nunca pude, he sido muy torpe, tengo un pésimo oído al que achaco mi dificultad para los idiomas, bailo muy mal, canto pésimo y el único idioma que hablo es el francés, aparte del español, y me costó muchísimo trabajo.

P. Concluye ahora su Historia de las Constituciones en México.

R. Comienza con la de Bayona, el estatuto de Napoleón, gracias al cual los españoles se dieron cuenta de la ventaja de vivir en un régimen constitucional. Y creo que, si no hubiera sido por esa, no se habría dado la de Cádiz de 1812, un fenómeno extraordinario de adelanto, pero que tiene dos fallas fundamentales, la forma de Estado y la de gobierno. No se atrevieron a discutir si querían república o monarquía, ni si preferían centralismo o federalismo.

P. Pues entonces, seguimos en 1812.

R. Sí. En la de 1924, México ya se atrevió con eso, República y federal.

P. ¿Alguna conclusión apresurada extraída de esos 10 volúmenes?

R. Lo más interesante es el siglo XIX. Todos tenemos filias y fobias, pero te das cuenta de que aquellos ciudadanos no eran buenos ni malos, sino que unos tenían unas ideas y otros, otras, pero tan honestos y leales ambos. Y quizá algunos con los que no coincides ideológicamente eran más honestos, por ejemplo, [Miguel] Miramón, el general del emperador Maximiliano [1864-1867], un hombre ejemplar, inteligente, patriota, se sacrificó, no aceptó la salida del país. Algunos liberales, sin embargo, dejaron mucho que desear.

P. Hablando de Maximiliano, en el libro de Fernando del Paso Noticias del Imperio, hay unos capítulos muy divertidos en los que Juárez dialoga con su secretario…

R. Gran libro, está muy bien literariamente, pero Juárez no hablaba con nadie.

P. ¿Ah no?

R. Juárez es de esos personajes… Admirable, de mis héroes más puros, pero debía de ser insoportable. ¿Tú te animas a sentarte una tarde con él a jugar canasta?

P. Pues es que no le conozco tanto como usted.

R. Creo que los dos mejores presidentes que ha tenido México eran, quizá, los que han tenido menos luces intelectuales. Juárez, que se rodeó de los mejores personajes de su época, liberales, admirables todos. Y Lázaro Cárdenas llegó a cuarto de primaria. A los 17 años se fue a la revolución y se volvió de los mejores mexicanos. Tenían una cualidad, sabían escuchar.

P. No es desdeñable. ¿Y el tercero quién es?

R. [Se ríe, pensando en el actual, López Obrador] Pero ahí no coincide el saber escuchar…

P. ¿Pero intelectual es o no?

R. Carrera profesional. Ha escrito más libros de los que ha leído, ja ja. ¿Crees que los ha escrito él?

P. No sé, pero no parece el más tonto de México.

R. No, su problema no es la inteligencia.

P. ¿Cómo está la salud de la democracia en el mundo?

R. Es el mejor sistema, pero ahora se ha abusado de él. La democracia no es solamente el derecho a votar, o a ser votado, sino a tener consciencia de lo que está pasando y a participar en las decisiones políticas, pero este derecho se ha sacado de cauce. Si hay un fuera de juego en el fútbol, si el torero se merece una oreja o no, si los jueces deben ser electos o no, ¿vamos a ponerlo a votación? Creo que la democracia tiene un motivo, una finalidad y un cauce, fuera de ese cauce es violentarla y hacer que caiga en desprestigio.

P. ¿Dice que se están sometiendo demasiadas cosas a votación popular?

R. Por ejemplo, sí. La gran lucha de la humanidad ha sido la del individuo por adquirir más libertad, desde los griegos, siempre, por arrancar poder al poderoso, poco a poco. Eso se ha logrado, pero en este momento se está abusando de eso, como el lenguaje inclusivo, los que no lo hablamos somos reaccionarios y antifeministas, y no es eso. Yo creo que el sistema democrático está perdiendo prestigio porque se ha abusado de él.

P. En asuntos como los del lenguaje inclusivo o el feminismo, ¿no se encuentra usted un poco fuera de edad, ante cosas de esta época que no acaba de comprender?

R. Yo eso me lo cuestiono siempre, con mis alumnos, lo que más me gusta de dar clases es escucharlos, darme cuenta de cómo piensan, y son completamente distintos de cómo yo era a su edad. No tenemos nada que ver.

P. ¿Cuál es la mayor diferencia?

R. Que son muchísimo más libres que era yo, y mucho menos solidarios. Más individualistas y pagados de sí mismos, menos cooperadores entre ellos.

P. Pero dicen que la juventud actual es muy solidaria con las grandes causas, medioambiente…

R. Puede ser con las grandes causas, pero en ayudar a un compañero que está a su lado en clase, que tiene algún problema económico o familiar, los veo más reacios a lo que fuimos nosotros.

P. Es usted hijo de exiliados. ¿Esa circunstancia le impulsó por algún camino o le distrajo de algún otro?

R. Hay dos o tres cosas que han influido en mi vida radicalmente y una fue esa. El exilio es un fenómeno muy curioso, tiene características generales, pero luego, en cada casa se lleva de manera distinta. Había casas en las que todos los días se hablaba de la República española, de la guerra y el exilio, y otras en las que nunca se volvió a hablar de ello. La mía era de las primeras, mis padres hablaban todos los días de eso, y con sus amigos, del paso a Francia, del sufrimiento, de los campos de concentración, y del deseo total de volver a España. Yo no lo veía entonces, sino con el paso del tiempo, pero eso te da una sensación de inestabilidad, de temporalidad, estamos aquí mientras que, como que no echas raíces. Y además vives en una burbuja particular en la que no te comunicas con los demás. Como pensaban que sería un exilio corto se crearon todas aquellas escuelas de refugiados para mantener contacto con la historia y la geografía españolas. Eso lo narra muy bien Néstor de Buen, su familia vivía en un edificio enorme donde más de la mitad eran españoles, los amigos de sus padres, españoles, el instituto Luis Vives, español, los fines de semana se iban al parque Mundet, todos españoles… Hasta que llegó a la universidad y dijo: ¿qué hacen aquí estos mexicanos?

P. A usted eso no le pasó.

R. Yo viví tres realidades distintas, el colegio jesuita, la casa, con sus temas y sus comidas, y la calle. Me creó una falta de adaptación gravísima, una timidez patológica, no podía ni preguntar en clase, no sabía cómo hablar, si lo hacía bien o mal: en casa eran guisantes, autobús y remolacha; en la calle, chícharos, camión y betabel. Te vuelves bilingüe en tu idioma.

