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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

sábado, 1 de abril de 2017

416.-Shakespeare and Company librería.-a

 

París es una ciudad en donde se respira arte constantemente: la música en sus calles, sus cines, sus museos; y también sus librerías. Algo que lo demuestra es la librería Shakespeare and Company, una de las librerías más famosas  del mundo (junto a otras muy lindas como la Librería Lello, en Oporto).


  

La librería


Shakespeare and Company es una librería independiente situada en el quinto distrito de París,  sirve al mismo tiempo como librería y biblioteca especializada en literatura Inglesa. 
El primer piso sirve también como refugio para los viajeros, conocidos como "tumbleweeds", albergados a cambio de algunas horas de trabajo en la librería cada día. El piso bajo dispone de un "wishing well", o pozo de los deseos al que los visitantes suelen arrojar monedas. Terenci Moix llegó a pasar varias noches en la librería.
La propietaria más famosa de la librería fue Sylvia Beach, que regentaba el establecimiento, en el 12 de la calle Odéon, entre los años 1919 y 1941 (el establecimiento se encuentra en la actualidad en el 37 de la calle Bûcherie). 
«Durante ese periodo, la tienda era considerada como el centro de la cultura anglo-americana en París. Era visitada a menudo por autores pertenecientes a la Generación Perdida», tales como Ernest Hemingway, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y James Joyce.
El contenido de la librería era considerado de gran calidad y reflejaba los gustos literarios de Sylvia Beach. Shakespeare and Company, así como todos sus habituales, son mencionados continuamente en A Moveable Feast de Hemingway. Los clientes podían comprar o tomar prestados libros como el controvertido El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence, que había sido prohibido en Inglaterra y en los Estados Unidos.
Sylvia Beach fue la primera en publicar el libro de Joyce Ulises, en 1922. El libro fue posteriormente prohibido en Estados Unidos y en Inglaterra. Shakespeare and Company publicó varias ediciones más de este libro.

La primera sede de Shakespeare and Company fue cerrada en diciembre de 1941 debido a la ocupación de Francia por parte de las potencias del eje durante la Segunda Guerra Mundial. Se cuenta que la tienda cerró porque Sylvia Beach se negó a venderle a un oficial alemán la última copia de Finnegans Wake de Joyce. La tienda de la calle de L´Odéon no se ha vuelto a abrir.
El 1951, otra librería anglo-sajona fue abierta en París, por el americano George Whitman, bajo el nombre de « Le Mistral ». Al igual que su predecesora, la tienda se convirtió en uno de los centros de la cultura literaria. Cuando Sylvia Beach murió, el nombre fue cambiado por el de Shakespeare and Company. 

En los años 1950 muchos escritores de la generación beat como por ejemplo Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Gregory Corso y William Burroughs se alojaban allí. La hija de Whitman, Sylvia, se ocupa ahora del establecimiento. Sigue instalada en el 37 de la calle de Bûcherie, cerca de la plaza de Saint Michel y a dos pasos del Sena y de Notre Dame.


Los libros.

Referencias en la televisión y en las películas.

Convertida en un icono cultural aparece en numerosas películas y series, entre ellas:

  • Shakespeare and Company aparece en la tercera temporada de Highlander como una librería parisina regentada por Watcher Don Salzer. En la cuarta temporada, el inmortal Methos utiliza una habitación escondida en el sótano de la librería para depositar sus periódicos antiguos.
  • Shakespeare and Company aparece en la escena de apertura de la película Before Sunset en la que el protagonista Jesse Wallace es interrogado a propósito de su libro.
  • George and Co, Portrait of a Bookstore as an Old Man es un retrato documental de 52 minutos sobre la librería, los huéspedes y su propietario, George Whitman. Fue realizado por Gonzague Pichelin y Benjamin Sutherland.
  • Las experiencias de Jeremy Mercer en Shakespeare & Company son el punto central de su novela Time Was Soft There.
  • La librería aparece en la película de Woody Allen "Midnight in Paris " (2011)


  

La esencia inicial de la librería permanece con el paso de los años.


libros

Dirección: 37 Rue de la Bûcherie, 75005 Paris, Francia.

Rue de la Bûcherie es una calle del quinto distrito de la ciudad de París, cerca de la catedral de Notre-Dame,  y de la Place Maubert,  es una de las calle más antiguas del Margen izquierda de la ciudad de París, en V distrito de la Urbe..


mapa de parís
La expresión «Margen izquierda» (del francés: Rive gauche) designa, en París, la parte sur de la ciudad, en razón de su ubicación con respecto al curso del Sena, en oposición a la margen derecha. La margen izquierda se divide en los siguientes distritos: V Distrito de París, VI Distrito de París, VII Distrito de París, XIII Distrito de Parísm XIV Distrito de París, XV Distrito de París (salvo la île aux Cygnes)


Expresión

Más que una mera situación geográfica, la expresión «Margen izquierda» (sobre todo en francés, «Rive gauche») designa igualmente un modo de vida, una manera de vestir y aparentar. Los distritos V y VI, antiguos barrios bohemios, artísticos e intelectuales de la primera mitad del siglo xx, caracterizaron lo mejor de dicho estilo, ahora llamado «bobo» (pronunciado bobó, de bourgeois-bohème, "burgués bohemio"), en oposición a los barrios burgueses más clásicos y conservadores de los distritos XVI y XVII, situados en la margen derecha.

El V Distrito de París o Distrito del Panteón  es uno de los veinte distritos de la capital francesa. Situado en la orilla izquierda del río Sena, es el barrio más antiguo de la ciudad, dado que fue construido por los romanos. Es un distrito muy turístico. En él se encuentran: el histórico Barrio Latino, numerosos centros universitarios y educativos (como la Sorbona) y el Panteón de París.

libros.

Esta librería es famosa porque en ella os podéis encontrar un gran catálogo de literatura de lengua inglesa y porque también ofrece hospedaje a cambio de trabajar unas horas en el negocio. Es un lugar que todo amante de la lectura debe visitar, así que os aconsejamos que guardéis fuerzas entre todas las visitas guiadas por París, y os acerquéis a este lugar, ya imprescindible, de la ciudad. Su belleza y singularidad os dejará completamente prendados.
La Librería Shakespeare & Co. ha vivido dos épocas. Ha sufrido avatares y ha vivido casi todos los capítulos de la historia de París de los últimos 100 años. Las curiosidades son cientos, tantas como los personajes que pasaron por aquí.
Vamos a conocer un poco más a fondo esta biblioteca que, aún hoy, sigue siendo única en el mundo. Solo un consejo: si estás de visita en París, no os la podéis perder, por eso es una de las paradas de nuestro Free Tour por el Barrio Latino y Jardines de Luxemburgo.

Sylvia Beach
libros.

La librería Shakespeare and Company nace el 19 de noviembre de 1919, de la mano de una mujer norteamericana, afincada en París, llamada Sylvia Beach. En esos tiempos, parecía increíble poder encontrar en una librería parisina libros censurados, libros sobre literatura inglesa y americana. Además, la librería hacía la función de biblioteca. Sylvia Beach ofrecía la opción de préstamos a todas aquellas personas que no tuvieran el poder adquisitivo suficiente para comprar libros: ofrecía la posibilidad de dormir en la librería a cambio de trabajar unas horas.


libros.

 ¿Quién Es Sylvia, Qué Es Ella, Que Todos Nuestros Escribas La Elogian?”

Este Día Internacional de la Mujer, Peter Harrington celebra a Sylvia Beach, la librera y editora pionera que ayudó a dar forma al panorama literario de su época. Hace un siglo, abrió una desordenada librería y biblioteca en la orilla izquierda de París llamada Shakespeare and Company. Fue celebrado y frecuentado por artistas y autores excepcionales, desde Simone de Beauvoir hasta Man Ray, y las colecciones de Beach ayudaron a difundir la escritura en inglés en toda Europa. Hoy en día, Beach deja dos legados particularmente sorprendentes: no sólo la librería más famosa del mundo, sino también la publicación de una de las obras más importantes del modernismo, el Ulises de James Joyce.

Beach nació en Estados Unidos en 1887 y vivió en Library Street en Princeton, Nueva Jersey. Ella era eurófila; Después de vivir en Francia de 1901 a 1905, cuando su padre era ministro asistente de la Iglesia estadounidense en París, Beach viajó de regreso a Europa varias veces e incluso vivió en España antes de regresar a París al final de la Primera Guerra Mundial para estudiar literatura. en la Sorbana. 

