Trinity College, Dublin o formalmente College of the Holy and Undivided Trinity of Queen Elizabeth near Dublin (Colegio de la Santa e Indivisa Trinidad de la Reina Isabel junto a Dublín), fue fundado en 1592 por la Reina Isabel I, y es el único college constituyente de la Universidad de Dublín, al contrario de lo que ocurre en Oxford y Cambridge, universidades hermanadas sobre las que fue modelada. Con todo, es la universidad más antigua de Irlanda y una de las siete universidades antiguas históricas de las islas británicas. El Trinity College se ubica en College Green, frente a la antigua Parliment House (hoy en día principal sucursal del Banco de Irlanda). El campus ocupa 47 acres (190.000 m²), con muchos edificios tanto nuevos como antiguos que conforman un rico patrimonio histórico-artístico, vertebrados alrededor de grandes patios y dos campos de juego.
El colegio y la universidad son efectivamente uno, y son usualmente referidos como tal colectivamente como University of Dublin, Trinity College. La principal excepción a esto es el otorgamiento de grados; el college provee todos los programas y el personal académico son miembros de él, pero la universidad confiere el grado.
El Libro de Kells.
Itsukushima Shrine. |
Historia del libro. LA ANTIGÜEDAD Sobre un período de más de cinco mil años se extiende la historia del libro. Pero de los dos primeros tercios de este período restan sólo escasos y dispersos hechos que puedan servir a quien intente hacerse una idea de la situación bibliográfica de esos tiempos remotos. Aun que recientes investigaciones arqueológicas hayan proporcionado también considerable información en este campo, muchas son las cosas aún desconocidas u oscuras, y los escritores clásicos, griegos y romanos, que constituyen nuestra principal fuente para la historia de la cultura, se muestran en extremo parcos al mencionar estos temas. Con máxima cautela, por lo tanto, debe transitarse por estos inseguros parajes; resulta sumamente fácil caer en la tentación de extraer conclusiones generalizadoras de un hecho individual, que posteriores descubrimientos pudieran contradecir. El rollo de papiro de los egipcios Rara vez, cuando en uno u otro terreno de la historia de la cultura, se pretende ascender a los más antiguos testimonios existentes, se acudirá en vano a los antiguos egipcios. En ellos encontramos ya múltiples manifestaciones culturales en forma altamente desarrollada, entre las que destaca una floreciente vida literaria que, a juzgar por los hallazgos, había prosperado durante el imperio de los Faraones, no sólo en lo que se refiere a los textos religiosos, sino también a libros científicos y literarios. En las aguas pantanosas y estancadas del delta del Nilo crecía con profusión en la antigüedad una planta que los griegos llamaron papyros, nombre de significado desconocido. Pertenece a la familia de las ciperáceas y es bastante escasa en la actualidad. Los egipcios la empleaban para muchos usos, pero lo que nos interesa aquí es el que se le daba al tallo. Este es triangular y puede crecer hasta una altura de varios metros. Se cortaba la médula en finas tiras que después de secas se disponían en capas paralelas superpuestas por los bordes, añadiendo perpendicularmente a ellas otra serie de tiras. Por medio de golpes y el humedecimiento con agua del río se obtenía una materia compacta. La adherencia entre las capas ha sido sumamente resistente, como lo demuestran las hojas de papiro hoy en existencia y en las cuales las dos capas permanecen unidas. Después de haber combinado así las tiras en forma de hojas, se procedía a encolar éstas, para evitar que se corriese la escritura, se las secaba al sol y se las pulía, para lograr una superficie tersa. Una vez terminada, si la calidad era buena, la hoja era muy suave y flexible, cualidades que por regla general se han conservado sorprendentemente a través de los tiempos. Las hojas sueltas se pegaban de izquierda a derecha en largas fajas; la producción de papiro parece desde tiempos muy tempranos haber sido realizada como una fabricación en serie, para ser adquirido, como el papel en las fábricas de hoy día, en grandes partidas, o «balas», de las que se cortase el trozo necesario en cada caso. Por lo general se empleaban fragmentos