Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

jueves, 16 de marzo de 2017

405.-Bibliofilo José Luis Melero; Los Algarbes a.-

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Maria Francisca Palacio Hermosilla; 


José Luis Melero ( bibliófilo aragonés)




Biografía. 

José Luis Melero Rivas (Zaragoza, Aragón, 1956) es un escritor español,​ y uno de los principales estudiosos de la literatura aragonesa. Es además uno de los más reconocidos bibliófilos de Aragón. En 1977 fue uno de los fundadores del Rolde de Estudios Aragoneses y de la revista Rolde, de cuyo Consejo de Redacción forma parte desde entonces. En los años setenta colaboró con distintas revistas de poesía, fundó la revista Crótalo y fue Secretario de Dirección de la colección Poemas de libros de poesía entre 1983 y 1986.

Reconocido como uno de los mayores divulgadores de la cultura aragonesa,​ fue Presidente de la Fundación Gaspar Torrente para la investigación y desarrollo del aragonesismo. En marzo de 2015 fue nombrado académico correspondiente de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.
 Al anunciar su nombramiento, la Academia manifestó sentirse «especialmente satisfecha de poder incorporar a estas personalidades de la Cultura y del pensamiento a su elenco de aragoneses empeñados en construir un Aragón más próspero y más libre».​
 
En abril de 2017 fue nombrado académico de número de la misma institución, donde ocupa una de las plazas de la sección de Literatura, y forma parte de su Junta de Gobierno ocupando el cargo de Bibliotecario.​ Su discurso de ingreso en la Academia llevó por título «Una aproximación a la bibliofilia: los libros, la vida y la literatura».

Pertenece al Consejo de Redacción de las revistas La Magia de Viajar por Aragón y El Ebro. Es columnista de Heraldo de Aragón y colaborador del programa «A vivir Aragón» de Radio Zaragoza-Cadena SER, donde participa en la tertulia «Somos». Desde abril de 2021 forma parte del Consejo Científico y Consejo Editorial del Instituto de Estudios Turolenses.
Además, es un reconocido experto en jota aragonesa y un apasionado seguidor del Real Zaragoza,equipo del que fue Consejero entre 2006 y 2009.
En septiembre de 2016 fue distinguido como Hijo Predilecto de la Ciudad de Zaragoza por su «compromiso literario y afectivo» con la ciudad y por su labor como defensor de la cultura aragonesa.13​14​ 
En junio de 2018, la Diputación Provincial de Zaragoza le otorgó la medalla de oro de Santa Isabel, con la que la institución reconoce a personas «que se hayan distinguido por sus excepcionales acciones, méritos o por los relevantes servicios culturales, científicos, sociales o políticos prestados en favor de los intereses generales de todos los habitantes de la provincia de Zaragoza».
​ En 2018, la Asociación El Cachirulo le concedió el título de Cachirulo Ilustre 2018, en la modalidad individual, «en reconocimiento a su labor en la defensa y difusión de los valores aragoneses». En 2020 fue nombrado Hijo Adoptivo de la Villa de Aguarón. 
En diciembre de 2021 se le distinguió como uno de los escritores homenajeados con un monolito en el Paseo de las Letras Aragonesas de Monzón (Huesca).​ En ese mismo mes le fue concedida la Medalla de Plata del Mérito a la Justicia o Cruz de San Raimundo de Peñafort, una condecoración civil que premia los méritos contraídos por cuantos intervienen en la Administración de Justicia, el cultivo y aplicación del estudio del derecho en todas sus ramas o los servicios prestados en actividades jurídicas vinculadas con el Ministerio de Justicia.
 En octubre de 2022 fue distinguido con el Premio Aragón que concede la Fundación Aragonesista Chesús Bernal.​ En julio de 2023 fue distinguido con el Premio Heraldo a los Valores Humanos y al Conocimiento que concede Heraldo de Aragón «para galardonar cada año a un aragonés o a una institución que se haya distinguido por su contribución a la mejora social o cultural de sus conciudadanos».

Miembro de Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis. 

Distinciones

Hijo predilecto de la ciudad de Zaragoza (2016)
Medalla de Oro de Santa Isabel (2018)
Orden de San Raimundo de Peñafort (2021)
Premio Heraldo a los Valores Humanos y al Conocimiento (2023)

Obras.



Como escritor.

Leer para contarlo. Memorias de un bibliófilo aragonés. Biblioteca Aragonesa de Cultura, 2003. Nueva edición en Xordica, 2015.
Pregón de la I Feria del Libro Viejo y Antiguo de Zaragoza (edición limitada de 200 ejemplares). Asociación de Libreros de Viejo y Antiguo de Aragón (ALVADA), 2005.
Los libros de la guerra. Rolde de Estudios Aragoneses, 2006.
Gabinete de libros aragoneses escogidos que se encuentran en la biblioteca de José Luis Melero Rivas (edición limitada de 50 ejemplares). José Luis Orós editor, 2007.
La vida de los libros. Xordica, 2009.
Escritores y escrituras. Xordica, 2012.
Manual de uso del lector de diarios. Olifante, 2013.
El tenedor de libros. Xordica, 2015.
Librerías zaragozanas. Un inventario y tres recuerdos imborrables (edición limitada no venal). Manual de Ultramarinos, 2015.
La Jota Aragonesa en algunas de sus coplas más antiguas o desconocidas. Publicaciones de «La Cadiera» n.º 633, 2016.
Una aproximación a la bibliofilia: los libros, la vida y la literatura. Gobierno de Aragón y Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, 2017.
El lector incorregible. Xordica, 2018.
Un recorrido por el Rastro de Andrés Trapiello (Edición no venal limitada de 50 ejemplares). Manual de Ultramarinos, 2019.
Ilustres visitantes (Breve memoria de su paso por Aragón). Publicaciones de «La Cadiera» n.º 646, 2020.
Vitrina de libros aragoneses. Publicaciones de «La Cadiera» n.º 653, 2021.
Lecturas y pasiones. Xordica, 2021.
Apostillas y digresiones. Publicaciones de «La Cadiera» n.º 655, 2022.
Las lápidas de la memoria. Publicaciones de «La Cadiera» n.º 662, 2023.
Por las montañas de Jaca. Ediciones de la Librería General, 2023.