P. ¿No es eso una riqueza?

R. Así lo ves con el paso del tiempo, pero cuando lo estás pasando es un camino doloroso de adaptación.

P. Su padre, Francisco Serrano Pacheco, fue el último fiscal general de la República, a quien el Gobierno encargó la distribución equitativa de los exiliados que debían embarcar.

R. Lo que pasa es que el primer barco que llegó a México, el Sinaia, vino lleno de comunistas y los demás partidos protestaron, así que la embajada de México creo un grupo con todos los partidos y centrales obreras y campesinas para esa distribución. Mi padre era de Unión Republicana, el partido de Martínez Barrios, presidente de las Cortes, y eran los que avalaban aquellas listas de embarcados. Hasta que fueron deportados al norte de Francia, Mi madre regresó a España en el 39, lo recordaba como los peores años de su vida, la mujer de un rojo en la primera posguerra. Mi padre no volvió a entrar en España, desde Marsella fue a México, encontró trabajo en un compañía de seguros y pidió un préstamo para reunir a la familia. Mi madre volvió a España alguna vez, pero mi padre nunca. Ninguno de los dos aceptó la nacionalidad mexicana.

P. Sobre el exilio español en México hay mucha tinta, ¿queda algún ángulo por tocar?

R. Muchísimos. La gran diferencia del exilio general español es que en España es historia muerta, a un muchacho español le preguntas qué fue la guerra y apenas tiene idea, pero en México es historia viva. De 1939 a 1945, el exilio español tuvo un impacto extraordinario en México. Hay novelas sobre eso, como aquella de Max Aub titulada La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos… Trata de un mesero que sirve café en un local del centro de México. Es un hombre muy ordenado, vive solo, cría canarios, lleva una vida pacífica, hasta que llegan los exiliados y le organizan un desmadre… Se pelean entre ellos, discuten sobre la guerra, patean, gritan. La única solución que se le ocurre al camarero para recuperar su tranquilidad es matar a Franco. Se compra una pistola y se va a España, y en la inauguración de un pantano o no sé qué, lo mata. Logra escapar, se vuelve a México y a los 15 días empiezan a llegar los franquistas exiliados quejándose de los rojos y discutiendo a voces en su café…

P. Ustedes, los republicanos, ¿cómo han vivido estas peticiones del gobierno mexicano de que la Monarquía española pida perdón por la crueldad y los desmanes de la conquista y la colonia?

R. Una ocurrencia, porque bueno, lo que pasó en ese territorio entonces no era México, y España tampoco era España, es una ocurrencia con fines internos de publicidad o presencia política, sin mayor trascendencia. A los franceses no se les ocurre que Italia pida perdón por la invasión de las Galias.

P. Si tomáramos, de nuevo, el bloque republicano español en México, ¿cuál diría que es su relación con la Monarquía española?

R. Félix Candela, el arquitecto, decía que España lo que tiene son los valores eternos de la raza: el jamón serrano, el chorizo de Cantimpalos y el vino de Rioja.

P. Ja ja. Aceptamos el jamón.

R. Y el vino también. Se le tuvo más simpatía a Juan Carlos por haberle dado la vuelta al régimen, pero luego fue todo un desastre, un hombre frívolo, inmaduro, qué voy a decir. Y el sucesor creo que es un hombre bienintencionado, pero que no levanta pasiones. ¿O es acaso un carisma apabullante?

P. ¿Por qué no es usted ciudadano español?

R. Porque para eso tengo que firmar un acta de lealtad al Rey, al jefe del Estado, y no estoy dispuesto.

P. ¿Quiere ser ciudadano, pero no súbdito?

R. Exactamente.

P. Usted ha sido abogado general de la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM, donde recientemente se ha dado un caso sonado de plagio de tesis que afectaba nada menos que a una ministra de la Corte, Yasmín Esquivel. ¿Qué le pareció el proceder de la UNAM al respecto?

R. Empezó mal, y cuando un edificio tiene malos cimientos luego se construye muy mal. La primera decisión del abogado general que estaba al frente yo creo que fue errónea, aquello de que la Universidad no podía decir nada porque no había un procedimiento específico para un caso así. Yo creo que en el Derecho, si no tienes un procedimiento específico, hay reglas generales para aplicar. Si no hay un procedimiento específico para comprar tóner o llantas, de todas formas las puedes comprar. Se construyó mal y ya es difícil reconstruirlo y enderezarlo

P. ¿Fue un error o una salida, digamos, política?

R. Fue un error. Los abogados que solo se dedican al estudio no tienen práctica en el ejercicio diario del derecho. El caso era complicado y no se supo afrontar.

P. De haberlo afrontado bien, ¿se hubiera solucionado desde el ámbito universitario?

R. No sé qué tratamiento le hubieran dado fuera, pero la universidad habría salvado la cara, y ahora, con los amparos de la señora Esquivel no ha sido fácil, les está costando trabajo encontrar la puerta.

P. Decía antes que el exilio fue una de las cosas que marcó su vida. ¿Cuáles fueron las otras?

R. La universidad. Estudié primero en los jesuitas, donde fui feliz pero, con el paso del tiempo, les tengo mucho rencor, esa educación culposa, todo era malo, con una competitividad terrible, te enseñan a triunfar pero no a ser feliz… Cuando llegué a la universidad, empecé con terror por las novatadas, perradas se llaman en México, pero a las tres semanas, como si me hubieran abierto las ventanas y entrara el aire fresco. Fui feliz. La educación pública y la universidad para mí han sido de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Ahí te das cuenta de las cualidades de las personas, los problemas económicos, las situaciones familiares. La educación pública hay que defenderla con los dientes. Por eso cuando dicen que la universidad se ha burocratizado, se ha ido a la derecha, es conservadora, quien dice eso no sabe lo que es la universidad. Ahora hay un interés por desprestigiarla, yo creo que es un error terrible. Y una injusticia.

P. Usted sigue impartiendo clases.

R. Para mí la docencia es egoísmo puro, me encanta sentarme con los alumnos, saber lo que les pasa, lo que te comentan, las necesidades que tienen. A mi edad me ven como un abuelito y me cuentan sus problemas. Son muy libres contando cosas muy privadas.