de unos 15 a 17 cm. de altura; sin embargo, se conocen de tiempos posteriores formatos tres veces mayores. Las mejores calidades tenían un tono amarillento, o casi blanco; las inferiores, un color más o menos pardo. Ya en el tercer milenio a. de C. la fabricación de papiro se encontraba en plena actividad y alcanzó rápida mente una perfección técnica nunca después superada. Quizá existieran algunas diferencias de detalle entre los métodos de los diferentes períodos, pero ello no puede saberse con seguridad. Además, existen diversos puntos oscuros en relación con la fabricación, y las descripciones que por regla general de ella se hacen hoy no se basan en fuentes literarias egipcias, sino que proceden de relieves pintados de Tebas y, sobre todo, del autor romano Plinio el Viejo, complementadas con el resultado de las investigaciones llevadas a cabo en la actualidad por los egiptólogos. Cualidad común a todos los papiros, ya pertenezcan a los de la excelente calidad de los tiempos más antiguos, los hieráticos, ya a tipos inferiores, es la diferencia existente entre los dos lados de la hoja, debido a la combinación perpendicular entre las dos capas. La cara donde las tiras se disponen horizontalmente constituye el anverso (recto) y era en la que por lo regular se escribía, mientras que rara vez se empleaba la cara con las tiras verticales, o reverso (verso). Material tan flexible como el papiro se prestaba fácilmente a ser enrollado y, al hacerlo, el anverso quedaba en la parte interna y el reverso en blanco en la exterior. El libro egipcio tuvo siempre la forma de rollo. Para leerlo era preciso desenrollarlo, de modo que fuera des cubriéndose sucesivamente la escritura. Por lo general no se escribían las líneas a lo largo del rollo, sino que se dividían en columnas, por lo que las líneas se acortaban y el libro quedaba dividido en una especie de «páginas», a medida que la tira se desenrollaba. Un famoso papiro, que se encuentra en la biblioteca de la Universidad de Leipzig, mide unos veinte metros de largo y contiene 110 «páginas». El texto comenzaba en el extremo derecho y, a partir de allí, seguían las «páginas» de derecha a izquierda. La escritura utilizada no era, con excepción de ciertos libros sagrados, los jeroglíficos de múltiples símbolos que se ven en las inscripciones, sino una grafía más rápida y simple, que ya desde aproximadamente la mitad del tercer milenio a. de C. se venía utilizando en los papiros y que, a semejanza del papiro de excelente calidad, se conoce por hierática (escritura sacerdotal); de tiempos posteriores datan hojas de papiro con otra grafía, la llamada demótica (escritura popular), que ofrece una simplificación más radical aún. El rollo de papiro más antiguo que se conoce data de hacia 2400 a. de C., pero el hecho de que el papiro ha sido usado para la escritura desde tiempo tan remoto como la misma escritura jeroglífica lo prueba el que uno de los símbolos jeroglíficos representa un rollo de papiro. Para escribir, los egipcios usaban un junco cortado al través, cuya punta suavizada podía emplearse como un pincel blando; utilizándolo de diferentes formas podía producir líneas más o menos gruesas. A partir del siglo a. de C. comenzó a ser sustituido por una caña rígida y afilada, calamus, que permitía una escritura más fina; desde entonces se convirtió en el instrumento gráfico común y, junto con la regla para trazar líneas, en utensilio indispensable de todo escriba. La tinta utiliza da estaba compuesta de hollín o carbón vegetal, mezclado con agua y goma, y su calidad superaba con mucho la de la tinta de hoy día; con frecuencia la escritura ha conservado a través de los milenios su brillo de negro intenso. También se encuentra la tinta roja, especial mente en títulos y epígrafes. El escriba conservaba sus pinceles y su tinta en un tintero, o paleta, trozo alargado y fino de madera con una incisión para insertar los pin celes y dos o más cavidades para la tinta. Para conservar los rollos de papiro se utilizaban jarras de barro o estuches de madera. Como la parte externa del rollo sufría forzosamente mayor deterioro, estaba compuesto con frecuencia de un material de calidad más resistente o protegida con una cubierta, así como a los bordes de los rollos se los reforzaba