Literatura infantil

Jesús Gracia, campeón de campeones. Ilustrado por Elena Hormiga. Ed. Comarca Campo de Belchite, 2022.

Libros colectivos.

La Jota ayer y hoy, volumen 1. Prames, 2005.
La Jota ayer y hoy, volumen 2. Prames, 2006.
La Jota ayer y hoy, volumen 3. Prames, 2008.
En el nombre del nombre. Deculturas, 2022.
Santiago Ramón y Cajal. El hombre, el científico, el intelectual. Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2023.

Como editor.

Cuentos aragoneses. Olañeta, 1996.
Más cuentos aragoneses. Olañeta, 2000.
Rolde de Estudios Aragoneses (1977-2002) Pasar haciendo caminos. Rolde de estudios aragoneses, 2002.
Los nuevos ilustrados. Rolde de estudios aragoneses, 2007.



“Poco después de cumplir los veinte años, descubrí el universo de los libros viejos. Observé que muchas veces las ediciones antiguas costaban menos que las modernas cuando las comprabas en los rastros y las almonedas, y que había montones de libros y de escritores sin reeditar y sin recuperar. Siempre he seguido leyendo las novedades editoriales que me interesan, pero la labor detectivesca de descubrir viejos libros y viejos escritores olvidados tiene un enorme atractivo”, explica José Luis Melero Rivas (Zaragoza, 1956), bibliófilo, escritor y colaborador asiduo de HERALDO.

Acaba de reeditar, doce años después de su primera edición en 2003 en la Bibliotea Aragonesa de Cultura que dirigió Eloy Fernández Clemente, su libro ‘Leer para contarlo’ en Xordica con portada de Jorge Gay.

¿Qué diferencia hay entre un lector feliz y un bibliófilo?

Para mí son la misma cosa, pues solo entiendo la bibliofilia como una pasión por los libros y la lectura. Por lo tanto, el buen bibliófilo es un lector feliz. Pero es verdad que hay bibliófilos -sobre todo entre los amantes de los libros anteriores al siglo XVIII- que apenas leen los libros que compran. Esa bibliofilia, de marcado perfil coleccionista, a mí nunca me ha interesado, aunque, desde luego, si me regalaran un incunable zaragozano no le haría ascos. Aunque no lo fuera a leer nunca.


¿Qué quiso decir en ‘Leer para contarlo’, que entonces llevaba por subtítulo ‘Memorias de un bibliófilo aragonés’, y qué ha añadido a esta nueva edición? 

Quise contar buena parte de mi vida dedicada a buscar libros raros y curiosos, a leerlos y a comentarlos. Y hablar de muchos libreros y de muchos bibliófilos, de autores desconocidos u olvidados y de mi pasión por la letra pequeña de los manuales y por las literaturas periféricas y suburbiales. En esta edición he añadido nuevos datos y nuevas anécdotas, aunque en lo sustancial el libro es el mismo que se editó hace ya doce años.

¿Ser bibliófilo es sinónimo de buscador de tesoros, de rarezas, de encuadernaciones especiales, de olvidados?

Hay bibliófilos para todo. El librero catalán Josep Porter escribió en ‘Los libros’ sobre las especialidades bibliofílicas que conocía y superaban las dos mil quinientas. Hay compradores compulsivos que lo compran todo y hay compradores coleccionistas que solo compran una clase determinada de libros. Así los hay que solo compran Quijo­tes (Neruda compraba Quijotes), o libros de un de­terminado autor (Monterroso, por ejemplo, compró durante mucho tiempo primeras ediciones de Joyce, Vallejo o Eliot), o solo de una colec­ción (crisolines, Aguilares en piel), o solo libros escola­res, o solo góticos o elzevirianos.
 Los hay también que solo coleccionan Ibarras o incu­nables, o libros impresos por Benito Monfort. O solo ser­mones, como el padre de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, que llegó a tener más de 20.000. Pedro Salinas coleccionaba tratados de urbanidad, y Walter Benjamin buscaba libros escritos por dementes y cuentos de hadas para niños. Están también los que solo compran libros antiguos y los que solo compran libros modernos, los fetichistas que buscan dedicatorias…

¿Ser bibliófilo es, también, sinónimo de mitomanía?

 Usted busca las casas de escritores, tumbas en los cementerios, ediciones dedicadas...

Yo puedo hablar por mí, y en mi caso ese perfil es desde luego muy acusado. Me gustan las dedicatorias autógrafas, los libros que han pertenecido a escritores importantes y que llevan ex libris u otros signos de propiedad… Y, sí, también visito las casas de los escritores y los cementerios donde yacen. Cómo ir a La Habana y no visitar la casa de Lezama o de Hemingway, y cómo ir a París y no llevar flores a la tumba de Cortázar en Montparnasse.

¿Cuál es su responsabilidad social como sabio de libros, por decirlo así?

De sabio, nada. Yo estoy todos los días aprendiendo y todos sabemos que cuanto más leemos más nos damos cuenta de lo poco que sabemos. En cualquier caso, hay dos condiciones para considerar relevante la función social del bibliófilo, además de la común a todos ellos de rescatar libros que de otro modo se perderían y pro­porcionales refugio contra peligros y adversidades: la primera es que sus libros sirvan para investigar y que de ellos salgan publicaciones que interesen o sirvan a la sociedad, razón por la que el bibliófilo no debe ser ágrafo; y la segunda es que sus libros estén a disposición de los estudiosos, es decir que sus bibliotecas puedan ser consultadas. Hay quienes los prestan o quienes los dejan consultar en casa. Si se prestan, hay que hacerlo con mo­deración.

