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martes, 13 de diciembre de 2016

358.-Los Comentarios sobre la guerra de las Galias.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;  Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán;




Guerra.

La guerra de las Galias fue un conflicto militar librado entre el procónsul romano Julio César y las tribus galas entre el año 58 a. C. y 51 a. C. En el curso de esa guerra la República romana sometió a la Galia, extenso país que llegaba desde el Mediterráneo hasta el canal de la Mancha. Los romanos también realizaron incursiones a Britania y Germania, pero estas expediciones no llegaron a transformarse en invasiones a gran escala. La guerra de las Galias culminó con la batalla de Alesia en 52 a. C., donde los romanos pusieron fin a la resistencia organizada de los galos. Esta decisiva victoria romana supuso la expansión de la República romana sobre todo el territorio galo. Las tropas empleadas durante esta campaña conformaron el ejército con el que el general marchó después sobre la capital de la República.
Pese a que César justificó esta invasión como una acción defensiva preventiva, la mayoría de los historiadores coinciden en que el principal motivo de la campaña fue potenciar la carrera política del general y cancelar sus grandes deudas. No obstante, nadie puede obviar la importancia militar de este territorio para los romanos, quienes habían sufrido varios ataques por parte de tribus bárbaras provenientes tanto de la Galia como del norte de esa tierra. La conquista de estos territorios permitió a Roma asegurar la frontera natural del río Rin.
Esta campaña militar es descrita extensamente por el propio Julio César en su obra Comentarios a la guerra de las Galias, fuente histórica de mayor importancia acerca de esta campaña y obra más importante —conservada— del general. El libro es considerado como una obra maestra de propaganda política, puesto que César estaba sumamente interesado en influir a sus lectores en Roma.
Según Plutarco, los resultados de la guerra fueron 800 ciudades conquistadas, 300 tribus sometidas, un tributo de más de 40 millones de sestercios para César, un millón de prisioneros vendidos como esclavos y otros tres millones muertos en batalla (se estima que la población gala era de unos 3 a 15 millones de habitantes antes de la guerra).

Contexto político

En el año 58 a. C., Julio César terminó su consulado en Roma. El excónsul estaba muy endeudado desde su edilidad, sin embargo, siendo miembro del Primer Triunvirato (la alianza política compuesta por él mismo, Marco Licinio Craso y Pompeyo) se había procurado el gobierno de dos provincias: Galia Cisalpina e Ilírico. Cuando Quinto Cecilio Metelo Céler, gobernador de Galia Transalpina, murió de forma inesperada, César fue nombrado también gobernador de esta provincia. Mediante votación, llevada a cabo en el Senado, se dictaminó que César gobernara sobre estos territorios durante el sorprendente periodo de un lustro.
Inicialmente, César contaba con cuatro legiones veteranas bajo su mando directo: Legio VII, Legio VIII, Legio IX Hispana y Legio X. César conocía personalmente a la mayoría (tal vez a todas) esas legiones, puesto que había sido gobernador de Hispania Ulterior en 61 a. C. y junto a ellas había efectuado una exitosa campaña contra los lusitanos. Entre sus legados se encontraban su primo Lucio Julio César y Marco Antonio, Tito Labieno, Décimo Junio Bruto Albino, Cayo Trebonio, Aulo Hircio y Quinto Tulio Cicerón (hermano menor de Marco Tulio Cicerón). Además, César tenía la autoridad legal para reclutar más legiones y tropas auxiliares si así lo creía conveniente.
Probablemente, la ambición de César era realizar una campaña que lo encumbrara y aliviara su situación económica, pero es discutible que hubiera elegido a los galos como objetivo inicial. Lo más probable es que César estuviese planeando una campaña contra el reino de Dacia, en los Balcanes.
Por otra parte, las tribus galas eran civilizadas, ricas y se hallaban completamente divididas. Muchas de ellas comerciaban con mercaderes romanos y habían sido ya influidas por la cultura romana. Algunas incluso habían cambiado sus sistemas políticos, abandonando la monarquía tribal para instalar repúblicas inspiradas en la romana.
Los romanos respetaban y temían a los galos y las tribus germánicas. Hacía apenas 45 años, en el año 109 a. C., que Italia había sido invadida por una gran migración germana y rescatada tras varias sangrientas y costosas batallas lideradas por el general Cayo Mario. Hacía poco tiempo, la tribu germánica de los suevos había migrado al territorio de Galia encabezada por su líder, Ariovisto. Parecía que las tribus habían vuelto a ponerse en movimiento, y eso amenazaba de nuevo la existencia de la República.

El transcurso de la campaña

En el año 61 a. C., instigados por Orgétorix, los helvecios comenzaron a planificar y organizar una migración masiva. Los líderes de los helvecios no estaban satisfechos con la extensión de su territorio, cercados por las tribus germánicas, los sécuanos celtas y los romanos de la Galia Narbonense. En materia diplomática, Orgétorix negoció con los sécuanos y los heduos, y estableció también contactos personales y una alianza con Cástico y Dúmnorix, llegando incluso a casarse con la hija del último. César acusó a los tres hombres de ansiar ser coronados reyes. Durante tres años, los helvecios se prepararon para la guerra, trazando planes y enviando emisarios a varias tribus galas para procurarse salvoconductos y alianzas.
En 58 a. C. la tribu de Orgétorix se dio cuenta de su ambición y juzgaron a su líder. Aunque consiguió escapar, acabó muriendo y se sospechó que incluso pudo haberse suicidado. No obstante, todo este asunto no evitó que los helvecios continuaran adelante con sus planes. Debido a sus luchas constantes y distancia, los helvecios eran una tribu guerrera y su gran número de habitantes representaba una gran amenaza para cualquiera que se les opusiera. Cuando se pusieron en marcha, el 28 de marzo según los datos que aporta César, incendiaron todos sus pueblos y villas para eliminar cualquier tentativa de retirada. También se unieron a ellos otras tribus vecinas: los ráuracos, los tulingos, los latobicos y los boyos. Ante ellos, había dos rutas posibles: la primera era a través del peligroso y complicado Pas de l'Ecluse, ubicado entre la cordillera de Jura y el río Ródano; la segunda, que era mucho más simple, los llevaría al pueblo de Ginebra, donde el lago Lemán desemboca en el Ródano y un puente permitía el cruce del río. Estas tierras pertenecían a los alóbroges, una tribu que había sido sometida por Roma y, por lo tanto cuyo territorio se encontraba bajo la esfera de influencia de la República romana.

Por entonces, César se hallaba en Roma. Había quedado una única legión en la Galia Transalpina y se encontraba en peligro. Al ser informado de estos acontecimientos, inmediatamente apresuró su marcha hacia Ginebra y, además de ordenar la leva de varias tropas auxiliares, ordenó la destrucción del puente. Los helvecios enviaron una embajada bajo el mando de Nameyo y Veruclecio para negociar el paso de su pueblo por su territorio, prometiendo no provocar ningún daño. César estancó las negociaciones, tratando de ganar tiempo para que sus tropas fortificaran sus posiciones al otro lado del río mediante una muralla de casi cinco metros de alto y una zanja que corría paralela a ella.
Cuando la embajada regresó, César rechazó de manera oficial su petición y les advirtió que cualquier intento de cruzar el río por la fuerza sería contrarrestado. Se rechazaron inmediatamente varios intentos. Los helvecios regresaron sobre sus pasos e iniciaron negociaciones con los sécuanos para que los dejasen pasar pacíficamente. Tras dejar a su única legión bajo la dirección de su segundo al mando, Tito Labieno, César se dirigió rápidamente hacia Galia Cisalpina. Allí asumió el mando de las tres legiones situadas en Aquileya y reclutó otras dos nuevas legiones, la Legio XI y la Legio XII. Al frente de estas cinco legiones, César cruzó los Alpes por el camino más corto, atravesando territorios hostiles y enfrentándose a su paso a varias tribus.

Persecución a los helvecios
Mientras tanto, los helvecios ya habían cruzado el territorio de los sécuanos y saqueaban las tierras de los heduos, ambarros y alóbroges. Estas tribus, incapaces de enfrentarse a ellos, solicitaron ayuda a César como aliadas de Roma. César accedió y sorprendió a los helvecios cuando atravesaban el río Arar (el actual río Saona). Tres cuartas partes de los helvecios ya habían cruzado, pero el otro cuarto, los tigurinos (uno de los clanes helvecios), permanecía en la orilla oriental. Tres legiones bajo el mando de César emboscaron y derrotaron a los tigurinos en la batalla del Arar, causándoles grandes pérdidas. Los tigurinos supervivientes huyeron al bosque cercano.
Tras la batalla, los romanos construyeron un puente sobre el Arar para perseguir a los demás helvecios. Estos enviaron una embajada liderada por Divicón, pero las negociaciones fracasaron. Los romanos mantuvieron su persecución durante quince días hasta que tuvieron problemas de suministros. Aparentemente, Dúmnorix estaba haciendo todo lo posible por retrasar la llegada de estos suministros, por lo que los romanos abandonaron la persecución y se dirigieron hacia la fortaleza hedua de Bibracte. La suerte había cambiado y los helvecios comenzaron a perseguir a los romanos, hostigando a su retaguardia. César escogió una colina cercana para plantar batalla y las legiones romanas se detuvieron para enfrentarse a sus enemigos.
En la batalla de Bibracte las legiones aplastaron a sus oponentes y los helvecios, derrotados, ofrecieron su rendición, a lo que César accedió. Sin embargo, 6000 hombres del clan helvecio de los verbigenos huyeron para evitar ser capturados. Bajo órdenes de César, otras tribus galas capturaron y trajeron a los fugitivos, que fueron ejecutados. Los que se habían rendido recibieron la orden de regresar a sus tierras para reconstruirlas y organizar la provisión de suministros para alimentar a las legiones, puesto que eran un recurso muy útil como tapón entre los romanos y otras tribus del norte como para permitir que migrasen a otra parte.
 En el campamento helvecio capturado se encontró un censo escrito en griego: de un total de 368 000 helvecios, de los cuales 92 000 eran hombres sin discapacidades, solamente 110 000 sobrevivieron para regresar a sus hogares.

