El japones tiene un sistema de escritura cuya complejidad es única en el mundo; sin embargo, la potencia económica del país hace un idioma extremadamente importante en el campo del comercio internacional, el país del sol naciente no tiene por qué temer por su lengua, la cual ocupa con orgullo un puesto de honor entre las más importantes del orbe. El japonés, idioma común de unos 120 millones de personas, adoptó del chino una parte importante de su vocabulario, así como la base de su escritura, pero aún así permanece fundamentalmente diferente de su gigantesco vecino. Aunque presenta notables similitudes con el coreano y con el grupo de lenguas llamadas altaicas (mongol, manchú, turco...), el japonés (y sus dialectos) constituye por sí mismo la parte esencial de la familia japonesa. Dialecto. El japonés estándar se denomina hyoojungo: se trata del dialecto de Tokio. Se pueden distinguir los diversos dialectos japoneses del Este al Oeste: el dialecto de Tokio, el dialecto de Kanazawa, el dialecto de Kyoto, el dialecto de Ehime y el dialecto de Okinawa. Mientras que los dialectos del Este son más próximos a la normativa oficial y los del Oeste, más cercanos al dialecto de Osaka, el dialecto de Okinawa (con aproximadamente un millón de hablantes) se mantiene alejado de todos los demás. Con más del 99% de sus ciudadanos hablando japonés como lengua materna, Japón es uno de los países más homogéneos del mundo desde el punto de vista lingüístico. |
Los dialectos del idioma japonés.
30/05/2022
Los dialectos del idioma japonés se conocen como «Hougen» (方言). Se originaron en las diversas regiones del territorio japonés gracias al terreno montañoso del país, lo cual mantenía separadas a las distintas regiones. Otros factores que apoyaron el surgimiento de estos dialectos son la cantidad y variedad de islas del archipiélago japonés y su falta de conexión con otras zonas del país. Se diferencian entre sí por su acento y pronunciación, y en algunos casos por las variaciones en su estructura gramatical, el uso de partículas y la formación de verbos y adjetivos.
El japonés estándar o “Hyoojungo” (標準語)
Los dialectos regionales en el territorio japonés han existido desde tiempos antiguos, gracias a las diferencias en la forma de hablar de los habitantes de cada región. Esto provocó diversos problemas de comprensión que disminuyeron la posibilidad de comunicarse entre las personas de estas regiones. Con el paso del tiempo, los dialectos se fueron diferenciando más y más hasta llegar a ser casi ininteligibles entre sí. También, con la llegada de la modernización a finales del siglo XIX y el deseo del estado japonés de construir un estado fuerte y centralizado, se consideró la necesidad de que todos los japoneses hablasen un dialecto común para establecer una nación moderna. Por esta razón, el gobierno y los intelectuales comenzaron a promover el establecimiento y difusión del japonés estándar conocido como “Hyoojungo” (標準語).
Para la creación del Hyoojungo, se escogió como base la variante de Tokio, concretamente la del barrio de Yamanote. Desde entonces, este japonés estándar es el que se enseña en las escuelas de todo el país. Posteriormente, la llegada de la radio y la televisión ayudó a afianzar y difundir el Hyoojungo en cada rincón de Japón. Como consecuencia de este proceso de estandarización, las variantes regionales comenzaron a ser consideradas primitivas y a ser menospreciadas o suprimidas en ciertas zonas del país.
Clasificación de los dialectos.
Los dialectos se identifican con el sufijo “-ben” (弁), y se pueden clasificar en dos grandes grupos: Dialectos del Este (incluyendo el hablado en Tokio) y del Oeste (incluyendo el de Kioto). Según la teoría clásica de división de Misao Tojo de 1953, se pueden clasificar en tres grandes grupos: Este, Oeste y Kyushu. Cada uno de estos grupos considera distintas variantes.
Dialectos del Este
- Kanto-ben (関東弁): considera las variantes que se hablan en la zona de Tokio y alrededores, divididas en dos grandes grupos Kanto del Oeste (incluye el estándar japonés) y Kanto del Este.
- Tohoku-ben (東北弁): considera a las variantes habladas en la región noreste de la isla de Honshu. Es considerado uno de los más diferentes al japonés estándar, llegando a ser necesario el uso de subtítulos en los noticieros en algunas ocasiones.
- Tokai-Tosan hogen (東海東山方言): es un grupo de dialectos que incluye las variantes de Gifu–Aichi, Echigo, y Nagano–Yamanashi–Shizuoka.
- Hokkaido-ben (北海道弁): considera las dos variantes habladas en la isla de Hokkaido. Una se utiliza en la zona costera de la isla y se relaciona fuertemente con la variante de Tohoku. La segunda se utiliza en la zona interna de la isla y no se diferencia mucho del japonés estándar.
Dialectos del Oeste
- Kansai-ben (関西弁): considera al grupo de dialectos utilizados en la región de Kansai (también conocida como Kinki 近畿). Incluye los dialectos utilizados en las ciudades de Osaka, Kioto y Kobe.
- Chugoku hogen (中国方言): considera al grupo de dialectos utilizados en la región de Chugoku y la zona noroeste de Kansai, incluyendo las variantes de Hiroshima y Yamaguchi.
- Shikoku hogen (四国方言): considera al grupo de dialectos utilizados en la isla de Shikoku. Incluye los dialectos de Iyo, Awa, Sanuki y Tosa.
- Hokuriku hogen (北陸方言): considera al grupo de dialectos utilizados en la región de Hokuriku, dentro del cual destacan las variantes de Toyama y Fukui.
- Unpaku hogen (雲伯方言): es el grupo de dialectos utilizados en las antiguas provincias de Izumo y Hoki. Considera las variantes de Izumo, Yonago y Oki.
Dialectos de Kyuushu
Honichi hogen (豊日方言): es el grupo de dialectos utilizados en la zona este de la isla de Kyushu, en las antiguas provincias de Buzen, Bungo y Hyuga. Incluye las variantes de Buzen, Oita y Miyazaki, siendo este último el más conocido ya que posee una entonación muy diferente al japonés estándar.
Hichiku hogen (肥筑方言): es el grupo de dialectos utilizados en la zona oeste de la isla de Kyushu, en las antiguas provincias de Hizen, Higo, Chikuzen y Chikugo. Incluye las variantes de Chikuzen, Chikugo, Saga, Nagasaki, Kumamoto, Hita, Iki, Goto y Tsushima. Este último es casi un idioma distinto al japonés estándar, y ha recibido préstamos de otros idiomas asiáticos como el coreano.
Satsugu hogen (薩隅方言): también conocido como Kagoshima-ben (鹿児島弁), es el grupo de dialectos utilizados en las antiguas provincias de Satsuma y Osumi. La variante de Satsuma es el más ininteligible de todos los dialectos japoneses, utiliza vocabulario y un modo de conjugación muy diferente al japonés estándar.
Además de esta clasificación, podemos encontrar al pequeño grupo de dialectos de Hachijo (八丈方言), utilizados en las islas ubicadas al sur de Tokio. Son considerados una rama independiente debido a sus características y el uso de palabras ya en desuso.
