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(Oldenburg, 1883 - Basilea, 1969) Psiquiatra y filósofo existencialista alemán. Aplicó su reflexión al drama humano y a sus problemas principales: la comunicación, el sufrimiento, la culpabilidad o la muerte, y fue uno de los pensadores que conformaron el existencialismo y la fenomenología. En el campo de la psicología se alineó junto a Wilhelm Dilthey, e impulsó la aplicación de la fenomenología en psiquiatría, en la búsqueda de una explicación más subjetiva que genética de los fenómenos psicológicos. En su opinión, las relaciones humanas deben ser concebidas como formas de un "combate amoroso" que oscila sin cesar entre el amor y el odio, teoría que le aproxima al psicoanálisis de Freud. Estudiante de leyes (1901), Karl Jaspers resolvió finalmente graduarse en medicina tras un largo viaje a Italia (1902). Durante los años de colegio había leído a Spinoza, de quien aprendió la prudencia intelectual. En 1908 estudió las obras de Edmund Husserl, y empleó su fenomenología para la descripción de las experiencias psicopáticas; aun cuando quedara desilusionado de Husserl en cuanto filósofo (dijo que transformaba la filosofía en ciencia), Jaspers admiraba mucho su método, su rigor intelectual y la superación del "psicologismo que tiende a resolver todos los problemas mediante un determinismo psíquico". Desde el principio de su carrera de médico, bajo la dirección del gran psiquiatra y anatomista del cerebro Franz Nissl, se interesó por las enfermedades mentales, y en 1913 publicó su Psicopatología general, que le valió una cátedra de patología en Heidelberg. Aquel mismo año, el joven médico descubría a Sören Kierkegaard, quien le llevó definitivamente "a la filosofía como pensamiento consciente y metódico, que descansa únicamente sobre sí mismo". Es curioso comprobar que Karl Jaspers (que junto con Martin Heidegger fue el filósofo existencialista alemán más ilustre) entendió la obra de Kierkegaard sobre todo como una lección de "probidad" y "seriedad"; para Jaspers, sin embargo, "ni la teología ni la filosofía pueden fundamentarse en Kierkegaard". La Primera Guerra Mundial (tras la cual "la filosofía, con toda su gravedad, se hacía todavía más importante de lo que fuera") y singularmente la muerte de su maestro, el sociólogo Max Weber, a quien había conocido en 1909, indujeron a Jaspers a aceptar, en 1921, la cátedra de filosofía. En 1919 había publicado la segunda de sus obras sistemáticas, Psicología de las concepciones del mundo, que entonces consideró "una obra juvenil muy presuntuosa"; contenía "una filosofía disimulada y que confundía sus conclusiones, erróneamente, con las comprobaciones de una psicología objetiva". Y, así, empezó a establecer una filosofía no como ciencia ni como teoría del conocimiento, sino como una "práctica" para "llegar al ser", resultado "del shock ocasionado por la misma vida". Partiendo, pues, de una aclaración psicológica de la existencia, Jaspers consigue una introducción metafísica y lógica en la trascendencia, respecto de la cual reconoce que la filosofía no puede ofrecer "ningún conocimiento positivo semejante al de carácter científico", y ello aun cuando rechace "la garantía de una revelación", incluso la del Dios cristiano al cual adora. Para él, por lo tanto, la exigencia filosófica falla "en cuanto realización concreta", pero ofrece "a quien sabe obedecer, el verdadero ser propio". Tales investigaciones aparecieron en 1932 en los tres tomos de Philosophie (I. Philosophische Weltorientirung. - II. Existenzerhellung. - III. Metaphysik), que llegan desde la "conciencia del carácter fenoménico de lo real" hasta la aclaración de la comprensión infinita. A tal obra siguieron otras de menor amplitud: Situación espiritual de nuestro tiempo (1931), La fe filosófica (1948), Origen y sentido de la historia (1949), Razón y contrarrazón de nuestro tiempo (1950) e Introducción a la filosofía (1953). Jaspers preparó otras dos grandes obras: una Lógica filosófica (1947), que tendía a ser una "verificación de conciencia lógica de nuestro tiempo", y cuyo primer tomo, De la verdad, apareció en 1947; y una historia universal de la filosofía, de la que los libros Descartes und die Philosophie, donde figuran los orígenes de los modernos errores filosóficos, y Nietzsche, Introducción a la comprensión de su doctrina filosófica (1936) son un primer esbozo. En 1938 publicó su Filosofía de la existencia, obra constituida por tres conferencias dadas en Francfort. Es de destacar, finalmente, la valerosa oposición de Jaspers al nazismo, lo que, sin embargo, no le impidió declarar en 1945: "No soy un héroe, y no quiero pasar por tal". En 1951 dio a la imprenta, bajo el título Balance y perspectivas, una colección de textos diversos. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el filósofo alemán abogó por la reconstitución en su país de una universidad nueva, en la que desapareciera cualquier rastro del régimen nazi. Ello quedó reflejado en la monografía El concepto de universidad, de 1946. Posteriormente dedicó gran parte de su producción ensayística a la divulgación didáctica de las ideas de la filosofía y al debate sobre el papel de dicha disciplina, con títulos como Los grandes filósofos (1957) y Revelación y fe en la filosofía (1962). Jaspers también redactó el libro de corte historiográfico La bomba atómica y el destino del hombre (1958), en el que expresaba sus particulares concepciones sobre la historia. Decepcionado por el devenir político de su nación, el pensador renunció en 1967 a la nacionalidad germana y se convirtió en ciudadano de la Confederación Helvética. Un año antes había editado el volumen ¿Adónde va Alemania?, donde justificaba su decisión al respecto. |
Biblioteca. |
La biblioteca privada del filósofo Karl Jaspers, fue comprada por la universitaria de la Universidad de Oldenburg (Alemania). Son nada menos que 11.000 libros que hasta hace poco estaban en posesión de Hans Saner, quien fue el último asistente personal del filosofo Jaspers. Además del interés "bibliófilo" del asunto, es por supuesto de mayor relevancia el hecho de que una parte importante de la biblioteca de Jaspers muestra los trazos de su lectura por parte del filósofo y permitirá ahondar en su pensamiento a través de su confrontación con la literatura filosófica. Según comenta H.-J. Wätjen, director desde 2000 de la biblioteca de la Universidad de Oldenburg, "los rastros de la lectura (Lektürespüren) son el verdadero valor de la biblioteca", pues "en ellos se puede apreciar cómo trabajaba y pensaba Karl Jaspers". En los libros se encuentran, además de las anotaciones manuscritas del filósofo, "hojas sueltas y recensiones" que se planea escanear y ofrecer en línea a través del catálogo de la biblioteca.