La guerra contra los suevos

Tras la victoriosa campaña, varios aristócratas galos de casi todas las tribus acudieron a felicitar a César por su victoria. Reunidos en un consejo galo para discutir ciertas cuestiones, invitaron a César a acudir.
En esta reunión los delegados se quejaron de que, debido a las luchas entre los heduos y los arvernos, estos últimos habían contratado a un gran número de mercenarios germánicos. Los mercenarios, liderados por Ariovisto, rey de los suevos, habían traicionado a los arvernos y tomado como rehenes a varios de los hijos de los aristócratas galos. Además, habían ganado distintas batallas y recibido muchos refuerzos, con lo que la situación estaba descontrolándose.

Las negociaciones

Entonces, César mandó emisarios a Ariovisto, proponiéndole una reunión, para discutir el asunto, pero Ariovisto se negó, diciendo que no confiaba en César, y era muy costoso trasladar a su ejército al sur. César le respondió diciéndole que entonces él pasaría a ser su enemigo, debido a los agravios que le había provocado a los aliados de Roma, y haberse negado a entrevistarse con sus aliados, cuya alianza tanto él había pedido.
César se enteró de que Ariovisto amenazaba con tomar Vesontio, la principal ciudad de los sécuanos, que además era una plaza fortificada fácil de defender, por lo que César marchó con sus legiones e impidió que fuera tomada. En Vesontio, los soldados de César comenzaron a temer a los germanos, a excepción de la décima, legión en la que César confiaba, pero este temor se esfumó cuando Ariovisto le pidió a César una entrevista con la condición de que ambos bandos llevaran únicamente jinetes, de manera que fuera difícil tender una emboscada.
Al llegar el día señalado, César y Ariovisto se entrevistaron, pero la reunión fue inútil, ya que la caballería de Ariovisto atacó a la romana en medio de la entrevista, por lo que César se retiró, y ordenó a sus caballeros que no atacaran para que después no circulase el rumor de que él había comenzado con la batalla. Unos días después, Ariovisto pidió a César que mandara emisarios para seguir negociando, pero, a la llegada del emisario romano, fue arrestado por Ariovisto.

Batalla de Vosgos

Tras el fracaso de las negociaciones, César ubicó sus legiones en dos campamentos, uno de los cuales fue atacado sin éxito por la caballería de Ariovisto, mientras se construían y se instalaban las tropas. César preguntó a los prisioneros por qué Ariovisto no atacaba el campamento central con todo su ejército, y estos respondieron que era porque su religión no les permitía entablar combate antes de la luna llena.
Aprovechando la desventaja psicológica de los germanos, César marchó con sus legiones hacia el campamento enemigo, consiguiendo su flanco izquierdo imponerse con celeridad, el flanco derecho en cambio hubo de ser reforzado para poder alzarse con la victoria. Cuando supieron el resultado de la batalla al otro lado del Rin, los suevos desistieron de cruzar el río y seguir conquistando la Galia.

Conflicto con los belgas

En 57 a. C. César volvió a intervenir en un conflicto entre las tribus galas cuando marchó contra los belgas, quienes habitaban en la zona que hoy en día conforma aproximadamente el territorio de Bélgica y además habían atacado a una tribu aliada de Roma. El ejército romano sufrió un ataque por sorpresa mientras acampaba cerca del río Sambre y estuvo a punto de ser derrotado, pero logró rearmarse gracias a su mayor disciplina y a la intervención de César en persona durante el conflicto. Los belgas sufrieron grandes pérdidas y finalmente se rindieron cuando vieron que era imposible lograr la victoria.

Expediciones punitivas

Al año siguiente, 56 a. C., César centró su atención en las tribus de la costa atlántica, principalmente en la tribu de los vénetos, que habitaban en la región de Armórica (la actual Bretaña). Esta tribu había reunido una confederación de tribus para combatir a Roma. Los vénetos eran un pueblo marítimo y habían construido una flota en el golfo de Morbihan, por lo que los romanos debieron construir galeras y realizar una campaña poco convencional por tierra y mar. Una vez más, César venció a los galos en la batalla del Golfo de Morbihan, y saqueó después el territorio de los derrotados.
Entre 56 y 55 a. C., las tribus germanas de los usípetes y los téncteros (que sumaban de 150 a 180 mil personas, aunque según César eran 400 mil) cruzaron el Rin, y establecieron su campamento en el Mosa. Desde ahí, la caballería germana atacó un campamento romano y mató a unos 6000 romanos. César reunió su ejército y comenzó las negociaciones con los germanos; pero cuando la caballería germana se alejó a pastar, el romano atacó el campamento enemigo, matando o capturando a 100 000 de ellos, su mayoría mujeres, niños o ancianos. En consecuencia, ambas tribus germanas volvieron a su país con los supervivientes.
César condujo sus fuerzas al otro lado del Rin el año 55 a. C. para llevar a cabo una expedición punitiva contra los germanos, con cerca de 40 mil hombres construyó un puente y cruzó el río. Los germanos se retiraron ante el avance romano y no presentaron batalla. El propio César estimaba en 430 mil guerreros germanos la fuerza enemiga aunque hoy se considera una exageración. No obstante los suevos, contra quienes principalmente se había dirigido la expedición, jamás llegaron a ser combatidos.
Posteriormente, César cruzó el canal de la Mancha a la cabeza de dos legiones para realizar una expedición similar contra los britanos. La incursión en Britania casi acabó en desastre cuando el mal clima destruyó gran parte de su flota y la inusual visión de una inmensa cantidad de carros de guerra provocó confusión entre sus tropas. César logró desembarcar y venció en dos batallas a los britanos, pero al no disponer de su caballería como refuerzo y ante la cercanía del invierno, decidió retirarse del suelo britano para reorganizar sus fuerzas y planear una segunda expedición. De los britanos se aseguró una promesa de rehenes, aunque solo dos tribus cumplieron con lo acordado. 
Tras retirarse, regresó al año siguiente con un ejército mucho mayor que venció a los poderosos catuvellaunos y los forzó a pagar tributo a Roma. El efecto de las expediciones no duró mucho, pero fueron una gran propaganda de las victorias de César. El pueblo de Roma consideraba a este general que había vencido a los extraños britanos y a los belicosos galos y germánicos como el mejor general de la historia, ensombreciendo a Pompeyo Magno, algo que finalmente se volvería en contra de Cés
Las campañas del año 55 a. C. y principios del 54 a. C. han causado gran controversia durante muchos siglos. Fueron incluso controvertidas en la época de los contemporáneos de César, y en especial entre sus opositores políticos, quienes las censuraron como un costoso ejercicio destinado al engrandecimiento personal. En épocas modernas, los expertos se han dividido entre quienes critican el claro plan imperialista de César y quienes defienden los beneficios generados en la Galia por medio de esta expansión del poderío romano.

Consolidación y rebeliones

En el invierno de 54-53 a. C. el descontento entre los galos subyugados provocó un gran levantamiento, cuando los eburones del noreste de Galia se rebelaron bajo su líder, Ambíorix. Quince cohortes romanas fueron aniquiladas en Atuátuca (Atuatuca Tungrorum, la actual Tongeren en Bélgica) y una guarnición comandada por Quinto Tulio Cicerón logró sobrevivir al ser socorrida por César justo a tiempo. El resto de 53 a. C. se ocupó con una campaña punitiva contra los eburones y sus aliados, de quienes se dice que fueron prácticamente exterminados por los romanos.

Revuelta de Vercingetórix.

En el año 52 a. C., el jefe averno Vercingetórix se rebeló uniendo a todos los pueblos galos bajo su mando, a excepción de los heduos, a quienes su magistrado Divicíaco mantenía aliados a Roma. Vercingetórix y sus galos decidieron no realizar enfrentamientos directos, sino utilizar la táctica de tierra quemada. Al enterarse Julio César, que se encontraba en la Galia Cisalpina, cruzó los Alpes para encontrarse con que Vercingetórix invadía la Galia Transalpina, mientras que los habitantes romanos de la Galia sometida por César eran asesinados. Julio César marchó con dos legiones a Narbona, capital de la Transalpina, y envió al legado Tito Labieno al norte para someter a los rebeldes de la región. Los que iban a invadir la Trasalpina, comandados por Lucrecio, al ver que César los enfrentaría, retrocedieron en busca de Vercingetórix. Julio César aprovechó esto tomando las ciudades de las tribus rebeldes del sur de Galia, principalmente las de los carnutes y alobogres. Entonces, Vercingetórix decidió quemar todas las ciudades galas que fueran difíciles de defender para privar así de suministros a César. El jefe galo ordenó a la tribu de los biturigues que abandonaran y quemaran su capital, Avárico. Sin embargo, estos confiaban en sus murallas y se negaron. Ante esto, Vercingetórix acampó fuera de la población, pero no pudo impedir el sitio de los romanos. Los romanos construyeron murallas a lo largo de su campamento, mientras que los biturigues alzaban sus murallas a medida que las torres de asedio romanas eran construidas. Un día lluvioso, cuando los biturigues menos se lo esperaban, Julio César atacó la ciudad, y pudo tomarla tras unas horas de combate. Este triunfo le permitió recoger todas las provisiones que necesitaba.

