Walter Benjamin. |
(Berlín, 1892 - Port Bou, 1940) Filósofo y crítico alemán. Biografía Hijo de un anticuario israelita, estudió en el Friedrich Wilhelm Gymnasium berlinés y luego en una escuela particular de Turingia. Publicó sus primeros ensayos en la revista juvenil Der Anfang. Estallada la guerra del 14 se presentó como voluntario, pero fue declarado no apto para el servicio. En 1917 se casó con Dora Pollak, y junto a ella marchó a Suiza para seguir los cursos de la Universidad de Berna, donde se graduó en 1919 con una tesis acerca del concepto de crítica artística en el romanticismo alemán (Der Begriff der Kunstkritik in der deutschen Romantik, publicada en Berna en 1920). Vuelto a Berlín, llevó a cabo, entre dificultades de todas clases, económicas y sentimentales (empezaron entonces las divergencias con su esposa, que en 1930 darían lugar a la separación), una traducción de los Tableaux parisiens de Baudelaire, y preparó el plan de una revista (Angelus Novus) que no llegó a ver la luz. En 1922 Hofmannsthal le publicó en Neue Deutsche Beiträge un ensayo sobre Las afinidades electivas de Goethe. Entre 1923 y 1925 Benjamin trabajó en su obra más amplia: otro ensayo, esta vez referente a los orígenes del drama barroco alemán (Ursprung des deutschen Trauerspiels). El texto en cuestión, análisis filosófico de una forma artística históricamente determinada, constituye un ejemplo del método especulativo de su autor, cuyo pensamiento no se ciñe a la meditación de los clásicos temas de la filosofía, antes bien, brota de una aplicación al dato concreto cultural; de ahí el aspecto de ensayo que presenta la investigación filosófica de Benjamin. Presentado el trabajo a la Universidad de Francfort del Main, le fue negada la licencia profesional correspondiente a que con ello aspiraba. Inició entonces el autor una amplia colaboración en diarios y revistas que frecuentemente le deparó la oportunidad de viajar por Europa. Bajo la influencia de la directora escénica letona Asja Lacis y de la obra de Lukács Geschichte und Klassenbewusstsein se aproximó al comunismo; en su pensamiento, nunca cerrado en una ortodoxia, el concepto marxista de la enajenación ocuparía desde entonces un lugar esencial. Se le encargó la redacción del artículo "Goethe" de la Enciclopedia soviética, y durante el invierno de 1926-27 realizó un viaje a Moscú. En 1928 el editor Rowohlt publicó Ursprung des deutschen Trauerspiels, y el tomo de breves ensayos y reflexiones Einhabnstrasse. Tras el advenimiento de Hitler al poder Benjamin emigró a París. Los primeros anos de su nueva vida le resultaron muy duros; finalmente, el Institut für Sozialforschung de Francfort (entidad asimismo emigrada) le dio el nombramiento de miembro y le abrió las páginas de su revista, donde aparecieron algunos de los mejores textos del autor, entre ellos Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit. La invasión nazi de Francia le sorprendió en París, donde trabajaba desde hacía mucho tiempo en el texto que juzgaba el resultado de toda su labor: Paris, die Hauptstadt des XIX Jahrhunderts. Benjamin, que nunca hiciera caso de los amigos que le exhortaban a dejar Europa, intentó esta vez, con un grupo de antifascistas, llegar a España para embarcar hacia los Estados Unidos. Apenas atravesada la frontera, un funcionario español amenazó a los fugitivos con entregarles a los nazis; Benjamin le creyó y se envenenó. En 1955 apareció una colección en dos tomos de los escritos del autor, dirigida por T. W. Adorno, al cual se debe particularmente la difusión de la obra y el pensamiento de su amigo. |
Historia de la Biblioteca. |
La biblioteca personal del filósofo Walter Benjamin, que según estimaciones contó probablemente con más de tres mil volúmenes, era una de sus más preciadas posesiones. En sus ensayos y correspondencia con otros intelectuales, se evidencia su constante preocupación por el cuidado de sus libros, y los denodados esfuerzos que realizó por conservar su integridad durante sus contínuos viajes y cambios de domicilio, motivados primero por cuestiones personales, y luego, como fugitivo obligado por el antisemitismo nazi del cual terminó siendo una de sus víctimas. Según afirman Timothy W. Ryback (Los libros del gran dictador. Bogotá, Ediciones Destino, 2010, p. 302-303) y Jennifer Allen en el prefacio de la traducción francesa del presente ensayo (Je déballe ma bibliotèque. París, Payot y Rivages, 2000, p. 11) en medio de la precipitada salida de Benjamin de Alemania, una parte de su biblioteca se quedó en Berlín, siendo destruída en vida de su dueño, mientras que la otra (“la mitad más importante” que hacía un total de “469 kilogramos” contenidos en “cinco o seis cajas”, según sus propias palabras) fue remitida a París desde el domicilio del dramaturgo Bertolt Brecht en Dinamarca (a donde habían sido enviados desde Berlín por un sobrino de Benjamin). En París algunos libros fueron vendidos por el propio Benjamin por necesidad, y con posterioridad a su huída a la frontera entre Francia y España, sus posesiones en esa ciudad fueron confiscadas por la Gestapo y llevadas a Berlín, luego decomisadas por el Ejército Rojo que a su vez las llevó a Moscú, para finalmente ser entregadas al Deutsche Zentralarchiv de la entonces República Democrática Alemana en 1957, transferidas a la Akademie der Künste (oeste) en 1972, y a Frankfurt en 1996. Actualmente sus manuscritos y correspondencia se conservan en el Walter Benjamin Archiv, dependencia de la Akademie der Künste (Academia de las Artes) de Berlín. El paradero de los libros de su colección parisiense se desconoce, y en opinión de su biógrafo Momme Brodersen éstos bien pueden darse definitivamente por perdidos, toda vez que Benjamin no utilizaba ex libris o marcas particulares. Según Giulio Schiavoni, en un estudio preliminar de 1981 incluído en Escritos. La literatura infantil, los niños y los jóvenes (Buenos Aires, Ediciones Nueva visión, 1989), la sección de la biblioteca correspondiente a los libros infantiles (que abarcaba dos estanterías en 1927 según testimonio de Gershom Scholem citado por Schiavoni) fue conservada por la ex esposa de Benjamin, Dora Kellner, luego del divorcio del estudioso, trasladada a Francia y luego a Londres. Actualmente se conservaría en Frankfurt. |
Desempaco mi biblioteca. Un discurso sobre el coleccionismo. Por Walter Benjamin (1) Si. No están aún en los estantes, no han sido tocados aún por el moderado tedio del orden. No puedo pasar revista por sus filas de arriba a abajo ante la presencia de alguna audiencia amigable. No deben temer nada de eso. En cambio, debo pedirles que me acompañen entre el desorden de las cajas recién abiertas, el aire saturado de aserrín, el suelo cubierto de papel roto; acompáñenme entre las pilas de volúmenes que ven de nuevo la luz después de dos años de tinieblas, para que principiemos por compartir parte del clima de tensión (en absoluto no elegíaco) que despiertan estos libros en el coleccionista genuino. Ya que éste es quien les habla ahora, y en un examen más riguroso se mostrará hablando sólo sobre sí mismo. ¿No será acaso presuntuoso de mi parte, si, con el propósito de parecer convincentemente objetivo y práctico, enumerara para ustedes las principales secciones o las piezas-trofeo de mi biblioteca, si les presentara su historia o incluso su utilidad para algún escritor potencial? Yo, por mi parte, tengo en mente algo mucho menos oscuro, algo más palpable que eso; lo que me preocupa realmente es darles alguna idea sobre la relación entre el coleccionista de libros y sus posesiones, sobre el coleccionar más que sobre la colección. Es totalmente arbitrario que para ello me refiera a las variadas formas de adquirir libros. Éste o cualquier otro procedimiento funciona solamente como un dique en contra del torrente de recuerdos que surge ante cualquier coleccionista al contemplar sus posesiones. Toda pasión limita con lo caótico, pero la pasión del coleccionista limita con el caos de los recuerdos. Más que eso: la oportunidad, el destino, que antepone el pasado ante mis ojos están visiblemente presentes en la confusión cotidiana de estos libros. Pues, ¿qué otra cosa es esta colección sino un desorden al cual el hábito mismo ha acomodado hasta el punto de hacerlo parecer como orden? Ya todos habrán oído sobre personas a las que la pérdida de sus libros los ha convertido en desvalidos, o sobre aquellos que para adquirirlos se han vuelto criminales. Precisamente éstas son las áreas en las que cualquier orden no es más que un acto de equilibrio al filo del abismo. “El único conocimiento exacto que hay”, dijo Anatole France,(2) “es el conocimiento sobre la fecha de publicación y el formato de los libros”.(3) Y claro, si existe una contraparte a la confusión de una biblioteca, ella está en el orden de su catálogo. Por lo tanto, en la vida del coleccionista hay una tensión dialéctica entre los polos del orden y el desorden. Naturalmente su existencia está también ligada a muchas otras cosas: una extraña relación de pertenencia (algo acerca de lo cual trataremos más adelante); asimismo, una relación con los objetos que no enfatiza su valor funcional, utilitario –esto es, su utilidad- sino que los estudia y los ama como la escena, como el escenario de su destino. La fascinación más intensa para el coleccionista está en encerrar los objetos individuales en un círculo mágico en el cual quedan congelados una vez que la última emoción, la emoción de su adquisición, pasa sobre ellos. Cada cosa recordada y pensada, todo lo consciente, se convierte en el pedestal, en el marco, la base, el candado de sus