¿Cuáles son las dedicatorias que más valora?

Tengo muchas que me gustan. Pero me quedaría con una de Neruda en el ‘Canto General’, con la de Dámaso Alonso en ‘Hijos de la ira’ y con las de Borges, Bioy Casares, Cirlot y Machado. De los aragoneses, una de Miguel Labordeta a Carlos Edmundo de Ory y las de Braulio Foz, Jarnés, Sender, Seral y Casas y Juan Ramón Masoliver.

¿Cuál es el libro que más le ha costado encontrar?

‘Vida de Pedro Saputo’, de Braulio Foz. La primera edición, de 1844. Me costó más de treinta años encontrarlo.

¿Y el más raro?

El más raro, ‘Fonds Perdu’, un libro de poemas escrito en francés por el mequinenzano José Soler Casabón. Se lo compré a un ‘bouquiniste’ de Albi. Solo se tiraron 34 ejemplares, que no fueron compuestos tipográficamente sino facsimilando un manuscrito del autor en color violeta. Se imprimió en Toulouse en diciembre de 1939, poco después de que Soler saliera del campo de concentración de Argelès. 
Soler Casabón no era en realidad poeta sino músico, un músico de vanguardia que vivió buena parte de su vida en París y que fue amigo de Apollinaire, Picasso, Reverdy, Juan Gris y sobre todo de Pablo Gargallo.

Habla de muchas librerías de todo el país. Cita a Inocencio Ruiz, Librería Pérez, Abel Pérez, Hesperia, Hermanos Vidal... ¿Qué pasaba en esas librerías?

Esas librerías de viejo y cualesquiera otras son lo más parecido al paraíso, pues cuando menos te lo esperas puedes encontrar ese libro que llevas años buscando, esa dedicatoria autógrafa de tu autor admirado, esa encuadernación admirable que salvó la vida a un libro que, de no ser por ella, tal vez no hubiera sobrevivido. En Zaragoza he conocido a tres grandes libreros de viejo: Inocencio Ruiz, maestro de libreros y gran bibliógrafo, hombre humilde y discreto que, como se dijo de un viejo director de HERALDO: “Mereció brillar. Lo evitó obstinadamente”, Luis Marquina y Pachi Asín. Fuera de Zaragoza, mis preferidas han sido siempre la Librería del Prado, de Madrid, Antonio Mateos, de Málaga, y la de José Manuel Valdés en Oviedo. En ellas he pasado horas inolvidables.

Este es un libro de historias de amor... ¿Cuáles son las que más le han conmovido?

La mía. Mi historia de amor con mi mujer. Entre las mejores, ella es la mejor. No creo que ninguna otra mujer hubiera aceptado que le llenara la casa de libros y me hubiera consentido lo que ella me ha consentido. Es imposible encontrar un bibliófilo de mi perfil sin una gran mujer detrás.

Los escritores son raros y maniáticos, ¿no? Pienso en Pedro Luis de Gálvez, en Fernando Villegas, en Fernando Villalón, en Ana María Martínez Sagi...

Bueno, los hay raros, muy raros y rarísimos. A mí me han divertido siempre los rarísimos, esos que hicieron de sus vidas su gran obra literaria. Esos que citas son de los más raros desde luego, pero hay muchos más: Armando Buscarini, Rafael Lasso de la Vega, Pedro Boluda, Eliodoro Puche, Iván de Nogales, Dorio de Gádex… No suelen ser, en general, grandes escritores (Gálvez, Villalón y Lasso de la Vega sí fueron buenos poetas), pero tuvieron unas vidas tan apasionantes, disparatadas y pintorescas que acabas seducido por ellos, no tanto por su literatura como por el personaje.

¿Para quién escribe sus libros y sus artículos, en qué público piensa?

Pienso cuando escribo en lo que me gustaría que me contaran a mí. Y a ello me aplico. Yo creo que soy apto para todos los públicos, como las antiguas películas toleradas. Y, efectivamente, entre mis lectores hay desde gente muy joven hasta gente mayor. Procuro ser entretenido y poco solemne. Y reírme siempre que puedo de mí mismo y de mi absurda bibliomanía.
Mucha gente se ha desprendido de buenas bibliotecas. A Vicente Martínez Tejero el Gobierno de Aragón le rechazó de malos modos la suya, excepcional, de más de 20.000 volúmenes de fondo aragonés y científico.

¿Ha pensado alguna vez qué pasará con sus libros?

Esa es una de las preguntas más desasosegantes que se le pueden hacer a un bibliófilo. Si lo de Martínez Tejero hubiera salido bien, tal vez otros habríamos poder seguir en el futuro por ese camino. El fracaso de esa donación cierra muchas puertas y nos causa una gran desazón. Pero como me dice mi mujer: “Tú has sido feliz con tus libros. Lo que pase después igual te va a dar”. Y tiene razón. Aunque a todos nos gustaría que nuestras bibliotecas de tantos años pudieran quedarse en Aragón y estar al servicio de los aragoneses.

Quién le contagió la pasión por los libros?

Nadie. Comencé a leer desde niño y hasta ahora. Una vez, una señora, amiga de mi madre, Pilar Rivas, le dijo a la que iba a ser mi suegra, a modo de informe: "Es muy buen chico, pero un poco raro: está siempre leyendo".


¿En qué momento decidió convertirse en bibliófilo? 

Desde que, poco después de cumplir los 20 años, descubrí el universo de los libros viejos. Observé que muchas veces las ediciones antiguas costaban menos que las modernas cuando las comprabas en los rastros y las almonedas, y que había montones de libros y de escritores sin reeditar y sin recuperar. Sigo leyendo las novedades, pero la labor detectivesca de descubrir viejos libros y viejos escritores olvidados tiene un enorme atractivo.