Tras la batalla de Avárico, Vercingetórix, que estaba a unos cuantos miles de pasos de la ciudad se retiró a la capital de los avernos, Gergovia, una ciudad situada en una colina de difícil acceso, y protegida por un muro, y doscientos mil soldados galos. César tomó seis legiones y marchó hacia Gergovia, pero se encontró con que Vercingetórix había quemado todos los puentes que había sobre el río Liger, por lo que se le dificultaba el acceso a Gergovia, ya que en caso de querer construir un puente, sería destruido por las tropas galas que estaban al otro lado del río, cerca de Gorgobina. Entonces, Julio César envió a la mitad de su ejército hacia el sur, para que el enemigo pensara que se estaba retirando. Al ver esto, los galos marcharon hacia el sur para impedir que se construyera un puente allí. Entre tanto, Julio César y la otra mitad del ejército construyeron un puente y cruzaron el río. Al día siguiente, cuando los galos se enteraron, fueron a enfrentarse con César, dejando paso libre por el río a la otra mitad de los romanos. 
Al saber que estos últimos también estaban en ese lado del río, los galos huyeron a Gergovia. Cuando Julio César llegó a Gergovia, instaló dos campamentos, uno al pie de la cuesta y el otro en la mitad de esta. Julio César esperaba recibir ayuda de sus aliados heduos, pero resultó que su magistrado Divicíaco había muerto y que el nuevo jefe no era muy capaz. Los enemigos políticos del nuevo magistrado decidieron aliarse a Vercingetórix e inventaron que Julio César había asesinado a algunos nobles heduos, y les dijeron a los refuerzos que debían llevarle a Vercingetórix la cabeza de César. Cuando los heduos se acercaban, Julio César, por medio de espías se enteró de lo planeado, y marchó hacia el campamento heduo con los nobles que según decían algunos, él había asesinado. Al ver que estos estaban vivos, se disculparon ante Julio César y se le unieron.

Tras esto, César observó que no sería difícil tomar una posición ventajosa más cercana a la ciudad. Entonces, ordenó atacar a la pequeña guarnición gala que se encontraba allí. Cuando la venció, ordenó a sus soldados retirarse para no hacer que combatieran en terrenos desventajosos, pero solo la caballería y la décima legión le obedecieron, ya que el resto, ansiando una victoria rápida, cargaron hasta las propias murallas de la ciudad. El grueso del ejército galo salió a su encuentro y poco a poco los romanos fueron cayendo. Viendo esto, Julio César, envió a la legión que había dejado de reserva en su campamento para que se colocase cerca de los galos, y así proteger a las legiones que habían desobedecido al general romano, y facilitarles la retirada. Finalmente, Julio César logró retirar de la zona de combate al ejército que había atacado por sí solo, al que al día siguiente le explicaría que si desobedecían nunca podrían derrotar a los galos de Vercingetórix. En los días siguientes, solo hubo escaramuzas de jinetes. 
Mientras, en el país de los heduos, su magistrado decidió aliarse a Vercingetórix. Entonces, César, tras un combate favorable de la caballería, se retiró hacia el país de los heduos, pero no pudo evitar que entraran a la confederación gala de Vercingetórix. Los galos eran poderosos debido a su inmensa caballería, por lo que César pidió a sus aliados germanos que colaboraran con algunos caballos, ya que podía usar legionarios como jinetes de caballería.
 Así, Julio César logró obtener una inmensa caballería, y colocó sus tropas en una planicie cerca de la ciudad fortificada de Alesia. Los galos posicionaron su caballería en una colina cercana, y César decidió atacarlos, marchando con su caballería así como una legión oculta. Cuando los jinetes enemigos atacaron, los legionarios se dejaron ver, y con sus arqueros mataron a muchos de los galos, quienes huyeron en desbandada al campamento de la infantería de Vercingetórix. Este, viendo la derrota de sus jinetes, decidió refugiarse en Alesia, esperando que pasara lo mismo que en Gergovia.

Cuando Vercingetórix llegó a Alesia, envió a unos soldados suyos a pedir refuerzos a los galos, ya que solo disponía de ochenta mil hombres. César, que lo estaba persiguiendo, al ver las fortificaciones de la ciudad gala, dejó de lado la idea de atacarla y optó por sitiarla. Para ello construyó siete campamentos fortificados, apoyados por reductos en los puntos claves. Luego, construyó un foso de seis pasos de profundidad sobre toda la circunferencia de Alesia para impedir la huida de los sitiados y al lado del foso, construyó una muralla de tres pasos de altura.
 Para impedir la llegada de refuerzos a los sitiados, construyó, a cien pasos de la otra muralla, tres fosos de seis pasos de profundidad, y una muralla de tres pasos de altura, situada encima de un terraplén de otros cuatro pasos de altura. A las murallas, les colocó una torre cada veinte pasos y de diez pasos de altura. La muralla interior, aproximadamente, medía dieciséis mil pasos de longitud, mientras que la exterior medía veintiséis mil. Debido a la escasez de víveres, los sitiados expulsaron a las mujeres y a los niños para ahorrar provisiones.
 Tras varias semanas, llegaron cuatrocientos mil galos de refuerzo comandados por Comio, un aliado de Vercingetórix, también de origen averno. Comio realizó algunas escaramuzas de caballería que fracasaron, así que decidió utilizar su inmensa infantería para atacar a César. A media noche, avanzaron los cuatrocientos mil hombres de Comio hasta la muralla que guarnecía a los cincuenta mil hombres de César. Al llegar, hicieron ruido, para que los sitiados salieran de Alesia y atacaran. Así se hizo, pero después de rellenar el foso, se retiraron.
Al día siguiente, Comio, dividió a su ejército en dos, para que una parte atacara a la muralla romana, y la otra marchó hacia una sección de la circunferencia que, por la naturaleza del terreno, los romanos no habían podido fortificar. Mientras Vercingetórix salía de la ciudad, obligando a Julio César a combatir, no solo quintuplicado en número, sino a hacerlo por ambos flancos. El fuerte romano no protegido estaba defendido por dos legiones comandadas por el legado Labieno. Sin embargo, cuando la muralla fue quemada por los galos, Julio César tuvo que pelear en desventaja, y decidió ir en ayuda de Labieno, quien estaba siendo atacado por varios flancos. Entonces, César, envió al legado Marco Antonio con la caballería y dos legiones a salir del campamento por la parte que no estaba siendo atacada, y que atacara por la retaguardia a los galos de Comio, quienes, al ver a Antonio y sus jinetes, huyeron en desbandada, y los galos se rindieron, junto a su jefe, que fue apresado.
En el año siguiente, 51 a. C., se produjeron campañas de pacificación contra los carnutes y los belóvacos. En el 50 a. C. persistió la resistencia, en Uxeloduno, que fue rendida por César después de cortar su aprovisionamiento de agua. Se trataba de tareas de "limpieza" y rebeliones menores, pero el control de Roma sobre Galia no se vio comprometido seriamente hasta el siglo ii.

Análisis de la estrategia

El triunfo romano en la guerra de las Galias se debió a una combinación de astucia política, campañas efectivas y una mayor capacidad militar que sus oponentes galos. César llevó a cabo una política de «divide y conquista» para acabar con sus enemigos, poniéndose del lado de tribus individuales durante sus disputas con oponentes locales. Reunió de forma sistemática información sobre las tribus galas para identificar sus características, debilidades y divisiones, lo que a su vez le permitiría poder librarse de ellas.

Muchos soldados de las tropas de César eran galos, así que el conflicto no fue sencillamente una guerra entre romanos y galos. Ciertamente su ejército era una entidad cosmopolita en extremo. Su núcleo constaba de seis, más tarde diez, legiones de infantería pesada, con el apoyo del equivalente a dos más en campañas posteriores. Dependía de aliados extranjeros para su caballería e infantería ligera, reclutándolos entre las tribus numidias, cretenses, hispanas, germánicas y galas. César empleaba sus fuerzas de manera sumamente efectiva, estimulando el orgullo de las unidades individuales para que realizasen un mayor esfuerzo.

Los oponentes galos de César eran considerablemente menos hábiles que los romanos en términos militares. Podían disponer de inmensos ejércitos pero sufrían falta de flexibilidad y disciplina. Los guerreros galos eran oponentes feroces y esto les reportaba la admiración de los romanos (véase el Galo moribundo), pero carecían de disciplina en el campo de batalla. Sus tácticas estaban restringidas a cargar en masa sobre sus enemigos, y su falta de cohesión los volvía incapaces de ser eficaces durante los enfrentamientos. Tampoco tenían un apoyo logístico y no podían permanecer en el campo tanto tiempo como los romanos.