propiedades. El periodo, la región, la manufactura, los dueños anteriores; para un verdadero coleccionista todo el trasfondo de un objeto se agrega en una enciclopedia mágica cuya quintaesencia es el destino de sus objetos. En este contexto, entonces, es que se puede entender cómo los grandes fisionomistas –y los coleccionistas son fisionomistas del mundo de los objetos- se hicieron grandes intérpretes del destino. Sólo basta con observar a un coleccionista manipular los objetos en su gabinete. Al sostenerlos en sus manos, parece estar viendo a través de ellos su pasado distante como si estuviera inspirado. Suficiente del lado mágico del coleccionista –de lo que podría decirse su imagen de la vejez. Habent sua fata libelli:(4) estas palabras pueden haber sugerido una declaración general acerca de todos los libros. Así, libros como La divina comedia, La ética de Spinoza, y El origen de las especies han tenido sus destinos. Un coleccionista, sin embargo, interpreta el refrán latino de forma diferente. Para él, no solo los libros sino los ejemplares de los libros tienen sus destinos. Y en este sentido el destino más importante de un ejemplar es su encuentro con ella, con su propia colección. No exagero al decir que para el verdadero coleccionista la adquisición de un libro viejo es el renacimiento de ese objeto. Éste es el elemento infantil, que en el coleccionista se mezcla con el elemento de la vejez. Porque los niños pueden lograr la renovación de la existencia de una cosa de un ciento de modos infalibles. Entre los niños, coleccionar es solo uno de los procesos de renovación; otros procesos incluyen pintar los objetos, recortar sus figuras, la aplicación de calcomanías; todo el rango de formas infantiles de adquisición, desde tocar las cosas hasta darles nombres. Renovar el viejo mundo: éste es el deseo más profundo del coleccionista cuando se ve impulsado a adquirir nuevas cosas, y ese es el por qué de que un coleccionista de libros viejos esté más cerca de lo esencial del coleccionar que el coleccionista de ediciones de lujo. ¿Cómo los libros pasan la barrera de una colección y se hacen propiedad de un coleccionista? La historia de su adquisición es el objeto de las siguientes reflexiones. De todos los modos de adquirir libros, escribirlos uno mismo es considerado el método más digno de alabanza. En este punto muchos de ustedes recordarán con placer la inmensa biblioteca que Wuz, el pobre maestro de escuela de Jean Paul,(5) adquirió gradualmente al escribir, él mismo, todos los trabajos cuyos títulos en catálogos de ferias de libros le resultaran interesantes; después de todo, él no tenía los medios para comprarlos. Los escritores son realmente personas que escriben libros no porque sean pobres, sino porque están insatisfechos con los libros que pueden comprar pero que no les gustan. Ustedes, damas y caballeros, podrían considerar ésta como una definición caprichosa de un escritor. Pero es que todo lo dicho desde el punto de vista del coleccionista verdadero resulta caprichoso. De los modos comunes de adquirir libros, el más apropiado para el coleccionista sería el de pedir un libro en préstamo sin que este tenga su correspondiente devolución. El auténtico prestatario de categoría, que consideramos aquí, demuestra ser un coleccionista empedernido no tanto por el fervor con el que guarda sus tesoros prestados, ni por los oídos sordos que opone a cualquier recordatorio de la legalidad proveniente desde el mundo cotidiano, sino porque no lee estos libros. Si mi experiencia ha de servir como evidencia, un hombre está más dispuesto a devolver un libro prestado, que a leerlo. Ustedes objetarán: ¿Y la no-lectura de libros debe ser característica de los coleccionistas? Podrían decir que para ustedes éstas son novedades. No lo son en absoluto. Los expertos me apoyarán cuando digo que es la cosa más vieja del mundo. Sea suficiente aquí con citar la respuesta que Anatole France tenía preparada para las personas vulgares que admirando su biblioteca terminaban con la pregunta de rigor:
Por cierto, he puesto a prueba el derecho a tal actitud haciendo lo contrario. Durante años, por lo menos durante el primer tercio de su existencia, mi biblioteca consistió en no más de dos o tres repisas que crecían tan solo unas pulgadas cada año. Esta fue su época militante, en la que ningún libro era incluido sin la certificación de haber sido leído. De esa manera yo nunca hubiera adquirido una biblioteca lo suficientemente extensa para ser digna de ese nombre, de no haber sido por la inflación. De repente las prioridades cambiaron; los libros adquirieron valor real, o en todo caso, se hicieron difíciles de conseguir. Al menos así parecía ser en Suiza. A última hora envié mis primeros grandes pedidos de libros desde allí y de esta forma me fue posible conseguir