¿Qué diferencia hay entre un lector feliz y un bibliófilo?

Para mí son la misma cosa, pues solo entiendo la bibliofilia como una pasión por los libros y la lectura. Por lo tanto, el buen bibliófilo es un lector feliz. 

¿Qué quiso decir en ‘Leer para contarlo’ y qué ha añadido 12 años después, en Xordica?

Quise contar buena parte de mi vida dedicada a buscar libros raros y curiosos, a leerlos y a comentarlos. Y hablar de muchos libreros y de muchos bibliófilos, de autores desconocidos u olvidados y de mi pasión por la letra pequeña de los manuales y por las literaturas periféricas y suburbiales. En esta edición he añadido nuevos datos y nuevas anécdotas, aunque en lo sustancial el libro es el mismo que se editó hace ya 12 años. Procuro ser entretenido y poco solemne. Y reírme siempre que puedo de mí mismo y de mi absurda bibliomanía

¿Cuántos tipos de bibliófilo hay?

Hay bibliófilos para todo. El librero catalán Josep Porter escribió en ‘Los libros’ sobre las especialidades bibliofílicas que conocía y superaban las 2.500. Hay compradores compulsivos que lo compran todo y hay compradores coleccionistas que solo compran una clase determinada de libros.

¿Algunos ejemplos?

Los hay que solo compran Quijotes como Neruda, o libros de un autor concreto (Monterroso compró primeras ediciones de Joyce, Vallejo o Eliot), o solo de una colección (crisolines, Aguilares en piel). Pedro Salinas coleccionaba tratados de urbanidad y Walter Benjamin buscaba libros escritos por dementes y cuentos de hadas para niños...

¿Qué relación hay entre bibliofilia y mitomanía?

En mi caso, ese perfil es, desde luego, muy acusado. Me gustan las dedicatorias autógrafas, los libros que han pertenecido a escritores importantes y que llevan ex libris u otros signos de propiedad… Visito las casas de los escritores y los cementerios donde yacen. ¿Cómo ir a La Habana y no visitar la casa de Lezama o de Hemingway, y cómo ir a París y no llevar flores a la tumba de Cortázar en Montparnasse?

¿Cuál o cuáles son las dedicatorias que más valora?

Tengo muchas que me gustan. Pero me quedaría con una de Neruda en el ‘Canto general’, con la de Dámaso Alonso en ‘Hijos de la ira’ y con las de Borges, Bioy Casares, Cirlot y Machado.

¿Cuál es el libro que más ha buscado y que al fin ha encontrado?

‘Vida de Pedro Saputo’, de Braulio Foz. La primera edición, de 1844. Me costó más de 30 años.




Prensa.



CULTURA/S

El escritor, bibliófilo y estudioso de la literatura aragonesa comparte sus lecturas de escritores encumbrados, 'raros' y anónimos.

Juan Ángel Juristo
16/01/2022

José Luís Melero (Zaragoza, 1956) posee fama acreditada por varios motivos en donde siempre anida gustosa la literatura: el de ser uno de los grandes especialistas en literatura aragonesa y en ser un bibliófilo de esos a los que Walter Benjamin, prestigioso compañero de tamaña congregación, dedicó un bello ensayo sobre la significación de todo coleccionismo. Por su parte, Melero no se ha quedado rezagado y ha dedicado algún que otro libro, de su ya vasta bibliografía, al asunto.
Así, Leer para contarlo. Memorias de un bibliófilo aragonés, El tenedor de libros e, incluso, un hermoso libro de sólo cincuenta ejemplares en edición no venal, Un recorrido por el Rastro de Andrés Trapiello, donde rinde un homenaje al mercado de las pulgas madrileño, lugar escogido por personajes no sólo como Ramón Gómez de la Serna, Pío Baroja, Andrés Trapiello, Juan Manuel Bonet y tantos otros, sino del mismo Ezra Pound que en sus Cantos rinde un homenaje al mercadillo.

En sus textos figuran desde Machado y Cernuda hasta el marqués de los Castillejos o el paso de Trotski por Zaragoza
El autor, que acaba de publicar Lecturas y pasiones, un hermoso volumen donde da rienda suelta a su querencia por una serie de autores es un lector cabal, es decir, es persona que gusta de libros por lo que ellos le aportan de placer literario y sin aderezo postizo alguno, como la fama o el anonimato, la otra cara de la misma moneda. Resulta que de este modo Luís Cernuda, uno de nuestros poetas del canon literario del siglo XX, se codea con Fernando de la Quadra Salcedo, Marqués de los Castillejos que estaba obsesionado por ser rey de Navarra y murió fusilado en el barco prisión Altuna Mendi de infausta memoria.

El abanico que deja el autor entre uno y otro, por tanto, es inmenso: desde los últimos días de Antonio Machado hasta el paseante en miserias, Pedro Luís de Gálvez, que acabó sus días dirigiendo una checa en el Madrid sitiado pasando por un homenaje al preterido José Gaos, al que debemos la traducción de Ser y tiempo, de Martin Heidegger al castellano, la botica en que trabajó un joven Ramón J. Sender, el paso de Trotski por Zaragoza... un libro acorde con las maravillas que retrata.




Libros clásicos sobre libros (I): Cuentos de bibliófilo, por Ramón Miquel y Planas

30 Jun 2017/DANIEL HEREDIA  /  Clásicos, Libros sobre libros, listas



Iniciamos una nueva selección de libros sobre libros con títulos clásicos publicados en los dos últimos siglos a los que nadie con vocación de lector puede ofrecer resistencia. Esta nueva serie que tiene como eje el fervor hacia el libro y su universo es un paso más para conocer los trabajos imprescindibles de esta temática, un vicio particular dentro del vicio general de la lectura. Parafraseando a mi admirado Luis Alberto de Cuenca en su poema Sombras de bibliofilia, rescataremos libros sobre libros de las estanterías del olvido. ¿No manifiestan las obras literarias su capacidad de multiplicarse en tantas voces como lectores tengan sus páginas?