Por otro lado, también es posible que la derrota gala se debiera a la enorme debilitación sufrida por varias de sus generaciones a causa de la constante guerra contra los invasores germánicos, a los que solo pudieron contrarrestar a costa de la pérdida de grandes cantidades de guerreros.




 (en latín, Commentarii de bello Gallico o, abreviadamente, De bello Gallico) es una obra de Julio César redactada en tercera persona. En ella César describe las batallas e intrigas que tuvieron lugar en los nueve años (del 58 al 50 a. C.) que pasó luchando contra ejércitos locales que se oponían a la dominación romana en la Galia.


Título

El título en latín, literalmente Comentarios a la guerra de las Galias, a menudo se conserva en las traducciones del libro, y el título también se traduce como Sobre la guerra de las Galias, De la guerra de las Galias, La conquista de las Galias y La guerra de las Galias.

Los libros

El libro primero recoge las campañas del año 58 contra los helvecios y los germanos. El propósito central de César era la justificación para ambos conflictos, que no era otra que la defensa de la Narbonense y de otros aliados. Aparentemente, César no tenía previsto el conflicto contra los helvecios, pero supo aprovechar la oportunidad. Afirmaba que no se podía tolerar que éstos se establecieran en un territorio tan próximo a la Narbonense, el de los sántonos, por más que habitasen a más de doscientos kilómetros de la provincia, pues para la mentalidad romana aquel era un motivo más que suficiente. Dos rápidas acciones le bastaron para destrozar su ejército y obligarles a rendirse. César los devolvió a su territorio original para que siguieran actuando como dique de contención frente a la presión germana.

Una llamada de auxilio del heduo Diviciaco, amigo fiel de Roma, permitió enlazar una campaña con otra. Las luchas por la supremacía en la Galia habían aupado al mayor escalafón al germano Ariovisto, que rápidamente había sometido a aliados (arvernos y sécuanos) y a enemigos (heduos), y ahora amenazaba con desestabilizar toda la Galia. Seguramente existió entonces un exceso de dramatismo, pero cierto es que César reconoció como grave el problema de Ariovisto, a quien un año antes no había tenido problema de nombrar con el título de amigo y aliado del Pueblo Romano. Sea como fuere, César respondió presto a la llamada de Diviciaco y, en una batalla memorable, obligó a los germanos a cruzar de nuevo el Rin.

Antes de la batalla final, César hubo de hacer frente a una grave crisis: su ejército se encontraba atenazado por el miedo que provocaban aquellos bárbaros. Sus habilidades oratorias le sirvieron para salir airoso del paso. No obstante, en el relato, cargó contundentemente contra los jóvenes aristócratas que formaban su séquito y, en contraposición, alabó a oficiales y soldados, perfilando la imagen de ejército que quería.

El libro segundo está consagrado a la campaña contra los belgas (57 a. C.). En cierto modo, forma una unidad con el tercero, toda vez que ambos relatan la generalización de la guerra hasta la pacificación aparente. No obstante, hay diferencias sustanciales: este libro se encuentra centrado por completo en la figura de César, en tanto que el tercero el general comparte el protagonismo con sus lugartenientes, debido a la multiplicación de los frentes.

Al disponer que sus tropas invernasen en mitad de la Galia, el procónsul estaba dando a entender que había llegado para quedarse. La formación de una coalición belga contra él se hizo inevitable, y una vez más César precipitó los acontecimientos: penetró en territorio belga e hizo cundir el pánico. Sólo hubo de vencer la resistencia tenaz de los nervios, a los que diezmó, y de los atuátucos, que pagaron muy caro su intento de engañarle. Entretanto, el hijo menor de Craso se encargaba de la costa oeste. Concluida la campaña contra los belovacos, César despachó a Roma un despacho triunfalista y exagerado: la Galia estaba pacificada. Esto le valió una supplicatio de quince días, un honor nunca concedido hasta entonces. Sabía que la información podría ser precipitada, pero se aseguraba su continuación en el campo de batalla galo pues cada nuevo estallido de violencia sería considerado como un acto de rebelión a Roma que debería ser castigado.

La situación en Roma no era menos importante. En el curso de este año se había producido un acercamiento de Pompeyo y sus adversarios políticos, que habían recrudecido sus ataques contra la legislación cesariana. César maniobró con presteza, entrevistándose primero con Craso en Rávena e, inmediatamente después, concertando una reunión con ambos y Pompeyo en Luca. De resultas de ésta, se reforzó la coalición: Pompeyo y Craso serían cónsules en el 55, tras lo cual el primero recibiría las dos provincias hispanas por cinco años y el segundo obtendría Siria, en tanto que a César se le renovaba su mandato en la Galia por otros cinco años (con la cláusula adicional de que no se podría plantear la asignación de sus provincias hasta el 1 de marzo del año 50).

El libro tercero desplaza el teatro de operaciones al oeste, donde se desarrollaban las luchas contra los vénetos y otros pueblos del noroeste, al tiempo que se consolidaba la Aquitania. Fue un año denso en acontecimientos, pero parece que César, obsesionado con brillar en solitario, escatimó méritos a sus legados debido a la excepcional brevedad del texto. Incluso se llega a producir en el lector la impresión de que era él, desde la lejanía, quien ganaba las batallas. Una vez pacificada la Galia, las miras estaban puestas en Britania. Con este fin, César dispuso que sus tropas invernasen en el oeste.

El libro cuarto se ocupa de la guerra contra los usípetes y los téncteros, y de dos breves incursiones: una al otro lado del Rin y la segunda al sur de Britania (55 a. C.). El conflicto con los dos pueblos transrenanos se debió a un efecto en cadena: cuando César expulsa de la Galia a los suevos de Arivisto, éstos desplazaron a su vez a usípetes y téncteros, que hicieron el camino inverso, aprovechando la debilidad de los pueblos galos.

La alarma de César estaba justificada: los invasores disponían de un nutrido ejército, con una formidable caballería de asalto y además podrían provocar la insurrección de toda la Galia. César sofocó primero los conatos de sublevación y después marchó contra los dos pueblos, a los que infligió una severísima derrota. Hubo tal masacre que Catón no dudó en aprovechar la ocasión para solicitar que César fuese entregado a los germanos por haber violado el derecho de gentes, impidiendo que estos pueblos solicitasen asilo en la Galia.

Sin dilación, César decidió cruzar el Rin. Quizá quiso emular a Pompeyo adentrándose en terra incognita, pero la expedición resultó poco gloriosa: dieciocho días merodeando por tierras de los sugambros, saqueando y destruyendo, pero sin entrar en combate con el grueso de las tropas germanas. Concluido esto, César dispuso una nueva expedición a Britania. Según él, de suelo britano llegaban refuerzos a los galos así que utilizó su «derecho de persecución». Sin embargo, la expedición estaba mal preparada (pese a sus esfuerzos por disimularlo) y apenas hubo logros militares que reseñar; las riquezas que se esperaban encontrar en la isla no aparecieron. A pesar de la desilusión, César consiguió una nueva supplicatio: no en vano, era el primer romano en cruzar dos fronteras míticas, el Rin y el Canal de la Mancha.

El libro quinto presenta dos partes contrapuestas: los veintitrés capítulos iniciales están dedicados a la segunda expedición a Britania; los treinta y tres restantes se ocupan de las revueltas en el nordeste de la Galia. A decir verdad, el segundo grupo corresponde al invierno del 54–53, con lo que el libro V, correspondiente a los hechos del 54, hubiera debido acabar en el capítulo veinticuatro.

En Britania, el plan de César consistía en conquistar la parte más cercana a la Galia (Kent y, posiblemente, Cornualles). Sin embargo, la expedición se saldó con un nuevo fracaso. Las razones eran variadas: la campaña se había iniciado con mucho retraso, sobre su ejército se había abatido una serie de calamidades y, lo más importante, la estrategia de hostigamiento del jefe enemigo Casivelono acabó por dejarle en una situación comprometida. En los primeros días de septiembre, apenas tres semanas de su llegada, las tropas volvieron a embarcar.

Por si no fuera suficiente este fracaso, durante el invierno estalló una revuelta en torno a los campamentos que César había ubicado en el centro y nordeste de la Galia. El levantamiento obedecía a varios factores: las élites locales impuestas por César estaban pasándose al bando enemigo, muchos pueblos sentían amenazada su propia existencia con la agresiva política de César y, en último lugar aunque no menos importante, los druidas se habían decidido a intervenir, quizá en respuesta a la intromisión de César en suelo britano, centro del culto druídico. El plan estaba bien pensado y podía poner en graves aprietos a las legiones, aisladas unas de otras.

César no permite apreciar en su relato con claridad la secuencia cronológica, ya que se ha centrado en la suerte dispar de dos de sus legiones: una legión y media, acampada en territorio de los eburones, fue totalmente exterminada por éstos, bajo el mando de Ambíorix; en cambio, la legión estacionada en territorio de los nervios, mandado por Quinto Cicerón, logró resistir hasta su llegada. Tras esto, el libro se cierra con la victoria de Labieno sobre los tréveros, un broche optimista para concluir un libro plagado de malas noticias. De hecho, tras declararla pacificada, César pasó el invierno en la Galia y se vio en la necesidad de reclutar dos nuevas legiones en el norte de Italia, además de pedir una a Pompeyo, lo que elevó la suma a un total de diez, en torno a cincuenta mil hombres.