ítems irremplazables como Blauen Reiter (7) y Sage von Tanaquil de Bachofen,(8) que podían aún en ese tiempo obtenerse directamente de los editores. Ahora bien –podrían decir ustedes- después de explorar todos estos caminos deberíamos alcanzar finalmente la gran carretera de la adquisición de libros, es decir, la compra de libros. Esta es sin duda una vía muy amplia, pero nada cómoda. La compra realizada por un coleccionista de libros tiene muy poco que ver con la compra de libros que hace el estudiante de sus textos en una librería, con la compra del hombre de mundo que busca un regalo para su mujer, o la del hombre de negocios que busca alguna lectura para matar el tiempo de su próxima travesía en tren. Yo he realizado mis más memorables compras en viajes, estando de paso. La propiedad y las posesiones pertenecen a la esfera de lo táctico. Los coleccionistas son personas con un instinto táctico; su experiencia les ha enseñado que cuando toman una ciudad desconocida, la más pequeña tienda de antigüedades puede servir de fortaleza, la más remota librería puede ser una posición clave. ¡Cuántas ciudades se han abierto ante mí durante las expediciones por la conquista de algún libro! Ciertamente sólo una parte de las compras más importantes se llevan a cabo durante la visita a un comercio de libros. Los catálogos juegan un papel fundamental. Y aún cuando el comprador puede estar ampliamente familiarizado con algún libro que se pueda pedir por catálogo, el ejemplar individual siempre sigue siendo una sorpresa y su pedido una apuesta. Hay dolorosos desengaños, pero también hallazgos felices. Recuerdo, por ejemplo, que alguna vez pedí un libro con ilustraciones coloreadas a mano para mi vieja colección de libros para niños sólo porque incluía cuentos de hadas de Albert Ludwig Grimm (9) y fuera publicado en Grimma, Turingia. Grimma era también el lugar de publicación de un libro de fábulas(10) editado por el mismo Albert Ludwig Grimm. Con sus dieciséis ilustraciones mi ejemplar de este libro de fábulas era el único ejemplo extenso del trabajo temprano del gran ilustrador alemán Lyser,(11) quien vivió en Hamburgo a mediados del siglo pasado. Pues bien, mi intuición ante la consonancia de nombres fue correcta. En el ejemplar pedido, titulado Linas Mährchenbuch (12) también descubrí la obra de Lyser, un trabajo que ha permanecido desconocido para los bibliógrafos y que merece una referencia más detallada que la primera que introduzco aquí.
Una subasta requiere un conjunto distinto de cualidades en el coleccionista. Para el lector de un catálogo, el libro mismo debe hablarle, o posiblemente sus dueños anteriores si es que el origen del ejemplar ha sido establecido. Un hombre que participe en una subasta debe prestar igual atención al libro y a sus competidores, además de mantener la cabeza fría para evitar dejarse llevar por la competencia. Es un hecho frecuente que alguien resulte comprometido en una costosa transacción solo por haber seguido subiendo el valor de sus ofertas, más para afirmarse a sí mismo que para adquirir el libro. Por otra parte, uno de los mejores recuerdos de un coleccionista es el del momento en el que rescata un libro al que nunca le había dedicado ni uno solo de sus pensamientos, ni mucho menos una sola de sus miradas deseosas, sólo porque él lo encontró solitario y abandonado en algún mercado y decidió comprarlo para darle su libertad –del mismo modo en que el príncipe compra a una hermosa joven esclava en Las mil y una noches. Verán, para un coleccionista la libertad de todos los libros está en algún lugar de sus estantes. Hasta hoy, Lapeau de chagrin(13) de Balzac se destaca entre las largas filas de los volúmenes en francés de mi biblioteca, como un recuerdo monumental de mi más emocionante experiencia en una subasta. Esto sucedió en 1915 en la subasta Rümann organizada por Emil Hirsch,(14) uno de los más grandes expertos en libros y de los más distinguidos comerciantes. La edición en cuestión apareció en 1838 en París, place de la Bourse.(15) Al coger mi ejemplar, veo no sólo su número en la colección Rümann, sino también la etiqueta de la librería donde el primer dueño compró el libro hace noventa años por la octava parte de su precio actual. Dice: “Papeterie I. Flanneau”. Una buena época donde era posible comprar obras magníficas como ésta en un negocio de ese tipo. Porque los grabados de acero de este libro fueron diseñados por el más destacado artista gráfico francés,(16) y llevados a cabo por los más notables grabadores. Pero debo regresar ahora a la historia acerca de cómo conseguí este libro. Había ido con Emil Hirsch para una inspección anticipada de los libros, habiendo manipulado más de cuarenta o cincuenta volúmenes; ese libro en particular había despertado en mí los más ardientes deseos de quedármelo