No los encontrarán, por cierto, en las librerías de novedades. Si quieren acceder a ellos tendrán que consultarlos en las bibliotecas que los tengan o comprarlos en librerías de viejo, anticuarias, casas de subastas o internet a precios no siempre accesibles para todos los bolsillos. Ya se sabe que un libro —como casi todo en la vida— vale lo que alguien esté dispuesto a pagar por él.

La saga de libros actuales sobre libros —ya vamos por nueve entregas— continúa en Zenda como hasta ahora con dos selecciones por año: una en primavera y otra en otoño. No se preocupen que no la abandonaremos porque ambas son compatibles entre sí.





"Siento que tras su relectura me hundo en un abrumador sentimiento de principiante. ¿Qué editor (inteligente) será el primero en reeditar este extenso proemio?"
En este primer artículo vamos a profundizar en una obra fundamental: Cuentos de bibliófilo, en edición de Ramón Miquel y Planas, con cincuenta láminas de tema bibliófilo hechas ex profeso y estampadas por medio de los más nobles procedimientos de la reproducción gráfica, editada en magnífico papel de hilo por el Instituto Catalán de las Artes del Libro en 1951 y del que sólo se hicieron 700 ejemplares numerados. Sus medidas son 24 x 17,5 centímetros y sus 350 páginas están todas orladas. El resultado deslumbra, se lo aseguro.




El libro contiene relatos de nueve autores franceses (Charles Nodier, El bibliómano y Franciscus Columna; Gustave Flaubert, El librero asesino; Alfred Bonnardot, Espejo de bibliófilos; Charles Asselineau, El infierno del bibliófilo; Alphonse Daudet, El último libro; Octave Uzanne, La herencia del bibliófilo; Jérôme Doucet, El hada biblina; Pierre Louÿs, La estampa de Santa Teresa; y Pierre Mille, Las dedicatorias) y seis españoles (Luis Taboada, El desengaño de un libro; Conde de las Navas, El incunable; Azorín, La feria de los libros; Diego San José, Un autógrafo curioso; Pérez Nieva, ¡Las vale!; y los Álvarez Quintero, Un pregón sevillano), precedidos por un prólogo de Ramón Miquel y Planas (1874-1950) de más de cien páginas que constituye una de las mejores introducciones a la bibliofilia que conozco. Siento que tras su relectura me hundo en un abrumador sentimiento de principiante. ¿Qué editor (inteligente) será el primero en reeditar este extenso proemio?




Las cincuenta láminas fuera de texto de Cuentos de bibliófilo son las siguientes: una ilustración de una alegoría de la bibliofilia grabada en cobre por José Torné sobre una composición de J. Triadó (frontispicio); tres composiciones de M. Urgellés grabadas en cobre por él mismo; ocho composiciones de Triadó impresas a ocho tintas; cinco litografías originales de Cardunets tiradas a dos tintas; ocho aguafuertes, composición y grabado de Colom; cuatro composiciones de J. Pey estampadas en colografía; dos originales de d’Ivori grabadas por él mismo en madera a dos tonos; cuatro originales de Apa grabados en madera; tres originales de Junceda estampados en litografía a nueve tintas; dos originales de Longoria en colografía; dos xilografías en tres tonos originales y grabadas por A. Ollé; un original de J. Ros a un color; un original de Buyreu y otro de Mora a dos colores; dos xilografías de Gelabert a dos tintas; una fototipia original de Bocque y dos de Carlos Becquer en lito-offset a un color. Algunos vendedores piratas ofrecen el ejemplar sin estas arrebatadoras obras de arte. ¡Cuidado!

"El cuidado por lo bien hecho es siempre un acierto.Curiosamente murió sin ver terminada la magnífica edición de Cuentos de bibliófilo."
El secreto de la perfección física de los libros del editor Miquel y Planas, que desarrolló su labor en la primera mitad del siglo XX, se debe al hecho de haber vigilado en todo momento, etapa tras etapa, palabra a palabra, la elaboración de sus volúmenes. El cuidado por lo bien hecho es siempre un acierto. Él opinaba así: “Dado un buen libro, sea la más correcta de sus versiones la que se imprima en el mejor papel y con la más perfecta tipografía; añádanse, si hay lugar para ello, las ilustraciones de un artista capaz, interpretadas en arte noble de grabado; encuadérnese dignamente el todo”. Curiosamente murió sin ver terminada la magnífica edición de Cuentos de bibliófilo.




Este trabajo tiene su precedente en la edición catalana de 1924 publicada por el Institut Català de les Arts del Llibre con motivo del 25 aniversario de su fundación: Contes de bibliòfil. Hay algunas diferencias respecto a la versión en español que salió veintisiete años después, pues no aparecen los seis cuentos escritos en español (Taboada, Conde de las Navas, Azorín, Diego San José, Pérez Nieva y Álvarez Quintero) y en su lugar hay relatos de tres escritores catalanes: Miquel del Sants Oliver, Raimon Casellas y Joan Pons Massaveu. De esta edición en catalán solo se tiraron 350 ejemplares numerados.
"Cada vez que me sumerjo entre sus páginas encuentro una felicidad rayana en el éxtasis. A pesar de vivir en la antesala del infierno."
Ahora que hace un calor pegajoso y hasta la tarea de respirar se torna fastidiosa, me pienso encerrar en mi biblioteca para seguir releyendo mi ejemplar 174 en rústica de Cuentos de bibliófilo, una joya por dentro y por fuera que todavía no puedo leer sin sentir la garganta atenazada por la emoción. De hecho, cada vez que me sumerjo entre sus páginas encuentro una felicidad rayana en el éxtasis. A pesar de vivir en la antesala del infierno.