... (Ejemplar de la Kritik der reinen Vernunft de Kant en el legado de Jaspers) Nota. Desde hace algunas semanas, estos libros del filósofo fallecido en 1969, se agolpan en la Universidad de Oldenburg, la ciudad de nacimiento del gran pensador. Empacados en cartón blanco, los casi 11.000 libros esperan allí ser catalogados. Luego, toda la biblioteca irá a la planeada casa Karl Jaspers, en Oldenburg, Alemania. "Todos los días descubrimos sopresas", afirma el director de la biblioteca de la universidad, Hans-Joachim Wätjen. Muchos libros contienen anotaciones al margen con lápiz, subrayados o incluso apuntes en pequeños papeles. "Se puede ver en los libros como Jaspers trabajó con ellos. Eso representa el valor de la biblioteca". Hasta octubre, la amplia colección se encontraba en la casa del último secretario privado de Jasper y su biógrafo Hans Saner, que la heredó tras la muerte de la esposa de Jasper, Gertrud, en 1974. "Él quería que tras su muerte su biblioteca fuera conservada entera", explica Wätjen. Por eso, decidió venderla a la universidad. Fueron necesarios dos transportes para trasladar la biblioteca de Basilea a Oldenburg. "La casa de Jaspers estaba llena de libros", cuenta Wätjen. Su colección abarca obras médicas, psicológicas y filosóficas que van de la Antigüedad, pasando por la Edad Media hasta la Época Contemporánea. Saner incluso alquiló una segunda casa para poder albergar todos los libros, de la misma forma en que los había ordenado Jaspers. Así y todo, no alcanzó el lugar. "Los libros estaban en la cocina, el cuarto, el sótano, en todos lados", dice Wätjen. La universidad empacó los libros de la misma forma en que estaban en las estanterías, y en este orden serán catalogados. Tres empleados están ocupados en las últimas dos semanas con pasar cada uno de los tomos al ordenador. Además, anotan si los libros tienen subrayados o anotaciones. Las notas o artículos de diarios que se encuentran en ellos son escaneados. "Cada libro es distinto", explica Edelgard Brau. "En ellos hay verdadera vida". Ella y su colega acaban de descubrir en uno de ellos una postal que Gertrud Jaspers envió desde Bélgica a una tal Madame Betty Gottschalk. El texto es difícil de decodificar. Algunos de los libros tienen dedicatorias. Es así como Hannah Arendt, alumna de Jaspers, escribió en 1955 en su "Elementos y orígenes del dominio total": "Para Jaspers con agradecimiento y devoción, hoy al igual que hace 30 años. Y para su esposa, con amor y un poco de temor". Todo esto podrá ser leído por los investigadores en el catálogo en Internet, que debe conformar una especie de recorrido virtual por la biblioteca privada de Jaspers. Un recorrido realista será posible probablemente a partir de mediados del año que viene en la casa Karl Jaspers, donde Wätjen y sus colaboradores reconstruirán la colección. También podrá verse el antiguo cuarto de trabajo del filósofo, cuya reconstrucción Saner encomendó a la universidad. e encuentran el escritorio de Jaspers, su tintero, su sello y su máquina de escribir, en la que Gertrud escribía sus dictados. En base a la biblioteca de Jaspers, los investigadores de Oldenburg, Heidelberg, Graz y Basel sacarán una edición crítica de su obra, que consistirá en unos 50 tomos. |
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La Universidad Carl von Ossietzky de Oldemburgo (en alemán: Carl von Ossietzky Universität Oldenburg) o simplemente Universidad de Oldemburgo, es una universidad pública alemana situada en la ciudad de Oldemburgo, en la Baja Sajonia. |
Este año 2024, se celebran los 50 años de la Revolución de los Claveles, que fue un golpe de Estado llevado a cabo por militares izquierdistas portugueses el 25 de abril de 1974 en Portugal, que permitió el fin del " Estado Nuevo", que gobernaba desde el año 1925. Mediante dicho golpe, llegó el fin de una larga dictadura de 48 años, se restauró la democracia en Portugal y lo más importante permitió el fin del Imperio colonial portugués antes de concluir 1975. Portugal fue primer imperio colonial europeo existente, y el último en desaparecer. En Mozambique y Angola, los grupos rebeldes entraron prontamente a una guerra civil después de la retirada portuguesa, con gobiernos comunistas entrantes respaldados por la Unión Soviética, Cuba, y otros países comunistas y grupos de insurgentes apoyados por naciones como Zaire, Sudáfrica, y los Estados Unidos. Portugal ingreso a las Comunidades Europeas, actual Unión Europea, en año 1985, como un país miembro. Fin del Imperio portugués. El Imperio portugués es el nombre que recibió el conjunto de Portugal y sus territorios, en diferentes fases y extensión, desde el siglo xv hasta el siglo xx; se formó en la Era de los descubrimientos, durante la cual ocupó un lugar predominante conjuntamente con el Imperio español, siendo una de las más poderosas y ricas potencias de la época. Las primeras colonias portuguesas al sur del Sahara (después de las bases norteafricanas anteriores) se establecieron primero en el oeste africano, en la India y en el este de África, desde el final del siglo xv. Este imperio, que se extendió por el mundo en la primera mitad del siglo xvi, desde Brasil hasta las Molucas y el enclave comercial de Nagasaki, estaba conformado, sobre todo durante su primera fase, por las ciudades propiamente portuguesas (Goa, p.e.); las factorías comerciales, o construcciones en ciudades bajo protectorado portugués o no portuguesas, realizadas exclusivamente para el comercio (Chittagong, p.e.) y las bases comerciales, o zonas de intercambio directo (ciudades no portuguesas sin edificios cuyo mercado lo realizaban desde las propias cargas del barco). Es considerado uno de los diez imperios más grandes de la humanidad desde que se registraron civilizaciones, y el primer pluricontinental. A principios del siglo xvi, Portugal tenía flotas y ejércitos en los cinco continentes. El Imperio portugués pasó a pertenecer a la Monarquía Hispánica durante el reinado de Felipe II y se separó en el reinado de Felipe IV (1580-1640). Portugal perdió las ultimas colonias que le quedaban cuando se independizaron en el año 1975, siendo esta la fecha de disolución formal del Imperio portugués, si bien el Imperio fue perdiendo poder paulatinamente con el proceso de decadencia iniciado en el siglo xvii, estando marcado este proceso por la independencia de la que fuera la más importante de las colonias portuguesas, Brasil, en el año 1822. Importancia de las colonias.