para siempre. Llegó el día de la subasta. Como el destino lo dispuso este ejemplar de La peau de chagrin fue precedida por un conjunto completo de sus ilustraciones impresas separadamente en papel India (17). Los ofertantes estaban sentados a lo largo de una mesa; en la diagonal al frente mío se sentó el hombre que fue el centro de atención de todas las miradas en la primera oferta, el famoso coleccionista de Múnich, el Barón von Simolin(18). Él estaba ampliamente interesado en este conjunto de ilustraciones, pero tenía varias ofertas rivales; en breve, hubo una acalorada competencia que produjo la más alta oferta de toda la subasta –muy superior a los tres mil marcos imperiales. Nadie parecía haber esperado semejante suma, y todos los presentes estaban muy emocionados. Emil Hirsch permaneció tranquilo, y ya sea que quisiera ahorrar tiempo, o que estuviera motivado por alguna otra consideración, prosiguió con el siguiente artículo, sin ninguna persona que le prestara realmente atención. Anunció el precio, y con mi corazón palpitando acelerado y la fuerte convicción de mi incapacidad para competir contra cualquiera de esos grandes coleccionistas ofrecí una suma algo mayor. Sin despertar el interés de los demás participantes, el anfitrión siguió la rutina de costumbre –“¿Alguien da más?” y los tres golpes de su mazo, con una eternidad que pareció separar a cada uno del siguiente- y procedió a añadir el recargo de subasta al precio final de la venta. Para un estudiante como yo la suma era aún considerable. Lo que pasó la mañana siguiente en la tienda de empeño no forma parte de ésta historia, y prefiero ahora hablar de otro incidente al que quisiera describir como lo negativo de una subasta. Sucedió el año pasado en una subasta de Berlín. La colección de libros ofrecidos era una miscelánea en cuanto a la calidad y a los temas, y solo un número de libros raros sobre ocultismo y filosofía natural eran dignos de notar. Ofrecí por algunos de ellos, pero cada vez me percataba de un caballero en la primera fila que parecía solo estar esperando por mis ofertas para oponerse con las suyas, evidentemente dispuesto a superarme. Después de que esto se repitió varias veces, había ya perdido cualquier esperanza de adquirir el libro que más me había interesado de ese día. Se trataba del raro Fragmente aus dem Nachlass eines jungen Physikers (19) que Johann Wilhelm Ritter había publicado en dos volúmenes en Heidelberg en 1810. Este trabajo nunca ha sido reimpreso, pero siempre he considerado su prefacio, en el que el autor-editor cuenta la historia de su vida a la manera de una necrología para su amigo anónimo supuestamente fallecido –que es realmente idéntico a él- como el más importante ejemplo de prosa personal del romanticismo alemán. Justo cuando el ítem se mostró tuve una brillante idea. Esta resultaba simple: ya que mi oferta inevitablemente entregaría el artículo en las manos del otro hombre, no debería hacer ninguna oferta. Me controlé y permanecí en silencio. Lo que esperaba resultó: ningún interés, ninguna oferta y el libro fue retirado. Me pareció oportuno dejar pasar algunos días, y cuando aparecí en el establecimiento después de una semana, encontré el libro en la sección de ejemplares de segunda mano y me beneficié de la falta de interés al adquirirlo. Una vez que nos hemos aproximado a las montañas de cajas con el propósito de sacar los libros y traerlos a la luz del día –o más bien, de la noche– ¡cuántos recuerdos surgen en uno! Nada resalta más claramente la fascinación de desempacarlos que la dificultad de detener esta actividad. Empecé al medio día, y llegó la media noche antes de que pudiera llegar hasta las últimas cajas. Ahora pongo mis manos sobre dos volúmenes encuadernados con tapas descoloridas que, estrictamente hablando, no deberían estar en un cajón de libros: dos álbumes con cromos(20) que mi madre había pegado de niña y que yo he heredado. Son las semillas de una colección de libros para niños que siguen creciendo aún hoy, aunque ya no en mi jardín(21). No existe una biblioteca que no contenga un número de creaciones poco comunes parecidas a un libro. No es necesario que sean álbumes de cromos o familiares, libros de autógrafos, pandectas o textos edificantes; algunas personas se sienten ligadas a volantes y prospectos, otros a facsímiles de manuscritos o a copias tipografiadas de libros imposibles de conseguir; y por supuesto las publicaciones periódicas pueden formar los bordes prismáticos de una biblioteca. Pero regresando a aquellos álbumes: actualmente la herencia es la forma más consistente de adquirir una colección. Puesto que la actitud de un coleccionista hacia sus posesiones se deriva de un sentimiento propio de responsabilidad hacia su propiedad. Esta es, en el más alto sentido, la actitud de un