Libros clásicos sobre libros (II): Pequeña Colección del Bibliófilo (1ª entrega)



Hasta hace pocos lustros, los libros en papel eran el sumo exponente del mundo de la palabra y de las ideas. Sólo exigían estudio, reposo y reflexión. Como escribió Ramón de Campoamor en una de sus Humoradas, “a solas con mis libros y mis flores, viví conmigo en paz y fui dichoso”. Sin embargo, desde hace algún tiempo a nuestros amigos silentes les han salido demasiados competidores.

 Al filósofo Emilio Lledó le preocupa que “estemos entrando en la caverna platónica. Nos metemos en un mundo sólo tecnológico, de utilización de pequeñas informaciones puntuales que nos hacen creer que sabemos porque hemos sido informados de algo cuando lo importante es que los niños lean, que los profesores les enseñen a entender las palabras, a reflexionar sobre ellas, a amarlas, para que no resbalen por frases hechas y expresiones conocidas que se usan sin pensar lo que significan”.

Como sigo prefiriendo los libros a otros divertimentos, mejor si están amarillos y tienen casi cien años sobre sus lomos, vamos a profundizar en esta segunda entrega de libros clásicos sobre libros en una colección dirigida por Ramón Miquel y Planas muy poco conocida: Pequeña Colección del Bibliófilo, catorce joyitas editadas en Madrid por la Librería para Bibliófilos entre 1921 y 1928, pero impresas en Barcelona, primero en La Tipografía y después por Miquel-Rius a partir del tomo quinto. Estaban proyectados algunos títulos más, aunque no llegaron a materializarse.


Los catorce volúmenes están en 12º (8,3 x 11,6 centímetros) y en papel de hilo. Las tiradas irán especificadas en cada título analizado, pero iban de los 250 de los primeros tomos a los 600 de los últimos. Todos numerados. La colección resulta muy difícil de completar debido a la rareza de algunos títulos, sobre todo los dos primeros: Examen de literatos y dechado de bibliófilos, de Agustín Echavarría, y La librería, drama en un acto, de Tomás de Iriarte. Algunos bibliófilos mal informados aseguran que estos dos tomos no existen. Lamento comunicarles que están equivocados.

Los libros que ilustran este reportaje pertenecen a la biblioteca de Diego Martínez Casado, al que agradezco sus valiosas informaciones. Las encuadernaciones han sido realizadas por Juan Antonio Fernández Argenta y el Taller Galván. También he sacado datos del libro Semblança y bibliografía de R. Miquel y Planas, de J. Rodegas Calmell (1951), publicado en catalán, y del artículo Las ediciones de bibliófilo de Ramón Miquel y Planas, de Francisco Mendoza Díaz-Maroto, aparecido en el número 53 de la revista Hibris (septiembre-octubre de 2009). Mis tres ejemplares de esta colección han sido otra fuente de información, curiosamente los tres únicos libros de Ramón Miquel y Planas: La novela de un bibliófilo, Las confidencias de Juan Buenhombre y El purgatorio del bibliófilo.


Una pequeña anécdota. Los editores artesanales de rarezas y curiosidades José Luis Orós y Nieves Francia crearon en 2007, por indicación de José Luis Melero, la Pequeña Colección del Bibliófilo Aragonés en homenaje y recuerdo al bibliófilo catalán. Como número 5 se publicó Gabinete de libros aragoneses escogidos que se encuentran en la biblioteca de José Luis Melero Rivas, natural y vecino de Zaragoza, un librito del que se hicieron cien ejemplares. La mancheta de esta colección ha sido hasta el momento el único intento de homenajear el primitivo conjunto.

En esta primera entrega de la Pequeña Colección del Bibliófilo ahondaremos en los seis primeros volúmenes. Los ocho restantes los dejaremos para la segunda, que saldrá publicada en el mes de octubre.

I. Agustín Echavarría: Examen de literatos y dechado de bibliófilos (1921). 76 páginas. 250 ejemplares. Ilustrado con tres grabados en madera de J. Figuerola. El subtítulo reza como Tratado que con el título Introducción al estudio de la literatura universal clásica y vulgar, antigua y moderna, escribió el bachiller D. Agustín Echavarría. La obrita es una burla a los malos escritores. Este autor era capellán y firmó en 1858 la dedicatoria al bibliófilo Joaquín Gómez de la Cortina, que murió de una caída en su biblioteca. La Biblioteca Nacional de España tiene un ejemplar en su sede del Paseo de Recoletos comprado en 2004.
Examen de literatos


II. Tomás de Iriarte: La librería. Drama en un acto (1921). 78 páginas. 250 ejemplares. Ilustrado con un retrato del autor y tres composiciones de Juan D’Ivori. En este drama de Tomás de Iriarte (1750-1791), bibliotecario del rey, el dependiente de una librería se enamora de la sobrina del librero, siendo correspondido aunque sus familiares tienen otros planes para ella. Una pelea se desarrolla en la librería, donde se molesta a los clientes, desacreditando el establecimiento. La moraleja, según su autor, es la siguiente: “He aquí los resultados de consentir en las librerías a personas sin ocupación”. La Biblioteca Nacional de España carece de este ejemplar.


III. Ramón Miquel y Planas: La novela de un bibliófilo (1922). 178 páginas. 300 ejemplares. Traducción al español de Alfredo Opisso. Con siete ilustraciones de José Pey. El texto original en catalán vio la luz en 1918 en una colección privada de 120 ejemplares que el autor distribuyó entre sus amigos, figurando impreso en cada ejemplar el nombre del destinatario. Miquel y Planas cuenta en la introducción que la génesis del libro lo constituyen “sentencias y máximas sobre el buen uso y abuso de los libros; consejos de los tratadistas de la literatura; anécdotas leídas o vividas referentes a literatos, bibliófilos o libreros, con alguna que otra observación personal (…) que acabó por revestir la forma de diálogos entre un bibliófilo y un aspirante a serlo”. La Biblioteca Nacional de España tampoco lo tiene en su catálogo.



