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viernes, 21 de abril de 2017

436.-Irlanda: la tierra con mejores escritores por metro cuadrado.-a


  

                                                                  LITERATURA. 



En campo de azur, un arpa de oro cordada de plata.

La literatura de Irlanda nunca ha sido totalmente reconocida a pesar de haber legado cuatro premios Nobel y una cantidad asombrosa de escritores capitales. Hoy día somos testigos de un nuevo auge de autores irlandeses que entablan una lucha contra el olvido de su vasta tradición y de su lengua.
No es fácil describir a qué se llama Irlanda. Una explicación simplificada indica que se trata de una isla, ubicada al oeste de la Gran Bretaña, dividida en cuatro provincias –Connacht, Munster, Leinster y Ulster–, que, para efectos administrativos, los ingleses, en el siglo XIX, dividieron a su vez en 32 condados históricos: veintiséis de ellos corresponden a lo que hoy es la República de Irlanda y los otros seis condados históricos, todos centrados en la mayor parte del territorio del Ulster, a Irlanda del Norte. 

Otra explicación, algo más compleja, señala que la isla que así se nombra es el resultado de una serie de invasiones, despojos y asentamientos sistemáticos. Los responsables fueron los celtas –que llegaron en el siglo vi antes de nuestra era–, los vikingos –que ocuparon la isla entre los siglos IX y XI–, los anglonormandos –que vinieron inmediatamente después– y, fundamentalmente, los ingleses y los escoceses protestantes, los cuales, a lo largo de más de ocho siglos, ocuparon ese territorio, produciendo un significativo número de transformaciones, muchas de las cuales fueron exclusivo fruto de la violencia. 
Esas circunstancias tal vez sirvan para explicar por qué el territorio que ocupa Irlanda, en la actualidad, responde a dos administraciones políticas distintas: una es la que, a resultas del tratado con que se puso fin a la guerra anglo-irlandesa, recibió el nombre de Estado Libre de Irlanda y, en 1937, luego de lograr su plena independencia respecto de Gran Bretaña, pasó a llamarse República de Irlanda; la otra es Irlanda del Norte, que sigue formando parte del Reino Unido.
Áreas gaeltacht oficiales según el gobierno
 de la República de Irlanda.


De todos los cambios, tal vez el más notorio sea la pérdida de la lengua irlandesa –vale decir, el gaélico, que, aunque se enseña obligatoriamente en las escuelas, hoy lo habla menos del 10% de la población–. En consecuencia y a título nominal, el país es bilingüe porque la lengua imperante es el inglés. Esta circunstancia –fundada en las respectivas prohibiciones de los ingleses para que los irlandeses se expresaran en su lengua vernácula– fue aludida, no sin orgullo, por James Joyce en uno de sus ensayos, en el que escribió: 
“Irlanda sigue siendo el cerebro del Reino Unido. Los ingleses, sensatamente prácticos y tediosos, le ofrecieron al sobrecargado estómago de la humanidad un artefacto perfecto: el inodoro. Los irlandeses, condenados a expresarse en una lengua ajena, le imprimieron a esta la marca de su propio genio y compiten por la gloria con las naciones civilizadas. Se llamó entonces a eso literatura inglesa.”

Lo que podría parecer una humorada no es tal. Los muchos escritores irlandeses que, a lo largo de la historia, fueron asimilados a la literatura inglesa son decididamente tantos que no constituyen una excepción, sino la norma. 
Apenas recurriendo a la memoria, podría mencionar a Jonathan Swift, Laurence Sterne, Oliver Goldsmith, Maria Edgeworth, George Moore, Sheridan Le Fanu, Bram Stoker, Lord Dunsany, Oscar Wilde, William Butler Yeats, George Bernard Shaw, Lady Gregory, John Millington Synge, Louis MacNeice, Samuel Beckett, Cecil Day-Lewis, Elizabeth Bowen, Iris Murdoch, Seamus Heaney y una larguísima lista que llega incluso hasta el presente.

Todos estos datos resultan particularmente sorprendentes cuando nos enteramos de que esta población de algo más de siete millones de personas  en la República y  en Irlanda del Norte– produjo hasta la fecha cuatro premios Nobel de Literatura –W. B. Yeats (1923), George Bernard Shaw (1925), Samuel Beckett (1969) y Seamus Heaney (1995)–, sin contar los muchos grandes escritores que, como Oscar Wilde, James Joyce, Flann O’Brien, Patrick Kavanagh, Thomas Kinsella, John Montague, John McGahern, William Trevor, Brian Friel, John Banville, Colm Tóibín o Claire Keegan, se encuentran entre los más importantes autores de lengua inglesa del siglo XX y de lo que va del XXI.