El libro sexto recoge las intensas actividades del año 53: operaciones de sometimiento a diversas tribus galas, segunda expedición al otro lado del Rin, persecución de Ambíorix y exterminio de los eburones. Sin embargo, es uno de los más breves. Ello se debe a que César no estaba dispuesto a ofrecer como único logro de este año una larga y monótona lista de pueblos pacificados que nunca terminaban de someterse. En consecuencia, optó por una larga digresión que ocupa el cuarenta por ciento del libro: este tipo de descripciones etnográficas llamaban poderosamente la atención de los lectores de la época.

El segundo paso del Rin no tenía, en palabras de César, otro propósito que el de hacer una demostración de fuerza a los suevos y a los ubios, aunque algunos autores modernos sospechan de que aquél había concebido grandes planes de conquista para Germania. Sea como fuere, al retirarse los suevos dio por concluida, acertadamente, la aventura germana. De vuelta a la Galia, concentró sus esfuerzos en la figura de Ambíorix, e intentando poner a su propio pueblo en contra desató una campaña de exterminio que prácticamente hizo desaparecer a los eburones de la Historia.

César «inventó» el Rin como frontera natural entre galos y germanos o, lo que era lo mismo a sus ojos, entre pueblos en vías de civilización y simples bárbaros. En realidad, a ambos lados del río se estaba desarrollando una cultura única, la de los celtas de La Tène. Se trataba de justificar la conquista de la Galia como algo necesario: allí había una cultura en formación que debía ser incorporada al mundo romano, salvándola de la agresión germana. Para una parte de la sociedad, los bárbaros no podían ser asimilados y, por tanto, se desaconsejaba su conquista.

Durante el invierno, en el norte de Italia, César se vio obligado a reconducir la situación en Roma: las muertes de Julia y Craso y el asesinato de Clodio habían resquebrajado su alianza con Pompeyo, ahora más cercano a sus oponentes políticos. Mientras en la Galia la rebelión parecía más que evidente, la ruptura con Pompeyo fue total.

El libro séptimo narra el enfrentamiento casi épico entre César y Vercingétorix (52 a. C.). La nueva y definitiva revuelta se inició en Cénabo, con la matanza de los comerciantes romanos afincados en la plaza. Al frente de la rebelión, posiblemente organizada por los druidas, se encontraba Vercingétorix, un líder con grandes dotes diplomáticas y militares. César tuvo que asegurar primero la defensa de la Narbonense, amenazada a lo largo de toda la frontera pero, al mismo tiempo, debía impedir que sus legiones fueran aniquiladas. Existía una buena estrategia por parte gala, pero fracasó y César se apresuró hacia Agedinco, dando un rodeo por el este que no esperaban sus enemigos. De esta manera, reunió en la plaza a dos legiones y esperó a las restantes. Todo ocurrió tan deprisa que Vercingétorix tuvo que recurrir a la estrategia de tierra quemada, pero aun así no evitó la toma de César de la ciudad de Avárico, que le procuró una ingente cantidad de provisiones. El asedio de la plaza exasperó a sus soldados: tal es, al menos, la justificación esgrimida por César por la matanza de sus habitantes.

Ya a la ofensiva, el siguiente paso lo dio César en Gergovia y constituyó el primer gran fracaso en suelo galo, aunque su relato apenas lo deje traslucir: todas las culas recaen en la indisciplina y presunción de sus soldados. Las consecuencias de la derrota fueron importantes: César emprendió el camino de vuelta a la Narbonense perseguido por la gran coalición gala y sus antiguos socios, los heduos. Vercingétorix cayó sobre el ejército pero sufrió una destacable derrota, propiciada principalmente por la caballería y la infantería ligera que César había hecho traer desde el otro lado del Rin. Ahora eran los galos los que se veían obligados a huir. Vercingétorix se dirigió a Alesia, donde tendría lugar la batalla final.

Se ha pensado que Alesia era en realidad una trampa tendida a César que tenía como objetivo atraparle entre el ejército de Vercingétorix en la plaza y el proveniente del exterior. Si falló fue por la tardanza de este último. Por el contrario, algunos creen que fue todo al revés: César simuló su retirada a la Narbonense para después obligar a los galos a retroceder hasta Alesia, donde les atraparía en una ratonera. Y así fue: César rodeó la plaza con un doble sistema de fortificaciones que le permitió mantener el asedio y rechazar al tiempo cualquier agresión del exterior. Hasta tres ataques lanzaron los galos a ambos lados de la empalizada, pero los romanos, con sufridísimos apuros, salieron ilesos de todo. Las tropas de refuerzo galas se dispersaron y dejaron a su suerte a Vercingétorix. Éste evitó una nueva masacre entregándose en persona a finales del 52.

El relato de César acaba bruscamente en este punto, sin ninguna conclusión final y tampoco insertando el contrapunto adecuado a la breve introducción del libro I. Hay, de hecho, un libro octavo, que se ocupa de las campañas del 51 contra los carnutes y los belóvacos. Su autor, Hircio, disponía como «jefe de la secretaría» de César de suficiente documentación para llevar a cabo la tarea, además de informes remitidos por César y de otros más. Se afirma en su comienzo que toda la Galia estaba sometida y en su final que César lo había conseguido combinando rigor y benevolencia, premios y castigos. Persistían, no obstante, algunos focos de resistencia. El más importante de ellos, Uxeloduno, sufrió un castigo terrible por retardar la pacificación total hasta el año 50, momento en que César podía verse desposeído de sus poderes.

Al cabo de aquellos ocho años de guerras, César había logrado, en palabras de Jehne: «su consagración como fenómeno excepcional». «Como tantas otras veces en su vida, también ahora se encaminaba hacia una decisión en la que se jugaba el todo por el todo: o se convertía en cónsul y, previsiblemente, en el hombre más poderoso del Imperio Romano, o sería ignominiosamente expulsado de la clase dirigente y tendría que esperar el fin de sus días en cualquier rincón del Imperio. La lucha entre César y sus adversarios estaba llegando al punto decisivo». La guerra civil estaba a punto de llegar.

El relato.

Los Comentarios a la guerra de las Galias no son una obra de carácter autobiográfico, ni tampoco unas memorias. César se presenta como el procónsul capaz de cumplir con su deber, respetuoso con el Senado y la legalidad republicana. Necesitaba demostrar que había actuado en todo momento conforme a la voluntad del Senado. Así, oculto tras la aparente objetividad de un memorándum militar, César forja su leyenda: su resistencia física, su capacidad para adaptarse a los rigores de la guerra, su camaradería, sus dotes conjugando a la perfección audacia y reflexión, sus habilidades diplomáticas, le permiten, en definitiva, conformar la imagen de un líder carismático e irresistible.
 ¿Ahora bien, quiere decir esto que la obra de César es poco menos que un folleto propagandístico, una sarta de falsedades?
 Algunos autores, así lo creen, pero el magistral estudio de Rambaud sobre los procedimientos de deformación histórica empleados por César ha puesto las cosas en su sitio: deformar la verdad no es mentir, sino presentar los hechos de una forma ventajosa. Es lo que hacen los abogados y lo que enseña la retórica: la narratio debe operar según el principio de lo verisimilis, presentando los hechos «tal y como han pasado o tal como han podido pasar».
 En Roma, la historia no era más que un opus oratorium maxime, en palabras de Cicerón.

César ha recurrido a una gran variedad de expedientes que Rambaud recoge: opera una cuidadosa selección de las cuestiones que va a tratar; silencio u omite elementos desfavorables; utiliza técnicas de exageración y de atenuación; recurre a las causas psicológicas y morales para justificar derrotas y fracasos; se muestra especialmente generosos en elogios hacia ciertos adversarios para poner de relieve sus propios éxitos; utiliza las digresiones para dar apariencia de objetividad, so capa de satisfacer la curiosidad de los lectores por lo exótico; manipula la concepción del tiempo y del espacio; deniega ciertas responsabilidades, y se atribuye otras que no le corresponden… Otros procedimientos son más técnicos: el nombre «César» se repite constantemente, hasta el punto de hacer de él un deus ex machina; cuando las cosas salen mal, el uso recurrente del pronombre le permite evadir toda responsabilidad; las subordinadas, especialmente las concesivas, sirven, por el contrario, para poner de relieve su constancia y perseverancia; coloca los elementos en las oraciones de tal forma que el lector llegue convencido al final de la frase; las repeticiones hacen que pasen por evidentes afirmaciones no probadas (como la celeritas de César).

Para Martin: «De estas razones largamente explicadas en sus informes periódicos al Senado ha nacido la idea y la base del Bellum Gallicum, compendio justificativo de la acción de César en el momento en que éste pensaba volver finalmente a las actividades cívicas, a su carrera política».