IV. Leandro Fernández de Moratín: La derrota de los pedantes (1922). 108 páginas. 300 ejemplares. Edición ilustrada con dos retratos en cobre del autor y cuatro composiciones de F. Elías. Esta obra de Moratín escrita en 1789 pertenece al género de las batallas alegóricas, como el Viage del Parnaso de Cervantes, donde los buenos poetas acuden a defender el monte donde supuestamente habitan las musas, atacado por los malos poetas. Esta sátira contra los vicios de la poesía española sigue vigente 228 años después de su escritura. Muchas de sus burlas van contra los tópicos de los poetas de todo tiempo, pero otras muchas se dirigen contra autores concretos que se citan o que pueden reconocerse con facilidad.

La librería

V. Charles Nodier: Franciscus Columna. Novela biográfica de Charles Nodier precedida de El bibliómano del mismo autor (1924). 102 páginas. 500 ejemplares. Traducción de Rafael V. Silvari. Edición ilustrada con un retrato en cobre del autor firmado en plancha por J. Torne en 1923 y cinco composiciones de F. Labarta. En Treviso, el narrador se encuentra con un curioso personaje, el abate Lowrich, el cual gana una apuesta al librero Apóstol Capoduro gracias a que conoce el secreto del acróstico de la Hypnerotomachia Poliphili: con las iniciales de los capítulos se forma la frase Poliam frater Franciscus Columna peramavit (el hermano Francisco Columna amó apasionadamente a Polia). El premio es un ejemplar de ese famoso incunable aldino. Para compensar al librero, Lowrich le escribe la novelita Franciscus Columna. 

En ella, el homónimo protagonista, huérfano, entra de aprendiz con el pintor Jacobo Bellini y se enamora de Polia, dama de alta nobleza, siendo correspondido, aunque la diferencia de estrato social le impide desposarla. Así que se hace fraile y escribe El sueño de Polifilo, tras lo cual muere. Algo más de treinta años después, Polia lleva el original a Aldo Manuzio, que lo convierte en el más bello de todos los incunables. Franciscus Columna, publicado en 1843, es para Luis Alberto de Cuenca una de las tres historias imprescindibles sobre libros.

En este volumen aparece también el relato El bibliómano, de Nodier, publicado en 1831, que dio pie a este subgénero literario sobre la bibliofilia y las manías librescas que con posterioridad cultivaron algunas de las mejores plumas europeas –sobre todo las francesas– de finales del siglo XIX, aunque en muchos casos son cuentos eclipsados por los cánones. Esta creación de Nodier fue sin duda la consagración del personaje del enfermo del libro en la literatura como referencia ineludible.



VI. Ramón Miquel y Planas: Las confidencias de Juan Buenhombre seguidas de sus pensamientos (1924). 246 páginas. 500 ejemplares. Traducción al español de Rafael V. Silvari. Con 25 grabados en madera originales de A. Ollé Pinell, “al estilo de las aleluyas tan populares durante los siglos XVIII y XIX”. Miquel y Planas creía en 1924 que estas sátiras literarias y sociales “pueden tener todavía algún interés como documentos para la historia del espíritu catalán durante los dos primeros decenios del siglo XX”. Estas sátiras son muy adecuadas para estos convulsos días que vivimos en nuestro país. El volumen es traducción de dos originales publicados en catalán, en 1918 y 1919, respectivamente.




Itsukushima Shrine.




Rey de los Algarbes.




El Reino del Algarbe​ (portugués: Reino do Algarve, proveniente del árabe al-ʼGharb al-ʼAndalus الغرب الأندلس ; que significa «el Occidente de Al-Ándalus»), y tras 1471 Reino de los Algarbes (portugués: Reino dos Algarves) fue un reino nominal que existió dentro del Reino de Portugal, y se ubicaba en la región más meridional del Portugal continental, coincidente con la actual región del Algarve.

Historia.

El Algarbe era de jure un reino diferenciado del de Portugal, siendo considerado durante siglos como el segundo reino de la Corona Portuguesa. Sin embargo, de facto, el reino algarbino, carecía de instituciones diferenciadas, fueros, privilegios o siquiera autonomía, que lo hicieran diferenciarse del resto de Portugal. En la práctica se trataba por tanto de una región o comarca del país muy similar al resto de provincias portuguesas, pero que disponía de un título honorífico como reino basado en su historia.
El título de rey del Algarbe, lo ostentó tanto el monarca de Portugal como el de Castilla.
El rey Alfonso III empezó a emplear el título de rey de Portugal y del Algarbe desde marzo de 1268.

Con la subida al trono de Alfonso X de Castilla en 1252, se inició una disputa territorial entre ambos reyes por el Algarbe, sobre la base de los derechos que Alfonso X habría adquirido por dos vías, por un lado cedidos por el Sancho II de Portugal como pago por su apoyo en la guerra civil contra Alfonso III, y por otro cedidos por el rey de la taifa de Niebla, que se había declarado vasallo del rey castellano para detener el avance militar portugués.

El conflicto finalizó en 1253 al acordarse el matrimonio del rey portugués con una hija del rey Alfonso X, y la entrega de un usufructo sobre el Algarbe en beneficio del rey castellano hasta que el hijo de ese matrimonio alcanzara los siete años de edad.
En 1257 Alfonso X ocupó Niebla poniendo fin a la independencia de esta taifa. En 1260,​ Alfonso X de Castilla añadió a sus títulos el de rey del Algarbe. Pero en 1263, ratificado en 1264,​ cedió el usufructo del Algarbe a su nieto Dionisio, heredero del rey portugués, a cambio de un vasallaje militar.
En 1267, el tratado de Badajoz liquidó este tributo militar y se fijaron las fronteras definitivas de los dominios de los reyes de Portugal y Castilla. El río Guadiana marcó a partir de entonces el límite territorial entre ambas coronas. El rey castellano pudo seguir empleando el título de rey del Algarbe, pero solo por la referencia al territorio de la antigua taifa de Niebla, al este del Guadiana.