pegándoles bandas. La supervivencia del papiro hasta nuestros días, e incluso en cantidades bastantes grandes, no se debe precisamente a las cualidades propias del material; sabemos por indicaciones de los autores clásicos que cuando un rollo había alcanzado una edad de doscientos años, era considerado como una venerable reliquia y abundan las quejas acerca de lo frágil y efímero del material. El ata que de los insectos era muy frecuente y se trataba de combatirlo con la inmersión de la hoja de papiro en acei te de cedro, pero el peor enemigo era, sin embargo, la humedad. Es, naturalmente, imposible hacernos una idea de cuántos rollos de papiro han sido destruidos por ella; lo más que podemos decir es que cuantos conservamos ahora en nuestros museos y bibliotecas es sólo un escaso resto de los que existieron. Evidencia indirecta de los efectos destructivos de la humedad sobre los pa piros la proporciona la circunstancia de que la mayor parte, con mucho, de los descubiertos proceden de excavaciones en Egipto; a pesar de que el mundo cultural greco-romano, como veremos más adelante, utilizó el papiro durante casi un milenio en mayor profusión que los propios egipcios, se han descubierto en aquellos países relativamente pocos, por lo que se deduce que la razón es debida al efecto destructivo del clima. En el mismo Egipto pocos hallazgos se han realizado en el húmedo delta del Nilo; la mayor parte proceden de las arenas áridas del Egipto Medio y Alto. En ellas los rollos de papiro se han conservado como en un museo, o mejor aún, pues en los museos han de guardarse hermética mente entre placas de vidrio. En especial los enterramientos egipcios han sido privilegiados depósitos para este frágil material. Durante las últimas centurias antes de Cristo se generalizó la costumbre de construir ataúdes para las momias utilizando papiros de desecho, pegados y recubiertos con una capa de yeso, y son varios los documentos que de esta forma han llegado a nuestros días. Mayor cantidad, sin embargo, han sido preservados gracias a la generalizada costumbre religiosa de proveer a los difuntos de diversos textos sagrados, oraciones y otros análogos, depositándolos en la tumba como protección durante su peregrinaje al más allá, y entre ellos el Libro de los muertos ha desempeñado un gran papel. Es conocido desde aproximadamente 1800 a. de C. Fue adquiriendo con el tiempo un contenido puramente convencional y parece haber sido producido en serie por los sacerdotes, con un blanco para ser rellenado con el nombre del difunto; una industria en cierto modo semejante a la que, en tiempos muy posteriores, se desarrollaría con las indulgencias de la Iglesia católica. El tráfico con los libros de los muertos fue sin duda la única forma del comercio de libros en Egipto; por lo menos no se tiene conocimiento de otra. Algunos de los libros de los muertos se encontraban ilustrados con mayor o menor riqueza y es verosímil que un artista dibujase primero las ilustraciones y que los escribas rellenasen después los textos. En la mayor parte de los casos las ilustraciones formaban un friso a lo largo de todo el rollo por encima del texto. Su calidad artística es muy variable, pero todas muestran la estilización típica de los relieves egipcios. Algunos libros de los muertos tie nen ilustraciones en color o están presentados con especial suntuosidad; debieron ser encargados para difuntos distinguidos o ricos, mientras el hombre común tenía que contentarse con productos inferiores y más modestos. El papiro, a juzgar por los datos que poseemos, era escaso, en especial al convertirse en un importante artículo de exportación, y no fue tampoco el único material escriptóreo de los egipcios. Utilizaron también el cuero y, para simples anotaciones, tablillas recubiertas de estuco, o placas de piedra caliza y de cerámica. De las bibliotecas de Egipto de los tiempos clásicos apenas se conoce nada. En él, como en otros lugares de entonces, es seguro que no existirían distinciones estrictas entre la biblioteca y el archivo; la verdad es que libros y documentos adoptaban igual forma y exigían métodos de conservación análogos. Y, al igual que en otros países de la antigüedad, las bibliotecas se encontraban adscritas a centros religiosos, a templos. En