Sistemas escrituras. La escritura del japonés proviene de la escritura china, que fue llevada a Japón por medio de Corea, en el siglo IV. La escritura japonesa comprende tres sistemas de escritura clásicos y uno de transcripción: -Hiragana (平仮名), silabario para palabras de origen japonés. -Katakana (片仮名), silabario usado principalmente para palabras de origen extranjero. -Kanji (漢字), caracteres de origen chino. -Rōmaji (ローマ字), representación del japonés con el alfabeto latino. El katakana fue creado por monjes budistas, mientras que el hiragana fue desarrollado por mujeres de la aristocracia. Por ello, incluso hoy en día, el hiragana está considerado como un sistema de escritura con cierto toque femenino o incluso infantil. En la actualidad, el katakana es usado para escribir fonéticamente palabras de origen extranjero (外来語), particularmente nombres de lugares y de personas. También se usa para escribir onomatopeyas y, en forma figurativa, para enfatizar palabras, de forma similar al uso exclusivo de mayúsculas, cuando se quiere llamar la atención. El hiragana, por su parte, se combina con los kanji como parte de la gramática japonesa. Desde hace unas décadas, el japonés ha adoptado muchas palabras extranjeras, siendo la mayoría de origen inglés y unas pocas del alemán. También hay palabras que provienen del español, y que se adoptaron hace algunos siglos, cuando los misioneros españoles y portugueses llegaron a Japón por primera vez. Por ejemplo, カッパ(kappa, capa) y quizá también パン (pan) El japonés hace uso del alfabeto romano bajo el nombre de rōmaji. Es utilizado para escribir nombres de marcas o compañías y también para escribir siglas internacionalmente reconocidas como CD. Existen distintos sistemas de romanización, de los cuales el más conocido es el sistema Hepburn, aunque el Kunrei-shiki es el oficial (gubernamental) en Japón. Originalmente existía un escaso número de sílabas posibles, pero en los últimos años, debido a la creciente influencia de los idiomas extranjeros (sobre todo del inglés), han sido anexados algunos sonidos que sólo pueden ser escritos en katakana (ti, tu, di, du, tse, che, etc.) Elección de escritura. Todas las palabras en japonés pueden ser escritas en katakana, hiragana, o romaji. Muchas palabras tienen su forma kanji también. La elección del sistema de escritura depende de muchos factores. En hiragana se suelen escribir las palabras propias del japonés y las onomatopeyas(significa Imitación o recreación del sonido de algo en el vocablo que se forma para significarlo. Muchas palabras han sido formadas por onomatopeya.) .) producidas por seres vivos. El katakana se utiliza para las palabras extranjeras y para las onomatopeyas producidas por objetos. Si bien cualquier palabra japonesa puede escribirse a base de hiragana y katakana (e incluso ha habido propuestas con el fin de abolir los kanji), el número relativamente limitado de sonidos del japonés hace que éste cuente con una gran cantidad de homófonos. Es decir, diversas palabras tienen la misma pronunciación pero su significado es diferente. Bajo esta premisa, el uso exclusivo de silabarios ocasionaría dificultades al leer, mientras que con kanji, esta barrera queda superada. Por ejemplo, una palabra tan pequeña como hi (ひ) tiene varios significados, entre ellos, sol (日) y fuego (火). En estos casos, el uso del kanji es decisivo para el entendimiento de la palabra. De forma más sutil, los kanji pueden alterar una palabra de formas que son imposibles para los sistemas de escritura alfabéticos occidentales. El verbo japonés para "ver" se lee miru, pero se puede escribir con kanji como 見る, 観る, 診る, 看る, 視る. Cada versión significa de cierto modo "ver" pero con matices distintos: 見る= Ver, en general; 観る= Ver una película o un paisaje; 診る= Revisión médica; 看る= Atender, cuidar, vigilar, 視る= Ver, inspeccionar. |
Silabarios Japoneses. A diferencia de nuestro abecedario occidental, los japoneses usan silabarios para construir sus frases. El Hiragana y el Katakana están compuestos por 46 sonidos cada uno, que nos permiten crear todo el idioma. La estructura básica comienza con la única línea de vocales A, I, U, E, O para continuar con las sílabas KA, KI, KU, KE, KO / SA, SHI, SU, SE, SO / TA, CHI, TSU, TE, TO / NA, NI, NU, NE, NO / HA, HI, FU, HE, HO / MA, MI, MU, ME, MO / YA, YU, YO / RA, RI, RU, RE, RO / WA, WO y finalmente el sonido N. Para componer los sonidos que faltan, a estas mismas sílabas se les suma en la parte superior derecha una pequeña marca denominada “nigori”, parecida a unas comillas o a un pequeño círculo dependiendo del sonido; el único sonido que jamás encontrarán en japonés es el de la letra “L”, el cual se reemplaza por el sonido de la “R” suave. Por lo tanto el nombre “Chile”, que deriva en “Chili”, se escuchará como “Chiri”. El hecho que los occidentales estemos acostumbrados a la estructura A, E, I, O, U , versus el orden japonés A, I, U, E, O, es el primer obstáculo lingüístico que se aparece ante nosotros. Aunque el Hiragana y el Katakana poseen los mismos sonidos, cada silabario se escribe diferente y posee una misión específica. Mientras el Hiragana se usa para nombrar vocablos nativos, el Katakana se utiliza para denominar palabras de origen extranjero (principalmente occidentales) y onomatopeyas. Por ejemplo, mientras la palabra “sushi” se escribe con Hiragana, la palabra "pan” (que hasta donde tengo entendido fue heredada de los viajeros portugueses) se escribe con Katakana. En cuanto a los sonidos de las letras, algunas de las principales diferencias con el español son las siguientes: La “H” suena como una “J” suave La “J” suena como “Y” La “Y” suena como “I” La “G” siempre suena suave como en “gato” La “W” suena como “U” La “R” se pronuncia suave como en “arado” La “Z” es una mezcla entre la “S” y la “Z” como si fuera un zumbido (este sonido no existe en español). Ejemplo de pronunciación. El uso de una pronunciación lo más correcta posible, independiente que seamos extranjeros, nos puede salvar de muchas incomprensiones y vergüenzas en Japón. Por lo menos en mi país, Chile, el mayor error de pronunciación se produce con el uso del sonido “CH” versus el sonido “SH”. Debido a que el sonido “SH” en el español es considerado de un habla incorrecta, mucha gente no se atreve a pedir “sushi” sino que piden “suchi” (palabra que no existe en japonés). Si después de esto piden “hashi” (que son los palillos para comer) pero pronuncian “hachi”, es probable que les traigan un cuenco o un macetero. La verdad es que esto no es nada comparado con errar a la inversa. Si alguna vez están en Japón y dicen “Chiri kara kimashita”, que significa “Vengo de Chile”, no se les ocurra pronunciar “Shiri kara kimashita” porque se puede interpretar que vienen de su parte trasera, o sea de sus nalgas. |
Literatura japonesa.