Poco después, visitó La Maison des Amis des Livres, una librería a orillas del Sena que era propiedad de Adrienne Monnier. Que una mujer dirigiera una empresa así era raro e impresionante, y impulsó a Beach a abrir una ella misma. En 1919 se envió un telegrama decisivo a su madre:

 “Apertura de librería en París”. Por favor envía dinero”.

 Entonces, con un poco de apoyo financiero y la ayuda de Monnier, quien se convirtió en su amigo y amante de toda la vida, Shakespeare & Co. abrió más tarde ese año. Pronto se hizo tan popular que tuvieron que trasladarse a un espacio más grande en la Rue de l'Odéon, la misma calle que la biblioteca de préstamo de Monnier

En sus memorias, cariñosamente tituladas Shakespeare and Company, se revela todo el alcance de la influencia de Beach en los círculos literarios de Europa y América. Sus recuerdos íntimos posicionan a la librería como el salón más multicultural de París. A través de él, reunió a una cantidad vertiginosa de artistas y escritores internacionales, tanto en las estanterías como en la vida real.

 Entre sus amigos y patrocinadores se encontraban personas como Ernest Hemingway ('mi mejor cliente'), F. Scott Fitzgerald y 'Mr and Mrs Pound' de EE. UU., Jean Prévost, Paul Valéry y André Gide de Francia, y de Gran Bretaña e Irlanda, T. S. Eliot, DH Lawrence y, por supuesto, Joyce. 

El relato detallado de Beach sobre la publicación de Ulises en 1922 es indispensable. Después de que Joyce le revelara que nadie imprimiría su controvertida epopeya en su totalidad, ella se ofreció a hacerlo, bajo el sello de Shakespeare and Company. Sin recibir remuneración, Beach casi se sacrificó para lograrlo. Una lucha monumental con los impresores finalmente llevó a que Shakespeare and Co. distribuyera 100 copias en papel holandés hecho a mano. Debido a sus propios problemas financieros, Joyce negoció más tarde un contrato más lucrativo con una editorial estadounidense, pero Beach se mantuvo firme y escribió en sus memorias: "Un bebé pertenece a su madre, no a la partera, ¿no es así?" La visión, el coraje y la perseverancia de Beach, Ulises puede que nunca haya existido.


Sylvia Beach

En 1922 se convirtió en la primera librería del mundo en publicar ‘Ulises’, el famoso libro de James Joyce que posteriormente fue prohibido tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Esto no frenó a Sylvia Beach, que no dudó en publicar varias ediciones del libro. Pero en 1941 un oficial nazi entra en la librería para comprar una copia de ‘Finnegans Wake’, otra obra de James Joyce. Beach se negó a vendérselo porque era la única obra que poseía y además pertenecía a su colección personal. Tan solo dos semanas más tarde, el mismo oficial regresó para comunicarle que todos sus bienes serían confiscados y Sylvia Beach vació las estanterías de ejemplares y cerró las puertas de Shakespeare & Co.

 No sabía cómo su leyenda perduraría.

George Whitman

libros.

El cierre de Sylvia Beach, por suerte, no fue para siempre. Hubo que esperar una década para que el escritor americano, George Whitman, apodado el Quijote del Barrio Latino, reabriese la librería en otro sitio.  Pero antes de llegar hasta ahí, Whitman comenzó con una precaria biblioteca en el hotel Suez, después fue propietario de un pequeño quiosco, para finalmente y en homenaje a la poeta chilena Gabriela Mistral, abrir la librería Mistral.

Lecturas de libros.

Durante mucho tiempo Whitman trató de hacer negocios con Sylvia Beach para reabrir Shakespeare and Company, pero lo único que consiguió fue que la norteamericana le cediese el nombre tras su muerte. Renacía así la mítica librería en el número 37 de la Rue de la Bûcherie donde se encuentra en la actualidad. 
El nuevo propietario mantuvo la esencia de la librería de los años 20 y comenzó únicamente con tres habitaciones, para a día de hoy ocupar seis pisos y tener cafetería propia. En la actualidad, es la hija de Whitman, Sylvia, en honor a Sylvia Beach, la que regenta la librería.

Librería.

Hoy día, además de libros, los visitantes también podrán encontrar en la biblioteca un par de dormitorios. Esto es algo muy curioso, dado que, a cambio de dedicarle unas horas de trabajo a la librería, podremos alojarnos en ella. También hay que mencionar que encontraremos multitud de libros que únicamente podremos leer y otros muchos que también podremos comprar. 

Gatos

Además, la Shakespeare and Company se dedica a la compraventa de libros de segunda mano, por lo que quizá encontremos un ejemplar interesante al mejor precio. Otra de sus peculiaridades reside en su precioso piano que puede ser tocado por los visitantes y en su característico pozo de los deseos, donde la gente arroja monedas para llamar a la suerte.
También cabe mencionar que Shakespeare and Company ha aparecido en bastantes series y películas. Si queremos verla en la pantalla, lo mejor será optar por películas como Antes del Atardecer o Medianoche en París, de Woody Allen, y por series como Highlander, donde se muestran imágenes de ella.


No escribió ningún libro, pero sí historia literaria: Sylvia Beach y su legendaria librería.

Durante más de 20 años, Shakespeare and Company fue un punto focal de la vida intelectual en París. Junto a Sylvia Beach se encuentra Ernest Hemingway, un amigo confiable incluso en tiempos difíciles.

Hace cien años, Sylvia Beach fundó Shakespeare & Compañía. Casi desde el primer día, la librería parisina se convirtió en un lugar de encuentro de la vanguardia literaria. Su final también fue repentino y trágico.

Alexandra Gritmann 12 de diciembre de 2019,

«Abrir una librería en París. Por favor envía dinero”. Cuando Sylvia Beach telegrafió estas palabras a su madre en el verano de 1919, no tenía idea de que el negocio que pronto fundó con sus escasos ahorros tendría un gran impacto en la historia literaria del siglo XX. La historia de esta pequeña librería de París forma parte de la historia de James Joyce, Ernest Hemingway, André Gide, Paul Valéry y muchos otros. Lo utilizaron como biblioteca, centro de comunicación y, en el caso de Joyce, como editorial que publicó su "Ulises" cuando nadie más se atrevía.

12 Rue de l'Odéon, París, ubicación de la ya desaparecida
 Shakespeare and Company, con una placa conmemorativa
 parcialmente visible en la extrema derecha


Que la vanguardia literaria Shakespeare & Company se convirtió en su "cuartel general" y ella misma en la "mamá gallina" de los años veinte, como más tarde Beach recordaría entre risas, no sólo se debe al repertorio inteligentemente seleccionado de autores clásicos y modernos que puso a disposición de sus clientes, sino que también su voluntad desinteresada de ayudar.

Placa en el número 12 Rue de l'Odéon, París VI.que dice:
"En 1922, en esta casa, Mlle. Sylvia Beach publicado Ulises por James Joyce."

A mí acudieron de todo”, le dijo a un periodista. Y ella fue útil en todo. Aceptó cartas de escritores, les prestó dinero (aunque a menudo apenas tenía suficiente para llegar a fin de mes) y, si era necesario, les ayudó a buscar un apartamento. Sobre todo, creó un espacio en el que los representantes de varios nuevos movimientos, al igual que en los cafés de Montparnasse, “podrían ser genios juntos”, como diría Robert Mc Almon en sus memorias.
Mujeres con coraje.