P. Échese otra anécdota de la época del franquismo en México.

R. José Gallostra y Coello de Portugal era una especie de embajador que tenía Franco en México y que entabló relaciones con un anarquista exiliado, Gabriel Fleitas, que era un sinvergüenza. El embajador le daba dinero para que le pasara información, se veían periódicamente para ese intercambio. Una vez tuvieron una discusión de dinero en la puerta de la Lotería Nacional y Fleitas sacó una pistola y lo mató. Toda la prensa mexicana conservadora, pagada por los franquistas, se lanzó: que si los rojos traen su guerra a México, que los rojos alteran un país tranquilo, son asesinos, hay que expulsarlos… Acuérdate de que la Iglesia mexicana hacía rogativas para que se hundieran los barcos que traían exiliados. Bueno, pues a Gallostra lo velan, lo mandan a España en su ataúd y hacen la tragedia para recibirlo. Hasta que, poco después, entran al hotel donde vivía en México y entre sus papeles encuentran un diario en el que apuntaba que México era un país detestable, lleno de indios, que Cortés debió de acabar con todos, que todos son masones, sin Dios… Y eso se publicó, entonces los conservadores dejaron de hacer alabanzas a Gallostra.





Francisco  Serrano Pacheco (1899-1962)

Fechas de existencia:Cortes de la Frontera (Málaga, España)  1899-02-20 - Ciudad de México (México)  1962

Jurista español.Nació en Cortes de la Frontera (Málaga) el 20 de febrero de 1899 y falleció en Ciudad de México en 1962.Se licenció en Derecho por la Universidad de Sevilla. Fue letrado de la Diputación Provincial de Ciudad Real y fiscal jefe jefe interino de las audiencias provinciales de Valencia y Barcelona.Miembro de Unión Republicana, fue uno de los candidatos de la lista del Frente Popular por la provincia de Ciudad Real en las elecciones de febrero de 1936, aunque no resultó elegido. 
Durante la Guerra Civil fue fiscal del Tribunal Popular de Ciudad Real y teniente fiscal del Tribunal Popular número 1 de Valencia. Tras la guerra se exilió con su familia en México y fue director de la Delegación de Hacienda de la República Española en el Exilio.Estuvo casado con Mariana Migallón Ordóñez, natural de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), con quien tuvo cinco hijos: Francisco, Rafael, José, Ana María y Fernando Serrano Migallón.



Dramaturgo irlandés John Millington Synge..





(Rathfarnham, Irlanda, 1871 - Dublín, 1909) Dramaturgo irlandés, figura fundamental del renacimiento literario irlandés de principios del siglo XX. Nacido en el seno de una familia protestante, se graduó en el Trinity College de Dublín. Estudió música en Alemania y después marchó a París, donde vivió pobremente durante algunos años; en esa etapa se interesó por los novelistas del naturalismo francés, preparó ensayos de crítica literaria y compuso poemas de elegante factura, caracterizados por los acentos de profunda ternura.
En París conoció a W. B. Yeats, poeta compatriota suyo que le indujo a volver a Irlanda y a inspirarse en la vida de los míseros campesinos y los pescadores de su tierra. En las Islas Aran, avanzadilla occidental del territorio irlandés eternamente batida por la lluvia y el viento, vivía desde los tiempos de Cromwell una colonia católica acogida allí para eludir las persecuciones. La dificultad de las relaciones con la civilización, la dureza del trabajo necesario para la obtención de los escasos recursos procedentes del océano y de la dura roca y el espíritu conservador de aquellas gentes habían mantenido en aquel rincón del mundo, aun a fines del siglo XIX, una especie de pesado y tosco dialecto no propiamente gaélico, sino algo parecido al lenguaje del período isabelino. Synge se fue a vivir junto a estos isleños; logró vencer su desconfianza y penetrar en su psicología y sus costumbres.
Tal experiencia dio lugar a varias obras teatrales: Jinetes hacia el mar (Riders to the Sea, 1904).

Argumento.

La trama no se basa en el tradicional conflicto de personajes humanos sino en la lucha desesperada de un pueblo contra la impersonal pero implacable crueldad del mar .

La acción del drama en un acto Jinetes hacia el mar se desarrolla en una isla al oeste de Irlanda,islas Aran, cuyos habitantes viven del comercio de caballos, que son llevados por mar a las ferias de la isla mayor, a la cual, no pudiendo atracar las naves, llegan también a nado. En una casa viven la vieja Maurya, sus dos hijas, Nora y Catalina, y Bartley, el único hijo superviviente; la anciana ha visto desaparecer, uno tras otro, a todos los varones de la familia, muertos en el mar. Del penúltimo hijo, Miguel, se han encontrado precisamente las ropas en el lejano norte, en el mar que lo ha engullido.
Llega el momento en que Bartley debe hacerse a la mar, y la madre, si bien ignora la muerte de Miguel, trata por todos los medios de impedírselo. Las jóvenes hermanas, por el contrario, conocen la muerte de Miguel, pero saben también que "la vida de los jóvenes está en el mar", y no intentan detenerlo. Bartley parte, y a Maurya se le aparece el espectro de Miguel, que le anuncia con anticipación la muerte de su último hijo. Maurya evoca entonces tristemente todas las muertes a las cuales ha asistido, y en particular la de su hijo Patch. La puerta de la casa se abre y, como en un tiempo le trajeron el cuerpo de Patch, le llevan ahora el de Bartley, seguido por hombres y mujeres del pueblo.
En este punto la tragedia llega a su catarsis: tantas muertes ha visto la anciana en su vida que el pensamiento de que ésta es la última le sirve de consuelo. Cuando el mar se agite por la borrasca y las otras madres velen intranquilas, ella podrá reposar al fin en paz:
"Tendré ahora un gran reposo, y, ciertamente, ya era hora". 
ANALISIS

Jinetes hacia el mar es un drama de vida primitiva, no vacía de afectos pero atávicamente habituada a la resignación, de gente para la cual la muerte en el mar es una de las tantas penas del vivir. Al acudir a sentimientos elementales, el dramaturgo Synge dio en esta obra lo que fue llamado el mayor drama en un acto de los tiempos modernos. "Como una sinfonía, no enseña ni prueba nada", dijo el mismo autor. Su sentido trágico se consigue con simples palabras y con la austeridad popular que Synge afirmaba que obtenía usando solamente palabras oídas a los pescadores y a la gente del pueblo.

Varias escenas de la obra están tomadas de historias que Synge recopiló durante su estancia en las islas Aran y las registró en su libro The Aran Islands . Estos incluyen la identificación del hombre ahogado por su ropa y el relato del fantasma de un hombre que se ve montando a caballo.

Paganismo.
 
El tema dominante de este drama es el paganismo sutil que Synge observó en la gente de la Irlanda rural. Tras su rechazo del cristianismo, Synge descubrió que la Irlanda predominantemente católica romana aún conservaba muchos de los cuentos populares y supersticiones nacidos del antiguo paganismo celta. Esta obra es un examen de esa idea, ya que tiene un conjunto de personajes profundamente religiosos que se encuentran en desacuerdo con una fuerza invencible de la naturaleza (que es el mar). Si bien la familia es claramente católica, todavía desconfían de las características sobrenaturales de los elementos naturales, una idea muy presente en el paganismo celta.