La nación portuguesa nació en en el año 1139, cuando Alfonso I se autoproclamó rey de Portugal independizándose el condado de Portugal del del reino de León; El Imperio colonial portugués comenzó con la batalla de Ceuta de 1415, y duró hasta el año 1975, fueron unos 560 años. |
Portugal 1974. La Revolución de los Claveles. Antecedentes Entre 1820 y 1834 (cuando los miguelistas y la antigua nobleza fueron definitivamente derrotados) por la burguesía portuguesa y sus políticos llevaron a cabo una lucha contra el viejo régimen, llegando hasta el punto de la guerra civil. La burguesía portuguesa destruyó entonces, lo que quedaba de las viejas relaciones feudales de producción y el Estado absolutista que sobre ellas se erguía, a través de la desaparición del diezmo y la sisa (impuesto de transmisión de propiedades) y las restricciones al comercio y la producción. Abolió el mayorazgo (los privilegios del hijo varón primogénito) y expropió las órdenes religiosas monacales, volviendo plenas la posesión y transacción de la tierra. Implantó una Constitución y creó un parlamento, separando los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Pero la burguesía era demasiado débil como clase. Esto sólo era consecuencia del atraso económico del país, con una industria incipiente, un comercio arruinado por la independencia de Brasil, el lastre de los terratenientes y, como corolario, el escaso peso social de la burguesía. El resultado de todo esto fue la incapacidad de la burguesía portuguesa de llevar a cabo el conjunto de tareas históricas que le competían a su revolución. Al contrario de lo que ocurrió en la Revolución Francesa de 1789, la burguesía portuguesa fue incapaz de llevar a cabo una reforma agraria que repartiese la gran propiedad entre los campesinos. No acabó con los latifundios de la nobleza, y las tierras expropiadas a la Iglesia fueron divididas entre ella y los latifundistas. Fue incapaz de proceder a la modernización del país. El ímpetu de progreso del fontismo fue sólo posible gracias al período de crecimiento general que el capitalismo disfrutó entre 1848 y 1870. No consiguió alterar el papel de Portugal en la división internacional del trabajo; no liberó al país de la asfixiante tutela del imperialismo inglés, que era el principal socio comercial. Finalmente, no sólo no abolió la monarquía, sino que tuvo que apoyarse en uno de los partidos dinásticos que luchaban por el trono. Para colmo, fue obligada a aceptar una Constitución otorgada por Don Pedro y no redactada por los políticos burgueses, una Constitución que, por cierto, ¡permaneció en vigor, con alteraciones mínimas, hasta la implantación de la República en 1910! Y no es necesario comentar lo que significó la carrera de la burguesía para conseguir títulos nobiliarios después de la victoria sobre la antigua nobleza... I Republica Portuguesa. La burguesía portuguesa fue incapaz de llevar a cabo las tareas que le competían históricamente. Estos fracasos no se dieron por casualidad o mala suerte. Para modernizar el país, para impulsar su industrialización, eran necesarias tres cosas: capitales, mercados y mano de obra. Los capitales eran escasos y, además, teniendo en cuenta la cerrada competencia externa —en especial la británica—, no eran invertidos en su mayor parte en la industria. Era mucho más seguro invertir en la adquisición de inmuebles, en la especulación, en el comercio y en la financiación de la deuda pública a través de títulos del Tesoro. Fue lo que la burguesía hizo. Buscando un buen margen de beneficio, se inhibió de invertir en la industria, precisamente al contrario que en los países avanzados. El mercado interno era escaso, debido a la baja renta de una población dividida entre una masa de campesinos que disponían de poco más que lo suficiente para vivir, un proletariado cuyos salarios siempre estaban bajo presión por la “necesidad de abaratamiento del factor trabajo” y una pequeña burguesía urbana muy frágil. El atraso del campo, a su vez, limitaba la adquisición de productos industriales. Quedaban los mercados coloniales, pues los restantes, los de los países desarrollados, estaban excluidos por la débil productividad de la economía portuguesa, sin posibilidades de vencer en el mercado mundial. Finalmente, la mano de obra sólo podía ser liberada en el campo con la modernización agrícola, mas ésta era imposible mientras la estructura social agraria permaneciese dividida en una enorme base de millares y millares de familias campesinas sin capital, muchas veces sin tierra o con poca tierra, y una oligarquía agraria que no sentía ningún estímulo para invertir, al disponer de una vasta y barata mano de obra. Era precisamente esta composición social del campo lo que confería poder e influencia a los terratenientes. Alterar la posición relativa de Portugal en la división internacional del trabajo, esto es, su papel en el mercado mundial, significaba enfrentarse a los intereses ingleses, que tutelaban, de hecho, la economía nacional. Esto no se podía hacer. El capitalismo portugués necesitaba los capitales y préstamos internacionales, sobre todo británicos. También necesitaba los mercados coloniales. No se podía, simplemente, enfrentarse a “la señora de los mares” (Gran Bretaña); además, la burguesía portuguesa temía que los conflictos anglo-germanos se resolviesen con el reparto de las colonias lusas. En la cuestión de la dependencia imperialista del país los burgueses tenían las manos atadas, y si se realizaba una política proteccionista no era lo suficientemente agresiva como para eliminar la cuota de mercado interno de los exportadores británicos. Los políticos republicanos burgueses, una vez en el poder, abandonaron la retórica nacionalista y anti inglesa para convertirse a las “razones de Estado”. Las mismas “razones de Estado” que estuvieron detrás de la participación en la guerra imperialista de 1914-18 al lado de la “vieja aliada”. También tenía la burguesía que expropiar a los latifundistas, abrir paso a la modernización del campo, liberar mano de obra para la industria y, en fin, modernizar el país. Pero no podía. Para llevar a cabo esa tarea necesitaba apoyarse en el proletariado y en las masas de la pequeña burguesía urbana (como se vio cada vez que frenó una intentona monárquica). La burguesía industrial no se oponía al latifundio, a las dimensiones de la propiedad agraria. Ciertamente, le molestaba la excesiva influencia de los intereses latifundistas, pero en el fondo temía más al “pueblo” que a la reacción ultramontana. Estado Novo. Perdiendo apoyo social, enredado en una pavorosa crisis financiera —sólo en 1921 el escudo pierde cuatro veces su valor