Acaso la explicación de todo esto deba ser buscada en la prolongada historia de la literatura irlandesa que, junto con la griega y la latina, se cuenta entre las más antiguas de Occidente.

 Tiene, al menos, dos grandes momentos: uno corresponde al dominio lingüístico del irlandés y va desde el siglo VI de nuestra era hasta principios del siglo XVIII; el otro arranca cuando la civilización gaélica colapsó definitivamente ante la presión de Inglaterra y solo a fines del siglo XIX y comienzos del XX alcanzó sus primeros frutos autónomos de la norma inglesa. 

Se suceden entonces una serie de “renacimientos” de la literatura irlandesa –tal vez el más promocionado sea el que protagonizaron Yeats, Lady Gregory y Synge– que acompañaron la búsqueda de una identidad poscolonial, en algunos casos, en la identificación con la cultura europea (Yeats, Joyce, Beckett, MacNeice y Charles Donnelly como representantes más relevantes); en otros, con lo que, según distintas ideas en boga, se consideró como las raíces irlandesas (Austin Clarke, Sean O’Casey, Patrick Kavanagh, Liam O’Flaherty, Seán Ó Faoláin, Joseph O’Connor, Michael McLaverty, entre otros).

Así las cosas, el escritor y crítico Daniel Corkery (1878-1964) estableció muy tempranamente una primera diferenciación. Según su definición hoy clásica, “literatura irlandesa es la que se escribe en irlandés o gaélico, mientras que la literatura escrita en inglés por irlandeses debe nombrarse anglo-irlandesa”.

Con todo, ninguna literatura –como ninguna otra expresión del espíritu humano– existe en abstracto. La historia, la política y la educación tienen enormes consecuencias sobre el desarrollo de lo que produce cada sociedad determinando sus aciertos y desaciertos, sus virtudes y sus taras. En el caso de Irlanda, ya se ha mencionado un factor de extraordinario peso: la escisión entre dos mundos. 

El poeta Sean Lucy (1931-2001) planteó que esa dicotomía explica “la historia de una relación compleja y prolongada entre dos tradiciones, dos culturas, dos lenguajes; y, por otro lado, la historia de una búsqueda: la de la identidad de los irlandeses de habla inglesa y su reformulación del idioma inglés para expresar la experiencia irlandesa”.

 Con acierto, Lucy manifiesta que no debe sorprender que la tensión de ese diálogo haya producido y siga produciendo escritura significativa y, a menudo, excelente.

Desde otra perspectiva, el poeta Thomas Kinsella (1928-2021) escribió: 

“Un escritor a quien le preocupe quién es y de dónde proviene puede mirar a su alrededor y comenzar por examinar a sus colegas […] En Irlanda un escritor tiene que hacer una elección básica: ¿incluye escritores en irlandés o no? En mi caso me inclino solo por los que escriben en inglés, y la palabra ‘colega’ se desvanece cuando observo la realidad: unas pocas vidas incoherentes, unos pocos locos y ermitaños. Nada pueden enseñarme, excepto que estoy aislado.” 
 Y continúa:
 “Para un poeta inglés yo creo que la trayectoria es clara. Cualesquiera que sean sus inquietudes, encontrará a sus antepasados en la poesía inglesa y, como representante de la lengua paterna, es libre de ‘repatriar’ a un gran poeta americano o irlandés. Los primeros objetivos de importancia en la corriente de la tradición serían W. B. Yeats, T. S. Eliot, Matthew Arnold, Wordsworth, Keats y Pope, y así sucesivamente. Un poeta irlandés tendría solamente el primer punto en común o, por lo menos, ese es mi caso cuando trato de identificar a mis antepasados. ¿Quiénes son aquellos cuyas vidas de alguna manera me pertenecen y cuál es la fuerza que está ahí para que yo la utilice si puedo, si soy suficientemente bueno, cuando trato de escribir mi propia poesía?” 
Kinsella entonces se responde:
 “La línea comienza con Yeats, pero, antes que él y durante más de cien años, hay un silencio casi total. Creo que el silencio es la condición real de la literatura irlandesa en el siglo XIX. No hay nada que se aproxime a los logros literarios normales de una época. Todo es provisional o está fuera de lugar. Si, en la necesidad de identificarme con algo, profundizo todavía más, lo que encuentro detrás del siglo XIX es un gran aliento cultural y debo cambiar una lengua por otra, mi lengua madre, el inglés, por el gaélico del siglo XVIII. Tras la monotonía del siglo XIX, la poesía gaélica del siglo XVIII surge de repente llena de vida.” 