el dél dios del sol Horus, que aún se conserva en Edfu, en Egipto meridional, existe una cámara cuyas pare des están decoradas con los títulos de 37 libros que fueron donados a la biblioteca. En las proximidades de Tebas se han descubierto dos tumbas cuyas inscripciones mencionan el título de bibliotecario; en ellas se encontraban enterrados un padre y un hijo, ambos con seguridad pertenecientes a la clase sacerdotal, que enseñaba las ciencias y el arte de la escritura. Los libros más antiguos de China Al tiempo que en el valle del Nilo el papiro se con vertía en el material escriptóreo principal y decisivo en la apariencia del libro egipcio, otra cultura de tan alto nivel, también con manifestaciones bibliográficas, se desarrollaba muy lejos de allí. Ya en el tercer milenio a. de C. contaba China con producciones literarias y del arte de la escritura, aunque aún no se pueda hablar propiamente de libros. Se sabe de la existencia de cronistas imperiales desde el segundo milenio y es probable que el gran filósofo Laotsé, que vivió hacia 500 a. de C., fuese archivero de la corte imperial. Los materiales empleados entonces para la escritura fueron el hueso, la concha de tortuga, las cañas de bambú hendidas y, posteriormente, las tablillas de madera, en las que se rayaba con un estilo; se comenzaba a escribir en el ángulo superior derecho y se seguía verticalmente, sucediéndose las columnas de derecha a izquierda, lo mismo que ocurre en los libros chinos de hoy. Apenas si se han conservado algunos de estos manuscritos en madera. La principal razón para ello fue la gran quema de todos los libros existentes ordenada en el año 213 a. de C. por el emperador T s’in Shihuangti, como castigo a los autores que se habían atrevido a criticar su política. Pocos libros escaparon a la acción del fuego y los producidos después de la gran quema han desaparecido en gran parte, debido sin duda a su descomposición bajo tierra. Pero la quema de los libros tuvo como consecuencia una intensa actividad literaria. Se luchó por reparar la catástrofe recogiendo y publicando de nuevo cuanto aún pudo salvarse de la literatura clásica desde el tiempo de Confucio y no bastó ya la madera, sino que se pasó a emplear la seda, sobre la que se escribió bien con pluma de bambú o bien con pincel de pelo de camello. Se utilizó una tinta negra, extraída del árbol del barniz, y más tarde tinta china, mezcla de hollín de pino y cola. La seda poseía muchas de las cualidades del papiro de los egipcios, la flexibilidad y la tersura de su superficie, pero también el inconveniente de un precio mayor. Las tabletas cuneiformes de Asia Anterior Además de Egipto y de China se encuentra un tercer país de antiquísima cultura: Asia Anterior, en especial Mesopotamia. A la región meridional de la tierra entre el Eufrates y el Tigris emigró del Oriente, a fines del cuarto milenio a. de C., el pueblo de los sumerios, que se extendieron paulatinamente hacia el Norte y desarrollaron una importante civilización, como prueban en especial las excavaciones en Ur, Lagash y, sobre todo, Nippur, que parece constituyó un importante centro religioso. El hecho de que poseyeran un sistema de escritura y más adelante una literatura importante, les hace ser considerados generalmente como inventores de la escritura cuneiforme, que si en su origen fue una escritura simbólica, pronto evolucionó hacia una escritura fonética, compuesta de signos con trazos triangulares. Los caracteres cuneiformes propiamente dichos, sin embargo, fueron difundidos por un pueblo semita, los acadios, que a fines del tercer milenio dieron fin a la dominación sumeria y fueron apropiándose paulatina mente su cultura. A este pueblo pertenecían los babilonios, que más tarde, junto con el pueblo semita de la Mesopotamia septentrional, los asirios, alcanzaron la preponderancia en el Oriente Medio. En el siglo xv a. de C. obtuvo su idioma la categoría de lengua diplomática; incluso en el archivo real de la ciudad egipcia de El-Amama se han descubierto muchas tablillas cuneiformes escritas en el idioma asirio-babilónico. En el antes mencionado Nippur se han descubierto restos de la gran biblioteca y archivo del templo, compuestos de tabletas de arcilla, en parte procedentes del período sumerio, en