en relación a la libra, y los precios, con un índice 100 en 1910, llegaron a 2.658 (!) en 1924—, sufriendo los problemas propios de la debilidad económica del país, sumergiéndose en una inestabilidad política extrema (26 Gobiernos, 3 golpes militares, 4 elecciones generales y sólo un mandato presidencial completo, en el período 1919-1926), y siendo ya más un estorbo que un apoyo para los negocios, el régimen parlamentario zozobraba. La burguesía se daba cuenta de que su propio sistema político no funcionaba, clamaba por la desaparición de los sindicatos y partidos obreros. Aspiraba a un Gobierno que administrase sus intereses comunes, que fuese un árbitro supremo entre sus diferentes sectores, y, sobre todo, que fuese capaz de imponer orden. ¡Orden en los presupuestos! ¡Orden en el Estado! ¡Orden en las calles! Aspiraba a un Estado fuerte y apelaba abiertamente a los militares. Y, finalmente, el golpe vino. ¡Saludado hasta por “demócratas” republicanos! El Estado Novo (la dictadura salazarista) fue la solución que permitió gestionar los intereses divergentes de las clases poseedoras y contener al naciente movimiento obrero y el descontento de las masas populares. Al contrario que los de Italia o Alemania, el fascismo portugués nunca llegó a contar con apoyo de masas, aunque en los años treinta se realizaran las escenificaciones de poder del fascismo portugués. Constitucionalmente la organización estatal era semejante, pero en Portugal el régimen nunca llegó a poder utilizar realmente la pequeña burguesía urbana como un ariete contra el proletariado. Su principal base de apoyo no estaba en la ciudad, sino en el campo. El Portugal “bucólico” y “honrado” no era sólo un sueño acariciado por el dictador. Por el contrario, si Salazar estaba al frente del Estado era porque el régimen, para mantenerse, necesitaba el apoyo del “Portugal de las pequeñas cosas”: el pequeño comercio, la pequeña industria, la pequeña propiedad agraria. Mas, simultáneamente, el régimen no podía enajenarse el apoyo de la gran burguesía industrial y comercial. No sólo por la fuerza e influencia que tenían, sino también porque el Estado Novo precisaba de ferrocarriles, infraestructuras, armamento y progreso industrial, esenciales para mantener, por lo menos, su posición relativa en el concierto de las naciones. Fue en este equilibrio precario, balanceándose entre las diversas facciones, en el que el Estado Novo, Estado bonapartista, autoritario y anti-obrero, se mantuvo. Pero con él se mantuvieron los problemas crónicos de desarrollo de Portugal. Un nuevo impulso tenía que llegar para sacudir la estructura socioeconómica del país. Los límites del capitalismo portugués Finalmente, la industrialización en Portugal sólo arrancó en los años cincuenta. Con apoyos, inversiones y préstamos externos, y con la lenta acumulación de los sectores industriales y financieros, los platos de la balanza comenzaban a caer. El Estado tomaban por entonces un papel activo en el proceso a través de los Planes de Fomento, de inversiones necesarias para el desarrollo industrial (sobre todo, la electrificación) y del lanzamiento de nuevas actividades (abonos, pasta de papel, siderurgia y metalurgia), de la fijación de precios, con el crédito barato y selectivo, con la división preferencial de mercados, con exenciones fiscales, etc. A través de las leyes de regulación de la industria, de un proteccionismo más agresivo que protegía las industrias portuguesas de la competencia externa, de una imposición de bajos salarios por la opresión directa a la clase trabajadora, el Estado, interviniendo directamente en el proceso económico, aceleraba la modernización. Al mismo tiempo favorecía la concentración de capital y la monopolización virtual de la economía por un puñado de grandes grupos. Cuando se da la revolución, en 1974, la economía portuguesa está dominada por siete grandes grupos: CUF, Espírito Santo, Champalimaud, Português do Atlântico, Borges & Irmâo, Nacional Ultramarino y Fonsecas & Burnay. El dominio de las siete grandes familias se expresaba bien en dos datos: en 1971, siete bancos disponían del 83% de los depósitos y de las carteras comerciales, mientras que el 0,4% de las sociedades detentaba el 53% del capital total de todas las sociedades. En 1972, el 16,5% de todas las empresas industriales producía el 73% de la producción industrial. En la práctica, numerosas empresas que no pertenecían a las siete familias estaban supeditadas a sus decisiones. El grupo CUF, el mayor del país, poseía, además de banca y seguros, más de cien empresas en los sectores químico, de jabones, de óleos, refinados y petroquímica, de minas, de metalurgia, de aparatos eléctricos, de construcción naval, de transportes marítimos, de tabaco y textil, de celulosa y papel, inmobiliario, de comercio, de hostelería, agrícola, de sociedades coloniales, etc., etc. En el campo la concentración de propiedad no era menor. Basta referirse a que en 1968 las 1.140 explotaciones de más de 500 hectáreas suponían el 30,3% del total, esto es, ¡lo mismo que 631.482 explotaciones con menos de 4 hectáreas! Más que palabras, estas cifras eran un verdadero programa para la revolución social en los campos. Portugal entraba en la fase superior del capitalismo descrita por Lenin, caracterizada por una situación de monopolio de sectores enteros y del conjunto de la economía, a través, no sólo de la concentración horizontal, sino también de la vertical (un mismo grupo controlando todas las etapas de una determinada producción), por la fusión entre el capital financiero y productivo y la subordinación de éste al primero, por su carácter progresivamente parasitario y especulativo (entre 1968 y 1972 los capitales y fondos de reserva de los principales bancos pasan de 7,3 a 13,3 miles de millones de escudos. Además, el Estado colaboraba activamente con los grandes monopolios. Su acción no se resumía sólo en beneficiar a los monopolios a través de exenciones fiscales y subvenciones, de la redistribución de la plusvalía mediante los presupuestos, de la ampliación de un mercado privilegiado y garantizado a los monopolios a través del consumo público. La acción del Estado incluía el mantenimiento de infraestructuras no rentables y el refuerzo del sector estatal a través de la nacionalización de aquellos sectores de la economía absolutamente indispensables para el funcionamiento de ésta, pero que no proporcionaban un margen de beneficio satisfactorio o incluso eran deficitarios. Además, el Estado participaba directamente con capital en varias de las principales empresas, auxiliando así a los grandes capitalistas en la liquidez necesaria para la inversión.