En plena Primera Guerra Mundial, la hija del pastor viajó a Europa en 1916 con el vago deseo de abrir una librería de literatura francesa en Londres o Nueva York. El deseo de independencia financiera le fue transmitido por su madre, que estaba sólo medianamente felizmente casada.
Pero también siempre demostró ser impresionantemente independiente de las convenciones sociales. Vivió sola en Madrid durante un tiempo, se alistó para trabajar en el campo en Francia, donde sorprendió a la población vistiendo pantalones, y luego distribuyó ropa y mantas para la Cruz Roja en Serbia, limpiando el país devastado por la guerra durante mucho tiempo. paseos, también en su mayoría sin compañía.
Al final, fue un conocido casual en París lo que dio a su vida un rumbo más firme. Un día, su búsqueda de una revista la llevó a una librería de la rue de l'Odéon. Adrienne Monnier, aparentemente tan valiente como Beach, lo abrió en plena guerra y rápidamente lo convirtió en un lugar de encuentro de autores franceses. Gide, Valéry y muchos otros entraban y salían de su casa. Sylvia de repente se encontró en medio del modernismo francés y disfrutó cada minuto. El entusiasmo mutuo de las jóvenes por la literatura del otro país formó un vínculo inicial y pronto las dos se volvieron inseparables.
Así fue como la librería francesa de Nueva York se convirtió en una librería inglesa en París. Pronto se encontró una pequeña tienda. Los pintores la pintaron de colores brillantes mientras Beach recorría la ciudad en busca de mercancías. Desde el principio puso a Shakespeare & Co como lugar para quedarse. Los libros sólo encontraron espacio en las paredes, por lo que el interior quedó libre y cómodamente amueblado con sillones y alfombras.
Cuando todos los artesanos desaparecieron, los libros quedaron guardados en los estantes y las palabras “Shakespeare & Company” – una idea nocturna – adornaba la fachada, la librería abrió sus puertas en noviembre de 1919. André Gide fue uno de sus primeros clientes. Poco después, Gertrude Stein examinó la colección y sólo quedó satisfecha cuando encontró entre ellas algunas de sus propias obras. Pero sobre todo vinieron de América jóvenes escritores que, huyendo de la prohibición y la estrechez moral, se trasladaron en aquellos años al vibrante París y a quienes Stein dio el cuestionable nombre de “Generación Perdida”.
En este sentido, Sylvia difícilmente podría haber elegido un mejor momento.
Joyce, el difícil.


Por mucho que pronto se relacionara con muchos autores, hubo uno que la dejó asombrada: James Joyce. En 1920 finalmente llegó a conocerlo personalmente y a partir de entonces él también fue uno de los que escribieron Shakespeare & Co, La gente de la empresa casi todos los días para ver qué había de nuevo. Acosado por preocupaciones económicas y un doloroso problema ocular, llevaba mucho tiempo intentando terminar su “Ulises”.
Pero encontrar un editor fue aún más difícil. La publicación de cada uno de los capítulos ya había puesto en acción a las autoridades de censura de Estados Unidos e Inglaterra. Los primeros lectores también se sintieron indignados por el realismo brutal percibido y la obscenidad de algunos pasajes. Cuando la última esperanza de Joyce de conseguir que el trabajo se publicara en países de habla inglesa se desvaneció, Sylvia Beach no pudo soportar más su dolor y sugirió publicar el libro ella misma. Joyce aceptó inmediatamente con alivio.
Amigos necesitados.

No tenía idea de lo duro que resultaría ser. Que alrededor de un tercio del libro se había creado sólo a partir de las pruebas y que había agotado a varios voluntarios en sus esfuerzos por hacerlos mecanografiar una y otra vez; uno de ellos incluso había amenazado con tirarse por la ventana durante la otra El hecho de que el marido arrojara las páginas a la chimenea después de leer lo que estaba haciendo su mujer era uno de los problemas menores.
Mucho después de la publicación, Joyce mantuvo a su editor ocupado las 24 horas del día para cada servicio, por pequeño que fuera. Sobre todo, él constantemente le pedía dinero prestado, de modo que mientras las Années folles hacían estragos en París, ella llevaba una vida muy espartana. Joyce, por otro lado, cenaba con su familia en el restaurante todas las noches y era conocido por sus generosas propinas. Subordinó estoicamente sus propios intereses al trabajo mayor. Sólo se retiró decepcionada cuando, tras el éxito abrumador del libro, Joyce ignoró por completo sus derechos y todos sus sacrificios en la búsqueda de un editor para una nueva edición lucrativa.

Por suerte, también tuvo clientes que le devolvieron todo lo que le debían. El primero y más importante es Ernest Hemingway, con quien mantuvo una profunda amistad desde el principio. Pronto se proclamó su “mejor cliente”, pero también descubrió que Sylvia y Adrienne no se preocupaban lo suficiente por los deportes y llevaba a los dos asombrados escritores con él a combates de boxeo y carreras de bicicletas.
Dos horas y todo terminó.

Durante los años en los que maduró como escritor, París le ofreció las experiencias y Shakespeare & Co el repertorio de literatura que necesitaba para ello. Adrienne y Sylvia estuvieron entre las primeras a quienes leyó sus cuentos. Y Sylvia se encargó de que su primer trabajo ocupara inmediatamente un lugar en su aclamado escaparate.
Porque al menos desde la publicación de “Ulises” Shakespeare & Compañía famosa. Pocos meses después de su apertura, la tienda se trasladó a la calle del Odéon, frente a la librería de Monnier, para que los autores pudieran desplazarse fácilmente entre las dos instituciones. Aunque las dos mujeres establecieron vínculos importantes entre el panorama literario francés e inglés no sólo a través de sus recomendaciones y contactos, sino también a través de sus propias traducciones, fue la compañía de Sylvia la que llamó la atención. Pronto aparecieron incluso autocares circulando por la calle, por lo demás tranquila.
Pero ella no podría vivir de eso. La crisis económica afectó a sus clientes. Muchos estadounidenses regresaron a su patria; los Années folles habían terminado. Beach tuvo que recortar aún más para mantener la tienda en funcionamiento. En 1936 le confesó a Gide que estaba pensando en cerrar las puertas.
«Podemos hacer Shakespeare & Co "¡No renuncies a la empresa!", gritó y reunió a un comité de rescate de artistas que donaron dinero y dieron lecturas en su casa. Algunos de ellos eran ahora miembros de la Académie française, y el ahora famoso Hemingway también superó su aversión a las lecturas públicas para mostrar su gratitud a Beach.

Sylvia Beach


La campaña fue todo un éxito y le dio unos años más de buenos años. La invasión alemana puso fin a Shakespeare & Co, de formas inesperadas. En 1941, un vehículo militar alemán se detuvo frente a la librería. El oficial que salió de él le dijo a la sorprendida Sylvia que quería comprar la copia de “Finnegans Wake” de Joyce que estaba en el escaparate. Sylvia se negó, diciendo que no estaba a la venta, afirmación que repitió cuando él volvió a aparecer poco después. Furioso, amenazó con confiscar todas sus pertenencias ese mismo día.
Una vez más, Beach pudo confiar en sus amigos. Arrastraron los libros a un apartamento vacío, un carpintero quitó los estantes de las paredes y un pintor blanqueó los escritos de la fachada. En sólo dos horas, Shakespeare & Historia de la Compañía.
Como los alemanes no pudieron hacerse con sus libros, poco tiempo después recogieron ellos mismos a Sylvia Beach. Pero incluso cuando fue liberada seis meses después, no parecía intimidada en absoluto. Se ocultó, pero visitaba en secreto todos los días la tienda de Adrienne Monnier, donde circulaba una publicación clandestina de la Resistencia en la que estaban implicados muchos de sus amigos.
Tan pronto como les llegó la noticia de la retirada de las tropas alemanas, los dos corrieron hacia el bulevar Saint-Michel, donde una multitud exuberante cantaba adiós y agitaba escobilla de baño. En un momento se sintieron "muy liberados", al siguiente estaban tumbados en el suelo para evitar el fuego de ametralladora de los alemanes que circulaban por el bulevar en ese mismo momento.
Hemingway como libertador.


De hecho, fueron liberados por Hemingway. Otro jeep militar se detuvo frente a su casa. Esta vez una fuerte voz gritó: “¡Sylvia!” y entre los aplausos del vecindario ella voló a sus brazos. A petición suya, los soldados que habían venido con Hemingway se encargaron de los francotiradores alemanes que todavía estaban escondidos en algunos tejados y luego se marcharon de nuevo para liberar las bodegas del "Ritz".
Después de la guerra, muchos instaron a Sylvia a reabrir su librería. Pero ella era muy consciente de que las cosas nunca volverían a ser iguales. Más tarde dijo que tuvo tres amores en su vida: Adrienne Monnier, James Joyce y Shakespeare & Co. Perdió los tres antes de su muerte en 1962. Pero la creciente fama de Joyce y otros de sus protegidos aseguró que ella también recibiera el reconocimiento que merecía.


  

Shakespeare and company, la utopía hecha librería en el corazón de París.