Los kanjis (漢字 kanji?, literalmente «carácter han») son los sinogramas utilizados en la escritura del idioma japonés. Los kanji son uno de los tres sistemas de escritura japoneses junto con los silabarios hiragana y katakana, para los que existen reglas generales a la hora de combinarlos, pues cada uno tiene una función diferente. Los kanji se usan en su mayoría para expresar conceptos, a diferencia del chino, donde pueden emplearse también en su carácter fonético. Así mismo, existen combinaciones de kanjis que no obedecen a su significado original y que solo se toman por su valor fonético. A estas combinaciones se les denomina «ateji» (当て字). Como ejemplos tenemos «ofuro» (お風呂, baño) y «sewa» (世話, cuidado, atención). En todo caso, dichas combinaciones fonéticas no son tan frecuentes como en el idioma chino. A cada kanji le corresponde un significado y se usa como determinante de la raíz de la palabra; las derivaciones, conjugaciones y accidentes se expresan mediante el kana (sobre todo hiragana), que en dicho caso se denomina okurigana. De esta forma, conviven tanto el sistema de escritura autóctono (pero sacado de la misma escritura han) y el sistema importado (es decir, los kanji). El japonés mantiene prácticamente inalterados los kanjis, al igual que Taiwán, Hong Kong y Macao, aunque hubo una simplificación en algunos kanjis complejos. El cambio no fue tan profundo como en China continental, donde fueron oficializadas las versiones simplificadas durante la Revolución Cultural de los años 1960 de alrededor de 2700 caracteres. Sin embargo, las simplificaciones responden en muchos casos a usos comunes en práctica durante siglos, o un retorno a versiones antiguas de los caracteres. Historia Los caracteres chinos llegaron por primera vez a Japón en los sellos oficiales, cartas, espadas, monedas, espejos y otros artículos de decoración importados de China. El ejemplo más antiguo conocido de una importación tal era el sello de oro del rey de Na dado por el Emperador de Han Guangwu a un emisario Yamato en el 57 d. C. Monedas chinas desde el siglo I d.C. se han encontrado en el período Yayoi de sitios arqueológicos. Sin embargo, los japoneses de la época probablemente no tenían ninguna comprensión de la secuencia de instrucciones, y se mantendrían analfabetos hasta el siglo V d.C. Según el Nihon Shoki y Kojiki, un erudito semilegendario llamado Wani (王仁) fue enviado a Japón por el Reino de Baekje durante el reinado del emperador Ōjin a principios del siglo V, trayendo consigo el conocimiento del confucianismo y los caracteres chinos. Los jōyō kanji (常用漢字?) son los 2 136 caracteres kanji considerados de uso cotidiano por el Ministerio de educación japonés. Si en un texto aparece un kanji que no pertenece a los jōyō kanji, deberá marcarse su pronunciación mediante furigana. La lista actual data del 7 de junio de 2010, cuando 196 kanji fueron añadidos y 5 fueron retirados de la lista anterior, la cual constaba de 1 945 caracteres y databa del 10 de octubre de 1981. Entre los kanji nuevos se encuentran 俺 (ore?), pronombre personal de primera persona de uso coloquial, y 誰 (dare?), "¿Quién?". En esta reforma, también se han añadido lecturas a algunos kanji: por ejemplo, 私 (pronombre personal de primera persona de uso estándar) acepta la lectura estándar "watashi" además de la más formal de "watakushi". |
Furigana es una ayuda para la lectura japonesa, que consiste en kana o caracteres silábicos, impreso al lado de un kanji u otro carácter para indicar su pronunciación. Se utiliza para aclarar palabras no estándar o de lectura ambigua, a los niños o en los materiales de estudio de los alumnos. Pero también se utiliza en muchos documentos públicos y privados, especialmente para aclarar los kanjis correspondientes al nombre de las personas y existe en esos documentos una fila situada en la parte superior para colocar el texto en furigana. La escritura furigana está formada por caracteres kana (hiragana o bien katakana), que en la escritura ruby japonesa, es de tamaño pequeño y que se colocan junto a un kanji u otro carácter para indicar su pronunciación. Con mayor frecuencia se escribe el furigana en hiragana, aunque el katakana se utiliza en determinados casos especiales. Uso
Se emplean en los siguientes casos: En libros escritos para niños que no dominan la lectura de los kanji, así como en algunos mangas. En estos últimos, el furigana se puede usar también como recurso expresivo, para indicar lo que un personaje piensa o quiere decir en realidad. En caracteres que no se encuentran en la lista de los 2136 kanjis de uso común o Jōyō kanji. En algunos casos donde se da en katakana una lectura en otro idioma (principalmente inglés o chino), y en kanji para representar su significado. Carácter ruby Los caracteres ruby son pequeñas anotaciones que pueden colocarse encima o a la derecha cuando se escriben lenguajes ideogramáticos como el chino o el japonés para mostrar la pronunciación. Llamados ruby o rubi, estas anotaciones son usualmente utilizadas como guía para caracteres poco conocidos. Ejemplo Aquí hay un ejemplo de caracteres ruby japoneses, llamados furigana, de la palabra Tokio ("東京"):
Nota: se ha aumentado el tamaño de letra para mostrar los detalles. La mayoría de los furigana (caracteres ruby japoneses) están escritos en el silabarios hiragana, pero el katakana y el romaji son usados ocasionalmente. Algunas veces palabras extranjeras (especialmente anglosajonas) son mostradas con furigana implicando el significado y viceversa. |
Yasunari Kawabata (Osaka, 1899 - Zushi, 1972) Escritor japonés que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1968 por su "pericia narrativa, capaz de expresar la idiosincracia japonesa con enorme sensibilidad". Fue sobre todo un refinado transmisor de atmósferas y emociones, que plasmó con un lenguaje de singular belleza lírica. Sus temas intimistas, a menudo amorosos, son exploraciones de la soledad y de las delicadas relaciones del individuo con los otros y con la naturaleza. Tuvo una infancia trágica, signada por la sucesiva muerte de sus familiares más próximos. Completamente solo en el mundo a partir de los quince años, "niño sin familia ni hogar", como se autodefinía, completó su educación en un internado y luego en la universidad imperial de Tokio, donde se licenció. Su temprana pasión literaria lo llevó a participar en grupos de vanguardia como el de los neosensacionistas, que oponían el lirismo y el impresionismo al realismo social de los escritores proletarios, y fue un activo impulsor de movimientos y revistas. En 1925 publicó Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños, género muy frecuentado por los autores japoneses, pero su estilo cobró verdadera personalidad y madurez en los relatos de La bailarina de Izu (1926). Kawabata, cuya sensibilidad le permitía meterse como nadie en la piel de sus personajes femeninos; cultivó un tipo de novela breve, casi en miniatura, desgarrada y episódica. Su obra cumbre es quizá País de nieve (1937), que narra la relación entre una geisha que ha perdido la juventud y un insensible hombre de negocios tokiota. Entre los títulos destacados de su producción figuran asimismo Mil grullas (1951), El sonido de la montaña (1954), donde intenta recuperar parte de los valores desplazados ante la irrupción de la cultura norteamericana, El lago (1955), La casa de las bellas durmientes (1961), Kyoto (1962), y Lo bello y lo triste (1965); hacia el final de su carrera se centró casi exclusivamente en la ensayística y la crítica literaria. Fue presidente del PEN Club japonés durante cuatro años y en 1959 le otorgaron en Frankfurt la medalla de Goethe. El 16 de abril de 1972, enfermo y deprimido, dolido sin duda por la muerte de su amigo Y. Mishima, que lo había definido como un "viajero perpetuo", Kawabata se suicidó en un pequeño apartamento a orillas del mar. Ese mismo año se publicaría póstumamente la biografía ficticia El maestro de Go. Kawabata Yasunari: la tradición condensada en un discurso de antología.