El crecimiento económico es, de hecho, muy rápido, pero no debemos perder de vista que se partía de un nivel muy bajo y que todo esto sucedió durante el período de auge capitalista de 1948-73. Entre 1960 y 1973 la producción creció una media anual del 6,7%; el crecimiento de las industrias transformadoras fue del 9,2%, constituyéndose así en el motor de la economía; tal observación queda todavía más clara cuando verificamos que la productividad de la industria crecía a una tasa anual del 7,3%. Los sectores que más rápidamente crecían eran las nuevas industrias, como la química y los plásticos, las industrias metálicas de base y las de productos metálicos. La excepción más notoria era el crecimiento acelerado de la producción textil, que, aun perteneciendo a la estructura tradicional, se beneficiaba del desarrollo de las exportaciones. El sector servicios, con un desarrollo naturalmente más tardío, no desafinaba del cuadro general. Sólo la agricultura permanecía atrás; verdadero talón de Aquiles de la economía portuguesa, vio perder 600.000 empleos entre 1969 y 1973 (aunque el 32% de la población activa continuaba trabajando en el campo), no como resultado de un esfuerzo modernizador (las ganancias en productividad son casi nulas en todo este período), sino de una fuga masiva del empobrecimiento absoluto y relativo del campo. Ya entonces la agricultura era considerada un caso perdido para la “causa del progreso”, y, en efecto, desaceleraba la tasa global de crecimiento. Los límites del modelo económico salazarista No obstante si en un primer momento, a través de la regulación de la actividad productiva y de la competencia, el Estado favoreció la acumulación de capital y la promoción artificial de determinados grupos empresariales, posteriormente funcionaba como una traba. Esa reglamentación de los mercados, principalmente en la década de los sesenta, se convierte en un obstáculo para la libre expansión de los monopolios, permitiendo el mantenimiento de pequeñas empresas sin viabilidad. A pesar de que el número de patrones en la industria disminuyó entre 1960 y 1970 de 49.552 a 17.835, las empresas de menos de 20 trabajadores empleaban todavía al 20% de los obreros de la industria. No se trataba de que el Estado no desease favorecer a los grandes grupos, su actitud dubitativa y de posponer el acondicionamiento industrial revelaba su miedo a perder el apoyo de esa capa conformada por la pequeña y media burguesía. Además, estaban las trabas que el Estado imponía a la inversión externa. Si esto beneficiaba a aquellos sectores de la clase dominante que temían la implantación de modernas unidades productivas de capital extranjero dirigidas al mercado nacional, era, al mismo tiempo, tremendamente frustrante para los capitalistas portugueses cuya estrategia pasaba, precisamente, por la asociación (aunque en una posición de supeditación) con el capital externo. Esta inversión extranjera pasará de 826.000 millones de escudos en 1970 a 2.726.000 millones de escudos en 1973. Portugal había seguido hasta entonces una política de autarquía económica. Pero el desarrollo del capitalismo portugués unía, cada día más, la economía del país a la economía mundial. Las empresas necesitaban de más y más mercado: ¿de dónde recoger las materias primas, la energía, los avances técnicos, los capitales? ¿A dónde vender mucho, cada vez más? Todos los esfuerzos para levantar un “mercado único portugués”, esto es, para basar el desarrollo económico en los mercados nacional y colonial, eran vanos. Los mercados de los países capitalistas desarrollados eran cada vez más importantes. El peso de las colonias en el total del comercio externo pasó del 18% en 1960 al 10% en 1974. La entrada de Portugal en la EFTA en 1959 permitía el ingreso del país en una zona de libre comercio, también formada por Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Dinamarca, Suiza y Austria. Esto implicaba una apertura arancelaria, aunque se excluyeron los productos agrícolas, se negociaron plazos prolongados para la eliminación de los derechos aduaneros que protegían la industria portuguesa, y se permitió plena autonomía tarifaria con otros países (por tanto, las relaciones privilegiadas con las colonias se mantuvieron). En este acuerdo se transparentan las debilidades del capitalismo portugués, y mostraba que el “orgullosamente solos” de Salazar entraba en abierta contradicción con las necesidades de expansión de las fuerzas productivas. Y, una vez más, la burguesía se dividía sobre cómo actuar; un sector apostaba claramente por la integración europea, otro se agarraba a la ilusión de un espacio económico portugués (con las colonias, claro). El problema colonial era clave. El ala más estúpida y reaccionaria soñaba con más de cinco siglos de dominación colonial. Otro sector se daba cuenta de que tales sueños eran irreales, es más, se resentía de que cada vez más recursos fueran utilizados en una guerra sin final a la vista (en 1973, la guerra colonial consumía más del 40% de los presupuestos del Estado), obstaculizando, así, el ritmo de acumulación de capital y de inversión. El esfuerzo de guerra implicaba que, por ejemplo, el porcentaje de ejecución del Plan de Fomento sólo fuese del 84,5% en 1968 y del 73% en 1969. No era de extrañar que parte de la burguesía aspirase a que los créditos de guerra fuesen utilizados en otros sitios. Y, aun así, incluso para el sector más inteligente o “liberal” de la clase dominante, la independencia “pura y simple” de las colonias no era aceptable. Porque eso hubiera significado su eliminación de los mercados coloniales y, sobre todo, porque la victoria de la revolución colonial sería el dinamo de la revolución portuguesa. La solución que pretendía ese sector era un modelo neocolonialista que protegiese sus intereses. El único “pero” es que los pueblos de las colonias no podían esperar a la generosidad y al ritmo de la burguesía liberal portuguesa. Dividida, sin ninguna solución viable, la clase dominante estaba paralizada. No se piense que lo que estaba agotado era sólo un modelo de desarrollo capitalista, que había una burguesía liberal que no tuvo oportunidad de llevar a cabo las reformas pretendidas. La historia ya había mostrado de qué calaña eran estos “liberales”. La burguesía, durante casi cincuenta años, jugó la carta de la represión al movimiento obrero, obteniendo su beneficio de los bajos salarios y las condiciones inhumanas de trabajo. Precisamente por esto, porque se basaba en la explotación de mano de obra barata, no invirtió lo necesario en máquinas y tecnología. En la medida que tuviese que enfrentarse a un duro choque, la estructura productiva portuguesa estaría en muy mala situación para hacer frente a la competencia externa. Así, lejos de ser la tabla de salvación que algunos sectores esperaban, los mercados europeos se convertían rápidamente en un serio problema. El déficit de la balanza comercial pasó de 7.900 millones de escudos en 1964 a 17.700 en 1970 y a 28.400 en 1973. Las exportaciones comienzan a caer en 1973, a pesar de las primeras devaluaciones de moneda. La tasa de beneficio bajaba en la industria; con ella, descendía el interés en la inversión productiva, y, de esta manera, se desviaban más y más capitales a la especulación financiera. El aumento de la formación bruta de capital fijo, o sea, del total de inversiones anuales en la producción, fue del 17,3% en 1966, del 5,7% en 1967, del 2,95% en 1968 y del 0,7% en 1969. Por otra parte, sólo en los cinco primeros meses del 73 el valor de las cotizaciones de títulos subió tanto como en los siete años anteriores, y el valor nominal de las acciones era ¡32 veces superior a su valor real! Con o sin 25 de Abril el crac de la Bolsa era absolutamente inevitable. Esa febril especulación alimentaba la explosión inflacionista: 11,5% en 1972, 19,2% en 1973. A medida que la economía capitalista mundial corría hacia la más grave crisis de sobreproducción de la posguerra, en 1973, que coincidió con el brutal aumento de los combustibles, la burguesía portuguesa se quedaba sin margen de maniobra. |