Redacción y publicación

Hay dos líneas de pensamiento contrapuestas en este punto. Por un lado, están los autores que sostienen que la obra ha sido redactada en varias fases, bien al final de cada campaña (Reinach, Étienne), bien en diferentes momentos a lo largo de la guerra (Radin, Carcopino). Por otro lado, los que piensan que César ha compuesto la totalidad de la obra de una vez (Mommsen, Jullian, Rambaud, Martin, Cizek). Argumentan los segundos que César pudo adelantar de manera notable este trabajo gracias a su rica documentación. Así, lo único que habría precisado una redacción de última hora serían las partes literarias.

En cuanto al momento de la redacción, si se acepta que ésta es única, parece que la fecha más aceptable es el invierno del 52–51 a. C. Según Rambaud, César ha compuesto la obra en Bibracte, poco antes de bajar a la Cisalpina para preparar su regreso:
 «Hay que imaginarse a César en el largo, gris y frío invierno nórdico, en Bibracte, dictando los Comentarios a sus escribas, inclinados sobre la luz amarillenta de las lámparas de aceite, con voz firme y nerviosa, a medida que se le iban pasando los informes que previamente había hecho ajustar a un modelo, ordenados según su plan de conjunto».

La obra habría sido publicada en los primeros meses del año 51. En la guerra que se avecinaba, César sabía que era muy importante ganarse a la opinión pública, sobre todo a la que tiene influencia, peso político y cultura suficiente para leer y apreciar lo que lee: los senadores, los caballeros, los ciudadanos de las clases censitarias superiores… los que tienen voto, en suma, los boni viri de Cicerón.

Queda pendiente, por otro lado, la cuestión del libro octavo. Queda claro que César no tuvo tiempo material de elaborarlo y, aunque recientemente un investigador de la talla de Canfora ha negado enfáticamente que Hircio fuese su autor, la mayoría de los estudiosos se inclinan por atribuirle a él su composición. A instancias de su amigo Balbo, Hircio ha acometido la redacción de este libro, insertándolo a modo de eslabón entre el séptimo de los dedicados a la guerra de las Galias y el primero del Bellum Civili.

El género.

Es muy posible que César haya intentado conformar una serie única de commentarii, que llevaría por título general el de C. Iulii Caesaris commentarii rerum gestarum, con un subtítulo Bellum Gallicum para la obra que nos ocupa. La elección del término commentarii es reveladora: nos dice que nuestro autor no ha pretendido, en modo alguno, componer una obra de historiografía, por más que presente no pocos puntos de contacto con ésta.

El commentarius, en términos literarios, es una recopilación de material en la que su autor poner de relieve los hechos y acciones más importantes de su vida a fin de ofrecer a eventuales y posteriores historiadores los elementos sobre los cuales se podrán apoyar para componer una obra propiamente histórica. Dicho de otro modo, el autor de commentarii se propone prevenir cualquier interpretación despectiva de su obra aleccionando a los historiadores futuros sobre «su» verdad.

Que César no pretende escribir una obra histórica lo prueban evidencias tales como la ausencia de un prefacio y de una conclusión, la renuncia a proporcionar información retrospectiva que permita contextualizar el relato, la desaparición del autor o la nula presencia de los ornamentos del discurso. Es posible que con el paso del tiempo, conforme avanzaba la redacción, César se haya vuelto más ambicioso, intentado embellecer su relato, en la medida de lo posible, con estos otros elementos que toma prestados de las obras de historia.

Lengua y estilo

Los Comentarios a la guerra de las Galias fueron reconocidos como obra maestra ya en la Antigüedad. Su estilo es simple, elegante, como corresponde a un autor para el que escribir bien era algo natural: el resultado es un relato preciso, sobrio y claro. El estilo de César es más demostrativo que dramático: está más interesado en instruir (docere) que en conmover o seducir a los lectores (movere). En general sus preferencias estilísticas se decantan por el aticismo más puro, caracterizado, según Quintiliano, por su concisión, sencillez y elegancia. En busca del purismo, se evitan los arcaísmos, los neologismos, las palabras con connotaciones poéticas, el lenguaje técnico y los términos inusuales. Se trata de utilizar la palabra justa (verbum proprium). No obstante, César emplea aliteraciones, repeticiones de ciertas palabras, anáforas, gradaciones, incluso una cierta variación léxica a través de los sinónimos.

César hace un uso abundante de los participios, una innovación que le sirve para ganar en concisión a la hora de expresarse. También son frecuentes los ablativos absolutos aportando claridad y precisión al relato. Por categorías, priman los verbos y los sustantivos: lo que importa es atenerse a lo esencial del mensaje. Los adjetivos, menos frecuentes, se emplean sobre todo para expresar ciertos matices particulares, como la reprobación y la admiración. En el nivel de la oración, César alterna períodos largos para dar explicaciones o reflexionar y los períodos breves para acontecimientos precipitados y acciones rápidas.

Críticas

Tras el segundo año de campaña, muchas de las tribus hostiles habían sido derrotadas y gran parte de la Galia estaba de una u otra forma bajo control romano. Llegado este momento, cualquier amenaza a la provincia, o a la propia Roma, era como mínimo bastante dudosa. El libro también pudo haber pretendido dar una respuesta a los oponentes políticos de César, quienes cuestionaban la necesidad real de esta guerra tan costosa, en aquella época una de las más caras de la historia romana. Muchas de las razones proporcionadas claramente abusaban de la credulidad de sus lectores. Por ejemplo, sus razones para invadir Britania se resumían en señalar que mientras luchaba en el noroeste de la Galia, mercenarios procedentes de la isla de Gran Bretaña solían ayudar a los ejércitos locales.

Uso educativo

El libro frecuentemente recibe elogios por la claridad y pureza del latín. Tradicionalmente era el primer libro auténtico que los estudiantes de latín debían estudiar, así como la Anábasis de Jenofonte lo era para los estudiantes de griego. Ambos eran relatos autobiográficos de aventura militar relatada en tercera persona. El estilo es simple y elegante, esencial y no retórico, seco como una crónica pero con muchos detalles y empleando numerosos recursos estilísticos para promover los intereses políticos de César.
Los libros también son valiosos por muchos hechos históricos y geográficos (Gallia est omnis divisa in partes tres...) que se detallan en la obra. Capítulos destacados son aquellos que describen los trajes de los galos (VI, 13), su religión (VI, 17), una comparación entre los galos y los pueblos germanos (VI, 24) y otras notas curiosas, como la falta de interés de los germanos por la agricultura (VI, 22).
Asimismo, por esta obra a Julio César se lo considera el inventor del libro encuadernado, formato que supuso un cambio radical, haciendo que leer fuera considerablemente más cómodo.





La guerra de las Galias fue un conflicto militar librado entre el procónsul romano Julio César y las tribus galas entre el año 58 a. C. y 51 a. C. En el curso de esa guerra la República romana sometió a la Galia, extenso país que llegaba desde el Mediterráneo hasta el canal de la Mancha. Los romanos también realizaron incursiones a Britania y Germania, pero estas expediciones no llegaron a transformarse en invasiones a gran escala. La guerra de las Galias culminó con la batalla de Alesia en 52 a. C., donde los romanos pusieron fin a la resistencia organizada de los galos. Esta decisiva victoria romana supuso la expansión de la República romana sobre todo el territorio galo. Las tropas empleadas durante esta campaña conformaron el ejército con el que el general marchó después sobre la capital de la República.
Pese a que César justificó esta invasión como una acción defensiva preventiva, la mayoría de los historiadores coinciden en que el principal motivo de la campaña fue potenciar la carrera política del general y cancelar sus grandes deudas. No obstante, nadie puede obviar la importancia militar de este territorio para los romanos, quienes habían sufrido varios ataques por parte de tribus bárbaras provenientes tanto de la Galia como del norte de esa tierra. La conquista de estos territorios permitió a Roma asegurar la frontera natural del río Rin.
Según Plutarco, los resultados de la guerra fueron 800 ciudades conquistadas, 300 tribus sometidas, un tributo de más de 40 millones de sestercios para César, un millón de prisioneros vendidos como esclavos y otros tres millones muertos en batalla (se estima que la población gala era de unos 3 a 15 millones de habitantes antes de la guerra)

 Julio César ambicioso vástago de una familia de la más rancia nobleza romana, César protagonizó un espectacular ascenso político en Roma, que lo llevó en el año 59 a.C. al máximo cargo de la República, el de cónsul.

A los 42 años había demostrado su habilidad en las intrigas, su tirón entre el pueblo y también, como propretor en la Hispania Ulterior, sus dotes de administrador. Pero para ponerse a la altura de sus rivales de la aristocracia romana, en particular de Pompeyo, le faltaba un triunfo militar indiscutible. Con este objetivo en mente –pero también con el de engrosar su fortuna personal con un abundante botín–, logró que lo nombraran gobernador de la Galia Cisalpina, lo que le daba el mando sobre cuatro legiones y la posibilidad de emprender una campaña de conquista contra los pueblos que habitaban la Galia libre, provincia que también le fue atribuida.

A principios de marzo de 58 a.C., César ocupó su nuevo cargo. Durante los ocho años siguientes sometió al dominio romano, en una serie de audaces campañas, buena parte de los territorios de las actuales Francia y Bélgica, e incluso realizó incursiones en Britania y Germania. Al acabar su mandato, César había extendido las fronteras de la República romana hasta Europa central y se había convertido en uno de los hombres más ricos y poderosos de Roma. Sin embargo, la guerra de las Galias no fue un paseo militar para César y sus tropas, pues los galos ofrecieron una enconada resistencia y derrotaron a los romanos en varias ocasiones. La lucha contra los galos constituyó un desafío militar mayúsculo que puso de manifiesto por qué el ejército romano fue el más poderoso y eficaz de la Antigüedad.