Tradición vs modernidad.
 
Otro tema principal de la obra es la tensión entre el mundo tradicional y el moderno en Irlanda en ese momento. Mientras que Maurya, representante de la generación irlandesa mayor, está inamoviblemente atada al mundo tradicional y mira hacia adentro, Nora, representante de la generación más joven, está dispuesta a cambiar con el mundo exterior y, por lo tanto, mira hacia afuera. Cathleen, la hija mayor, lucha por unir estos dos mundos y mantener ambos en equilibrio. 

Fatalismo.
 
Los personajes de la obra están en todo momento en contacto y aceptando la realidad de la muerte, siendo el mar y sobre todo el ahogamiento una amenaza constante. Están atrapados entre las realidades duales del mar como fuente de sustento y una amenaza fatal. Los objetos y la cultura de la muerte en forma de ataúdes, lamentos y luto prevalecen en la obra y se basan estrechamente en las observaciones de Synge sobre la cultura de la isla de Aran. 


Notas de "Jinetes Hacia El Mar" de JM Synge.



1.-Una obra de teatro en un acto y una tragedia.

Riders to the Sea es una obra de un acto que se considera una tragedia. El éxito de la obra se puede atribuir a su escritor, John Millington Synge, que tenía el don de condensar cuestiones importantes de la vida en un solo acto. 
A pesar de estar limitado a una sola escena, Synge pudo elegir una trama, personajes y una situación adecuados que aún pudieran transmitir de manera efectiva el mensaje deseado. La obra es una tragedia moderna en un acto, en la que los personajes viven en un mundo que representan y están atrapados en una trama mientras hablan un idioma vivo.
La obra está ambientada en un mundo donde la muerte es común y la vida es simplemente un símbolo de la impotencia del hombre frente al destino. El personaje principal de la obra es un protagonista trágico que simboliza la humanidad y evoca sentimientos de lástima y miedo en la audiencia. Sin embargo, a diferencia de otras tragedias, el protagonista de esta obra no cometió ningún pecado, ni su sufrimiento fue causado por la ambición o la debilidad humana. En cambio, la tragedia es causada por una fuerza hostil que los personajes no pueden controlar o comprender.
En la obra, el conflicto es entre el mar y los humanos que viven en la isla. Su existencia depende del mar, y su forma de vida primitiva no ofrece muchas alternativas. El mar se muestra despiadado e insensible, lo que hace que los personajes sean azotados por fuerzas que no pueden comprender. Los personajes están obsesionados por un miedo supersticioso y un fatalismo pagano, que los hace resignarse a su destino. A pesar del trágico desenlace, la madre de la obra permanece digna y majestuosa en su aceptación del destino. En última instancia, la obra muestra a los isleños atrapados en una red de muerte, con el mar cerniéndose sobre ellos como símbolo de la misma muerte insensible.

En conclusión, Riders to the Sea es una obra única en un acto que es ampliamente considerada como una tragedia. El éxito de la obra se puede atribuir a su escritor, John Millington Synge, quien fue capaz de transmitir un mensaje significativo en una sola escena. La obra presenta un mundo donde la muerte es común y la vida es un símbolo de la impotencia del hombre frente al destino. El personaje principal es un protagonista trágico que simboliza la humanidad y evoca sentimientos de lástima y miedo en la audiencia. La tragedia de la obra está provocada por una fuerza hostil, el mar, que los personajes son incapaces de controlar o comprender. A pesar del trágico desenlace, la obra finalmente muestra la resignación de los personajes a su destino, ya que están atrapados en una red de muerte, con el mar cerniéndose sobre ellos como símbolo de la insensible muerte misma.



2. Elementos sobrenaturales y supersticiones en Riders to the Sea.

La obra de John Millington Synge “Riders to the Sea” es una representación perfecta de la intersección de lo sobrenatural y las supersticiones en la vida de la gente del campo. La obra está ambientada en las Islas Aran, donde la gente vive en una lucha constante contra la dureza de la naturaleza y el mar embravecido. Esta lucha los ha llevado a desarrollar supersticiones, ya que buscan formas de protegerse a sí mismos y a sus seres queridos de los peligros que acechan a su alrededor.
Los elementos sobrenaturales de la obra son un reflejo de los miedos y creencias de los personajes. La impotencia de los personajes ante la naturaleza hostil y el mar embravecido les ha llevado a creer en presagios y hechos sobrenaturales. Por ejemplo, creen que las almas de los muertos vagan de noche y regresan a sus tumbas al amanecer cuando cantan los gallos. También creen que cuando un fantasma persigue a alguien, están condenados.
La muerte de Michael y el descubrimiento y entierro de su cuerpo en Donegal están envueltos en un misterio. El cuerpo se encuentra a una hora que tiene un significado sobrenatural, y el acantilado negro es significativo, ya que se cree que las almas pasarían por una región negra antes de regresar al inframundo. Maurya, uno de los personajes, está llena de miedos y señales ominosas, y le advierte a Bartley que no vaya a la Feria de Galway. Sin embargo, Bartley elige ignorar el peligro y se va de todos modos, ya que siente que es la vida de un joven ir al mar.
Al final, Maurya ve a Michael en el pony gris siguiendo a la yegua de Bartley, y esta visión profética resulta fatal para Bartley, ya que su cadáver es llevado a casa un poco más tarde. Esto muestra que los elementos sobrenaturales y las supersticiones en la obra no son solo una representación de las creencias de los personajes, sino que también juegan un papel crucial para determinar el curso de acción e influir en las situaciones.
En conclusión, la obra de John Millington Synge “Riders to the Sea” es una representación magistral de lo sobrenatural y las supersticiones en la vida de la gente sencilla del campo. La obra muestra cómo los miedos y creencias de los personajes influyen en sus vidas y cómo los elementos sobrenaturales juegan un papel crucial para determinar el curso de acción e influir en las situaciones.



3. Simbolismo en jinetes al mar.

En Riders to the Sea, JM Synge teje una historia conmovedora y melancólica de los isleños y su lucha contra la ira del mar. La obra está impregnada de símbolos, extraídos de las creencias paganas de los isleños, que sirven para acentuar la desesperanza y la impotencia de los personajes ante la hostilidad de la naturaleza. El mar, con sus olas impredecibles e implacables, es un poderoso símbolo que encarna tanto la vida como la muerte, sustentando a los isleños pero también llevándose a los miembros masculinos de la casa Maurya como venganza.
Las supersticiones y los elementos sobrenaturales se entretejen en la obra, reflejando las creencias de los isleños y agregando una atmósfera inquietante y premonitoria. La visión de Maurya del fantasma de su hijo Michael montado en un pony gris, que simboliza la muerte, y el número nueve recurrente, que simboliza la finalidad, son solo algunos ejemplos. Las tablas blancas para el ataúd y la cuerda utilizada para bajar el ataúd a la tumba, las puntadas caídas de las medias de Michael y el pan horneado para Bartley que finalmente se usa para hacer su ataúd, son todos símbolos de la muerte.