La conclusión no puede ser más dramática: 

“Reconozco que me sostengo al borde de una gran fisura y que siento en mí mismo la falta de continuidad. Es una cuestión tanto de personas y lugares como de obras: de pertenecer, por decirlo de algún modo, a una familia truncada y desarraigada, de estar unido a aquellos con los que comparto mis orígenes y sin embargo descubrir que no podemos compartir nuestras vidas.”

Por su parte, Seamus Heaney (1939-2013) lo pone en estos términos:

 “Hablo y escribo en inglés, pero no comparto totalmente las preocupaciones y perspectivas de un inglés. Enseño literatura inglesa, publico en Londres, pero la tradición inglesa no es el último reducto de mi hogar. Vivo también gracias a otra fuente. […] La mitad de nuestra sensibilidad tiene una estructura mental que deriva del hecho de pertenecer a un lugar, de tener unos antepasados, una historia, una cultura, como quieran llamarlo. Pero la conciencia y las luchas con uno mismo son resultado de lo que Lawrence denominó ‘las voces de mi educación’. Y dichas voces tiran de uno en dos direcciones distintas, atrás hacia los traumas políticos y culturales de Irlanda y adelante hacia las experiencias apremiantes del mundo que queda más allá. En la escuela, además de la literatura inglesa, estudié la literatura gaélica de Irlanda, y desde entonces mantengo una idea de mí mismo: soy un irlandés en una provincia que sostiene que es británica. Más tarde comprendí que la complejidad de estas devociones y dilemas se halla implícita en la mismísima tierra en que nací.”

Las otras cuestiones determinantes del curso seguido por la sociedad irlandesa hay que buscarlas en la exacerbación del nacionalismo irlandés, que en 1916 condujo al levantamiento de Pascua contra los británicos, a la guerra anglo-irlandesa que tuvo lugar entre 1919 y 1921 y a la guerra civil que ocurrió entre 1922 y 1923.
Con el país finalmente pacificado, la educación y la salud fueron entregadas a la Iglesia católica, única institución verdaderamente fuerte en medio de un país económicamente devastado. Así, la conducción religiosa empezó a condicionar seriamente cada aspecto de la vida irlandesa. De hecho, en 1923 se empezó a censurar las películas que se producían en Irlanda y, apenas unos años después, se sancionó una ley de censura por la que el Estado le entregó a la Iglesia la potestad de decidir sobre obras y autores. 
Según Declan Kiberd, autor del excepcional volumen La invención de Irlanda, además de la prohibición del jazz en la radio, del llamado “arte moderno” y de la bicicleta para las mujeres, se prohibieron libros de Seán Ó Faoláin, Kate O’Brien, Frank O’Connor y Patrick Kavanagh.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Irlanda se mantuvo neutral y prácticamente cortó todo contacto con el resto del mundo. Durante ese periodo, el gobierno se autoadjudicó nuevos poderes como el internamiento sin juicio previo, la censura de la prensa y la correspondencia, y el control absoluto de la economía. Se llegó así a que los campos se vaciaran de trabajadores que emigraron a las ciudades para allí pagar impuestos que sostuvieran al campo.
Concluida la guerra, las cosas no mejoraron. Irlanda fue un verdadero desierto cultural y sus escritores, como tantos otros naturales de la isla, emigraron a otros países o simplemente permanecieron “más que muertos”, según la fórmula del libro homónimo de Anthony Cronin, donde se retrata la época a partir de las desventuras de Brendan Behan, Kavanagh, O’Brien y el propio Cronin. La inexistencia de editoriales irlandesas donde los autores pudieran publicar hizo el resto. Para tener una idea acabada de los hechos, la primera editorial del país solo fue fundada en 1951.
Este panorama más bien catastrófico tiene su contrapartida en todo lo que los escritores irlandeses aprendieron viviendo fuera de Irlanda y en la presión que a su vuelta empezaron a ejercer sobre las autoridades, logrando que el gobierno irlandés instituyera ayudas financieras, premios y becas. 
A partir de 1973, con la entrada de Irlanda en la Comunidad Económica Europea, comenzaron a proliferar las instituciones literarias, los festivales, los puestos de escritores visitantes. Por otra parte, en un país donde la ausencia de mujeres escritoras estaba directamente relacionada con los ideales nacionales imbuidos por las ideas de la Iglesia –la mujer como fábrica de hijos atenta a las tareas del hogar–, termina de instalarse una nueva generación de narradoras y poetas que tiene como antecedentes nombres como los de Elizabeth Bowen, Mary Lavin, Edna O’Brien, Julia O’Faolain, Maeve Brennan, Eiléan Ní Chuilleanáin y Eavan Boland, para citar a las más notables.