Desde 1951 hasta hoy, la historia del establecimiento de George Whitman es historia de la literatura.
libros.

"Whitman solía pedir a desconocidos que se ocuparan de la caja y él se iba a leer un libro"

Shakespeare and Company, que podría considerarse la librería independiente más famosa del mundo, ocupa un lugar privilegiado desde un punto de vista inmobiliario: frente al Sena, cerca del Barrio Latino, de la Place Sant-Michel y del Boulevard Saint-Germain. Quien recorre el trayecto que lleva al edificio de principios del siglo XVII en el que se encuentra el establecimiento, ubicado en una manzana de la Rue de la Bûcherie —delante del cual hay una semiplaza en la que se observan unos expositores de libros desgastados por estar a la intemperie, una fachada gris y verde y un cartel hecho a mano de aspecto tosco—, puede tener la sensación de que ha viajado en el tiempo y ha llegado a un tranquilo París de antaño en el que se perciben ciertos ecos de la generación beat, ciertos ecos de Victor Hugo.
 Esto sucede hasta que uno se fija en la cola de personas que esperan frente al local, algo que suele pasar los fines de semana y en los ajetreados meses de verano, o cuando uno divisa algún grupo de turistas que se ha detenido en la acera para hacer fotos. Hay muchos motivos por los que esta librería inglesa se ha convertido en un destino turístico, muy ajeno a todo lo que representa Amazon.

Desgraciadamente, vivimos una época peligrosa para las librerías independientes que ocupan solares de gran valor inmobiliario. En los últimos años, los dueños de la Shakespeare and Company, han tenido que rechazar a un gran número de posibles compradores, algunos incluso con maneras agresivas. Varios ávidos propietarios de hoteles boutique le han echado el ojo al edificio, y, no hace mucho, el responsable de una cadena de restaurantes de kebabs se presentó en la sección de libros raros y preguntó a bocajarro: ** “¿Cuánto?”. Afortunadamente, la respuesta siempre ha sido un firme “Non”.**

No es cierto, como afirman ciertos guías turísticos que pasan por allí, que James Joyce esté enterrado en el sótano. Pero los orígenes de la librería sí que se remontan a la misma Shakespeare and Company que Sylvia Beach, una expatriada estadounidense, regentó en el París de las décadas de 1920 y 1930. Como sabe cualquier licenciado en Literatura Inglesa, dicho establecimiento, en el que se vendían y prestaban libros, se convirtió en un lugar de encuentro de escritores de la generación perdida como Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Ezra Pound y Joyce.
 Beach cerró la tienda durante la ocupación nazi y no volvió a abrirla. Pero otro estadounidense, George Whitman, tomó el relevo y abrió en 1951 el negocio que aún persiste en la actualidad, en la misma época en la que los escritores de la generación beat comenzaban a instalarse en la Rive Gauche; literatos que pasaban largas horas en la actual Shakespeare and Company, y que a veces llegaban a dormir en el local, entre los que se encontraban Allen Ginsberg, Henry Miller, Lawrence Durrell, Anaïs Nin, Ray Bradbury, Julio Cortázar y Gregory Corso. Otro asiduo de esa primera etapa fue Lawrence Ferlinghetti, cofundador de la librería City Lights de San Francisco, establecimiento de espíritu muy similar al de la tienda de Whitman e inaugurado dos años después de la reapertura de Shakespeare and Company. El local parisino ahora lo frecuentan miembros de generaciones más jóvenes como Zadie Smith, Martin Amis, Dave Eggers, Carol Ann Duffy, Paul Auster o A. M. Homes ; y la lista sigue ampliándose.

Además, se calcula que unos treinta mil aspirantes a escritor han pernoctado en la Shakespeare a lo largo de las décadas; estas personas han dormido de forma intermitente en varios catres infestados de chinches y en bancos desperdigados por todo el local a cambio de un par de horas de trabajo al día y la promesa de dedicar al menos una parte del tiempo de ocio a la lectura y a la escritura; es obligatorio, además, aún hoy, que redacten una autobiografía de una página. Whitman denominó “plantas rastreras” a esos nómadas llenos de aspiraciones.

El librero falleció el 14 de diciembre de 2011, dos días después de su noventa y ocho cumpleaños. A diferencia de muchos personajes antaño bohemios y de ciertos idealistas que se proclamaban comunistas, él se mantuvo fiel a su filosofía hasta el final. Fue uno de esos infrecuentes empresarios que únicamente valoraban el dinero en tanto que método para ampliar su establecimiento, que a lo largo de las décadas dejó de ser una sala situada en la planta baja para convertirse en la institución de varios pisos que ha llegado a ser en la actualidad. En un panegírico que le escribió a Whitman, Ferlinghetti aseguró que Shakespeare and Company era “un pulpo literario dominado por un apetito insaciable de letra impresa, que fue adueñándose de aquel edificio destartalado, habitación tras habitación, planta tras planta, hasta convertirse en un auténtico nido de libros”.

Además, Whitman vivía con esos libros: acabó instalándose en un pequeño apartamento de la cuarta planta del edificio, que en realidad no era más que una extensión del local. En su dormitorio, situado en la parte posterior, había tres paredes de estanterías, que alojaban dos filas de volúmenes: novelas, poesía, biografías, filosofía; tampoco faltaban las obras completas de Freud y Jung; en ellas se encontraba prácticamente todo lo que se pueda imaginar, así como las novelas de detectives que el librero guardaba debajo de las almohadas. Fue en ese dormitorio en el que, tras un derrame cerebral, Whitman falleció.

Fue asimismo en ese apartamento en el que el estadounidense trató de fundar una familia en la década de 1980, en el que su única hija, Sylvia Whitman, que ahora tiene treinta y tres años, pasó los primeros seis de su vida, antes de que sus padres se separaran y de que el padre y ella estuvieran distanciados durante mucho tiempo. No obstante, Sylvia volvió a la Shakespeare al poco de alcanzar la edad adulta y no solo se dedicó a cuidar al padre, con salud cada vez más frágil, durante los últimos años de vida del progenitor, sino que además logró llevar la tienda al siglo XXI. ** Su primera innovación, un teléfono.**

George Whitman dejó una extraordinaria colección de papeles que los miembros del establecimiento denominan “los archivos”, pero que en su estado original eran unas monstruosas pilas a punto de desmoronarse de cartas, documentos, fotografías, libros de contabilidad, recuerdos, objetos que casi podrían considerarse desperdicios, y otros que directamente eran basura. A Krista Halverson, antigua directora de Zoetrope, la revista literaria de Francis Ford Coppola, se le encomendó la tarea de organizar todo aquello, una labor tan apasionante como aterradora. Halverson pasó a ocupar el cargo de archivista de la Shakespeare y también se le encargó escribir la historia de la tienda, que aparecerá próximamente. “Encontré un currículum de una persona que quería trabajar en la librería, quizá de 1976, pegado a una carta de Anaïs Nin”, me cuenta la archivista.** “Ambos papeles habían quedado adheridos por culpa de una cucaracha muerta”.**

Más de dos años y medio después de su fallecimiento, muchas conversaciones de la librería siguen girando en torno a George, que es como lo llama todo el mundo, incluso su hija.
 “Creo que no puedo decir que llegara a tener una conversación normal con George en toda mi vida, una charla en la que estuviéramos uno enfrente del otro y hablásemos. Nuestra comunicación siempre parecía una obra de teatro, una performance ”, me explica Sylvia cuando ella y David Delannet, su compañero —los dos implicados en la librería—, se reúnen conmigo. Primero nos vemos en su oficina, un espacio alegre y lleno de luz situado en la planta superior del edificio de Shakespeare and Company, agradablemente alejada —aunque no hay ascensor— de la ajetreada cueva atestada de libros que se encuentra cinco tramos de escalera más abajo.

En el mundo literario, todos reconocen que Sylvia tiene aspecto de estrella de cine, pero David, criado en París por una madre inglesa y un padre estadounidense, tampoco se queda corto; en mi opinión, físicamente presenta una versión más refinada de Jean-Paul Belmondo. Delannet conoció a Sylvia en 2006 en la librería, mientras acababa un doctorado en Filosofía en la Sorbona. Ambos empezaron a salir; el joven no tardó en descubrir que el establecimiento se había convertido en el tercer miembro de la pareja. “Para mí”, cuenta David, al hilo de lo que expresa ella, “todas las conversaciones con George eran como un juego, un juego de índole espiritual”.
Whitman podía mostrarse afable. Podía mostrarse arisco. Podía demostrar gran carisma. Podía mostrarse distante. “George era una persona complicada”, afirma Mary Duncan, escritora e intelectual estadounidense que frecuenta asiduamente la librería desde hace muchos años. 