Simbolismo en jinetes al mar.

El poder imaginativo de la escritura de Synge es evidente en la forma en que usa los símbolos para crear una atmósfera de tensión e inquietud. Estos símbolos se entretejen en el discurso de los personajes, agregando profundidad y complejidad al diálogo, manteniendo siempre su naturaleza esencial. A pesar de la simplicidad de la trama, el poder imaginativo de la escritura de Synge se extiende más allá de los límites de la aparente simplicidad, capturando la tristeza desgarradora de la vida frente al mar hostil.
En conclusión, la obra de Synge “Riders to the Sea” es una exploración profunda de la experiencia humana, particularmente frente a la muerte y los elementos de la naturaleza. La obra está marcada por un rico simbolismo e imaginería que sirve para realzar el impacto de los temas explorados. El mar y la muerte son símbolos centrales de la obra, que reflejan la fragilidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. Las supersticiones y las creencias paganas juegan un papel importante en la obra, otorgando una atmósfera inquietante y misteriosa a los eventos que se desarrollan en la obra. A través de un uso sofisticado de símbolos, como el poni gris, el manantial, el número nueve y otros, Synge crea un mundo vívido y cautivador que habla de la condición humana.



 4. Jinetes al mar: el título.

El título “Riders to the Sea” tiene un significado significativo ya que simboliza la lucha y la tragedia del hombre contra los elementos de la naturaleza, específicamente el mar. La obra sigue la historia de Maurya, una mujer que ha perdido a todos los miembros masculinos de su familia, incluidos su suegro, esposo e hijos, en el mar impredecible y hostil. El título representa el viaje inevitable de los hombres de su familia, que son todos jinetes, hacia su muerte a manos del mar. La yegua roja, montada por Bartley, y el fantasma de Michael montado en el pony gris, simbolizan el final inevitable que aguarda a los jinetes.
El título destaca los elementos míticos y sobrenaturales de la obra, ya que los dos jinetes no son simples hombres, sino que uno de ellos ya está muerto y el otro está destinado a encontrar su destino. El mar representa el enemigo final, y los isleños están a su merced, ya que deben depender de él para su sustento pero también arriesgan sus vidas en el proceso.
El título capta con eficacia el tema central de la obra y destaca la lucha del hombre contra las fuerzas de la naturaleza, un tema que es atemporal y universal. El significado del título establece el tono de la obra, creando una sensación de inevitabilidad y tragedia, y prepara a la audiencia para los eventos que están a punto de desarrollarse.
En conclusión, el título de la obra “Jinetes del mar” es significativo porque da una idea del tema central y el conflicto entre el hombre y el mar. Destaca la tragedia de Maurya, que pierde a todos los miembros masculinos de su familia, quienes son considerados los “jinetes del mar”. El título también destaca los elementos míticos y sobrenaturales presentes en la obra, donde los dos jinetes simbolizan a los vivos y los muertos, y su inevitable viaje al mar, que representa tanto la vida como la muerte. El título es apropiado para la obra, ya que prepara el escenario para el desarrollo de la tragedia que finalmente supera a Maurya.



 5. Análisis del carácter de Maurya en Riders to the Sea.

Riders to the Sea es una obra de teatro escrita por John Millington Synge, que gira en torno al personaje central, Maurya. Maurya es una mujer que se encuentra en perpetuo estado de luto y en constante conflicto con el mar embravecido e implacable. A lo largo de la obra, la vemos luchar con las muchas desgracias que le suceden, incluida la pérdida de sus cinco hijos, esposo y suegro, todos los cuales han sido reclamados por el mar. A pesar de su sufrimiento, Maurya sigue siendo una cristiana devota y profundamente religiosa, siempre confiando en el poder de la oración para guiarla a través de los desafíos de la vida.
Al comienzo de la obra, Maurya está de luto por la pérdida de su quinto hijo, Michael, que se ahogó en el mar y cuyo cuerpo aún no se ha recuperado. Está aún más angustiada por la noticia de que su último hijo sobreviviente, Bartley, está a punto de embarcarse en un viaje a través de los mares embravecidos hacia el continente. A pesar de sus temores y ansiedades, Bartley está decidida a irse, pero Maurya intenta desanimarlo y le dice que debe esperar hasta que se encuentre el cuerpo de Michael. Sin embargo, sus intentos son en vano y Bartley emprende su viaje, dejando que Maurya enfrente sus peores miedos.
A lo largo de la obra, vemos a Maurya lidiando con sus creencias supersticiosas, resultado de su ignorancia e impotencia frente al mar. Ve visiones de su hijo muerto, Michael, siguiendo a Bartley, y cree que su último hijo sobreviviente también será víctima de la ira del mar. Sin embargo, a pesar de su fatalismo pagano, Maurya se mantiene resuelta y encuentra consuelo en su fe religiosa.

Análisis del personaje de Maurya en Riders to the Sea.

Lamentablemente, sus peores temores se hacen realidad cuando Bartley también se ahoga y su cuerpo es devuelto a casa. Pero incluso en su momento de mayor dolor, Maurya encuentra una sensación de paz y calma. Rocía agua bendita sobre el cuerpo de Bartley y la ropa de Michael, y acepta lo inevitable con estoica resignación. Al hacerlo, encuentra un sentido de dignidad y consuelo al realizar los últimos ritos por sus seres queridos.
En conclusión, Riders to the Sea es una obra poderosa que explora los temas de la pérdida, el dolor y la lucha humana contra las fuerzas de la naturaleza. A través del personaje de Maurya, Synge explora la idea de una mujer contra la que se peca más que el pecado, y que soporta los ataques crueles e insensibles del mar con dignidad y gracia. A pesar de su sufrimiento, Maurya sigue siendo un símbolo de esperanza y resiliencia, inspirándonos a enfrentar los desafíos de la vida con fuerza y ​​coraje.