Época presente.

Coincide con un nuevo renacimiento de las letras irlandesas en cuyo centro hoy parece estar el cuento y la poesía –acaso una de las mayores fuerzas de la literatura de Irlanda de todas las épocas–, que constituyen las dos formas más antiguas de la literatura. 
A poetas tan importantes como Derek Mahon, Ciaran Carson, Harry Clifton, Michael O’Loughlin, Peter Sirr, Paula Meehan, Moya Cannon y Martina Evans, hay que sumar dramaturgos excepcionales como el increíble Martin McDonagh (también director y guionista de las películas In Bruges, Seven psychopaths, Three billboards outside Ebbing, Missouri y The banshees of Inisherin) y Carmel Winters (guionista y directora de Snap, If I were me, Second nature y Torn). 

Luego, narradores como James Plunkett, Bernard MacLaverty, Desmond Hogan, Neil Jordan –también conocido director cinematográfico–, Patrick McCabe, Deirdre Madden, Aidan Higgins, Colm Tóibín, Colum McCann, Joseph O’Connor, Gerard Donovan, Roddy Doyle, Anne Enright, Mary Costello, Paul Murphy y Claire Kilroy. Y más recientemente, los nombres de Mike McCormack, Kevin Barry, Andrew Fox, Aiden O’Reilly, un talentosísimo Colin Barrett, y la explosión de muy buenas escritoras, acaso precedidas por una prodigiosa Claire Keegan. 

Entre otras, la multipremiada Louise Kennedy, Maggie O’Farrell, Wendy Erskine, Sheila Armstrong, Claire-Louise Bennett, Danielle McLaughlin, Jan Carson, Lisa McInerney, Sheila Purdy, Sara Baume, Sinéad Gleeson, Doireann Ní Ghríofa, Lucy Caldwell y Nicole Flattery, a quienes hay que añadir a Sally Rooney, un fenómeno mundial de ventas en sí misma.

Muchos de los nombrados han escrito novelas, pero sobre todo cuentos. Que el género, desplazado en muchos países del mundo por  la novela, tenga tanta fuerza en Irlanda ha llevado a diversas hipótesis. 
La cuentista Éilís Ní Dhuibhne, por ejemplo, lo atribuye al auge de los cursos de escritura creativa. Otros, como Julian Gough, consideran que las formas breves resultan más propicias para las plataformas de lectura digitales.
 En algunos casos, se habla incluso de la influencia de autores extranjeros, como la canadiense Alice Munro y los estadounidenses Raymond Carver y Lydia Davis. También, de una vuelta a los orígenes del cuento contemporáneo, con los ilustres nombres de Antón Chéjov y Katherine Mansfield, en primer término.

Una parte sustantiva de los autores irlandeses, tanto del siglo XX como del XXI, no ha sido nunca traducida al castellano. Otros han tenido una circulación restringida a España, Argentina, eventualmente Chile y México. 

  

Gaeltacht.



Gaeltacht es una palabra irlandesa que identifica una región de habla mayoritariamente gaélica. En Irlanda, the Gaeltacht, o an Ghaeltacht se refiere a ciertas zonas de la república que cuentan con un particular régimen jurídico en materia de política lingüística por ser las únicas áreas del país donde el gaélico irlandés, en la práctica, es la lengua de uso mayoritario entre la población, frente al inglés (la otra lengua oficial del estado). Estas regiones fueron reconocidas durante los primeros años del Estado Libre Irlandés, después del Renacimiento gaélico, como parte de la política del gobierno de restaurar la lengua irlandesa.
Las regiones, muy pequeñas comparadas con la superficie total de la isla, fueron delimitadas oficialmente en los años 1950 no habiendo sufrido variaciones desde entonces, aunque sí se haya venido constatando un significativo descenso del número de personas que utilizan en mayor medida el gaélico, de modo que resulta cuanto menos dudoso que, actualmente, los hablantes de gaélico sean mayoría en muchas áreas oficialmente Gaeltacht.