parte del babilónico y asirio. El templo de Nippur comprende varias cámaras, correspondiendo sin duda unas a la biblioteca, otras al archivo. Se han descubierto montones de tabletas de barro en des orden y parcialmente rotas; es seguro, sin embargo, que originalmente se encontraban colocadas en cajas de madera o depósitos de arcilla o en cestos, alineados sobre pedestales de arcilla o estantes de madera a lo largo de las paredes, protegidos contra la humedad, al igual que las cestas, por una capa de alquitrán. En otras ocasiones se limitaban a amontonar las tabletas directamente sobre los estantes o en nichos en los muros; tanto los cestos como las cajas estaban provistos con una pequeña etiqueta de arcilla. Para escribir en las tabletas se trazaban los signos, estando aún la arcilla húmeda y blanda, con un instrumento de metal, marfil o madera, romo y de sección triangular, y era precisamente a la forma de este instrumento a lo que se debía lo cuneiforme de los signos. Después de haber sido escritas, se las secaba al sol o se las cocía en un horno hasta adquirir la dureza de un ladrillo; algunas de las tabletas de mayor tamaño muestran pequeños orificios en la superficie, para dar paso al vapor durante la cocción. Parte de las tabletas descubiertas no fueron cocidas, por lo que ha sido difícil o imposible el separarlas y descifrarlas. En total, las excavaciones de las ruinas de Asia Anterior y Mesopotamia han producido hasta hoy cerca de medio millón de tabletas, incluyendo las fragmentarias, y muchas de ellas se encuentran en bibliotecas europeas y americanas. Son rectangulares y de muy diversos tamaños; algunas miden 30 cm. de ancho y 40 de largo, pero la mayoría sólo la mitad. Se escribía en ambas caras; el reverso tenía forma abombada, el anverso era convexo o llano. En el reverso de la primera tableta de la serie se escribía el título de la obra, y con frecuencia también el nombre del propietario y del escriba junto con una amonestación de usar con cuidado la tableta. Lo cual era bien necesario, ya que de caer al suelo se hubiese hecho pedazos. Por otra parte, era corriente que las tabletas, cuando su contenido dejaba de tener interés, fuesen utilizadas para edificar caminos o suelos o amontonadas en masas compactas. Tanto entre los babilonios como entre los asirios la vida literaria era floreciente y el material escriptóreo, la arcilla, abundaba en el país entre los dos grandes ríos. No hay duda que existieron escritorios adscritos a todos los grandes templos. El apogeo de los asirios, que su cedió al de los babilonios, tuvo lugar en los siglos vii y vi a. de C., y en su historia del libro se destaca con especial fama el archivo y biblioteca del rey Asurbanipal en la capital de Asiria, Ntnive. Fueron excavados hace un siglo por arqueólogos ingleses y el British Museum de Londres posee en la actualidad más de 20.000 tabletas íntegras o fragmentarias. La arcilla de estas tabletas es la más fina y su cocción la más esmerada que conocemos y la escritura es por lo general más clara y elegante, méritos que corresponden al extenso personal de calígrafos de la corte de Asurbanipal. El rey fue sin duda un gran coleccionista y recogió textos fuera y dentro de su reino, para ser difundidos y copiados, al igual de lo que posteriormente sucedió en la biblioteca de Alejandría. En la biblioteca de Asurbanipal está representada adecuadamente la literatura asirio-babilónica, pero también se encuentran en ella textos sumerios. Una parte esencial de ella fue destruida cuando los medos, parientes de los persas, surgieron como principal fuerza en Asia occidental y conquistaron Nínive en 612 a. de C. También han sido descubiertas un par de bibliotecas particulares asirias. Finalmente, otro grupo cultural del Asia Menor ha dejado colecciones de tabletas cuneiformes, los hititas; su capital, Boghazkoi, al este de Ankara, cuyo apogeo transcurrió entre 1900 y 1200 a. de C., ha sido excavada y ha revelado cerca de 15.000 tabletas de cerámica de excepcionales dimensiones. Se han encontrado también catálogos con enumeración de títulos y del número de tabletas que comprendía cada obra. Y en Ras-Shamra, en el norte de Siria, donde en tiempo de los hititas existía un importante centro comercial, han sido descubiertas tabletas