“Porque un día te quería, y al siguiente apenas te dirigía la palabra. Pero al final te dabas cuenta de que todo se le pasaba. Si te tomabas aquello como algo personal, acababas sufriendo”.
El librero era un hombre apuesto, esbelto, de aspecto aristocrático; su única concesión visible al estilo bohemio la constituía la perilla en punta que lució durante gran parte de su vida. En un breve documental de mediados de los años sesenta y centrado en la librería aparece Whitman: una persona que se movía con una elegancia angulosa, casi propia de un insecto. Sebastian Barry, autor de la cinta, me escribe en un correo electrónico: 

“Lo que en aquel momento no advertí fue que él también era un maravilloso personaje de ficción y que, al igual que sucede en una novela, yo no habría tenido que esperar que todos los datos encajasen, ni siquiera que fueran especialmente verídicos”.
Cosa que yo puedo confirmar: en todos mis años de periodista nunca me he enfrentado a un conjunto de recortes de prensa tan llenos de datos contradictorios. Sylvia y David se han visto obligados a ir comprobando los aspectos de la biografía de George para dilucidar cuáles son los detalles esenciales y así poder compilar la historia de Shakespeare and Company, incluso los antecedentes más sencillos, como la universidad a la que acudió Whitman. (El librero se licenció en la Boston University y después continuó brevemente sus estudios en Harvard ) .
En el fondo, según me aseguran amigos y familiares, George fue un hombre tremendamente tímido, aunque en él había una contrapuesta tendencia a la hospitalidad. “Siempre estaba organizando una merienda o una cena, invitaba a gente de lo más diversa, pero luego se marchaba, se iba a una esquina y se ponía a leer”, cuenta Sylvia.

 “Creo que le gustaba estar rodeado de personas, pero no siempre quería ser el centro del grupo”.
El librero nació en Nueva Jersey en 1913; pasó su infancia y adolescencia en un hogar de clase media e intelectual en Salem, Massachusetts. Después de la universidad, en 1935, se tomó lo que él denominó unas “vacaciones bohemias”: un viaje de cuatro años y casi cinco mil kilómetros por América del Norte y del Sur (con una breve estancia en Hawái) , emprendido con el objetivo de buscar “seductores misterios y extravagantes aventuras”, según él. Durante la Segunda Guerra Mundial ejerció como médico en Groenlandia.

En 1946 llegó a París para estudiar en la Sorbona gracias a la G.I. Bill [conjunto de leyes estadounidenses promulgadas para financiar la educación de quienes habían participado en la contienda]. Se instaló en un destartalado hotel de la Rive Gauche, en el que no tardó en reunir una considerable biblioteca de préstamo gracias a los cupones para libros obtenidos como soldado, y a los volúmenes que lograba arrebatar a otros compatriotas menos aficionados a la lectura. George no solo empezó a prestar libros, sino también a venderlos, “a precios desorbitados”, según apunta Ferlinghetti con un bufido. Con el dinero obtenido de esas ventas, junto a una pequeña herencia y lo que ingresaba al dar clases de inglés, Whitman acabó trasladando el negocio a la ubicación actual, al número 37 de la Rue de la Bûcherie. Originalmente la librería se llamó Le Mistral; fue en 1964, dos años después de la muerte de Beach, cuando Whitman cambió el nombre del establecimiento, que pasó a llamarse Shakespeare and Company.

El novelista Robert Stone, al recordar la segunda década de la librería, me habla de la ubicación en términos no demasiado halagüeños: “Aquella parte de la ciudad era muy dura”, me asegura. “En esa zona prácticamente solo había barrios bajos habitados por minorías étnicas”.

A pesar del vecindario, y quizá a pesar de sí mismo, el negocio no le fue nada mal a Whitman. “La librería siempre estaba llena de gente”, rememora Ferlinghetti.

 “El local tardó un poco en aparecer en las guías turísticas, pero George comenzó a ganar mucho dinero desde el principio”.

No obstante, al ser comunista y anarquista (¿o son dos conceptos mutuamente excluyentes?) , George tendía a dirigir la tienda no tanto como un negocio sino como un laboratorio social ; solía pedir la desconocidos que se encargaran de la caja registradora mientras él salía a hacer un recado o se iba a leer un libro.
Los padres de Sylvia se conocieron en la librería a finales de los años setenta. La madre era pintora e inglesa. La pareja contrajo matrimonio; fue la única vez que George formalizó una relación. Whitman tenía sesenta y siete años cuando nació Sylvia, en 1981. Vivir en el establecimiento “era una auténtica locura”, según recuerda Sylvia.
  “Las puertas nunca se cerraban. George lo compartía todo. La intimidad no existía en absoluto”.

La madre de Sylvia se marchó de París y se llevó a su hija a Norfolk, en Inglaterra, a finales de los años ochenta, cuando la niña tenía seis o siete años. Cruzaban el canal de La Mancha para celebrar cumpleaños y en las vacaciones de verano, pero esas visitas cesaron del todo cuando Sylvia ingresó en un internado escocés. El padre y la hija estuvieron cinco o seis años sin mantener ningún tipo de contacto.
 “Yo creo que él pensaba en mí, y de vez en cuando me mandaba una carta... Pero la relación se fue perdiendo”, le declaró a un entrevistador hace varios años.

A medida que George se fue acercando a los ochenta años, a sus amigos empezó a preocuparles su futuro y el de la librería, que iban de la mano. En determinado momento, Ferlinghetti y el hermano de George, Carl, que se desplazó a París desde Florida, trataron de convencer a Whitman de que organizara una fundación que siguiera ocupándose del establecimiento, que era lo que Ferlinghetti había hecho con City Lights, pero George rechazó la propuesta. La ausente Sylvia era la salvadora obvia de la Shakespeare. Mientras la hija vivía en el local, rememora esta, George le aseguraba que ella empuñaría las riendas del establecimiento al cumplir los veintiún años.
“Él lo daba prácticamente por sentado”
Como les pasa a la mayoría de hijos con un padre ausente, Sylvia empezó a notar que su progenitor le inspiraba una curiosidad cada vez mayor. También se dio cuenta, más o menos en la misma época en que entró en el University College de Londres que, si quería retomar la relación con George, no convenía perder el tiempo, por mucho que las fuertes tensiones pudieran perjudicar la salud del librero.
 Hubo un primer intento fallido: de forma improvisada, durante una visita a París, Sylvia se presentó en el local sin previo aviso y George la trató con brusquedad. No obstante, con una terquedad en la que él podría haberse visto reflejado, ** la joven volvió a intentarlo en 2000,** con diecinueve años, aunque antes mandó una carta para allanar el camino y acudió con un amigo para contar con un apoyo. En esta ocasión, él estaba preparado.
Sylvia pasó el verano de 2001 en la librería, y volvió a visitarla al año siguiente ; su intención era quedarse únicamente un segundo verano, no doce años y los que le queden. Le pregunto si hubo algún momento dramático, épico, en el que ella se ganó o decidió asumir su herencia, quizá acompañado de lágrimas o truenos.

Desgraciadamente no fue así, aunque poco después de llegar, en un momento en el que la relación con su padre atravesaba horas bajas, y en que se estaba planteando tirar la toalla y volver a Londres, la joven se topó con una caja de cartas que el progenitor le había escrito mientras ella estaba interna y que no le había mandado. 

“Lógicamente, fue de lo más conmovedor encontrármelas, pero también me causó mucha frustración y tristeza que no me las hubiera llegado a enviar. Me di cuenta de que en realidad él sentía las cosas con gran intensidad, pero era más bien incapaz de mostrar sus sentimientos”. 

Finalmente, según añade, el proceso que le llevó a decidir quedarse, mediante el cual George también fue cediendo en control, fue “natural”. Añade que lo que sucedió fue que “poco a poco me enamoré de la librería y del hecho de trabajar en ella”, y, dado que George y el establecimiento venían a ser prácticamente lo mismo, “conseguí ir acercándome cada vez más a él”.
Libros.