  

¿Qué misterio hace que una isla medio despoblada en el confín de Europa posea la más alta concentración de escritores de talento del mundo? 


Quizás parte de la respuesta resida en su carácter insular: esto sería comprobable también en Islandia (en la que, por cierto, se asentaron monjes irlandeses antes de la llegada de los escandinavos) o en Cuba. Pero hay otros ingredientes que intervienen en la fórmula magistral de su literatura única.

  

Un extracto del folio 40v de la Biblioteca Bodleian MS Rawlinson B
 503 (los Anales de Inisfallen). Inscripción Ogham. Traducción
 del texto latino Ogham: "El dinero es honrado,
 sin dinero nadie es amado"




Para empezar, Irlanda merecería respeto aunque solo fuera por haber tenido un alfabeto propio (el ogham, usado en inscripciones) y por sus canas, más venerables que Beda: la tradición abarca de manera ininterrumpida ya dieciséis siglos. Luis Cernuda, que llegó a conocer bien la obra de Yeats pero lo ignoraba casi todo de los compatriotas de este, llegó a escribir que le parecía exagerado un libro que hablaba de “mil años de literatura irlandesa”. 

Ciertamente, el título era inexacto, pero no por exceso sino por defecto: porque a su arco temporal hay que añadir varias centurias de la rica literatura vernácula de los ciclos del Ulster y de Finn (que abordan temas y personajes de cuando alborea la era cristiana). Los relatos paganos adquirieron luego en los monjes, a partir del siglo V, una continuidad que llega a nuestros días. En los lejanos medievales, tiñeron los grandes temas amorosos e influyeron en el romance artúrico.
Joyce no fue muy novedoso al recrear La Odisea. La primera adaptación (como la de 1922, muy libre) de Homero a cualquier lengua vernácula se hizo al irlandés medio (hacia 1200): en ella, Ulises hijo de Laertes muda en Uilix mac Leirtis. Y hubo también injertos de la materia troyana en la literatura irlandesa antes que en ninguna otra.
Existe una interesante literatura latina irlandesa (de raíz religiosa, ya que la isla nunca fue parte del Imperio romano), pero sobre todo es de destacar la convivencia, a menudo violenta, entre la lengua gaélica y el inglés. En la interacción de ambos idiomas habrá que ver la fertilidad del país.

  


El Lebor Gabála Érenn ( del irlandés medio ‘libro de las invasiones irlandesas’, conocido en irlandés moderno como Leabhar Gabhála Éireann  o Leabhar Gabhála na hÉireann) es un conjunto de manuscritos que relatan la construcción nacional irlandesa como suma de las distintas invasiones celtas desde su creación hasta el siglo xi, fecha en la que están datados.


En El Libro de las Conquistas (Akal) tenemos la prehistoria mítica de esta ínsula extraña. Luego, el héroe Cú Chulainn ha inspirado gestas como las recogidas en La embriaguez de los ulates (Torre Manrique) o las ensambladas por Lady Gregory en Cuchulain de Muirthemne (Paréntesis). Pocos saben que, según la tradición, un manuscrito con esta epopeya se perdió por haberse canjeado por otro de las Etimologías del hispalense san Isidoro, muy popular en los scriptoria hibérnicos.

En el siglo XVIII descuella la sátira del deán de la catedral de San Patricio, Jonathan Swift, con Viajes de Gulliver (Pre-Textos) o Una humilde propuesta (Nórdica). Con confusión daltónica, el rojo de la sangre empezó a manar en la Isla Esmeralda con Sheridan Le Fanu, autor de Carmilla (Alianza), y Bram Stoker , de Drácula (Mondadori). Lord Dunsany es maestro de lo fantástico, como en Cuentos de los tres hemisferios (Espuela de Plata).