El 17 de octubre de 1968 la Academia Sueca concedió el Premio Nobel de Literatura a Kawabata Yasunari, “por su maestría narrativa en la que con gran sensibilidad expresa la esencia de la mente japonesa”. La noticia de que un japonés había obtenido por primera vez el prestigioso galardón dio la vuelta a Japón y al mundo. Ha pasado ya más de medio siglo desde aquello. Con el levantamiento del secreto que pesaba sobre las votaciones y procedimientos de selección, fijado en 50 años, los estudios sobre el tema se han revitalizado y, poco a poco, vamos enterándonos de cómo y por qué se llegó a tal decisión. Fue, según parece, la conciencia de que se estaba desequilibrando la balanza hacia los autores occidentales lo que orientó la mirada del jurado hacia una literatura como la japonesa. En 1958, por primera vez, fueron nominados dos japoneses: Tanizaki Jun’ichirō y Nishiwaki Junzaburō. En 1960 repitió Tanizaki. En 1966 emergió el nombre de Mishima Yukio y un año después Mishima compartió nominación con Kawabata. Con la concesión a este del premio, se estaba reconociendo la labor de un creador pero también la de toda una literatura nacional. Posteriormente, en 1994, el Nobel volvió a Japón de la mano de Ōe Kenzaburō, y en los últimos años el nombre de Murakami Haruki aparece insistentemente entre los supuestos nominados. La escritora residente en Alemania Tawada Yōko, que escribe en japonés y en alemán, también es vista como firme candidata a recibir el premio. La atención se centra cada vez más en escritores no occidentales y en aquellos que, como Tawada, traspasan los límites de las literaturas nacionales, dos ámbitos que muestran gran vitalidad. Podemos decir que el mapa literario del mundo ha sufrido una gran transformación. En un programa especial de la televisión pública japonesa NHK, Kawabata dijo claramente que si el premio había recaído en él, había sido gracias a sus traductores. Partía del hecho de que las deliberaciones del jurado no se habían hecho sobre sus obras originales en japonés, y que sin buenos traductores sus posibilidades habrían sido nulas. El experto en literatura comparada David Damrosch adopta un novedoso punto de vista cuando dice que la literatura mundial es aquella que gana o se enriquece con la traducción. Viéndolo desde nuestra perspectiva actual, cuando las obras traducidas pasan de un idioma a otro recibiendo una nueva vida y se leen en cualquier rincón del mundo, aquella decisión de premiar a Kawabata sentó un primer precedente de lo que con el tiempo se constituiría en una “literatura mundial” de circulación y consumo global. Inmersión en la cultura tradicional antes de la cita Fue el día 3 de diciembre cuando Kawabata partió de Japón en dirección a Estocolmo, donde se celebraría la ceremonia de entrega. Los dos meses que mediaron entre el anuncio del premio y su entrega fueron para Kawabata dos meses de introspección y de retrospección, pues le sirvieron para repensar la forma en que su literatura se insertaba en la cultura y en las artes tradicionales de Japón. Uno de los eventos que le dieron ocasión para reflexionar fue la reunión del Kōetsukai, un “club” de la ceremonia del té que honra y celebra la memoria del artesano, calígrafo y ceramista de principios del periodo Edo Hon’ami Kōetsu (1558-1637), y cuyos miembros se reúnen todos los años entre los días 11 y 13 de noviembre en el templo Kōetsuji (Kioto). En el ensayo Ibaraki-shi de (“En la ciudad de Ibaraki”), escrito el año en que recibió el Nobel, Kawabata plasma su experiencia de tener en sus manos las legendarias vasijas del club en un Kioto engalanado con los colores del otoño. El interés de Kawabata por la cultura emanada de la ceremonia del té partía de antiguo y en su famosa novela Senbazuru (Mil grullas), publicada poco después de la Segunda Guerra Mundial, escenifica en los ambientes ceremoniales del té las inmorales relaciones urdidas entre sus protagonistas. Igualmente, en el 29.º Congreso del Pen Club Internacional, celebrado en Tokio en 1957, como presidente de la sección japonesa de la organización, Kawabata consiguió la colaboración de la escuela Urasenke para agasajar al estilo tradicional a los escritores llegados de todo el mundo. Suponemos que si, pese a lo apretado de su agenda, encontró tiempo para participar en la reunión del Kōetsukai, sería porque no deseaba desperdiciar la oportunidad de volver a entrar en contacto con la cultura tradicional japonesa en ese momento en que se preparaba para presentarse en la ceremonia de entrega. Después de la reunión del Kōetsukai, el 14 de noviembre, Kawabata departió en Nagoya con el ceramista Arakawa Toyozō, que había dedicado grandes esfuerzos a reproducir el antiguo estilo shinoyaki (“cerámica de Shino”), a partir del descubrimiento de algunos fragmentos antiguos. En la citada novela Mil grullas, Kawabata describe el tacto y tonalidad de las vasijas del té de Shino superponiendo sobre ellas la imagen de una mujer de fascinante belleza. En aquel encuentro, Arakawa mostró la famosa pintura en rollo Tsuru-zu shitae wakakan (literalmente, “Rollo de poemas waka sobre fondo de grullas”), que había adquirido en 1960. Esta monumental obra, de casi 14 metros de largo, es una coproducción de dos genios del arte tradicional japonés: Tawaraya Sōtatsu (c. 1570-c. 1640), que decoró el rollo con exquisitas bandadas de grullas valiéndose de panes de oro plata, y el citado Hon’ami Kōetsu, que escribió sobre ellas, con juguetona caligrafía, poemas waka de 36 autores clásicos. Actualmente la obra se expone en el Museo Nacional de Kioto como bien cultural relevante, pero en aquella época pertenecía a la colección privada de Arakawa. Para celebrar el premio que iba a recibir el autor de Mil grullas, Arakawa mostró públicamente esta obra de temática pictórica similar. El título de la novela hace referencia al estampado del furoshiki (“pañuelo para envolver cosas”) que lleva Yukiko, uno de los personajes femeninos, a una reunión de la ceremonia del té. La grulla, de estilizada figura y elegantes movimientos, simboliza la belleza de Yukiko en su físico, conducta y disposición anímica. Estos valores son también aplicables a la figura de Kikuko, personaje femenino de Yama no oto (El rumor de la montaña), otra de las novelas escritas por Kawabata después de la guerra. No es difícil imaginar que, al contemplar aquella famosa obra de las bandadas de grullas, a la mente de Kawabata, que era también coleccionista de arte, acudiesen las límpidas siluetas que pueblan las pinturas de la escuela Rinpa, que incluye, además de a Hon’ami y a Tawaraya, a Ogata Kōrin y a Ogata Kenzan. En una carta que dirigió a su amigo Higashiyama Kaii, famoso pintor que cultivó el estilo nihonga (literalmente, “pintura japonesa”), Kawabata reconoce que el rollo que guardaba Arakawa le causó una profunda admiración. El encuentro con Arakawa debió de suponer para el escritor un recordatorio de la estrecha relación existente entre su novela Mil grullas, la cerámica de Shino y la escuela pictórica Rinpa. Sin lugar a dudas, su participación en la reunión del Kōetsukai y su encuentro con Arakawa fueron dos magníficas oportunidades para tomar conciencia una vez más de la forma en que su obra literaria se enraizaba en la tradición cultural japonesa y en su arte antiguo. La ceremonia del té, guía e inspiración. El 10 de diciembre, Kawabata, que se había presentado ataviado al estilo tradicional japonés, recibió la medalla y el diploma. Este estaba decorado con dibujos de grullas, en clara referencia a su obra. El día 12 pronunció el discurso “Utsukushii Nihon no watashi: sono josetsu” (“Yo en el bello Japón: una introducción” o “Japón, la belleza y yo”, siguiendo su versión inglesa). Lo pronunció en japonés y fue traducido simultáneamente por Edward G. Seidensticker, que había vertido al inglés muchos de sus libros y que además recibió, tal como dispuso Kawabata, la mitad de los derechos de autor del libro que se publicó posteriormente con el discurso en japonés y en inglés. Estos detalles expresan hasta qué punto Kawabata valoraba el trabajo de traducción. Intercalando citas de los clásicos literarios, y referencias a los dichos y hechos de sabios monjes budistas