“Natural” no equivale a sencillo. Sylvia trató de efectuar cambios. Whitman la llamó Margaret Thatcher y se resistió. Ella no solo introdujo la radical innovación que suponía un teléfono, sino también las tarjetas MasterCard y Visa, a las que añadió un ordenador. “A él le costó soltar las riendas, pero al mismo tiempo estaba deseando hacerlo”, declara Sylvia. “Pero bueno, es lo que sucede en cualquier empresa familiar en la que hay distintas generaciones. Creo que lo que le preocupaba de veras era el aspecto estético de la librería. ** A veces me cogía y me decía: ‘¡Has cambiado de sitio la sección de literatura rusa! ¡Esto es una locura!’.** Me llevaba a rastras a ese sitio y añadía: ‘¿Es que no entiendes por qué había puesto ahí a los rusos?’. Y yo contestaba: 
‘Pues no. Los he trasladado a este sitio. No pasa nada’.

 Él insistía:

 ‘¡Que no! Los rusos tienen que estar aquí porque este recodo es muy romántico. Además hay huecos entre las estanterías, así que puedes ver a otro cliente y enamorarte de esa persona mientras lees a Dostoievski. 

Yo decía: 

‘Ah, madre mía, verdaderamente tienes todo pensado hasta el último detalle”.

En cuanto Sylvia entendió este aspecto, George y la hija sellaron una tregua. El 31 de diciembre de 2005, el padre le legó formalmente la librería, aunque con eso incurría en la clase de formalismo legal que había despreciado durante gran parte de su vida. Dos años antes, el 1 de enero de 2004, Whitman había redactado un texto de traspaso de propiedad más revelador, que después había pintado en los recios postigos de madera del local, o, según los llamaba George, el “Periódico Mural de París”, que durante muchos años había utilizado para exhibir proclamas y anuncios. Escribió, entre otras cosas, lo siguiente (las palabras aún se pueden ver en la fachada que da a Notre Dame) :

En vez de ser un auténtico librero, me parezco más a un novelista frustrado. En este establecimiento hay salas que son como capítulos de una novela y lo cierto es que ** para mí Tolstói y Dostoievski son más reales que mis vecinos...** En el año 1600, todo nuestro edificio era un monasterio denominado ‘la maison du mustier’. En la época medieval, en todos los monasterios había un frère lampier cuyo cometido consistía en encender las lámparas cuando caía la noche, cosa que yo llevo haciendo durante los últimos cincuenta años; ahora le toca a mi hija. G. W.”

George aún vivió casi ocho años más. De salud cada vez más frágil, durante su última época prácticamente no salió de su habitación, aunque siguió apareciendo por la librería: una presencia espectral que flotaba por los rincones, a veces reducida a un rostro y un enmarañado halo de cabello blanco que se atisbaba en la ventana de un cuarto piso. En este punto, me gustaría expresar mi opinión personal y declarar que Shakespeare and Company sigue siendo un lugar singular, que Sylvia y David han logrado de forma espléndida mantener los rasgos característicos del establecimiento al tiempo que han introducido ciertos detalles modernos, añadiendo toques propios y renovadores como una serie irregular de festivales literarios y artísticos, un premio de diez mil euros para escritores no publicados —parcialmente financiado por amigos de la librería—, ** y una animada y continuada serie de recitales, mesas redondas, obras de teatro y otros eventos, entre los que se incluye una serie de lecturas de verano organizada junto al programa Writers in Paris de la Universidad de Nueva York.** También están fraguando un proyecto editorial, que se inaugurará con la ya mencionada historia de la librería, así como un café Shakespeare and Company, un sueño largamente acariciado por George, seguramente ubicado en un espacio comercial que se encuentra en la esquina y que la librería va a adquirir. Este otoño se lanzará una nueva página web, y a los empleados —que cuando murió George eran siete y en la actualidad ascienden a veintidós— se les han ocurrido ingeniosas ideas para competir con Amazon sin perder las señas de identidad de la Shakespeare.

Una tarde, mientras merodeo por el local, cuatro volúmenes salen volando bruscamente de un estante superior, aparentemente por voluntad propia. “Esto pasa todo el rato”, comenta Milly Unwin, una de las empleadas a jornada completa. “Solemos decir que lo hace el fantasma de George, que se dedica a tirarnos libros”. Una broma, claro está, aunque, si hubiera alguien que quisiera seguir habitando en su morada terrestre en forma de poltergeist, a pocos les sorprendería que ese alguien fuera George.







Itsukushima Shrine.

 

 Y Falstaff, ¿Quién es?  


Por Carlos Ortega Pardo


El debate en torno a la identidad de Shakespeare —o del autor de las obras atribuidas a Shakespeare— siempre va a encontrar gente dispuesta a dar pábulo a una variopinta gama de teorías, algunas muy sugestivas y otras definitivamente alucinadas, de Bacon de Verulam a Christopher Marlowe, pasando por Edward de Vere e incluso la propia reina Isabel I. El argumento habitual estriba en ciertas lagunas en la peripecia vital del Bardo de Avon. Parece olvidarse —y ya es olvidar— que en el paso del siglo XVI al XVII no existían las omniscientes e invasivas redes sociales mediatizadoras de nuestros días y que, por ende, conforme nos remontemos en el tiempo y salvo excepciones —regias normalmente—, las biografías van a estar peor documentadas. De todas formas, no es objeto de estas líneas desglosar una lista de candidatos de día en día más populosa, doctores tiene la Iglesia de la Conspiración; tampoco tratar de convencerlos de lo que el sentido común invita a creer más plausible. A fin de cuentas, que un actor se ponga a escribir y que sus obras tengan éxito no se antoja una posibilidad tan extravagante. Pura navaja de Ockham, vaya.

No se ha venido prestando la misma atención a la persona —o personas— tras uno de los más célebres personajes del fecundo universo shakespeariano y posiblemente el aureolado de mayor carisma: Sir John Falstaff, un aristócrata definitivamente en las antípodas del ideal caballeresco. No en vano el espíritu pragmático y urbanita del Renacimiento supone el certificado de defunción de dicho arquetipo, ‘El cortesano’ lo ilustra a las claras y el ‘Quijote’ le pone el último clavo en el ataúd. Borracho, putero y amigo del sablazo, Falstaff sazona con su oronda presencia —imposible no tener en mente al Orson Welles de ‘Campanadas a medianoche’ (‘Falstaff – Chimes at Midnight’, 1965)— tres obras de Shakespeare, a saber: ambas partes de ‘Enrique IV’ y ‘Las alegres comadres de Windsor’. Y en ‘Enrique V’ una posadera nos da noticia de su muerte; en absoluto heroica, por supuesto: en la cama. A nadie escapa que no hay creación artística que no eche raíces en la realidad de su autor. Tratándose de William Shakespeare, cantor de, entre otros muchos motivos, la historia (entonces) reciente de Inglaterra, ello cobra especial virtualidad. Así pues, ¿en quién se inspiraría para idear un individuo tan peculiar?

El primer candidato es Robert Greene, dramaturgo y panfletista —sobre todo esto último— que, de modo similar a como hiciera Shakespeare, abandonó a su familia para ganarse la vida con la pluma, convirtiéndose, de hecho, en uno de los primeros profesionales ingleses de la literatura. Precisamente en uno de sus cáusticos libelos encontramos la más antigua referencia al Bardo, cualquier cosa menos elogiosa, de que se tiene noticia. En su ‘Groats-worth of Witte, bought with a Million of Repentance’ juguetea con la sonoridad del apellido Shakespeare hablando de un «shake-scene» o «agita-escenarios» en el seno de la siguiente diatriba: «Hay un cuervo advenedizo y embellecido con nuestras plumas que, con su corazón de tigre bajo una piel de actor, se cree capaz de declamar el verso blanco como el mejor de vosotros, sin ser más que un simple recadero que se tiene a sí mismo por el único agita-escenarios del país». 
Cabe rastrear las razones de tamaña acritud en el corporativismo elitista de una camarilla de escritores con formación universitaria —Marlowe, Kyd, el propio Greene— que habrían visto en el hijo apenas alfabetizado de un fabricante de guantes a un arribista sin el menor respeto por las jerarquías intelectuales, y plagiario además (de ahí lo de «cuervo advenedizo y embellecido con nuestras plumas»). Shakespeare tendría su revancha unos años después dando a Falstaff las licenciosas costumbres atribuidas a Greene e incluso un óbito muy similar, pues éste pasó a mejor vida en 1592, a los treinta y cuatro años, tras una opípara cena.