La revolución en marcha La clase dominante, y en Portugal, en vísperas del 25 de Abril, esa división saltaba a la vista. Un sector quería mantener todo como estaba, considerando que las más mínimas reformas provocarían una explosión. Apostaba todo a la represión y al mantenimiento del estado de cosas. Otro sector, más inteligente, comprendía que sólo podría mantenerse a través de reformas por arriba que impidiesen la revolución por abajo. Unos y otros sólo divergían en la mejor forma de mantener sus privilegios de clase. Marcelo Caetano, en el papel de árbitro que le confería el puesto de dictador, tras la muerte de Salazar, apenas conseguía mantener un equilibrio entre estas dos alas de la clase dominante, que se expresaban políticamente en los ultras y los reformadores. Y esto era tanto más irónico cuanto que él mismo había tenido un recorrido político, desde la II Guerra Mundial, como tecnócrata reformador. La segunda condición para una revolución, la neutralidad o incluso simpatía de la pequeña burguesía hacia el movimiento obrero, era evidente. Los estudiantes, que siempre son un barómetro muy sensible de la sociedad, expresan la crisis lanzando dos importantes luchas, en 1962 y, sobre todo, en 1969. Las clases medias conocen una profunda transformación en los años que anteceden a la revolución. En primer lugar sufren un proceso de proletarización, o la inminencia de tal. El número de propietarios disminuye en la agricultura (de 78.435 en 1960 a 18.410 en 1970), en los servicios (de 57.987 a 23.035 en el mismo período) y en la industria (de 49.552 a 17.835). Empobrecidos, sin poder seguir contratando personal y dependiendo en gran parte del trabajo familiar, en los censos de población son absorbidos por las categorías de aislados o, en los casos más extremos, de “asalariados”. También los intelectuales son progresivamente proletarizados, aumentando un 40% el número de profesionales liberales, científicos y cuadros administrativos que trabajan por cuenta ajena. Estas cifras, más que cualquier otra cosa, explican el giro a la izquierda de unas clases medias amenazadas por el desarrollo de los grandes grupos, de la gran propiedad, y cansadas de la dictadura y la guerra colonial, donde también morían sus hijos. La pequeña burguesía ya no era un pilar seguro del régimen. Las luchas estudiantiles, las huelgas de los profesores de instituto y los médicos en los primeros años de la década de los setenta mostraban su aproximación al proletariado y a sus formas de lucha y organización. Y la más evidente expresión de ese giro radical a la izquierda acabaría por venir del cuerpo de oficiales pequeñoburgueses que provocarían la caída del régimen el 25 de Abril. La tercera condición objetiva para una crisis revolucionaria tiene que venir del propio proletariado, de su fuerza, determinación y coraje para luchar hasta las últimas consecuencias por la transformación de la sociedad. En el inicio de los setenta, el joven y moderno proletariado portugués maduraba para su “asalto a los cielos”. Al incesante crecimiento numérico de la clase trabajadora (cerca de un millón de obreros industriales en 1970, constituyendo los asalariados de los sectores secundario y terciario el 58% del total de la población activa, a lo que se debían sumar bastantes centenares de miles de trabajadores del campo) se unían los efectos de la emigración (había millón y medio de emigrantes entre 1960 y 1973). La relativa ausencia de mano de obra, por la emigración, conjugada con un fuerte crecimiento económico, tuvo como consecuencia, naturalmente, un aumento de los conflictos laborales. Los trabajadores procuraron recibir una mayor parte del pastel. Desde la célebre Huelga de Mala, en la que, durante tres días, los trabajadores de Carris dejaron de cobrar billetes, el movimiento obrero irá dando golpe tras golpe. Las reivindicaciones que empujan a la lucha son aumentos salariales y salario mínimo, decimotercera paga, reducción de la jornada laboral (semana de 40 horas), vacaciones pagadas de treinta días y prohibición de despidos sin causa justa; estas reivindicaciones se expresan en la exigencia de establecer contratos colectivos de trabajo. La clase obrera se lanza a la ofensiva, a través de peticiones, concentraciones a la entrada de la empresa, asambleas, huelgas de brazos caídos, desorganización secreta del proceso de trabajo, disminución de la producción, manifestaciones y huelgas. En todo este período, pese a la represión de la policía y de los pides (miembros de la PIDE, la policía política), a las sanciones disciplinarias y a los despidos, los trabajadores no se atemorizan y arrancan concesiones. A veces, incluso, consiguen todas las reivindicaciones. Una de las características del movimiento es el hecho de que los trabajadores de cuello blanco (la aristocracia obrera) participan activamente en las luchas de los metalúrgicos, los trabajadores del sector químico o los del eléctrico. Los bancarios, por ejemplo, eligen en enero y febrero de 1969 dirigentes sindicales de oposición al régimen, en Lisboa y Oporto; en el siguiente año, tras una asamblea de siete mil trabajadores, acabarían por imponer el primer contrato colectivo. Ni el cierre de sus locales sindicales ni la suspensión de su dirección sindical en 1971 cortaría el ímpetu. Los bancarios continuaron manifestándose en el 72 y en el 73, recurriendo incluso, ese mismo año, a una huelga de tres días. Entre 1969 y 1971 unos 30 sindicatos fueron tomados por listas opositoras de la confianza de los trabajadores, siendo el punto alto de este proceso la formación de la Intersindical, el 1 de octubre de 1970, cuando los sindicatos de metalúrgicos y del textil y el sector financiero convocan a otros sindicatos a una reunión conjunta. En los siguientes ocho meses las reuniones se suceden, llegando a juntarse 47 sindicatos. El movimiento sindical, huyendo de las mallas del corporativismo, apunta tres líneas maestras de orientación: libertad e independencia de las organizaciones de clase en relación al Gobierno, democracia interna y unidad del movimiento sindical. La reacción del Gobierno no tardó. Publicó decretos-ley modificando la vida interna de los sindicatos, declaró la Intersindical ilegal, intentó impedir con un gran aparato policial que se efectuasen reuniones, asambleas o manifestaciones públicas, suspendió y cesó direcciones sindicales, estrechó la censura previa en los boletines internos, destruyó sedes y procedió a detenciones. Pero la represión no era una prueba de fuerza, sino de impotencia. El movimiento obrero no retrocedía, y, si el régimen sólo se mantenía por la coacción, los trabajadores demostraban haber perdido el miedo a la policía. Pero la dictadura no tenía alternativa a la represión. Despuntaban ya las primeras señales de crisis. En 1972 y 1973 se congelaron los salarios, cuando las subidas salariales habían sido constantes en los sesenta (aunque seguían siendo todavía bajísimos) gracias a la emigración y a las luchas. La patronal se negó a revisar las remuneraciones en función de la tasa de