japoneses, en su discurso Kawabata trató de exponer la esencia de su obra poniéndola en conexión con la conciencia estética manifestada en la tradición cultural de su país. En los primeros compases citó el famoso waka de Myōe “Aka-aka ya / aka-aka-aka ya / aka-aka ya / aka-aka-aka ya / aka-aka ya tsuki” (Seidensticker: “Bright, bright, and bright, bright, bright, and bright, bright. Bright and bright, bright, and bright, bright moon.”, con el kotobagaki o preámbulo explicativo clásico, que sitúa el poema en la noche del día 12 del duodécimo mes del año inicial de era Gennin (1224). Hacer una cita pertinente cuya datación coincida además con la fecha actual no es algo al alcance de cualquiera. También parece evidente que, al preparar su discurso, Kawabata pensó mucho en la ceremonia del té, pues hizo referencias a mínimos espacios en los que sin embargo se encuentra holgura, a simples adornos florales compuestos con un único y blanco capullo de camelia o peonía, y al brillo que puede extraerse de una vasija simplemente mojándola con agua. En la ceremonia del té, el anfitrión cuida hasta el menor detalle para conseguir un momento perfecto, en conformidad con el dicho “ichigo-ichie” (“todo encuentro es único e irrepetible”). Si se coloca un kakemono (pintura en rollo que se despliega en la pared), suele ser algo tan simple como unos simples trazos de tinta dejados por algún monje zen o un fragmento de alguna obra mayor, que deben estar a juego el instrumental de la ceremonia, que a su vez encajan perfectamente con la estación del año o el sentido de la reunión. Con ese mismo espíritu de agasajo y hospitalidad, Kawabata tachonó su discurso de historias y poemas escogidos, haciendo desfilar por él detalles sobre el cuarto para el té, sus flores, sus vasijas y su liturgia, y otros aspectos que nos transportan a ese original mundo. Aunque pocos lo saben, Suecia tiene un importante vínculo con la ceremonia del té. En 1935, el exitoso empresario Fujihara Ginjirō, conocido como el “rey del papel”, obsequió al país nórdico con una bella casa para el té que fue llamada Zuikitei. Lo hizo en respuesta al entusiasmo de la japonóloga sueca Ida Trotzig, que en 1911 había publicado un libro de divulgación sobre el tema. La casa quedó destruida por un incendio en 1969, pero fue reconstruida en 1990. Hoy forma parte del Museo Etnográfico Nacional de Estocolmo. A la luz de esta historia de intercambio cultural se comprenderá lo ajustado y pertinente del discurso pronunciado por Kawabata, en el que expresó su agradecimiento recurriendo a los temas y motivos estéticos de la tradición del té, que le sirvieron también para enmarcar su obra y explicar sus peculiaridades. |
Discurso de Yasunari Kawabata al recoger el premio Nobel de 1968. La emoción ante lo bello despierta fuertes anhelos de amistad y compañerismo.
Elijo ese primer poema, cuando me piden ejemplos de mi escritura autógrafa, por su notable calidez y comunicación. Luna de invierno, que sales y entras de las nubes, haciendo brillantes mis pasos al ir y venir del Pabellón para meditar, y que haces que no tema el aullido del lobo, ¿no sientes que el viento te penetra, no te da frío la nieve? Elijo ese poema porque habla del espíritu profundamente apacible y afectuoso del pueblo japonés; es un canto, de honda y cálida devoción, al hombre y a la naturaleza. El doctor Yukio Yashiro internacionalmente conocido como estudioso de la obra de Botticelli; hombre de gran erudición acerca del arte del pasado y del presente, de Oriente y de Occidente ha dicho que una de las características distintivas del arte japonés se puede resumir en una simple frase poética: «La época de la nieve, de la luna, de los cerezos en flor: entonces, más que nunca, pensamos en quienes amamos». Al contemplar la belleza de la nieve, de la luna llena, de los cerezos en flor, es decir, cuando despertamos ante las bellezas de las cuatro estaciones y entramos en contacto con ellas, cuando sentimos la felicidad de habernos encontrado con la belleza, es cuando más pensamos en quienes amamos y deseamos compartir con ellos esa felicidad. La emoción ante lo bello despierta fuertes anhelos de amistad y compañerismo, de modo que la expresión «ser querido» puede ser tomada como equivalente a «ser humano». La nieve, la luna, las flores de cerezo, palabras que representan la belleza de cada una de las estaciones que se suceden una tras otra, abarcan en la tradición japonesa toda la belleza de las montañas y los ríos y las hierbas y los árboles, todas las múltiples manifestaciones tanto de la naturaleza como de los sentimientos humanos». |
Kawabata y su mundo de sensaciones, sentidos, tradición, deseo y belleza en la gran literatura japonesa. Por SANTIAGO VARGAS jueves 14, Abr 2022 Hace medio siglo falleció, el 16 de abril de 1972, uno de los grandes escritores orientales. Recordamos su obra y recuperamos pasajes de cinco novelas esenciales: 'País de nieve', 'La casa de las bellas durmientes', 'Lo bello y lo triste'... «Las obras de Kawabata unen la delicadeza con el vigor, la elegancia con la conciencia de los más bajo de la naturaleza humana; su claridad encierra una insoldable tristeza. Son modernas aunque directamente inspiradas en la filosofía solitaria de los monjes del Japón Medieval. La manera en que el escritor elige sus palabras demuestra qué sutileza, qué grado de estremecedora sensibilidad puede alcanzar la lengua japonesa; su estilo único, con una agilidad infalible, es capaz de ir directo al corazón de un hombre para expresar su sustancia, ya se trate de la inocencia de una jovencita o de la horrorosa misantropía del anciano. Una concisión extrema –la concisión cargada de sentido de los simbolistas- se instala en obras cortas que, a pesar de su brevedad, engloban todos los aspectos de la naturaleza humana»: Yukio Mishima en una carta, de 1961, a la Academia Sueca para recomendar a su maestro Yasunari Kawabata al Premio Nobel de Literatura. El galardón lo conseguiría en 1968. Poco más y mejor se puede decir de la obra literaria de Yasunari Kawabata (Osaka, 11 de junio de 1899 – Zushi, 16 de abril de 1972). Nadie mejor que Yukio Mishima para explicar el por qué de la belleza en forma y fondo y trascendencia de la literatura de Kawabata. No solo fue alumno del Nobel japonés, sino que también fueron grandes amigos. Tanto que tras el suicidio de Mishima por el método de harakiri, Kawabata entró en una profunda tristeza que lo habría llevado a su propia muerte. En aquella carta a la Academia Sueca, Mishima continuaba: «Para muchos escritores del Japón moderno, los imperativos de la tradición y el deseo de crear una nueva literatura se mostraron casi inconciliables. El señor Kawabata, sin embargo, con su intuición de poeta, ha superado esta contradicción para convertirla en una síntesis. En todos sus escritos, desde su juventud hasta nuestros días, se encuentra, como una obsesión, el mismo tema: el contraste entre la soledad fundamental del hombre y la inalterable belleza que se aprehende intermitentemente en las fulguraciones del amor, como un rayo que de pronto pudiera revelar, en el corazón de la noche, las ramas de un árbol en plena floración». En 1968 Kawabata recibió el Nobel “por su maestría narrativa, que expresa con gran sensibilidad la esencia de la mente japonesa”. Es un escritor que representa la literatura de las sensaciones y los sentidos. Del deseo realizado, pero, sobre todo, deseado, en suspenso, contenido, anhelado, a la espera. Emociones y realidades de un escritor que sentía devoción por la belleza. Yasunaria Kawabata era de familia acomodada, su padre era médico. A los 3 años quedó huérfano y fue a vivir con sus abuelos paternos que fallecieron pronto: su abuela murió cuando él tenía 7 años, y su abuelo en 1914 cuando Kawabata contaba con 15 años. Fue a vivir con sus abuelos maternos. Estudió en la Universida de Tokio Literatura inglesa y Japonesa. Tenía buena relación con intelectuales y creadores japoneses. Impulsó algunas revistas como Bungei-jidai (Época del arte literario). En 1926 debutó con la novela La bailarina de Izu, a la que siguió La pandilla de Asakusa, en 1930, luego Sobre pájaros y animales, en 1933, hasta que llegó su consagración con País de nieve, en 1937. Su siguiente gran libro fue después de la Segunda Guerra Mundial, en 1951, en un formato de serie que hablaba de una autobiografía ficticia titulada El maestro de Go. Al año siguiente apareció Mil grullas; en 1964 El rumor de la montaña y El lago. En el año 1958 publicó el volumen de cuentos Primera nieve en el monte Fuji. En 1961 publicó otra de sus obras maestras: La casa de las bellas durmientes. En el 62 Kioto y en 1965 una de sus obras más inquietantes y profundas sobre la condición del amor y el desamor y la venganza: Lo bello y lo triste. Para conmemorar el cincuentenario de Yasunari Kawabata lo hacemos con su propia voz, con pasajes de algunas de sus novelas profundas y exquisitas en sensaciones «en plena floración», como diría Mishima:
Casi en el momento en que el camino comenzaba a serpentear y yo finalmente me daba cuenta de que estaba cerca del desfiladero del monte Amagi, una cortina de lluvia proveniente del pie de la montaña se precipitó sobre mí a una pavorosa velocidad, pintando de blanco los tupidos bosques de cedro. Tenía yo veinte años. Llevaba mi gorra de estudiante, un hakama sobre el quimono azul índigo y un bolso estudiantil al hombro. Era el cuarto día de mi solitaria travesía por la península de Izu. Había estado una noche en las termas de Shuzenji, luego dos noches en Yugashima. Y ahora, calzado con zuecos altos, trepaba por el Amagi. Aunque me había sentido fascinado por las capas, una sobre otra, de las montañas, por los bosques vírgenes y los matices del otoño en los valles profundos, caminaba deprisa por ese sendero, con el corazón latiéndome con cierta ansiedad. No mucho después, grandes gotas de lluvia comenzaron a azotarme, y corrí por el empinado y sinuoso camino. Sentí alivio al llegar a la casa de té en la ladera norte del desfiladero, pero me detuve bruscamente en el umbral. Mi ansiedad se veía colmada con esplendor. La compañía de actores itinerantes estaba dentro, descansando. Tan pronto como la bailarina se dio cuenta de mi presencia, cogió el almohadón sobre el cual estaba arrodillada, le dio la vuelta y lo colocó cerca de ella. País de nieve (1937). Traducción de César Durán (Espasa) Al final del largo túnel entre las dos regiones se accedía al País de Nieve. El horizonte había palidecido bajo las tinieblas de la noche. El tren disminuyó su marcha y se detuvo en las agujas. La muchacha que se hallaba sentada al otro lado del paisaje central se levantó y se fue a abrir la ventana, delante de Shimamura. El frío de la nieve invadió el coche. Asomándose tanto como le era posible, la muchacha llamó al guardagujas a voz en grito, como quienn se dirige a una persona muy lejana. (…) En lo alto de la montaña, ensombrecida ya por el crepúsculo, más arriba del puente, la nieve blanqueaba. En cuanto caen las hojas, arrancadas por los vientos fríos y duros, el País de Nieve se colma de días grises, nublados y glaciales. La nieve se siente en el aire. El círculo de las montañas de los alrededores aparece blanco bajo la primera nieve, que la gente del país llama ‘el sombrero de las cumbres’. En toda la costa norte el mar de otoño muge y gruñe; y aquí, en el corazón del país, las montañas hacen lo mismo, dejando oír un enorme suspiro parecido al rugido lejano del trueno. Las gentes lo llaman ‘el rumor de fondo’. El sombrero de las cumbres y el rumor de fondo, según había leído Shimamura en el viejo libro, anuncian y preceden inmediatamente la estación de las grandes nieves. —Sí. Es todo lo que dije antes de sentarme. La palabra gracias se me quedó atascada en la garganta. Estaba sin aliento tanto por haber corrido por el camino como por el asombro. Sentado bien cerca, frente a la bailarina, hurgué para sacar un cigarrillo de la manga del quimono. La joven cogió el cenicero que se hallaba delante de su compañera y lo colocó cerca de mí. Naturalmente, no hablé. El rumor de la montaña (1954). Traducción de Amalia Sato. Ogata Shingo —el ceño fruncido, los labios entreabiertos— tenía un aire pensativo. Quizá no para un extraño, que habría pensado que estaba más bien apenado. Pero su hijo Shuichi sabía lo que sucedía y, como veía así a su padre con frecuencia, ya no le daba importancia. Para él era evidente que no estaba pensando, sino que intentaba recordar algo. Shingo se quitó el sombrero, lo sostuvo con aire ausente en la mano derecha y lo depositó sobre sus rodillas. Shuichi lo cogió y lo colocó en el portaequipajes. —Veamos. ¿Cómo se llamaba…? —En momentos como ese, a Shingo le costaba encontrar las palabras—. ¿Cómo se llamaba la criada que nos dejó el otro día? —¿Te refieres a Kayo? —Kayo, eso es. ¿Cuándo se fue? —El jueves pasado. Hace unos cinco días. —¿Cinco días? ¿Hace sólo cinco días que nos abandonó y ya no puedo recordarla? A Shuichi la reacción de su padre le pareció algo teatral. —Esa Kayo… creo que fue unos dos o tres días antes de que nos dejara. Salí a dar un paseo y me salió una ampolla en el pie. Ella me dijo que yo padecía por «una lastimadura»[1]. Me gustó eso, porque parecía un modo amable y anticuado de decirlo. Me gustó mucho. Pero ahora que lo pienso, creo que pronunció mal. Hubo algo equivocado en cómo lo dijo. En realidad, quiso decir que las cintas del calzado me lastimaron [2]. A ver, repite: —Ozure. —Ahora di «Hana o zure». —Hana o zure. —Ya me parecía a mí. Lo pronunció mal. Por su origen provinciano, Shingo desconfiaba de la pronunciación estándar de Tokio. En cambio, su hijo se había criado en la capital. La casa de las bellas durmientes (1961) No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido. Había esta habitación, de unos cuatro metros cuadrados, y la habitación contigua, pero al parecer no había más habitaciones en el piso superior; y como la planta baja resultaba demasiado reducida para alojar huéspedes, el lugar apenas podía llamarse una posada. Probablemente porque su secreto no lo permitía, el portal no ostentaba ningún letrero. Todo era silencio. Tras serle franqueado el portal cerrado con llave, el viejo Eguchi sólo había visto a la mujer con quien ahora estaba hablando. Era su primera visita. Ignoraba si se trataba de la propietaria o de una criada. Era mejor no hacer preguntas. La mujer, baja y de unos cuarenta y cinco años, tenía una voz juvenil, y daba la impresión de haber cultivado especialmente una actitud seria y formal. Los labios delgados apenas se abrían cuando hablaba. Lo bello y lo triste (1965). Traducción de Nélida M. de Machain (Emecé). Eran seis las butacas giratorias que se alineaban sobre el lado opuesto del vagón panorámico de aquel expreso a Kyoto. Oki Toshio observó que la del extremo giraba en silencio con el movimiento del tren. No podía quitar los ojos de ella. Las butacas de su lado no eran giratorias. Estaba solo en el vagón panorámico. Hundido en su asiento observaba los movimientos de la butaca del extremo. No giraba siempre en la misma dirección ni con la misma velocidad: a veces se movía con más rapidez, otras con más lentitud y hasta se detenía y comenzaba a girar en dirección contraria. Al contemplar aquel sillón giratorio que se movía ante sus ojos en un vagón desierto, Oki se sintió solitario. Los recuerdos comenzaron a aflorar en su memoria. |