 6. Análisis del personaje de Bartley en Riders to the Sea.

Bartley es un joven de pocas palabras, pero tiene un papel importante en la obra "Riders to the Sea". Es el hijo menor de Maurya y el último miembro masculino sobreviviente de su familia. La presencia de Bartley en la obra es corta, pero sus acciones y decisiones tienen un impacto duradero en la trágica situación que se desarrolla.
La muerte de Michael ha lanzado un hechizo de tristeza sobre la familia, y Bartley se encuentra asumiendo la carga de la responsabilidad como el único miembro masculino que queda. A pesar del peso de esta responsabilidad y la amenaza a su propia vida, Bartley se mantiene estoico y práctico, continúa con su trabajo y hace lo que debe hacerse para ayudar a su familia a superar este momento difícil. Es plenamente consciente de sus deberes y responsabilidades y restringe sus emociones, optando por concentrarse en la tarea que tiene entre manos.
Sin embargo, Bartley no está exento de emociones. A pesar de dejar instrucciones a sus hermanas y salir a tomar el bote, claramente se preocupa profundamente por su madre y sus hermanas. Sacrifica su propia vida por ellos, cabalgando valientemente hacia el mar y enfrentando los obstáculos y el sufrimiento con dignidad. Como isleño, Bartley está familiarizado con la muerte y los desastres, y sus experiencias lo han vuelto naturalmente estoico. Está atado a la tierra y al mar, que le proporciona su sustento, y esta conexión le da el coraje para enfrentar cualquier desafío que se le presente.
En conclusión, Bartley puede ser un joven de pocas palabras, pero sus acciones dicen mucho sobre su carácter. Es un individuo práctico y responsable que sacrifica su vida por el bien de su familia. Su naturaleza estoica y su coraje frente a la adversidad son cualidades que a menudo faltan en el mundo de hoy y lo convierten en un personaje verdaderamente notable.




7. Análisis del personaje Cathleen en Riders to the Sea.

Cathleen es una joven que vive en una pequeña comunidad isleña, donde lleva una vida de tranquila devoción por su familia. Es la mayor de dos hermanas y, a pesar de sus muchos temores, es el pilar de su familia. Lleva el peso del dolor de su madre, pero nunca deja que eso la deprima. Ella siempre está allí, realizando sus tareas domésticas y vigilando a su madre, que a menudo está distraída. Sus miedos provienen de supersticiones, pero no le impiden hacer lo que debe hacerse.
A pesar de sus supersticiones, Cathleen es una pensadora profunda, y cuando su hermano, Bartley, decide irse al mar, puede entender por qué él se siente obligado a hacerlo. Ella reconoce que el sacerdote no puede detenerlo y que Bartley no puede quedarse. Cuando su madre comparte una visión ominosa con ella, Cathleen la regaña y le recuerda que la vida de un joven es hacerse a la mar.
Desafortunadamente, Cathleen, como los demás en su comunidad isleña, no puede hacer nada cuando se trata de calmar el mar y evitar una catástrofe. Cuando está sola con su hermana, Nora, y examinan la ropa de Michael, se siente abrumada por la emoción. La idea de que Michael sea llevado tan lejos de casa y enterrado en el norte, casi le rompe el corazón. Sin embargo, se mantiene fuerte, pensando en su madre y manteniendo sus miedos cerca de su pecho.
Cuando Bartley se hace a la mar, Cathleen se preocupa por él. Casi cree que él también correrá la misma suerte que Michael. Pero ella sabe que debe dejarlo ir, y envía a su madre a darle a Bartley un pastel y sus bendiciones, una costumbre ceremonial en su comunidad. Cuando descubre que su madre ha olvidado esta costumbre, se vuelve pensativa, ya que teme que todo pueda salir mal para Bartley sin las bendiciones de su madre.
A pesar de sus preocupaciones, Cathleen es práctica y sensata. Cuando todos lloran la muerte de Bartley, ella le pide al anciano que haga un ataúd y le sirve el pastel que había horneado para Bartley. Ella es la que mantiene las cosas en orden y entiende las situaciones mejor que nadie. A su manera, Cathleen juega un papel importante en su comunidad y es un testimonio de la fuerza y ​​la resiliencia del espíritu humano.



 8. Análisis del personaje de Nora en Riders to the Sea

Nora es una joven campesina e ingenua, la menor de sus hermanos. A pesar de su falta de experiencia, posee una curiosidad insaciable sobre el mundo que la rodea. Ella depende en gran medida de su hermana mayor, Cathleen, para recibir orientación y apoyo, a menudo cediendo al juicio de su hermana y siguiendo su ejemplo.
Como vínculo entre su familia y el mundo exterior, Nora es quien trae noticias y actualizaciones del sacerdote y los amigos de Bartley, e informa sobre el mar y los barcos. Sin embargo, su inocencia juvenil y su falta de madurez a veces la llevan a malinterpretar las situaciones que observa.
La superstición también es parte de la cosmovisión de Nora, y cuando se entera de la visión de su madre del fantasma de Michael siguiendo a Bartley, se asusta y se siente abrumada. A pesar de su miedo, Nora se mantiene alerta y observadora, siendo la primera en darse cuenta cuando la gente trae el cuerpo de Bartley a casa.
A pesar de su juventud, Nora juega un papel crucial en el hogar, ayudando a cuidar a su madre y completando las tareas que le asigna su hermana. Aunque es posible que no comprenda completamente el dolor de su madre, la ama profundamente y busca consolarla de cualquier manera que pueda.
En conclusión, Nora es un personaje que, a pesar de su juventud e inexperiencia, posee un agudo sentido de la observación y un profundo amor por su familia. A través de sus interacciones con los demás y sus esfuerzos por comprender el mundo que la rodea, es una figura importante en la historia de las Islas Aran.



 9. ¿Cuáles son las características esenciales de una obra de un acto? 

¿Difiere de las obras más grandes? .

La obra de un acto es una forma de drama relativamente moderna que ha ganado una inmensa popularidad en los últimos tiempos. Esta forma de juego tiene un lienzo más pequeño y, a menudo, tiene lugar dentro de una sola escena, lo que hace que sea una tarea desafiante para los dramaturgos elegir la trama, los personajes y la acción dramática correctos. A pesar de su tamaño más pequeño, una obra de un acto debe poseer todas las características esenciales de una obra completa, incluidas las unidades necesarias de tema, acción, lugar y tiempo, que conducen a una unidad de impresión.
La obra moderna de un acto es muy diferente de las obras de moralidad y milagros de la era medieval, pero la diferencia radica más en el enfoque de la vida que en la forma. Ambas formas de obras comparten un enfoque esencial similar y cualidades dramáticas, a pesar de sus diferencias en tamaño y alcance. La obra de un acto es como una historia corta, donde se elige una situación particular pero significativa para construir la trama y ayudar a los personajes a evolucionar fácilmente.
El lenguaje utilizado en una obra de teatro en un acto debe ser el dialecto vivo de las personas representadas por los personajes, lo que hace que los personajes se identifiquen más y sean menos remotos. Grandes dramaturgos y poetas como WB Yeats, JM Synge, Lady Gregory, Sean O'Casey y TS Eliot han contribuido ampliamente a la forma popular del drama.