heredero, y el rasgo más distintivo de una colección siempre será su heredabilidad. Deberán saber que al decir esto me doy cuenta plenamente de que mi discusión del clima mental del coleccionar refirmará en cualquiera de ustedes sus convicciones acerca de que esta pasión, desde el principio de los tiempos, produce desconfianza hacia el personaje del coleccionista. Nada está más alejado de mis propósitos que el cuestionar las convicciones o desconfianzas de ustedes. Pero debe notarse una cosa: el fenómeno de coleccionar pierde su significado cuando pierde a su propietario. Aún cuando las colecciones públicas pueden ser menos objetables socialmente y más útiles académicamente que las colecciones privadas, los objetos adquieren su valor sólo en estas últimas. Sé que el tiempo se acaba para el personaje acerca del que discuto aquí, y que he representado para ustedes, un poco ex officio. Pero, como lo dijo Hegel, sólo cuando llega la oscuridad la lechuza de Minerva alza su vuelo.(22) Solo en su extinción es comprendido el coleccionista. Ahora estoy en la última caja a medio vaciar y hace tiempo ha pasado ya la media noche. Otros pensamientos me ocupan, diferentes de aquellos de los hablo aquí – no pensamientos, sino imágenes, recuerdos. Recuerdos de las ciudades en las que encontré tantas cosas: Riga, Nápoles, Múnich, Danzig, Moscú, Florencia, Basilea, París; recuerdos de los suntuosos salones de Rosenthal (23) en Múnich, del Stockturm (24) en Danzig donde el difunto Hans Rhaue (25) residía, del húmedo sótano de libros de Süssengut (26) al norte de Berlín; recuerdos de los cuartos en los que estos libros han sido alojados, de mi cuartucho de estudiante en Múnich, de mi habitación en Berna, de la soledad de Iseltwald en el lago de Brienz, y finalmente de mi cuarto de infancia, la antigua ubicación de tan solo cuatro o cinco de los varios miles de volúmenes arrumados a mi alrededor. ¡Suerte del coleccionista, suerte del hombre en privado! Nadie ha sido menos requerido, y nadie se ha sentido más a gusto que aquel que fue capaz de llevar su mal reputada existencia (27) detrás de la máscara del “Ratón de biblioteca” de Spitzweg. Porque en su interior hay espíritus, o por lo menos geniecillos, que se encargan de que para el coleccionista -y me refiero a un verdadero coleccionista, a un coleccionista como debe ser- la propiedad sea la relación más íntima que pueda tener con los objetos. No es que estos cobren vida en él; él es quien vive en ellos. Así que he levantado una de sus moradas, con libros como bloques de construcción, ante ustedes, y ahora el coleccionista desaparecerá en ella, como es pertinente. Notas. (1) Título original: Ich packe meine Bibliothek aus. Eine Rede über das Sammeln. Para la presente traducción se han utilizado el texto del ensayo en alemán inserto en Gesammelte Schriften [Colección de escritos] (Volúmen IV, parte I. Editado por Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhauser. Frankfurt am Main: Suhrkamp Verlag, 1972-. pp. 388-396), y la traducción al inglés por Harry Zohn (Illuminations [Iluminaciones]. Editado y con una introducción por Hannah Arendt. New York: Schoken Books, 1968. pp. 59-67). En Gesammelte Schriften se menciona que este ensayo se publicó originalmente en Die literarische Welt 7 (N° 29, 17 julio 1931, pp. 3-5; N° 30, 24 julio 1931, pp. 7-8), aunque con algunos errores. En español ha sido traducido indistintamente como Traslado mi biblioteca, Desembalo mi biblioteca, Desembalando mi biblioteca, Saco mi biblioteca de las cajas. (2) Anatole France fue el seudónimo del escritor francés Anatole François Thibault (1844-1924). Hijo de un librero, se desempeñó como bibliotecario del Senado francés de 1876 hasta 1890. Los libros, las bibliotecas y los bibliófilos son temas recurrentes en sus obras literarias, siendo tal vez el personaje más conocido el bibliotecario Sr. Sariette de La rebelión de los ángeles. Premio Nobel de Literatura en 1921 por el conjunto de su obra. (3) No obstante que las notas y citas al ensayo de Benjamin en Gesammelte Schriften no mencionan la fuente de esta frase, se ha señalado en varias traducciones como proveniente de El jardín de Epicuro. Se trata en realidad de un pasaje del cuento La camisa (incluído en la colección Las siete mujeres de Barba-Azul). En él, el bibliotecario real Chaudesaigues al describir a su colega Froidefond, elogia su trabajo de catalogador y su ignorancia del contenido real de los libros que a él le resultan perturbadores: Vive catalogalmente. Conoce el título y la forma de todos los volúmenes que cubren las paredes y de este modo posee la sola ciencia exacta que se puede adquirir en una biblioteca; por no haber penetrado jamás en el interior de un libro se ha librado de la reblandecida incertidumbre, del múltiple error, de la duda espantosa, de