Kenzaburo Oé. ( Kenzaburo Oé (Ose, 1935 - Tokio, 2023) fue el símbolo y el portavoz de su generación y uno de los grandes escritores japoneses de nuestro tiempo. Obtuvo los galardones literarios más importantes de su país, ratificados en 1989 por el Europalia de la Comunidad Europea y en 1994 por el Premio Nobel de Literatura. En 2007, obtuvo la máxima condecoración francesa, la Legión de Honor. Escritor japonés, premio Nobel de Literatura en 1994. Nació en una aldea de los bosques montañosos de Shikoku de la que su familia apenas había salido. Pasó la guerra allí, pero la voluntad de estudiar lo llevó a Tokio, en cuya universidad ingresó en 1954. Para ello tuvo que perfeccionar su japonés, pues hablaba una variante dialectal propia de la zona. La vocación literaria de Oé nació en cierto modo de la necesidad de aliviar el desarraigo cultural y recuperar lo que él llama "la mitología de mi aldea". De esta época datan La presa, que le valió en 1957 el premio Akutagawa de novela corta, y Arrancad las semillas, fusilad a los niños (1958); en ambas traza un sombrío panorama de los efectos de la guerra en el idílico microcosmos rural. En sus relatos y novelas suele abordar aspectos de la sociedad contemporánea desde un humanismo crítico, de raigambre existencialista. Su estilo directo, de frases breves y contundentes, se nutre de poderosas imágenes poéticas y abundantes reflexiones metafísicas. Se percibe en él la influencia de Dante, F. Rabelais, H. de Balzac, E. A. Poe o M. Twain, a los que estudió a fondo, pero también de J. P. Sartre, A. Camus, W. B. Yeats o W. H. Auden, por quienes profesa franca admiración. Escribió diversos artículos y una novela autobiográfica, El muchacho que llegó tarde (1961), sobre la vida estudiantil en un Tokio que no consigue librarse de la alargada sombra de la ocupación estadounidense. Lo que subyace es el conflicto paradigmático del Japón contemporáneo entre modernidad y tradición. Pero allí donde Yukio Mishima, que a pesar de las diferencias ideológicas era amigo suyo, vuelve la vista atrás y añora las gloriosas épocas imperiales, Oé sueña con la democracia participativa. No obstante, el punto de inflexión en su vida y su narrativa lo constituyó el nacimiento, en 1963, de su primer hijo Hikari, que padecía una malformación neurológica. Fruto del desconcierto y el dolor ante la minusvalía mental del niño pero, al mismo tiempo, del afán de superación y de la necesidad de dotarse de una ética privada, su novela Una cuestión personal (1964) narra, en términos crudos y sin concesiones, el descenso al abismo de un padre atrapado entre el fatalismo y la cínica opción de la huida hacia adelante. Ha regresado al tema de la relación con su hijo, uno de los dos ejes de su literatura, en los libros Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura (1969), Las aguas han inundado mi alma (1973) y Despertad, jóvenes de la nueva era (1983). El otro núcleo lo constituye la pervivencia del cuerpo de mitos y leyendas rurales de su infancia y juventud en el marco de la cultura urbana contemporánea, que vertebra obras como El grito silencioso (1967), Juegos contemporáneos (1979) o Cartas a los años de la nostalgia (1986). Inspirándose en la poesía de Yeats, escribió una trilogía titulada A flaming green tree y, antes de recibir el premio Nobel, libros como M/T, La historia maravillosa del bosque o la novela de ciencia ficción La torre del tratamiento (1990), así como numerosos artículos y ensayos. Destaca en especial Notas sobre Hiroshima, escrito tras entrevistar a diversos supervivientes de la tragedia atómica. |
Soseki Natsume.
(Tokio, 1867 - 1916) Novelista japonés. Tras vivir una adolescencia marcada por la desgracia (quedó huérfano de madre a los catorce años de edad), se volcó en los estudios humanísticos hasta alcanzar una brillante formación intelectual. Sus primeras inquietudes literarias le orientaron hacia el ámbito de la poesía, en el que cultivó los metros breves (haikus) mientras completaba sus estudios superiores en el Departamento de Lengua y Literatura Inglesas de la Universidad de Tokio. Una vez licenciado, comenzó a ejercer la docencia sin abandonar por ello su vocación literaria. En 1900 consiguió una beca que le permitió desplazarse a Inglaterra, de donde regresó tres años más tarde para hacerse cargo de la cátedra de Literatura Inglesa que, en la Universidad Imperial de Tokio, había dejado vacante el escritor Lafcadio Hearn. A partir de entonces, su consagración a la creación literaria comenzó a arrojar frutos espléndidos. En 1905 dio a la imprenta su primera novela, Wagahai wa neko de aru (Yo soy un gato), en la que su enorme interés por las relaciones entre el individuo y la sociedad se revestía de sátira para ridiculizar a la clase intelectual del período Meiji. Un año después confirmó la magnífica impresión que había causado esta primera novela con su segunda narración extensa, titulada Botchan (1906), muy celebrada -como la anterior- por la complejidad y elegancia de su prosa. El reconocimiento obtenido tras estas dos publicaciones animó a Soseki Natsume a abandonar el ejercicio de la docencia para dedicar casi todo su tiempo a la creación literaria, actividad que compaginó con la redacción de numerosos artículos para el periódico Asahi shimbun, en el que colaboró hasta el final de sus días. Poco a poco, su estilo literario fue prescindiendo del preciosismo formal para centrarse en la estudiada caracterización psicológica de los personajes, y en el retrato fluido y fidedigno de determinados grupos sociales. Cuando parecía que estaba llamado a dejar una de las producciones literarias más fecundas y extensas de la literatura japonesa, la muerte sorprendió a Soseki Natsume sin permitir que llegara a alcanzar el medio siglo de existencia. No obstante, ya por aquel entonces se había convertido en el principal mentor de los jóvenes escritores de su época, en algunos de los cuales (como Ryunosuke Akutagawa) dejó una huella indeleble. Así, en la novela Sanshiro (1908) volvió a colocar su lupa crítica sobre la clase intelectual nipona, concentrando ahora toda su atención en los intelectuales desarraigados; mientras que en su siguiente entrega narrativa, Sorekara (Y entonces, 1909), venía a confirmar su desembarco consciente en el difícil subgénero de la novela psicológica, al reflejar con una extraordinaria riqueza de matices el egoísmo extendido en la clase media urbana de su tiempo. Su vertiginosa carrera literaria se interrumpió en 1910 como consecuencia de una úlcera gástrica que le mantuvo hospitalizado durante un largo período de tiempo. Pero en 1914 regresó a los anaqueles de las librerías con otra obra maestra, Corazón, y dos años más tarde confirmó su recuperación para las letras japonesas con Luz y tinieblas (1916), novela en la que volvían a darse la mano el lúcido análisis de la sociedad y la aguda caracterización psicológica de sus componentes. |
Mori Ōgai (Tsuwano, Prefectura de Shimane, Japón, 17 de febrero de 1862 - Prefectura de Tokio, Japón, 8 de julio de 1922), nacido bajo el nombre de Rintarō Mori , fue un médico militar, traductor, crítico literario y novelista japonés del periodo Meiji. Es considerado uno de los principales autores de dicha etapa, junto a figuras como Natsume Sōseki. Mori nació el 17 de febrero de 1862 bajo el nombre de Mori Rintarō, en Tsuwanon, provincia de Iwami (actual prefectura de Shimane), se trasladó a Tokio en 1872. En sus primeros años, Ōgai Mori recibió la educación tradicional basada en los clásicos japoneses y chinos. Licenciado en medicina a los 19 años, recibió una beca del gobierno japonés para estudiar en Alemania durante cuatro años (1884-1888), donde entró en contacto con la literatura occidental. Se le compara con su coetáneo Natsume Sōseki, educado en Inglaterra, que era humanista, lírico, íntimo, frente al austero, distante y luminoso que fue Mori. Participó en la Primera guerra sino-japonesa (1894-1895) y en la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905) como médico militar, carrera que mantuvo a lo largo de toda su trayectoria profesional. Como fundador y editor de revistas literarias, introdujo en Japón las ideas estéticas que se estaban desarrollando en occidente, ayudando a establecer una concepción moderna de la crítica literaria. Fue traductor de clásicos de distintas lenguas, Rousseau y Daudet, Shakespeare (Macbeth), Byron e Irving, Turgueniev y Tolstoi, Calderón; Hans Christian Andersen, Strindberg, Henrik Ibsen. y sobre todo de alemanes como Hoffmann, Goethe (Faust), Schiller, Lenau, Heine, Rilke, y Schnitzler. En 1890, publicó una revista literaria en la que se opuso a las ideas antiguas del Naturalismo (en el sentido japonés del término): con Subaru; y publica en lenguaje moderno hasta 1912 numerosos relatos: Hannichi, Vita sexualis, Seinen, Fushinshū, Hanako, Gan. Pero una vez más Ōgai Mori se ve amenazado por la política de censura del gobierno hacia las ideas occidentales, que serían a su juicio causa de los males del Japón. Las organizaciones socialistas nacientes se verán reprimidas. Ōgai Mori defenderá la libertad de pensamiento, así con Chinmoku no tō (La torre del silencio, 1910).