Un ejemplo exitoso de una obra de teatro en un acto es "Riders to the Sea" de JM Synge. La obra comienza con una situación definida, rodeada por el silencio y la impresión de que la muerte se cierne sobre la cabaña. Las hermanas, Cathleen y Nora, brindan la exposición necesaria y se suman a la atmósfera de tristeza mientras hablan sobre la muerte de Michael. La angustiada madre, Maurya, parece desconsolada, ya que el cuerpo de Michael no ha llegado a la orilla ni siquiera después de nueve días. El conflicto entre el hombre y el mar hostil solo se intensifica cuando el último hijo sobreviviente de Maurya, Bartley, viene a despedirse antes de navegar hacia el continente, desafiando al mar.
Los temores y las premoniciones de Maurya sobre el viaje de Bartley solo profundizan la crisis, ya que los motivos de la madre y el hijo chocan. El clímax llega poco después de que Maurya ve el fantasma de Michael en el pony gris que sigue a Bartley hacia el mar. La estructura de Riders to the Sea es perfecta, como una tragedia griega, con los personajes encajando naturalmente con la situación en evolución, donde la muerte juega un papel destacado. La figura trágica de Maurya le da su motivo al tema, y ​​su discurso sobre la muerte, los miedos y las supersticiones teje la trama en una tragedia perfecta en un acto.
En conclusión, la obra de un acto es una forma moderna de drama que ha ganado una inmensa popularidad por su enfoque conciso pero completo. A pesar de su brevedad, una obra de teatro en un acto puede ser tan exitosa como una obra más larga, siempre que tenga las unidades necesarias y un enfoque universal. El idioma utilizado debe ser el dialecto vivo de las personas representadas por los personajes, haciéndolos más identificables y menos remotos. El ejemplo de “Riders to the Sea” de JM Synge muestra perfectamente el potencial de una obra exitosa en un acto.



10. Riders to the sea es una tragedia basada en un Destino inescrutable superior a la personalidad humana, no en el carácter. 

Riders to the Sea es una obra que se destaca como un ejemplo clásico de la tradición dramática irlandesa. Es una tragedia que gira en torno al tema del Destino, que se presenta como una fuerza inescrutable y superior, más allá del control de la personalidad humana. Esta obra, escrita por John Millington Synge, es un poderoso comentario sobre la condición humana y la relación entre los individuos y las fuerzas de la naturaleza.
En muchos sentidos, la obra se aparta de la comprensión tradicional de la tragedia. Si bien es cierto que el personaje es el destino, este axioma se pone a prueba a menudo en las obras de Shakespeare, donde el protagonista trágico suele tener cierto grado de control sobre su destino. Sin embargo, en Riders to the Sea, los personajes están completamente a merced de las fuerzas de la naturaleza. Son individuos simples e inocentes que se ven envueltos en la red de su destino, incapaces de resistir su poder devorador.
El mar, en esta obra, representa la fuerza inescrutable del Destino. Es una entidad poderosa e impredecible que devora a todos aquellos que se atreven a cruzarse en su camino. Maurya, el personaje central de la obra, ha perdido a todos sus hijos, su esposo y su suegro en el mar. Y, sin embargo, no puede mantenerse alejada de él, ya que es la fuente de su sustento. Sus hijos, Michael y Bartley, tampoco pueden resistir la llamada del mar y, a pesar de conocer su destino inevitable, cabalgan para encontrarlo.
Los personajes de la obra no son realmente responsables de su destino, ya que no son pecadores ni defectuosos. En cambio, su tragedia radica en su conflicto perpetuo con las fuerzas hostiles de la naturaleza. El mar no tiene nada contra Maurya y sus hijos, pero igual los devora. Esto es lo que hace que la obra sea tan conmovedora y desgarradora, ya que los personajes no pueden escapar de su destino, sin importar lo que hagan.
La visión profética de Maurya del fantasma de Michael cabalgando detrás de Bartley es una poderosa representación de la naturaleza inescrutable del destino. Su miedo al destino, que es muy superior al de los seres humanos, es un testimonio de la idea de que los personajes de la obra son víctimas indefensas de las fuerzas de la naturaleza. De ahí que la tragedia de Riders to the Sea no se base en los personajes, sino en el conflicto entre el mar y los individuos que se atreven a cruzarse en su camino.
En conclusión, Riders to the Sea es un poderoso comentario sobre la condición humana y la relación entre los individuos y las fuerzas de la naturaleza. La obra explora el tema del Destino, que se presenta como una fuerza inescrutable y superior, más allá del control de la personalidad humana. Los personajes de la obra son individuos sencillos e inocentes que se ven envueltos en la red de su destino, incapaces de resistir su poder devorador. Esta obra se aleja de la comprensión tradicional de la tragedia y se destaca como un ejemplo clásico de la tradición dramática irlandesa.



11. La tragedia de Riders to the Sea se vuelve más espeluznante al ser presentada a través de la anciana madre, Maurya, con sus obsesiones mentales y su supersticiosa visión de la vida profundamente arraigada”. 

Maurya, la anciana madre de la obra “Riders to the Sea” de JM Synge, encarna el epítome del sufrimiento y la desesperación trágicos. Al comienzo de la obra, se la representa como una campesina sencilla, piadosa y supersticiosa que reza fervientemente por la seguridad de sus hombres. Sin embargo, a medida que avanza la obra, se enfrenta a una serie de trágicos acontecimientos que la dejan despojada y completamente desolada. La pérdida de su esposo, suegro y seis hijos en el mar, dejando solo dos hijas y un profundo vacío que no puede llenar.
El personaje de Maurya es uno de inmenso patetismo y tristeza. A lo largo de su vida, no ha conocido nada más que la muerte, llevándose a todos los hombres de su vida. A pesar de su desesperación, sigue siendo una cristiana devota, ofrece oraciones y busca refugio en su fe. Sus oraciones son un intento inútil de ejercer los malos augurios que prevé, pero su piedad nunca flaquea y su desesperación nunca se convierte en cinismo. Sin embargo, su ignorancia y supersticiones están profundamente arraigadas, dejándola constantemente acechada por la sombra de la muerte. Esto se amplifica aún más por su imaginación, donde ve visiones y todos los presagios que indican un desastre inminente.
La pérdida de su hijo Michael, que se ahogó y cuyo cuerpo no fue arrastrado a tierra, solo aumenta su dolor. A pesar de su desesperación, Maurya se mantiene fuerte y esperanzada, con la esperanza de encontrar el cuerpo en cualquier momento. Pero cuando Bartley, su último hijo sobreviviente, se pierde en el mar, finalmente se resigna a darse cuenta de que el mar o su destino no pueden hacerle más daño. Se convierte en una figura patética, respetada y simpatizada por todos, un símbolo de significado universal, que representa a la eterna madre y al eterno ser humano atormentado y torturado.
En conclusión, el personaje de Maurya es un retrato magistral del dolor de una madre, cuya vida está envuelta en la oscuridad y la muerte. Ella es la encarnación de la experiencia humana universal del sufrimiento, lo que la convierte en una figura trágica y patética que provoca empatía y simpatía en la audiencia. La escena final, donde se queda mirando las maderas blancas del ataúd de su hijo, es un momento conmovedor que subraya la profundidad de su tragedia y la inhumanidad del destino.