la inquietud horrible, monstruos que la lectura crea en un cerebro fecundo; y vive tranquilo, sosegado, felíz. (Obras completas de Anatole France. Buenos Aires, Editorial Intermundo, 1946. Tomo VI, p. 477). (4) Habent sua fata libelli [Los libros tienen su destino]: Parte de un verso de la obra De litteris, de syllabis, de metris compuesta por el gramático latino de origen africano Terenciano Mauro (segunda mitad del siglo II d.C.). El verso completo (nº 1286 capítulo II De litteris) forma parte de las reflexiones del autor sobre el grado de acogida que tendría su obra entre los lectores: Pro captu lectoris habent sua fata libelli [De la capacidad del lector depende el destino de sus libros]. (5) Jean Paul fue el nombre que adoptó el escritor alemán Johann Paul Friedrich Richter (1763-1825), autor de la novela corta Leben des vergnügten Schulmeisterlein Maria Wutz in Auenthal [Vida del alegre maestrito Maria Wutz en Auenthal], a cuyo protagonista alude Benjamin. Originalmente inserto en la novela Die Unsichtbare Loge. Eine Biographie [La logia invisible. Una biografía] editada en Berlín en 1793, se ha publicado también por separado. En español se ha editado recientemente (2008) bajo el título de Vida del risueño maestrillo María Wuz de Auenthal. Una especie de idilio. (6) Al parecer, en este pasaje Benjamin realizó una adaptación libre del siguiente texto: [a los bibliófilos] creemos confundirlos diciéndoles que no leen sus libros. Mas uno de ellos ha respondido sin dubitación: ¿Y vosotros coméis en los antiguos platos que coleccionáis? (El jardín de Epicuro. Buenos Aires, Biblioteca Las Grandes Obras, sin año de edición, p. 57). (7) Der Blaue Reiter [El jinete azul]: Almanaque publicado en 1912 por el colectivo de artistas del mismo nombre, fundado en 1911 por los expresionistas Wassily Kandinsky y Franz Marc en la ciudad de Múnich. Contiene las reproducciones de más de 140 obras de arte, además de 14 ensayos y artículos. (8) Sage von Tanaquil [La leyenda de Tanaquil]: Ensayo del suizo Johann Jakob Bachofen (1815-1887). Publicado en Heidelberg en 1870, se refiere a la reina Tanaquil perteneciente al período de la historia de Roma conocido como el de los Reyes Etruscos. Bachofen desarrolló una teoría sobre el matriarcado en la antigüedad. Benjamin escribió un ensayo titulado precisamente Johann Jakob Bachofen en 1934, que permaneció inédito hasta 1954. (9) Albert Ludwig Grimm (1786-1872), escritor, profesor y político alemán. Autor de varios libros de literatura infantil y juvenil. Aunque contemporáneo de los famosos hermanos Grimm, no guardaba ninguna relación con ellos. (10) Fabelbuch [Libro de fábulas]. En las citas sobre el ensayo de Benjamin en Gesammelte Schriften se identifica erróneamente a este libro como Fabel-Bibliothek für Kinder, oder die auserlesensten Fabeln alter und neuer Zeit [Biblioteca de fábulas, o las más selectas fábulas antiguas y modernas], editado en Frankfurt (y consignado por error como editado simultáneamente en Grimma) en 1827. Adviértase además que en la referencia se ha sustituído die Jugend por Kinder. Si bien éste se trata de la primera edición del fabulario de Grimm, es casi seguro que Benjamin, por la relación de coincidencia que establece en el ensayo entre el autor, el lugar de edición del fabulario y el ilustrador, se refiere a la reedición titulada Fabel-Buch, oder, Sammlung der auserlesensten Fabeln alter und neuer Zeit zur Belehrung und Bildung für fleissige Kinder [Fabulario, o, colección de las más selectas fábulas antiguas y modernas para la instrucción y formación de los niños aplicados], editado en Grimma por Julius Moritz Gebhardt en 1836, que contiene ilustraciones de Lyser. (11) Johann Peter Lyser fue uno de los varios seudónimos empleados por el escritor, músico, pintor, dibujante y crítico Ludewig Peter August Burmeister (1804-1870). Otros seudónimos que también empleó fueron Luca fa presto, e Hilarius Paukenschläger. Benjamin lo menciona reiteradamente en varios de sus escritos, entre ellos en Viejos libros infantiles (1924) y Panorama del libro infantil (1926). Gershom Scholem, en su libro Historia de una amistad (1975) rememora que fue testigo personal del entusiasmo de Benjamin por la obra de Lyser. (12) Lina’s Mährchenbuch [El libro de los cuentos de hadas de Lina], editado probablemente en 1837. (13) La peau de chagrin [La piel de zapa]: Una de las novelas más célebres de Honoré de Balzac (1799-1850), donde una mágica pieza de cuero cumple los deseos de un hombre, a cambio de disminuirle su vitalidad física hasta ocasionarle la muerte. (14) Emil Hirsch (1866-1954) fue un famoso librero anticuario que se inició a órdenes de Jaques Rosenthal en Múnich, para luego abrir su propio negocio en la Karolinenplatz de esa misma ciudad. De origen judío al igual que Rosenthal, emigró