A partir de 1910, sus escritos son filosóficos e históricos: Mōsō, 1910, Ka no yō ni (1911), Okitsu Yagoemon no isho (1912), Kanzan Jittoku. Y termina una serie histórica: Shibue Chūsai, Isawa Ranken, Hōjō Katei, donde pone de relieve la ética del mundo intelectual en el periodo Edo. Entre sus obras destacan la novela corta Maihime (1890,La bailarina), así como su obra más célebre Vita sekusuarisu (1909, Vita sexualis), donde une sus conocimientos médicos a una visión literaria libre. Además están Seinen (1910, El joven) y Gan (1911–13, El ganso salvaje), y los cuentos recogidos bajo el título El intendente Sansho, el primero de los cuales dio origen a la gran película de Kenji Mizoguchi, y en los cuales resuenan a veces elementos del cuento tradicional sajón. |
Ryunosuke Akutagawa. (Tokio, 1892-1927) Escritor japonés de corta pero notable trayectoria. Es uno de los autores más problemáticos, inquietantes, versátiles y discutidos del siglo XX, bien conocido no sólo en Japón, sino también en Occidente, en donde tempranamente muchas de sus obras fueron traducidas y presentadas al público. Escribió más de cien relatos, además de ensayos críticos, crónicas de viajes y páginas de diario, obras indispensables para reconstruir su compleja personalidad, tanto de hombre como de escritor. Su madre enloqueció cuando aún no tenía un año y su padre lo puso bajo la tutela de un tío materno, perteneciente a una rama familiar de estrictos pero empobrecidos funcionarios. Desde pequeño mostró sus brillantes cualidades para la lectura y el estudio. En su último año de universidad publicó su cuento más célebre, Rashomon (1915). Se doctoró en 1916 con una tesis sobre William Morris, tras estudiar a fondo las literaturas inglesa, alemana, francesa y rusa. En 1918 se casó y empezó a trabajar en un periódico, el Mainichi Shimbun, que en 1921 lo envió como corresponsal a China y Corea. Sin embargo, su frágil salud y sus nervios se resintieron y comenzó a atormentarse con el fantasma de la locura. Su escritura adquirió un tono más desesperanzado e irónico, aunque sin abandonar los imperativos de claridad y lucidez que se había impuesto desde el principio. En 1926 sufrió otro colapso nervioso, esta vez más serio. El 24 de julio de 1927, tras liquidar las deudas heredadas de su tío y sostener un encendido debate con Junichiro Tanizaki, se suicidó mediante una sobredosis de pastillas. Había dejado, a modo de explicación, un texto titulado Carta a cierto viejo amigo. A partir de sus primeros relatos, Rashomon (1915) y Hana (1916), Ryunosuke Akutagawa mereció la atención de la crítica. Muchos de sus relatos son de ambientación histórica, para lo cual recurrió al patrimonio de la literatura, la mitología y la fábula, no sólo japonesa, sino también china, hindú e incluso occidental, reconstruyendo libremente situaciones y temas e interpretándolos bajo una luz ora irónica, ora dramática, pero casi siempre paradójica, explorando las infinitas interpretaciones posibles de las acciones humanas y utilizando una lógica rigurosa que subvierte cualquier valor o idea preconcebida. En la reconstrucción de la psicología de sus personajes y de los dramas que éstos viven puede advertirse el recurso a fuentes occidentales (desde la Biblia hasta Jonathan Swift, Daniel Defoe, Goethe, Edgar Allan Poe, Fiódor Dostoievski, Prosper Merimée o Pierre Loti), que le sirve de pretexto para una interpretación dedicada a recorrer las etapas de la historia y la literatura japonesas, de las que reconstruye lenguaje, ambientes y personajes. En Susanoo no mikoto (1920) revivió los antiguos mitos del país a través de la figura del dios-héroe hermano de Amaterasu, la divinidad del Cielo; otros, como Rashômon y Shunkan (1922), en los que describe las intrigas de la corte y la sorda rivalidad por el poder, están ambientados en la época Heian, cuna de la refinada cultura que manifiesta la aristocracia cortesana. En otros relatos recorre la época de la introducción del cristianismo en Japón: las primeras persecuciones, en el siglo XVI, y el largo período de paz que siguió, con el florecimiento de la cultura popular y la emergencia de una clase mercantil y urbana, hasta la apertura definitiva del país al mundo occidental, a mediados del siglo XIX. Tampoco faltan en su vasta producción los relatos de ambiente contemporáneo, como Hankechi (1916), Mikan (1919) o Torokko (1922), famosos por el atento y sensible análisis psicológico de sus protagonistas y la límpida precisión narrativa. En todos ellos aparecen, junto a las figuras históricas principales, personajes menores y anónimos: monjes y bandoleros, guerreros y damas de la corte, literatos y ascetas, misioneros, campesinos y mercaderes, ladrones y criados fieles; todos ellos portavoces de su propia época histórica, pero también de la angustia y la inquietud que vive el escritor, reflejo de la neurosis que amenazaba su equilibrio psíquico, y cada vez más presentes en las obras de su último período -Kappa (1927), Haguruma (1927) y El Cristo de Nankin-. Sin embargo, en el "ansia indefinida" de que hablaba él mismo en la carta que escribió poco antes de suicidarse como justificación racional de su acto, se refleja su inseguridad frente a la realidad, lo que hizo de su suicidio el emblema de la crisis que vivía la sociedad japonesa de los años veinte, además de un elemento esencial para comprender y valorar su arte. |
una escritura que es un arte estético
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