inflación, y cuando ésta alcanzó, esos años, el 11,5 y el 19,2%, respectivamente, el espectro del aumento del coste de la vida apareció ante la clase obrera. El 15 de abril de 1973 se manifestaron 40.000 trabajadores en Oporto contra la carestía de la vida, pero fue sobre todo el período que va del otoño de 1973 al 25 de Abril el de mayor ímpetu huelguístico: en una situación de abierta represión, en que la huelga era ilegal, fueron 100.000 los trabajadores que recurrieron a ella. La lucha continuaba, poco a poco, minando el sistema productivo... Todas las condiciones objetivas para una explosión revolucionaria estaban más que maduras. La guerra colonial, como telón de fondo, sólo convertía en más agudas las tensiones que afligían a la sociedad portuguesa. Guerra odiada por los más de diez años de combate, sin fin a la vista, que sacrificaban a toda una generación, por el desperdicio de importantes recursos del país, por el agravamiento que significaba para las condiciones de vida de las masas (de 1970 a 1973 los impuestos indirectos subieron un 73% y el impuesto profesional un 53%). La guerra no contaba con el apoyo de nadie, excepto de los que con ella se lucraban. Incluso muchos de los oficiales, viendo el ejemplo de la inminente derrota de los poderosos Estados Unidos en Vietnam, se daban cuenta de que la victoria era imposible. En esta progresiva toma de conciencia de la inutilidad de la guerra por parte de la casta de oficiales, tuvo gran importancia la incorporación a filas, en el cuerpo miliciano, de los jóvenes universitarios que eran contestatarios al régimen. El Gobierno había pretendido eliminar el virus de la revolución a través de la movilización de los estudiantes, pero sólo consiguió que éstos llevaran su radicalismo dentro de un uniforme. Sería la casta de oficiales la que diría la última palabra en los estertores finales de la dictadura. Una de las características peculiares de la Revolución Portuguesa fue que los militares desempeñaron el papel dirigente del proceso en sus primeros momentos. Poco satisfechos con su situación y estatuto, los militares entraron en colisión con el régimen a raíz de la publicación del Decreto-Ley 353/73, según el cual los oficiales milicianos podrían tener acceso al cuerpo militar permanente sólo con dos semestres lectivos en la Academia Militar, con la consecuente revisión de la posición de los otros oficiales en la escala de antigüedad. Este acceso, sustancialmente diferente al que hasta entonces existía, daría vida al movimiento de los capitanes. Era, sin duda, una cuestión corporativa la que movía a los oficiales de carrera, que con esa medida se veían postergados en la evolución de sus carreras, ya de por sí difícil por la congestión de la cúpula jerárquica. No eran muy alentadoras las perspectivas para estos hombres, que tenían que hacer varias misiones de guerra en África. Pero, pese a ser una cuestión corporativa el motivo de su inquietud, evolucionaron (a partir de una primera reunión en septiembre del 73) hacia una oposición política a la dictadura y a la continuación de la guerra colonial, y hacia la caída del régimen por la vía de las armas. Los aumentos salariales de diciembre del 73, los traslados compulsivos de militares en marzo del 74, la dimisión de los generales Costa Gomes y Spínola, y el paso en falso dado por el Regimiento de Infantería de Caldas da Rainha, no fueron suficientes para impedir un movimiento militar que, mientras tanto, ya había saldado las iniciales rivalidades entre los oficiales de carrera y los milicianos. Todas las condiciones objetivas para el despertar de la revolución habían madurado hacía mucho. Tan maduras estaban que, reflejando el impasse y la profunda crisis en que estaba metido el país, y apoyándose en el intenso combate que el movimiento obrero y popular mantenía contra la dictadura, los oficiales de bajo grado del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) dirigirían, el 25 de Abril del 74, un pronunciamiento militar victorioso. |
Desarrollo de la revuelta militar.
En Portugal, el golpe militar que depuso a la dictadura es conocido popularmente como el 25 de abril. El golpe militar comenzó, simbólicamente, a las 22:55 horas del 24 de abril, con la conocida canción «E depois do Adeus» de Paulo de Carvalho, que había representado a Portugal en el Festival de Eurovisión unos días atrás quedando en última posición, transmitida por el periodista João Paulo Diniz de la Rádio Emissores Associados de Lisboa, que era el primer aviso para que las tropas se prepararan en sus puestos y sincronizaran relojes. A las 00:25 horas del 25 de abril, la Rádio Renascença transmitió «Grândola, Vila Morena», una canción revolucionaria de José Afonso, cuya emisión estaba prohibida por la ley. Era la segunda señal pactada por el MFA para ocupar los puntos estratégicos del país, mediante una serie de coordinaciones fijadas por un puesto de mando establecido por el mayor Otelo Saraiva de Carvalho en el cuartel del Pontón en Lisboa. En las horas siguientes, el Gobierno se derrumbó. A partir de las 01:00 horas del 25 de abril, las guarniciones de las principales ciudades (El Puerto, Santarén, Faro, Braga, Viana del Castillo) decidieron seguir las órdenes del MFA, ocuparon aeropuertos y aeródromos, y tomaron las instalaciones de gobierno civiles. De hecho, fuera de Lisboa la situación discurrió con sorprendente calma, y a lo largo de la madrugada las autoridades legítimas del país perdieron el control del país sin resistencia ignorando totalmente la situación real del país. Pese a que desde las 03:00 horas se emitieron continuos llamamientos radiofónicos de los que más tarde serían conocidos como «capitanes de abril» (los oficiales jefes del MFA) a la población, para que permaneciera en sus hogares, y a la policía, para no oponerse a las actividades de las tropas rebeldes, al amanecer de ese mismo día miles de civiles portugueses se echaron a las calles en varias localidades, mezclándose con los militares sublevados. En el transcurso de la madrugada, los militares rebeldes salieron de sus cuarteles y ocuparon los aeropuertos internacionales de Lisboa y de Oporto, ordenando el cese de los vuelos en todo el espacio aéreo portugués. Unidades de la marina de guerra se adhirieron a la revuelta y tomaron el control de los puertos del Atlántico, de Madeira y de las Azores. Si bien al inicio las tropas de la aviación se mantuvieron indecisas, aceptaron seguir al MFA debido a la decidida actuación de las tropas rebeldes del ejército. En torno a las 04:00 horas, el Gobierno toma conocimiento por primera vez de la revuelta y de su magnitud, y se pierde el factor sorpresa, pero las órdenes del presidente Marcelo Caetano y de sus ministros, dictadas durante las tres horas siguientes para detener a los rebeldes por la fuerza no fueron obedecidas, y las fuerzas del MFA controlaron todos los puntos claves del país a las 09:00 horas. Tras el amanecer del 25 de abril Uno de los hitos de aquellas concentraciones fue la marcha de las flores en Lisboa, caracterizada por una multitud pertrechada de claveles, la flor de temporada. Una camarera, Celeste Caeiro, que regresaba a casa cargada de las flores que iban a ser entregadas a los asistentes de un banquete para celebrar el primer aniversario del restaurante de autoservicio «Sir» en la calle Braamcamp (el cual fue suspendido por la situación) no pudo dar el cigarrillo que un soldado le pedía desde un tanque en la plaza del Rosío, justo al inicio del Largo do Carmo, donde los tanques de los sublevados aguardaban nuevas órdenes en una