a Nueva York en 1936, donde prosiguió sus actividades hasta su muerte. Hirsch editó en Múnich el catálogo de la colección Rümann titulado Sammlung Arthur Rümann. Illustrierte Werke und Graphik des neunzehnten Jahrhunderts in Erstdrucken mit Vorwort von Karl Voll. Versteigert am 27. und 28. November 1916, Eden-Hotel [Colección Arthur Rümann. Obras ilustradas y gráficos del siglo XIX en primeras ediciones con un prólogo de Karl Voll. Subastado el 26 y 27 de noviembre 1916, Hotel Eden]. Philippe Ivernel, en una de las notas en su traducción al francés del ensayo de Benjamin, ha identificado como propietario de la colección subastada al historiador de arte y de libros para niños Arthur Rümann (1888-1963). (15) Primera edición ilustrada. Editores: H. Delloye y Victor Lecou. (16) librairie curiosa menciona como diseñadores de las ilustraciones a “Baron, Janet-Lange, Gavarni, Français, Marckl” y como grabadores a “Brunellière, Nargeot, Langlois (…) Félicie Fournier (…) Janet-Lange”. (17) Conocido también como papel China, es un papel delgado y muy resistente, a menudo identificado como papel Biblia. (18) Rudolf Barón de Simolin (1885-1945), coleccionista de obras de arte y mecenas. En su colección se contaban cuadros de pintores de la talla de Cézanne, Degas, Derain, Renoir, van Gogh, Kokoschka, Liebermann, Beckmann, entre otros. (19) Fragmentos póstumos de un joven físico de Johann Wilhelm Ritter (1776-1810), científico y filósofo alemán, que destacó por sus investigaciones sobre el galvanismo, la pila voltaica y la electroquímica. Descubridor de los rayos ultravioleta en 1801. (20) En el original, la palabra alemana oblaten (obleas, en sentido estricto) designa a los cromos o estampas de colores con imágenes infantiles de estilo victoriano, a menudo troquelados, en relieve y adhesivos, coleccionados en álbumes y hoy en día muy buscados por los coleccionistas e incluso reimpresos. En alemán se les designa además como glanzbilder, lackbilder, reliefs, rosenbilder, vielliebchen, y poesiebilder. En inglés se les conoce como scraps, cuts, o chromos. En francés, feuilles. Se debe advertir que oblaten ha sido erróneamente traducido al español en algunas versiones de este ensayo como “flores disecadas”. (21) Benjamin alude con seguridad a la colección de libros infantiles que pasó a propiedad de su ex esposa luego de su divorcio en 1930. (22) En la introducción a Grundlinien der Philosophie des Rechts [Elementos de la filosofía del Derecho] (1821) del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831). Aunque se ha popularizado la expresión el búho de Minerva, lo correcto es referirse a la lechuza de Minerva, o más precisamente a una especie de ésta llamada mochuelo. La lechuza era considerada como atributo de la diosa Minerva (o Atenea para los griegos), y por extensión como símbolo de la sabiduría y de la filosofía, tal como lo demuestran las múltiples expresiones artísticas (numismática, cerámica, escultura) de la antigüedad que han llegado hasta nosotros. (23) Se refiere al edificio de la librería anticuaria de Jacques Rosenthal (1854-1937), ubicada en la Brienner Strasse en Múnich. Construído entre 1909-1911, llegó a ser uno de los edificios más representativos de la ciudad. En 1935 su propietario, de origen judío, se vio obligado a venderlo muy por debajo de su precio real a los nazis, quienes lo convirtieron en la sede para la Alta Baviera de la organización Kraft durch Freude. Destruído por los bombardeos de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, fue luego reconstruído. (24) El Stockturm und Peinkammer (Torre de la prisión y Casa de la tortura; Wieża Więzienna i Katownia en polaco) es un complejo edificado a mediados del siglo XIV como parte de las fortificaciones que rodeaban la entonces ciudad alemana de Danzig (actual Gdansk en Polonia). Fue utilizada a través del tiempo como prisión, lugar de ejecuciones y depósito militar. Su aspecto actual data del siglo XVI. Hoy sede del Museo del Ámbar, anexo al Museo Histórico de Gdansk. (25) Hans Rhaue, autor de Das Exlibris. Ein Handbuch zum Nachschlagen [Exlibris: un manual de referencia], editado en Zürich en 1918, y del folleto Der Stockturm in Danzig [El Stockturm en Danzig], publicado en esa ciudad en 1923 y 1924. (26) Librería anticuaria de Heinrich Süssenguth, que se ubicaba en la Oranienburgerstrasse de Berlín. (27) Al respecto, Anatole France escribió: La afición a los libros es una afición laudable. Nos hemos burlado de los bibliófilos y después de todo quizá se presten a burla: es el caso de todos los enamorados. Pero sería preferible envidiarlos, puesto que han llenado su vida de larga y apacible voluptuosidad. (El jardín de Epicuro. Buenos Aires, Biblioteca Las Grandes Obras, sin año de edición, p. 57). |
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