con textos en una lengua semítica, el ugarítico, emparentado estrechamente con el fenicio. Se trata de una escritura cuneiforme que consta sólo de 29 signos y es alfabética, con ciertas conexiones con el alfabeto fenicio, que fue el origen del griego así como de todos los restantes. Además del fenicio, se supone que en el alfabeto de los escritos de Ras-Shamra influyó la escri tura egipcia. Otros materiales escriptóreos de la antigüedad Diversos materiales fueron por lo tanto utilizados en diferentes lugares y tiempos de los primeros milenios de la Historia y, no obstante, no hemos mencionado aún el material probablemente utilizado antes que ninguno: la corteza de árbol; por lo menos las palabras que respectivamente designan «libro» en griego y en latín, byblos y liber, significaron originalmente corteza, y si se piensa en las hojas de palmerar que secas y frotadas con aceite, han venido usándose durante siglos para manuscritos en India y aún se utilizan hoy día, nada de extraño tiene que una materia análoga como es la corteza vegetal haya sido empleada del mismo modo; se trazarían los signos con un punzón, igual que se hace sobre las hojas de palmera. También se ha utilizado la tela para los libros — Tito Livio, entre otros, menciona libros compuestos de rollos de lino— y, mucho más, el cuero; parte de los rollos recientemente descubiertos en el Mar Muerto son de cuero. Incluso en Mesopotamia, donde predominaron las tabletas de arcilla, fueron empleados varios materiales escriptóreos simultáneamente. En las ruinas de una ciudad cerca de Nínive ha sido hallada recientemente escritura cuneiforme en tablillas de madera y de marfil, recubiertas con una capa de cera. Los papiros griegos. La biblioteca de Alejandría Probablemente los rollos de papiro se introdujeron entre los griegos en el siglo vn a. de C.; comenzó una creciente exportación del material desde Egipto a Grecia, y parece que en el siglo v el uso del papiro se había hecho general. El que Herodoto, en su descripción de Egipto, no mencione los papiros es prueba de que éstos eran un fenómeno cotidiano en su país. Los griegos llamaron a la hoja de papiro en blanco chartes, que pasó al latín como charta; la hoja escrita se llamó en griego biblion. Los griegos daban al rollo de papiro el nombre de kylindros, mientras que entre los romanos se llamó volumen, palabra que en muchos idiomas ha adquirido el significado de parte integrante de una obra. Otra palabra para lo mismo, tomus, en griego tomos, se aplicó originalmente a un rollo compuesto de una serie de documentos pegados unos a otros. Los papiros griegos más antiguos que se conocen pro ceden del siglo iv a. de C.; la escritura ofrece aún las formas rígidas típicas de las inscripciones pertenecientes a etapas más arcaicas, pero lo cierto es que son tan escasos los ejemplares que se conservan de este período que no permiten el hacer deducciones más generalizadas. Hasta no arribar al siglo m a. de C. no es nuestro cono cimiento más completo y seguro, fundado en los numerosos hallazgos de papiros egipcios que a lo largo del siglo xix han sido hechos especialmente en Egipto y Asia Menor y que en gran número datan de la época alejandrina. El hecho de que los hallazgos procedentes de este período hayan sido más numerosos está en relación con el vigoroso florecimiento de la cultura y de la vida espiritual griegas en suelo egipcio, a partir de la anexión de Egipto por Alejandro Magno a su extenso Imperio. Desde entonces el mundo de la cultura griega estuvo como nunca bajo el signo del papiro y en mayor grado se cimentaron las relaciones entre la cultura egipcia y la griega cuando Ptolomeo I, tras la caída del imperio de Alejandro, fundó su poderoso reino en el valle del Nilo y se esforzó en lograr para la nueva capital, Alejandría, el predominio, no sólo político y económico, sino también cultural. El, y especialmente su hijo, Ptolomeo II, llamaron a sabios griegos y les ofrecieron una desahogada posición como miembros de una especie de comunidad religiosa, una academia radicada en el nuevo templo de las Musas, el Museion, a semejanza de la famosa escuela peripatética de Atenas, fundada por Aristóteles. El Museion estaba dedicado a la enseñanza y a la investigación y la gran biblioteca formada