Otro sospechoso, favorito de una mayoría de expertos, es Sir John Oldcastle, compañero de armas de Enrique V, líder luego del alzamiento lolardo —suerte de herejía proto-protestante— de 1414 y, en consecuencia, aherrojado y quemado en la hoguera. En una versión preliminar de la primera parte de ‘Enrique IV’ aparece un caballero cobarde y borrachín con ese mismo nombre, al que secunda un tipejo de nariz roja y carbuncos sifilíticos llamado John Russell. Sir John Oldcastle era un antepasado lejano de Elizabeth Cooke, Lady Russell, en efecto viuda de Lord John Russell, en su día heredero del condado de Bedford. La señora, seguramente todo un carácter y con influencia en las altas esferas —también estaba emparentada con los Cecil, mandamases del Consejo Privado—, había torpedeado el proyecto de Shakespeare para construir un teatro en Blackfriars, poniendo al Bardo al borde de la ruina.
 A finales de 1596 la irascible viuda presentó una petición, suscrita por treinta notables locales, para que se paralizasen las obras. El nuevo edificio, que ocupaba parte de un antiguo monasterio, se iba a ubicar a poco más de 50 metros de su residencia. Puritana furibunda, Lady Russell no podía ver ni en pintura a la chusma que, a su devotísimo entender, frecuentaba aquellos espectáculos disolutos. A la postre Shakespeare tendría su teatro, el celebérrimo Globe, pero al otro lado del Támesis, en el área más insalubre de Londres. 
Las primeras representaciones de ‘Enrique IV’ datan de 1597, si bien probablemente fue escrita —y puesta en circulación— algo antes; conque no está claro si Oldcastle y Russell fueron causa o consecuencia del pleito inmobiliario. En cualquier caso, Shakespeare tuvo la sensatez de, previa retractación pública, cambiar sus nombres por los de Falstaff y Bardolfo, convencido —o forzado a ello— por su valedor, Lord Cobham, asimismo familiar de Lady Russell.

 
Retrato de Eduard von Grutzner.

Un último nombre, el de John Fastolf, fonéticamente tan próximo al de Falstaff, que no puede ser obviado. También soldado bajo los estandartes de ambos Enriques, IV y V, destacó en numerosas acciones de la Guerra de los Cien Años hasta que, en la batalla de Patay, protagonizó una huida, cuando menos, controvertida. Cobardía o sentido común —sus apólogos alegan que, con todo perdido, no merecía la pena seguir luchando—, le costaría la retirada de la Orden de la Jarretera obtenida un lustro antes en premio a su bravura.

 Shakespeare presentará a Falstaff con la mancha de haber abandonado a su suerte al prestigioso Sir John Talbot, el «Aquiles inglés» y «Terror de los franceses», apresado en Patay y cautivo del enemigo durante cuatro años. Tras más de una década de litigios, Fastolf consiguió que se le readmitiera en la Jarretera, si bien su nombre nunca quedaría completamente limpio, a lo que sin duda contribuyó la mordaz creación shakespeariana.

 ¿Con quién quedarse entonces?

 Pues con todos y con ninguno. John Falstaff, compendio de los vicios —y alguna virtud— de un puñado de sujetos del mundo real, se erige en uno de los personajes máximos de la historia de la literatura, de complejidad y claroscuros tales—«humano, demasiado humano»—, que trasciende el paradigma —Falstaff es mucho más que un donaire al uso— y a los individuos que le sirvieron de modelo.


Sociedad

"Todo fue por culpa de Shakespeare": cómo robar un teatro madero a madero y la obra más gafe de la historia
Marta Fernández visita 'La Ventana' para explicar las leyendas y maldiciones que rodean al escritor inglés desde sus comienzos como dramaturgo hasta la pelea en los Óscars entre Will Smith y Chris Rock


Marta Fernández ha presentado en la 'Academia de saberes inútiles' la historia negra que se esconde tras William Shakespeare. Comenzando en el Siglo XVI, cuando el teatro era un espectáculo de masas, y donde de vez en cuando había que suspender las funciones por la peste. En película 'Shakespeare In Love', la compañía está desde el principio de la película luchando contra los elementos para sobrevivir. Uno de los peores momentos para el escritor fue cuando el dueño del terreno, en el que tenían el teatro, les desahució, aunque la compañía había pagado religiosamente el alquiler y, de hecho, legalmente el edificio del teatro era suyo. La troupe de actores tuvo que ingeniarse un plan digno de una comedia: una noche que el casero había salido de Londres, mandaron a una cuadrilla de carpinteros, desmontaron el teatro tabla por tabla y se lo llevaron al otro lado del río.

Hecho muy destacable porque el teatro no era pequeño: tenía capacidad para tres mil espectadores. Hay que tener en cuenta que la gente acudía con verdadero furor a las representaciones por una razón muy simple: no sabían si al día siguiente iban a morir de la peste. Así que el nuevo teatro siempre colgaba el cartel de 'sold out'. Se llamaba 'El Globo' y el éxito fue tal que el nuevo rey Jacobo I decidió poner la compañía bajo su protección y llamarla 'The Kings Men'.

Pero los problemas no acaban aquí, como el rey era quien mandaba, había que complacerle y hacer obras sobre temas que le interesaran. Y pocas cosas le interesaban tanto a Jacobo I como los poderes de lo oculto: hasta escribió un tratado de demonología. Así que, Shakespeare se marcó una obra ambientada en Escocia (de donde era el rey) con un protagonista malísimo, casado con una señora malvada y que empezaba con unas brujas. Es decir, 'Macbeth'.

Fernández explica la razón tras la maldición de la obra:
 "Cuenta la leyenda, que pronunciar su nombre trae mala suerte, especialmente si el título se pronuncia en un teatro. Tal es la leyenda del gafe de esta obra de Shakespeare, que las compañías de teatro inglesas la siguen llamando hoy en día “la tragedia escocesa”. En la época se decía que unas hechiceras habían lanzado una maldición sobre la obra, porque el escritor había robado las palabras de un conjuro real para que lo pronunciaran los personajes de las tres brujas al comienzo del acto cuarto: "Escama de dragón, diente de lobo, bilis de cabra, brotes de un abeto arrancados en eclipse de luna, haz el brebaje espeso, hazlo viscoso”. Parece que la realidad es que cada vez que se anunciaba que iban a representar la obra en cuestión, quería decir que la compañía estaba pasando apuros financieros. Porque era siempre un taquillazo y está escrita de tal forma que la mayoría de los actores pueden doblar papeles. Es decir, que cuando representaban 'la tragedia escocesa' despedían a la mitad del reparto".

Así comenzó la rivalidad de actores

Pero no todo se basa en suposiciones: en los años 30, cuando la hicieron en el 'Old Vic' con Lawrence Olivier un peso de la tramoya cayó en el escenario hiriendo a uno de los actores. En los años 50, Charlton Heston se quemó una pierna en escena. En los años 60, el teatro nacional de Lisboa sufrió un incendio. Pero nada se compara a lo sucedió en Nueva York en 1849: murieron 23 personas y todo por la rivalidad de dos actores especializados en Shakespeare.
El americano Edwin Forrest, (el Marlon Brando de la época y un héroe de las clases populares) y William McReady, (británico y el preferido de las élites) se enzarzaron en una lucha de clases. Porque cuando McReady anunció que representaría 'la tragedia escocesa' en el Astor Opera, que era el teatro de los adinerados, Nueva York se llenó de pasquines que decían:
 "¿Quién manda en esta ciudad? ¿Los trabajadores o los ingleses?". 
Y el 10 de mayo de 1849, diez mil personas rodearon el teatro y cuando les impidieron pasar empezó una lluvia de adoquines. Los 300 policías que protegían el teatro no consiguieron dispersar a la multitud hasta que intervino la milicia de la ciudad y disparó contra todas las personas que allí se encontraban.

"Si te preguntas si de verdad hay una maldición bajo el título de 'Macbeth', recuerda que un minuto antes de que Will Smith pegara a Chris Rock en la ceremonia de los ‘Oscars’ en 2022, Rock había felicitado a Denzel Washington por su papel en 'la tragedia escocesa", ha concluido Fernández.