LÍDER CARISMÁTICO

El liderazgo del propio Julio César fue una de las claves del triunfo romano en las Galias. El estilo de mando de César puede resumirse en tres palabras: agresividad, velocidad y riesgo. En el mundo antiguo, los generales romanos tuvieron una merecida fama de combativos, pero incluso entre ellos César destaca como un comandante extremadamente agresivo. Su método en las operaciones militares era siempre el mismo: encontrar al ejército enemigo y destruirlo. Ya fuesen los helvecios en busca de nuevas tierras, los germanos del rey Ariovisto intentando asentarse en las Galias o el rebelde galo Vercingétorix, César logró acorralarlos y acabar con ellos.


Otro elemento básico del estilo cesariano de hacer la guerra fue la velocidad. En el caso de la guerra de las Galias, su habilidad para mover el ejército con gran rapidez tuvo especial trascendencia, ya que le permitió compensar su principal debilidad, el hecho de estar en franca inferioridad numérica ante sus enemigos. Un ejemplo excelente lo tenemos en la campaña del año
57 a.C. contra los pueblos belgas. Cuando los romanos se encontraron, cerca de Bibrax, con un enorme contingente de tribus belgas, César se negó durante varios días a librar una batalla campal contra sus enemigos, sabedor de que éstos no podrían permanecer mucho tiempo en el lugar dada su incapacidad para garantizarse el abastecimiento de comida. Y en efecto, cuando las tribus se dispersaron para retornar a sus bases, César actuó raudo y condujo su ejército a marchas forzadas, primero contra la capital de los suesiones y después contra la de los belóvacos, hasta conseguir la rendición de ambos pueblos. A continuación invadió el territorio de los nervios y, aunque éstos le atacaron por sorpresa, los derrotó en el río Sabis. De esta manera, combinando velocidad y agresividad, César, con un ejército de 40.000 soldados, consiguió derrotar a una coalición que contaba con casi 300.000 guerreros.

Asimismo, César asumió a menudo unos riesgos que para otros generales hubiesen sido inaceptables. No hay duda de que muchos de estos peligros estuvieron perfectamente calculados, como lo demuestra el hecho de que nunca sufrió una derrota estrepitosa. Pero hay ocasiones en que rozó el desastre. Entre los años 55 y 54 a.C. condujo parte de su ejército a sendas expediciones a la isla de Britania. Empeñado en acrecentar su fama en Roma, César descuidó la preparación de la invasión y menospreció el peligro que suponen las frecuentes tormentas de verano en el canal de la Mancha. En ambas campañas perdió parte de su flota y a punto estuvo de quedar atrapado en Britania, pero la suerte no le abandonó y pudo regresar al continente con la mayor parte de su ejército.

Afortunadamente para César nunca tuvo que enfrentarse a todos los galos en bloque, ya que éstos se encontraban divididos en más de cuarenta pueblos independientes. A fin de cuentas, la vida política de los pueblos galos, con diversas facciones de nobles compitiendo ferozmente entre sí por el poder y el prestigio, no era muy diferente de la de la propia Roma, y César aprovechó su experiencia para explotar hábilmente estas divisiones.


UN EJÉRCITO DISCIPLINADO

César sabía que el resultado final de sus campañas dependía de sus tropas. Por ello, fue lo que actualmente calificaríamos como un excelente motivador, capaz de conseguir que sus hombres se entregasen en cuerpo y alma a cada tarea, ya fuese una marcha, un asedio o bien una batalla.
El ejército romano de entonces era heredero de las reformas llevadas a cabo medio siglo antes por el cónsul Cayo Mario –pariente de César por matrimonio con su tía Julia–, que lo habían convertido en una fuerza casi profesional. En consecuencia, los soldados romanos se sometían a una disciplina muy dura. La historia del cónsul Tito Manlio Torcuato, quien más de tres siglos antes había hecho ajusticiar a su propio hijo por haber abandonado la formación para enfrentarse en combate personal contra el campeón de un ejército enemigo, probablemente sea falsa, pero los legionarios de César la conocían y se la creían. Puede que los soldados romanos no fuesen, individualmente, más valientes o más fuertes que sus rivales galos, pero colectivamente eran más disciplinados. Por todo esto las unidades romanas eran más eficaces en combate que las galas y, sobre todo, eran mucho más capaces de superar situaciones adversas.

Quizás el ejemplo más claro lo tengamos en la batalla del río Sabis, en 57 a.C. En ella los belgas sorprendieron a los romanos mientras construían un campamento fortificado. El ataque debió de suponer una gran sorpresa para los legionarios, pero su profesionalidad y entrenamiento les permitieron superar la emergencia. César ordenó a sus tropas formar una línea de batalla, cosa que tuvieron que hacer en los pocos minutos que tardaron los belgas en cruzar el Sabis. Los legionarios tuvieron que formar allí donde se encontraban, agrupándose alrededor de los centuriones y estandartes más cercanos. El resultado final fue una rotunda victoria romana.

Los galos demostraron en todo momento un coraje asombroso, como ilustra un incidente ocurrido durante el asedio de Avaricum, la capital de los bituriges. Los romanos habían construido una rampa que les permitió acercar las torres de asalto a la muralla de la ciudad. Los defensores galos debían destruirlas o la plaza estaría perdida, así que un guerrero intentó incendiarla, pero fue abatido por el proyectil de un escorpión, una pequeña catapulta empleada por los romanos. A continuación, uno tras otro, tres guerreros más ocuparon su lugar, muriendo todos en el intento. Sin embargo, pese a estos actos de valentía individual, las unidades galas carecían del grado de cohesión interna y la disciplina que tenían las romanas, por lo que fueron derrotadas por éstas en la mayoría de batallas campales.

LA VALENTÍA DE LOS CENTURIONES

Quienes en último término garantizaban la cohesión de las legiones eran los centuriones. Cada legión contaba con sesenta de estos oficiales, al mando de una centuria de ochenta hombres. En combate se esperaba de ellos que dieran ejemplo de valor y desprecio a la muerte ante sus hombres, y está claro que a menudo lo hicieron, a juzgar por la proporción de bajas anormalmente alta que sufrieron en algunas batallas. Precisamente uno de los ejemplos más extremos que se conocen se produjo durante la campaña de César en la Galia en el año 52 a.C. Al contar sus muertos después de un asalto fracasado a la capital de los arvernos, Gergovia, los romanos descubrieron que habían perdido casi 700 legionarios y 46 centuriones. Dicho de otro modo, los legionarios habían sufrido un 14 por ciento de bajas frente al 76 por ciento de los centuriones.

Los Comentarios sobre la guerra de las Galias, la obra que escribió el propio César para glorificar sus conquistas en las Galias, están repletos de historias heroicas protagonizadas por centuriones. Por ejemplo, Publio Sextio, pese a llevar varios días enfermo y sin comer, formó junto con otros centuriones ante la puerta de un campamento el tiempo suficiente para organizar la defensa, luchando hasta que se desmayó por las graves heridas recibidas. Marco Petronio, en el fracasado ataque a Gergovia, murió mientras protegía la retirada de sus hombres, que pudieron salvarse gracias a su sacrificio.

Pero el caso más sobresaliente es el de los centuriones Tito Pulón y Lucio Voreno. César los presenta como dos oficiales que se enzarzaron en una competición para demostrar ante el ejército cuál de los dos era el más valiente. El punto culminante se alcanzó en el invierno de 54 a.C., cuando los dos formaban parte de la legión que fue asediada en su campamento por los nervios. Durante un ataque a la base romana, el centurión Tito Pulón salió del campamento y se enfrentó en solitario a un grupo de guerreros nervios, siendo seguido inmediatamente por Lucio Voreno. En una lucha desesperada, los dos centuriones se salvaron la vida mutuamente y consiguieron regresar vivos al campamento romano sin que, en palabras de César, «pudiera juzgarse cuál aventajaba en valor al otro».

MAESTROS EN LA GUERRA DE ASEDIO

La superioridad tecnológica fue también determinante en la victoria final de los romanos, en particular en lo que se refiere a la conquista de ciudades. La ciencia militar romana del momento conocía un gran número de tácticas y máquinas de asedio que podían utilizarse en los asaltos a fortalezas, como torres móviles, artillería y arietes. Antes de ello, los soldados realizaban inmensas obras de circunvalación para aislar a las ciudades atacadas, un trabajo para el que estaban particularmente entrenados por su hábito de construir campamentos fortificados para pasar la noche siempre que se encontraban en territorio enemigo.