12. Riders to the Sea' tiene una atmósfera llena de una sensación de fatalidad trágica, provocada por insinuaciones y presentimientos de una catástrofe inminente'. 

Las Islas Aran, ubicadas frente a la costa occidental de Irlanda, brindan un entorno pintoresco y natural para la obra de teatro de John Millington Synge, "Riders to the Sea". Este lugar idílico aún no ha sido tocado por el mundo moderno, y ofrece un vistazo a la vida primitiva y austera de la población campesina de la isla. Las personas que viven en las Islas Aran están constantemente expuestas a los duros elementos de la naturaleza y son atormentadas por un destino misterioso e inescrutable. Los tramos áridos de páramos y montañas han inspirado a Synge a ver la majestuosidad natural de sus personajes y a escuchar el rugido interminable de la costa azotada por la tormenta.

Synge quedó profundamente conmovido por la majestuosidad de la naturaleza y la oscuridad y profundidad del entorno que siempre ha sido una característica de las obras literarias celtas. La forma de vida, las supersticiones y el amor por lo extraño y lo siniestro en las Islas Aran brindan un telón de fondo adecuado para los personajes de la obra, convirtiéndolos en presa fácil de las fuerzas que no pueden comprender ni controlar. Así, los personajes de “Riders to the Sea” son esencialmente figuras trágicas, atrapadas en su entorno natural.
El mar juega un papel central en la vida de los isleños, se cierne sobre todo y determina su destino. Ante su hostilidad, los simples trabajadores no tienen más remedio que buscar refugio en su creencia en el destino. Sus supersticiones provienen de su impotencia, ya que los elementos de la naturaleza influyen en sus actitudes morales y mentales. En este escenario, es natural que la muerte arroje una sombra sobre su existencia, generando miedo y presagios siniestros.
La obra comienza con una sensación de tragedia, ya que se informa a la audiencia que el hijo de Maurya, Michael, se ahogó durante nueve días y su cuerpo aún no se ha recuperado del mar. Nora, la hermana menor de Michael, trae a casa un bulto de ropa que se encontró en un cadáver varado en la costa de Donegal. El cura le ha dado la ropa a Nora para que determine si pertenecen a Michael. Nora y Cathleen, la hermana mayor de Michael, tienen el presentimiento de que son la ropa de Michael, pero el tema principal de la tragedia no es Michael o su muerte, sino Bartley y su misteriosa muerte.
Bartley se siente atraído por el mar, a pesar de los riesgos, y debe cabalgar y navegar a través de él. Su madre, Maurya, tiene visiones de presentimientos sobre su muerte y trata de evitar que se vaya, ya que lo ve como su última fuente de consuelo. Cuando Maurya sale a despedir a Bartley, ve al fantasma de Michael siguiéndolo y está convencida de que Bartley también se ahogará. Sus ominosas palabras, impregnadas de superstición, reflejan su impotencia y convicción de que Bartley está condenado. Cathleen intenta tranquilizar a Maurya y persuadirla para que le dé sus bendiciones a Bartley, pero Maurya no puede hacerlo debido a su visión de Michael.

Efectivamente, el cadáver de Bartley es llevado a casa, y en la atmósfera de tristeza, la muerte crece más que la vida. La obra es una poderosa exploración de la condición humana, que expone la fragilidad de la vida y las fuerzas crueles e implacables de la naturaleza. Es un retrato sombrío e inquietante de la vida de los habitantes de las islas Aran, que destaca los peligros del mar y el impacto que tiene en las personas que viven cerca de él. La obra es una obra maestra atemporal que captura la esencia de la lucha humana contra las fuerzas de la naturaleza y la búsqueda de significado y propósito en un mundo lleno de incertidumbre y misterio.


 
13. En Riders to the Sea el mar es un personaje vivo

En “Riders to the Sea”, el autor John Millington Synge retrata al mar como una fuerza cruel e impredecible, que oprime sin piedad a los débiles e indefensos isleños que dependen de él para su sustento. A pesar del peligro, los isleños no pueden alejarse del mar y están constantemente a su merced. El mar es retratado como un ente vivo, un destino personificado que domina la vida de los isleños, haciéndoles temer y respetarlo. Se considera que el mar es un demonio misterioso y temible, un monstruo que siempre está al acecho, esperando reclamar su próxima víctima.
La obra comienza con la muerte de Michael, uno de los hijos del isleño, y las dos hermanas, Nora y Cathleen, refiriéndose al mar como un demonio hambriento que acecha las islas, llevándose a cualquiera que se atreva a aventurarse en sus salvajes olas. Están preocupados por Bartley, que está a punto de cruzar el mar para asistir a la feria de Galway. El mar y el destino de los hombres están entrelazados, y parece como si los isleños y el mar estuvieran enfrascados en un eterno conflicto que siempre termina en tragedia.
Maurya, la madre, ya perdió a sus cinco hijos, a su esposo y a su suegro, y ahora está a punto de perder a su último hijo sobreviviente, Bartley. El mar nunca está lejos de los pensamientos y conversaciones de las mujeres de la cabaña, y su sombra se cierne sobre toda su existencia, haciéndolas vivir con miedo e incertidumbre. El mar simboliza el destino del hombre en su eterno conflicto con la naturaleza, y este conflicto siempre termina en derrota y muerte, como si fuera la voluntad de Dios que el mar cumpla.
En conclusión, el mar en “Riders to the Sea” sirve como una poderosa metáfora de la abrumadora fuerza del destino, que finalmente triunfa sobre los esfuerzos del hombre por controlar su destino. La obra retrata al mar como un monstruo insaciable, una entidad viviente que personifica el destino y tiene en sus manos la vida de los isleños. A través de este retrato, el autor demuestra la tragedia de la vida y la inevitabilidad de la muerte frente a un mundo cruel y despiadado.


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