tensa espera desde la madrugada. Como la joven solo llevaba los manojos de claveles, le dio uno. El soldado lo puso en su cañón y los compañeros repitieron el gesto colocándolos en sus fusiles, como símbolo de que no deseaban disparar sus armas, extendiéndose la acción por toda la ciudad y generando el nombre con que la revuelta pasaría a la historia. Las acciones militares rebeldes fueron protagonizadas también por el capitán Salgueiro Maia que, al frente de las fuerzas de la Escuela Práctica de Caballería, salió de Santarén para marchar sobre Lisboa con una columna de tropas. En la capital logró la adhesión de más tropas y con ellas ocupó el Terrero del Palacio, en plena Plaza del Comercio de Lisboa, a primeras horas de la mañana del día 25, luchando por mantener el orden, evitar desmanes de civiles y convencer a las fuerzas militares de la capital que aún se hallaban en duda ante los sucesos. El presidente del Gobierno, Marcelo Caetano, y el resto del Gabinete, incapaces de contener la situación, se refugiaron en el cuartel del barrio del Carmo, en Lisboa, que fue cercado por el MFA a las 10:00 horas del 25 de abril apoyado por una multitud de manifestantes. La intervención de un buque de la Armada en la desembocadura del Tajo para liberar al Gobierno fracasa a las 12:00 horas, mientras los comunicados del MFA declaran tener bajo control todo el país y que "se acerca la hora de la liberación". Caetano discutió la situación con el capitán rebelde Salgueiro Maia, quien dirigía a las tropas sublevadas que cercaban el Carmo, y que le presentó un ultimátum a las 14:30 horas para dimitir y entregarle el poder antes de las 16:00 horas. La caída del Gobierno Tras vencer a las 16:00 horas el ultimátum para la rendición del Gobierno, y siendo imposible contar con apoyos significativos en las fuerzas armadas para defender el ordenamiento legal, Marcelo Caetano pidió a Salgueiro Maia rendirse ante un oficial de alta graduación, a lo cual accedió Salgueiro. Para ese fin se dio aviso al general António de Spínola, uno de los jefes del MFA en el cuerpo de caballería, quien acudió al Cuartel del Carmo para recibir la rendición del presidente del Gobierno a las 17:45 horas. Caetano indicó a Spínola que capitulaba con todo el Consejo de Ministros ante un general «para evitar que el poder caiga en la calle» y fue sacado con los que habían sido sus ministros en un transporte de tropas Bravia Chaimite a las 19.00 horas, en medio de la multitud en las calles, para ser mantenido bajo arresto. Horas después, en circunstancias poco claras, y probablemente con la mediación de potencias internacionales, Caetano y los exministros fueron autorizados por el nuevo Gobierno revolucionario a volar hasta las islas Azores, desde donde partieron al exilio hacia Brasil. A las 20.00 horas el Ejército, ya bajo el mando del nuevo presidente en funciones, António de Spínola, retomó el cuartel general de la aviación en Lisboa y arrestó a altos cargos del Gobierno depuesto que se habían refugiado allí, sin resistencia; en paralelo el Ejército retomó el control de los últimos cuarteles de Lisboa donde resistían oficiales leales al expresidente Caetano, que se negaban a reconocer al nuevo Gobierno que había tomado el poder horas antes. Estos oficiales se rindieron sin lucha, en tanto la gran mayoría de reclutas y suboficiales ya habían reconocido horas antes la legitimidad del nuevo Gobierno. Pese a que el nuevo Gobierno insistió desde el primer instante de su mandato (e incluso antes de tomar el poder) en que deseaba evitar violencias, el cambio de Gobierno provocó cuatro muertos y decenas de heridos ocasionados por los disparos de algunos agentes de la PIDE, la policía política, que se negaban a reconocer el fin de la dictadura. Desde su cuartel general lisboeta, realizaron disparos contra manifestantes civiles a las 20:30 horas en un esfuerzo por resistir al golpe de Estado; los agentes policiales que apoyaban a Caetano quedarían cercados por el Ejército en las horas sucesivas y se rendirían finalmente al nuevo Gobierno a las 09.46 horas del día siguiente.4 La ausencia de apoyo a Caetano entre las Fuerzas Armadas causó que los nostálgicos de la policía política se rindieran poco después, al ser inviable oponerse por la fuerza al peso del Estado. A las 01:00 horas del 26 de abril, la Radiotelevisión de Portugal presentó a los miembros del MFA encabezados por el presidente del Gobierno en funciones, general Spínola, que ya habían asumido el control de todo el país, y que estarían encargados del Gobierno a partir de entonces. Se constituyó la Junta de Salvación Nacional. Consecuencias Posteriormente al día 25, fueron liberados los presos políticos de la Prisión de Caxias. Se produjo también el retorno desde el exilio de los líderes políticos de la oposición: el socialista Mário Soares regresó a suelo portugués el 29 de abril y el comunista Álvaro Cunhal, el 30. Al año siguiente se convocaron elecciones constituyentes y se estableció una democracia parlamentaria de corte occidental. Con todo, la revolución precipitó el fin del imperio colonial portugués en África, aunque de modo desordenado pues las guarniciones en África recibieron la simple orden de volver a la metrópoli y dejarlo atrás todo, sin coordinar previamente el traspaso de poder a estos, a pesar de que los grupos independentistas africanos carecían de cuadros políticos y técnicos suficientes para asumir funciones gubernamentales. Para colmo, el temor a represalias de las nuevas autoridades independentistas africanas motivó una emigración «a la inversa» de casi 500 000 civiles portugueses residentes en África, los «retornados», desde terratenientes hasta obreros y tenderos, que debieron abandonar trabajos y bienes en suelo africano en cuestión de días o de semanas. Duró dos años el periodo turbulento que siguió a la Revolución de los Claveles, caracterizado por luchas entre la izquierda y la derecha. Ese período pasó a la historia como el Proceso Revolucionario en Curso o PREC, una designación ambigua usada por los gobernantes que da cuenta de la falta de definición del rumbo de los acontecimientos. Se sucedieron cinco gobiernos provisionales, cada vez más radicales.8 Hubo varios intentos de golpe militar derechista para paralizar el proceso: el 28 de septiembre de 1974 y el 11 de marzo de 1975, episodios derrotados tras los cuales se aceleró la radicalización política del régimen. Fue nacionalizada toda la banca y la mayor parte de la gran industria. En marzo de 1975 el ala de oficiales comunistas del Movimiento de las Fuerzas Armadas anunció que se había iniciado la «transición al socialismo». Sin embargo, las elecciones constituyentes de abril de 1975 dieron la victoria a fuerzas socialistas moderadas, más cercanas a la socialdemocracia de partidos como el SPD alemán o el PS francés, que lucharon por suprimir la influencia política de militares pro-comunistas, siendo apoyados por un fuerte núcleo derechista concentrado en las provincias al norte del Tajo. En el otoño de 1975, el país estuvo cerca de una guerra civil, pero un fallido intento de golpe de Estado de militares pro-comunistas el 25 de noviembre estabilizó la situación. El régimen socialista desarmó y licenció a los oficiales revolucionarios y restauró la disciplina jerárquica entre las tropas, cuidando de que los puestos clave del poder quedaran en manos de los partidos políticos más votados. En esa situación más tranquila se aprobó la constitución de 1976 y se inició la consolidación de la democracia. |
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