El ejemplo más conocido y más espectacular de cerco a una ciudad gala fue el de Alesia. Para tomar la ciudad donde se había refugiado con su ejército Vercingétorix, el líder de la gran revuelta del año 52 a.C. contra el dominio romano, César ordenó rodearla con una circunvalación de 16 kilómetros. Ésta consistía en una muralla con torres cada 25 metros y protegida por dos fosos, uno de ellos lleno de agua. Frente a los fosos había una zona de trampas que incluían estacas aguzadas clavadas en agujeros en el suelo y pequeñas púas metálicas escondidas entre las hierbas. Para defenderse de la llegada de un ejército galo de rescate, César construyó una línea de contravalación de 21 kilómetros, concebida para proteger a su ejército de los ataques desde el exterior. Finalmente, César derrotó tanto al ejército sitiado en Alesia como al ejército de rescate enemigo, pese a que en conjunto le superaban ampliamente en número, y no es exagerado afirmar que las fortificaciones de campaña tuvieron un papel clave en la victoria. En última instancia los legionarios eran tan peligrosos empuñando la dolabra, una herramienta mezcla de pico y hacha usada en las tareas de asedio, como el gladius, la espada corta.

Así pues, la combinación de un ejército casi profesional dirigido por un general brillante y con gran capacidad para tomar ciudades resultó ser demasiado para los galos. Cada vez que se enfrentaron a los romanos en batalla campal fueron derrotados, mientras que los romanos, por su parte, culminaron con éxito todos los asedios que emprendieron, menos el de Gergovia. Esto no debe hacernos creer que el resultado de la guerra estaba decidido de antemano. En varias ocasiones la situación de César y su ejército en las Galias se asemejó a un gigantesco castillo de naipes: una sola derrota podría haberlo derribado. Pero lo que de verdad importa es que esto nunca sucedió y las conquistas de César cambiaron para siempre la historia de las Galias y de la propia Roma.


Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 




Itsukushima Shrine.

 

 Stán.


    Países cuyos nombres contienen el sufijo -stán; y     otros países con demarcaciones administrativas de primer nivel cuyos nombres contienen el sufijo -stán.



El sufijo -stán (en persa: ستان‎ stān) es una raíz persa que significa «lugar de», un término afín al indoario -sthāna (un sufijo sánscrito con un significado similar). En idiomas indoarios, sthāna significa ‘lugar’, y está emparentado con las palabras latinas estado y estatus.

El sufijo aparece en los nombres de muchas regiones, especialmente en Asia Central y Asia del Sur, zonas donde se establecieron los antiguos pueblos indoiranios. En lenguas iranias, sin embargo, también se utiliza en palabras comunes, por ejemplo en el idioma persa y urdu: rigestân (ریگستان, «lugar de la arena/desierto»), Pakistán (‘tierra de los puros’) y Golestán (گلستان, ‘lugar de rosas’); de igual manera en el idioma hindi: devasthan (‘lugar de las deidades’ o templo).

El sufijo es de origen indo-iraní y en última instancia de origen indoeuropeo; mientras que su origen protoindoeuropeo es la raíz *stā-, que es también el origen de la palabra en inglés stand, de la latina stāre, y de la griega histamai (ίσταμαι), que tienen ―todas― el mismo significado (‘lugar’, ‘ubicación’, ‘estarAfganistán de pie’, ‘ocupar un lugar’). 

También está emparentada con la raíz pastún تون (tun, «hábitat» o «patria») y la rusa стан (que significa «asentamiento» o «campamento semi-permanente»"). En serbocroata moderno stan significa «apartamento», mientras que su significado original es «hábitat». De igual forma la raíz se encuentra en la palabra «ciudad» de las lenguas germánicas: es decir, Stadt (en alemán), stad/sted (en neerlandés/holandés/escandinavo), y stead (en inglés).

El sufijo «-stán» es análogo al sufijo -land en distintas lenguas germánicas, presente en muchos nombres de países como Finland, Ireland, England, Scotland o Deutschland.

El sufijo «-stán» se presenta en los siguientes topónimos:

En nombres de países.

Afganistán, ‘tierra de los afganos’

Indostán, ‘tierra de los indios’

Kazajistán, ‘tierra de los kazajos’

Kirguistán, ‘tierra de los kirguís’

Pakistán, ‘tierra de los puros’

Tayikistán, ‘tierra de los tayikos’

Turkmenistán, ‘tierra de los turcomanos’

Uzbekistán, ‘tierra de los uzbekos’.

Mapa político de Asia Central.

Mapa político de Asia Central, incluyendo  Afganistán


  

PAKISTAN



Etimología.


El nombre de Pakistán significa literalmente «tierra de los puros» en urdu y persa. Proviene de پاک pāk, que significa «puro» en persa y pastún.​ 
El sufijo persa ـستان (-stān) significa «lugar de», análogo del término sánscrito स्थान sthāna («lugar»).
El nombre del país fue acuñado en 1933 como Pakistán por Choudhry Rahmat Ali, un activista del Movimiento por Pakistán, que lo publicó en su folleto Now or Never,​ usándolo como un acrónimo («treinta millones de hermanos musulmanes que viven en PAKSTAN») en referencia a los nombres de las cinco regiones del norte de la India británica: Punyab, Afgania, Kachemira, Sind y Baluchistán. La letra i fue incorporada para facilitar la pronunciación.

Rahmat Ali antes de 1951


Lápida de la tumba de Ali

Choudhary Rahmat Ali (en urdu  : چودھری رحمت علی) nació según fuentes en 16 de noviembre de 1895 o 1897 en Balachaur  (en) y murió el 3 de febrero o 12 de febrero de 1951 en Cambridge , es uno de los fundadores del Movimiento por Pakistán, que se pronunció a favor de la separación del Imperio Indio Británico durante la partición de la India y de la creación de un estado musulmán independiente. También se le atribuye la creación del nombre de este estado, Pakistán .


Regiones Geográficas.

  




El Turquestán o Turkestán (en turcomano: Türküstan, literalmente «País de los turcos») es una región histórica de Asia Central que se sitúa entre el mar Caspio y el desierto del Gobi, y que está poblada mayoritariamente por pueblos túrquicos.
Se suele dividir tradicionalmente en dos zonas, separadas por las cadenas montañosas del Tian Shan (Tengri Tagh) y del Pamir. Al este de ellas se localiza el Turquestán Oriental, que se corresponde con la región autónoma china de Sinkiang, mientras que al oeste se ubica el Turquestán Occidental, dividido en las antiguas repúblicas soviéticas y hoy estados independientes de Kirguistán, Turkmenistán, Tayikistán, Uzbekistán y el Kazajistán meridional, así como el norte de Afganistán.

Los pueblos mayoritarios del Turquestán, a los que actualmente se les da el calificativo de túrquicos, tienen un origen común y se caracterizan por hablar lenguas con una misma raíz lingüística y profesar predominantemente la religión islámica. Estos pueblos partieron de la zona del Altái y se expandieron por la zona descrita, mezclándose con pueblos indoeuropeos y asiáticos del este. 
Algunas tribus turcas rebasaron el área del Turquestán en diversas épocas históricas, llegando algunos, como los hunos, los búlgaros y los otomanos hasta Europa. Algunas fuentes lo relacionan con los mongoles ya que en las invasiones ellos iban con los mongoles.

  


Indostán, Hindostán,​ o —como también se le suele llamar— península del Indostán o península indostánica, es el nombre históricamente original de la región del subcontinente indio que comprende India, Pakistán, Bangladés, Sri Lanka, las Maldivas, Bután y Nepal. Su pasado histórico colectivo puede explicarse mediante la “civilización india” (sinónimo de civilización indostánica), y congrega a estos países distinguiéndolos del resto del continente asiático.
El término «Indostán» se utilizó mucho durante los siglos XVII, XVIII y XIX; hoy es de menor uso. Se adjetiviza «indostánico» y el gentilicio es «indostano».2​ También se usa el término indostaní; en cambio hindustaní es un anglicismo y se usa menos.

Etimología

Etimológicamente proviene del hindi-urdu: Hindustān (ɦɪndʊˈstaːn) que a su vez deriva del persa: hindu (río Indo) y -stān (lugar) como una referencia a la tierra de los indios.
El término «Indostán» se usó históricamente desde la época de los antiguos persas. La inscripción más antigua se encontró en Naqsh-e Rostam, en la Persia del siglo iii durante el reinado de Sapor I, como referencia a los pobladores de la región del Indo bajo dominio persa.
​ Sin embargo los naturales del Indostán llamaban a su región Djambou-Wypa (Isla del árbol yambu) o Barathak-Handa (Reino de Bhārata).
 

  

La Organización de Estados Túrquicos.


Consejo de Cooperación de los Estados de Habla Túrquica

La Organización de Estados Túrquicos, anteriormente denominado Consejo Túrquico (en turco: Türk Konseyi, en azerí: Türk Şurası, en kazajo: Түркі кеңесі, en kirguís: Түрк кеңеш, en uzbeko: Turkiy Kengash) o Consejo de Cooperación de los Estados de Habla Túrquica,​ es una organización internacional intergubernamental fundada en 2009 entre Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguistán y Turquía.

Emblema

Bandera 

La bandera oficial del Consejo de Cooperación de los Estados de Habla Túrquica fue adoptada en la segunda reunión del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores el 22 de agosto de 2012 en Biskek (Kirguistán). 
La bandera contiene símbolos relacionados con los cuatro países miembros fundadores del Consejo. Recibe su color turquesa de la bandera de Kazajistán, el sol del centro de la bandera de Kirguistán, la luna creciente de la bandera de Turquía y la estrella de 8 puntas de la bandera de Azerbaiyán.


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