El siglo XIX, el de la Hambruna, es el de la emigración (como las abejas de algunos tratados medievales de apicultura en gaélico, muchos irlandeses marcharon a polinizar otras flores, otros países). Y prepara el XX, el de la gran eclosión: James Joyce escribe Ulises o Dublineses  y Liam O’Flaherty novela el bandidaje político en El delator (Asteroide). Por su parte, Oscar Wilde, infinitamente traducido, ha llegado a simbolizar el ingenio y la chispa irlandeses. De Beckett, se ha publicado recientemente su primera novela, Sueño con mujeres que ni fu ni fa (Tusquets).

Durante poco más de 25 años Flann O’Brien derramó su ingenio en columnas periodísticas recogidas en La gente de corriente de Irlanda y en novelas-festines como En nadar dos pájaros, La boca pobre o El tercer policía (todas en Nórdica).

Francis McCourt radiografía la miseria y el alcohol en Las cenizas de Ángela (Maeva). Jamie O’Neill retrató el despertar doblemente liberador (en lo sexual y en lo político) en una novela extraordinaria, Nadan dos chicos (Pre-Textos). Colm Tóibín es autor de recientes novelas estupendas, pero me gustaría destacar El sur (Emecé), que se desarrolla en Barcelona. Seamus Deane  indaga en el remordimiento (esa veta tan honda en un país católico) en su hermosa Leer a oscuras (Mondadori). Elizabeth Bowen brilla en la memoria de una infancia dublinesa en Siete inviernos (Pre-Textos). Y John Banville pasa por ser hoy el mejor estilista de la prosa en inglés.
En cuanto al género dramático, el renacimiento literario irlandés es inseparable del Abbey Theatre o del Gate, cuyos escenarios han visto estrenos memorables.

Veo que me he dejado llevar por el gusto irlandés de contar una buena historia. Me podía haber ahorrado los párrafos anteriores si hubiera ido directamente al grano: para saber y saborear lo que de peculiar tiene la literatura de Irlanda, nada como leer Deseo, el volumen de cuentos que Liam O’Flaherty escribió en gaélico: ahí se halla el paisaje, la naturaleza, el desamparo del ser humano ante fuerzas que lo sobrepasan (las telúricas y las de un firmamento hostil), más el humor, la delicadeza, la animosa melancolía; en realidad, todo el espectro de las músicas de la isla, que oscilan del aire lento más desolador a la melodía de baile, jovial, deliciosa.

 Uno de los cuentos de ese volumen se titula “La Laguna Encantada” (“Uisce faoi dhraíocht”, que también significa “agua hechizada”, que es la que mana de la literatura irlandesa). En esta circunnavegación por la isla hemos vuelto al lugar de donde partimos: la magia.


Tierra de santos y poetas.


     Irlanda
     Resto de la Unión Europea
     Resto de Europa






Caligrafía celta en un cartel informativo en las afueras del castillo de Dublín.

Por ese apodo se conoce secularmente a Irlanda, y Joyce tituló así un ensayo sobre su país. Desde los fili y los bardos de antaño, los poetas ocupan un lugar prominente en la isla, hasta el punto de que el actual presidente, Michael D. Higgins, es también autor de algunos poemarios. Otrora, podían matar con sus sátiras, y alababan a sus señores, además de embellecer con el verso la épica (transmitida oralmente en prosa y luego consignada en códices).

La poesía más antigua en gaélico la recogí hace años en Antiguos poemas irlandeses (Gredos). La escrita en inglés es numerosa y de gran calidad, y no está mal representada entre nosotros. Dos de los cuatro premios Nobel irlandeses son poetas: W. B. Yeats, cuya Poesía reunida (Pre-Textos), maravillosa, atrajo a J.R.J., y Seamus Heaney (con varias obras publicadas en Visor).

Otros grandes nombres son Patrick Kavanagh, con La hambruna y otros poemas (Pre-Textos), y Paul Muldoon, con Indecisiones (Visor). La poesía femenina (que pasa por un excelente momento) ha sido antologada en Irlandesas. 14 poetas contemporáneas.

Recordando su pasado, Irlanda instituyó en 1981 la Aosdána, una suerte de academia de creadores, que integra a literatos y también a otros artistas.

* Antonio Rivero Taravillo es traductor del libro de cuentos Deseo (Nórdica Libros), de Liam O'Flaherty.


Luis Cernuda Bidou o Bidón (Sevilla, 21 de septiembre de 1902-Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963) fue un poeta y crítico literario español, miembro de la generación del 27.



Itsukushima Shrine.

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