  

Cómo Shakespeare creó la literatura de terror con “Macbeth”


Con un novedoso tratamiento del miedo, el célebre dramaturgo inglés revolucionó el género y, cinco siglos después, sigue influenciando libros, películas, series y obras de teatro.

William Shakespeare no solo es el dramaturgo más destacado y leído de la historia, sino que también se lo considera el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal. Pero, aunque su nombre es sinónimo de romances y tragedias, poco se lo asocia a otro género que ayudó a construir tal y como lo conocemos hoy en día: el terror.
En una nueva edición de Macbeth publicada por Interzona con estudio preliminar, traducción y notas de Carlos Gamerro, el escritor y crítico argentino explica cómo Shakespeare revolucionó la forma de concebir el terror en un texto cuyo comienzo puede leerse al final de esta nota.

Gamerro destaca “su particular tratamiento del miedo. Miedo que, a diferencia de la mayoría de las películas de terror que estamos habituados a ver, no es tanto a lo que puedan hacernos, sino a lo que somos capaces de hacerles a los demás”. Y agrega: 
“Macbeth coloca al espectador en la subjetividad del asesino antes que en la de la víctima, como lo harán posteriormente, siguiendo su ejemplo, Dostoievski en Crimen y castigo, Poe en ‘El corazón delator’”.

Como destaca el escritor, “es la fuerza de su propia imaginación la que lo lleva al crimen”, y no ya las brujas, los fantasmas o cualquier agente sobrenatural.

Terror sobrenatural.

Se puede argumentar que el género de terror tal cual lo conocemos nace en 1606 con La tragedia de Macbeth, que codifica buena parte del repertorio posterior: la noche, la oscuridad, las brujas, los conjuros, los fantasmas, las alucinaciones, la locura, el infanticidio, los bosques animados y una fauna en la que no falta ninguna de las fieras emblemáticas de lo que será el bestiario gótico-romántico: murciélagos, serpientes, lobos, lechuzas, cuervos, gatos, sapos y salamandras.
Otro aspecto que vincula a Macbeth con la literatura y el cine de terror, a la vez que la diferencia de otras tragedias shakespearianas con villanos igualmente inescrupulosos pero racionales y diurnos, es su particular tratamiento del miedo. Miedo que, a diferencia de la mayoría de las películas de terror que estamos habituados a ver, no es tanto a lo que puedan hacernos, sino a lo que somos capaces de hacerles a los demás: como tempranamente destacará Thomas de Quincey en el célebre ensayo que trataremos más adelante, Macbeth coloca al espectador en la subjetividad del asesino antes que en la de la víctima, como lo harán posteriormente, siguiendo su ejemplo, Dostoievski en Crimen y castigo, Poe en “El corazón delator” y “El gato negro”, Patricia Highsmith en la saga de Ripley, y en muchas otras novelas y cuentos.
Lo siniestro, según la conocida fórmula de Freud, procede de lo familiar vuelto extraño; en este caso quien se vuelve extraño para sí es Macbeth mismo. Ninguno de los miembros del clásico cuarteto de villanos shakespearianos, Aarón el moro de Tito Andrónico, Ricardo III, Yago y Edmund de Rey Lear, sienten miedo de sí mismos: son, o creen ser, plenamente conscientes de sus motivaciones y objetivos, y su maldad se ajusta a una ética de medios y fines o, si está en exceso de estos, no se perciben movidos por fuerzas extrañas.
Yago no está poseído por el diablo: en todo caso es el diablo, como sospecha Otelo. Un villano shakespeariano es alguien que proclama su villanía apenas sale a escena, como Ricardo III en su inicial soliloquio (“Y por eso, ya que no puedo hacerme el amante, / para halagar estos bellos días bien hablados, / estoy decidido a convertirme en villano”), que disfruta de hacer el mal y del poder que ejerce sobre los demás, entre otros el de manipular y engañar, y que no conoce el remordimiento: “Si alguna buena obra hice en toda mi vida, me arrepiento de todo corazón” son las últimas palabras de Aarón el moro. Todos ellos son discípulos de Maquiavelo (del Maquiavelo de la leyenda negra renacentista, del “Maquiavel” del teatro popular), héroes de la voluntad de poder.
Poco o nada de maquiavélico hay en Macbeth. Desde el momento en que imagina el crimen, no tiene voluntad: sabe que va a matar al rey, sabe que va a pagar por ello, interminablemente, en esta vida y en la siguiente, pero es incapaz de no hacerlo. Andará por el resto de su obra como sonámbulo, preguntándose por qué lo hizo, cuando la respuesta es bien simple: lo hizo porque se vio haciéndolo. Esta irresistible “imaginación proléptica”, como la denomina Harold Bloom, es un rasgo distintivo del personaje dentro de la obra de su autor:
Todos nosotros poseemos, en un grado o en otro, una imaginación proléptica; en Macbeth, es absoluta. Él es apenas consciente de una ambición, deseo o anhelo antes de verse a sí mismo del otro lado o en la otra orilla, habiendo ejecutado ya el crimen que cumple equívocamente su ambición.
Macbeth no mata guiado por un sentimiento, ni una idea, ni un propósito, sino, de modo muy literal, por una imagen: las brujas no terminan de profetizarle el trono que ya se ve asesinando a Duncan,

Esta tentación sobrenatural / no puede ser mala, no puede ser buena: / […]. Si es buena, ¿por qué me entrego a la sugerencia / cuya horrenda imagen me eriza los cabellos, / y hace que mi corazón golpee mis costillas, / en contra de la naturaleza? Los miedos presentes / nada son ante la cosa horrible que imagino. / Es apenas una idea, un asesinato aún fantástico, / pero tanto sacude mi humana arquitectura / que mis facultades se ahogan en conjeturas, / y nada es, sino lo que no es... 
y en el momento de verse, se sabe impotente de resistir: todas sus vacilaciones, dudas y argumentos no son más que inútil pataleo. Más que las brujas, más que la insistencia de su mujer, es la fuerza de su propia imaginación la que lo lleva al crimen. Aun así, la posesión por la imagen es tan intensa, tan avasalladora, que sugiere una fuerza exterior, ajena: las brujas, los espíritus del mal, su propia mujer. Y sin embargo Macbeth no renuncia a la responsabilidad de sus actos: es, de principio al fin, un sujeto moral, y nunca cae en la tentación de culpar a los demás por lo que ha hecho él (culpará a las fuerzas oscuras de haberlo engañado, sugiriéndole certezas de seguridad, pero no de haberlo llevado al crimen; y a su esposa nunca la culpará de nada, al menos no de palabra).
Esta dialéctica de lo exterior y lo interior, lo propio y lo ajeno, tiene su manifestación más palpable en la alucinación de la daga fantasma, a la vez imaginada y percibida como objeto externo:

¿O no eres más / que una daga de la mente, una criatura falsa, / fruto de un cerebro que la fiebre oprime? / Te veo todavía, tu forma es tan palpable / como la de esta que ahora desenvaino.

Al verla, Macbeth no puede sino seguirla, hipnotizado. Este estado de éxtasis es común a la entrega al deseo y a las fantasías sexuales, cuando nos salimos hasta tal punto de nosotros mismos que todo es posible y ya nada importa: no debe ser casual, en ese sentido, que Macbeth viva su crimen como una violación, y que, al entrar sigiloso en la habitación donde duerme el rey, evoque un villano previo de su autor, el Tarquinio de La violación de Lucrecia:

La hechicería brinda / sus ofrendas a Hécate; y la marchita Muerte, / anunciada por los aullidos de su heraldo, / el lobo, que le marca las horas, paso a paso / con el tranco de Tarquinio el violador, / avanza como un fantasma...

La analogía con la violación refuerza, en lugar de mitigar, la responsabilidad moral del perpetrador: un homicida puede, en determinados casos, invocar la emoción violenta, la legítima defensa u otro atenuante; pero no el violador; ni tampoco el asesino, en este caso.
Tal como sucede con la profecía de las brujas, la daga no lo obliga a matar, simplemente le indica el camino, y es él quien decide seguirla: el acto, en última instancia, es suyo: 
“Mi acto, mientras yo amenazo y él vive, / de mis palabras poco calor recibe”.


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