Del Algarbe a los Algarbes.

El nombre del reino sufrió un cambio en el siglo xv pasando del singular al plural, de llamarse Reino del Algarbe a Reino de los Algarbes. Este hecho se produjo debido a las conquistas norteafricanas de los portugueses durante este siglo, que consideraron los nuevos territorios conquistados en África como una prolongación natural del Reino del Algarbe.

La primera plaza conquistada por los portugueses en África fue Ceuta, en 1415.

Juan I de Portugal añadió a su título de «Rey de Portugal y de Algarve» el de «Señor de Ceuta» cuando conquistó esta ciudad. 

Su nieto Alfonso V conquistó Alcazarquivir en 1458 y adoptó el título de «Señor de Ceuta y de Alcázar-Quivir en África». Posteriormente, en 1471, tras conquistar Arzila, Tánger y Larache, Alfonso V agrupó los títulos de señorío de sus plazas norteafricanas bajo el título de «Algarve d’además-mar en África», siendo elevados en conjunto a la condición de reino de la corona portuguesa.

 El Algarbe europeo pasó a ser el «Algarbe de este lado del mar».

Los reyes de Portugal adoptaron, a partir de 1471 el título completo que vendrían a usar hasta la caída de la Monarquía en 1910:

 «Rey de Portugal y del Algarbes de este lado y Ultramar en África».

Este título se mantuvo invariable incluso después de que Portugal perdiera todas sus posesiones norteafricanas, tras abandonar la última de ellas, Mazagán, en 1769.



Los títulos históricos de la Corona de España.






Rey de España o de las Españas (En la latín: Hispaniarum Rex)



El rey de España es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, a quien corresponde arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones y ejercer la más alta representación de la Nación, además de ejercer las funciones que le atribuyan expresamente la Constitución y las leyes.​ Posee el mando supremo de las Fuerzas Armadas, siendo como tal, capitán general de los Ejércitos, y ostenta el Alto Patronazgo de las Reales Academias.​

El título de rey de España viene avalado por la Constitución, que recupera e incorpora en su texto todas las normas expresas y tácitas que tradicionalmente han regido la monarquía en España. La Constitución, además, reconoce al rey el derecho de usar todos los demás títulos que correspondan a La Corona.




Los títulos históricos de soberanía, es decir, de territorios que pertenecen de iure al territorio nacional de España, son los siguientes:  

Rey de Castilla, de León, de Aragón, de Navarra, de Granada,  de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Menorca, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, y de las Islas Canarias.

Conde de  de Barcelona.

Señor de Vizcaya y de Molina.



Un título de pretensión es aquel que hace referencia a un territorio sobre el que no se ejerce dominio pero que es utilizado por un monarca como una forma de reclamación de soberanía. Fernando García-Mercadal, autor de varios estudios de Derecho dinástico, indica, además, que esta reclamación estará «fundada en razones étnicas, culturales e históricas»​ y pone como ejemplo el título de «rey de Gibraltar», uno de los títulos históricos del rey de España.



Los  títulos pro memoria, en referencia a los territorios perdidos que algún día fueron administrados por la corona española, y son:

Los títulos principales:

Rey de Jerusalén, de las Dos Sicilias, de las Indias Orientales y Occidentales, de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano.

Archiduque de Austria, duque de Borgoña, de Brabante, de Milán, de Atenas y de Neopatria.

Conde de Habsburgo, de Flandes, del Tirol, y del Rosellón.
 
Debido a la gran cantidad de títulos asociados a la Monarquía Hispánica, sólo se escribían los más importantes, terminando la lista con un «etc.» o «&c.». Refiriéndose así a títulos secundarios y en desuso. Estos son:

Rey de Hungría, Dalmacia y Croacia.

Duque de Limburgo, Lotaringia, Luxemburgo, Güeldres, Estiria, Carniola, Carintia y Wurtemberg.

Landgrave de Alsacia.

Príncipe de Suabia.

Conde palatino de Borgoña.

Conde de Artois, Hainaut, Namur, Gorizia, Ferrete y Kyburgo.

Marqués de Oristán y Gocéano.

Margrave del Sacro Imperio Romano y Burgau.

Señor de Salins, Malinas, la Marca Eslovena, Pordenone y Trípoli.
 
Un título pro memoria es aquel que hace referencia a un territorio sobre el que no se ejerce dominio pero que es utilizado por un monarca de forma honorífica por motivos históricos y sentimentales. Los títulos pro memoria se utilizan bajo la fórmula non præjudicando inspirados en el principio del ius usus inocui, es decir, se considera que su uso es inofensivo y no conlleva perjuicio alguno hacia otros soberanos, incluido el gobernante del territorio al que hace referencia el título. El carácter inofensivo del título pro memoria lo diferencia del título de pretensión, el cual también hace referencia a un territorio perdido en el pasado pero siempre de una forma reivindicativa.



Un título de incógnito es aquel que adoptan los reyes y otros miembros de la realeza en sus viajes y desplazamientos cuando desean pasar inadvertidos y/o no ser tratados con el protocolo que les correspondería por su posición.

El Diccionario de la lengua española contiene la siguiente entrada al respecto:

de incógnito
1. loc. adv. U. [locución adverbial usada] para significar que una persona constituida en dignidad quiere pasar como desconocida, y que no se la trate con las ceremonias y etiqueta que le corresponden. El emperador José II viajó de incógnito por Italia.
Ejemplos históricos de títulos de incógnito son el de «condesa de Toledo» que usó la reina Isabel II de España durante su exilio o el de «duque de Toledo» que usó el rey Alfonso XIII de España en diferentes viajes y negocios.









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