allí a lo largo del siglo m a. de C. era sumamente completa y comprendía también traducciones de las literaturas egipcia, babilonia y otras de la antigüedad. Esta biblioteca formaba la mayor de las dos colecciones que comprendía la biblioteca de Alejandría, la más célebre y grandiosa del mundo antiguo; la segunda, más reducida, se encontraba adscrita al templo de la divinidad oficial Serapis y se llamaba el Serapeion. La finalidad principal de la biblioteca de Alejandría era la recopilación de la totalidad de la literatura griega en las mejores copias posibles y su clasificación y comentario, objetivo para cuyo logro se tomaron toda clase de trabajos. El poeta Calimaco fue uno de los muchos sabios eminentes que colaboraron en la biblioteca; preparó sobre la base de los catálogos sistemáticos de la biblioteca una especie de elenco de autores, que comprendía toda la literatura griega de aquel entonces, y aunque esta obra se ha preservado sólo en fragmentos, estos bastan sin embargo para confirmar las excelentes cualidades de bibliotecario del viejo autor griego. Mientras no se sabe casi nada acerca de los locales de la biblioteca del Museion, del Serapeion se tienen referencias gracias a excavaciones realizadas en el templo. No se conoce con seguridad el tamaño de la biblioteca de Alejandría, pero se estima que la colección principal poseería unos 700.000 rollos, y unos 45.000 la menor; si estas cifras son exactas, es probable que en muchos casos existieran varios ejemplares y copias de una sola obra. Debió de disponerse de grandes sumas para las compras y realizarse un importante trabajo en la misma biblioteca para la copia de manuscritos defectuosos y la preparación de nuevas ediciones críticas que sustituyesen textos más o menos dudosos. Las obras más largas eran divididas en rollos de la misma longitud aproximada, de acuerdo con los capítulos del texto, mientras se recogían en un rollo varios textos breves, según la tendencia de los bibliotecarios a obtener cierta dimensión uniforme para los rollos. No ha llegado a nuestros días ningún rollo en su integridad, pero sin duda lo corriente sería una longitud de 6 a 7 metros; arrollados, formaban un cilindro de 5 a 6 cm. de grueso, de fácil manejo, por lo tanto. Sólo excepcionalmente alcanzarían los rollos una longitud superior a 10 metros. Su altura era variable, aunque también en esto puede observarse preferencia por las medidas uniformes. De los rollos que se conservan, pocos superan los 30 cm., la mayoría miden entre 20 y 30 cm. o entre 12 y 15. La parte escrita de la hoja de papiro posee también diferente extensión; los márgenes se pro digan más en los manuscritos ricamente decorados que en los ordinarios. La altura de la columna del manuscrito varía de dos tercios a cinco sextos de la altura del rollo, y de la misma forma varía la distancia entre las columnas y la distancia entre las líneas, e incluso en un mismo manuscrito pueden ser estas distancias muy dife rentes, de modo que algunas columnas pueden ofrecer más líneas que otras; el ancho de la columna es por lo general algo menor que su altura. Para escribir las obras literarias se empleaba una caña gruesa y hueca, cortada como una pluma afilada. Se escribía exclusivamente con capitales (las minúsculas griegas datan de la Edad Media) y no se mantenía ninguna separación entre las palabras, lo que, naturalmente, dificultaba la lectura. En cambio era costumbre el señalar el final de un período en el texto con un rasgo, conocido por paragraphos, al comienzo de la última línea del período; la palabra se sigue utilizando hoy para indicar las partes del texto. La escritura de manuscritos era una caligrafía especial que aprendían los escribas, aunque in evitablemente cada escriba imprimía en ella su individualidad. Se escribía letra por letra, mientras en la escritura corriente se empleaba letra cursiva de trazos rápidos y letras ligadas. Alrededor de cuatro quintas partes de los papiros que se conservan se encuentran en cursiva; se trata principalmente de documentos públicos y privados y de cartas. Los escribas que producían los manuscritos literarios constituían una profesión importante con no escasa educación y eran retribuidos por el número de líneas, probablemente calculadas por término medio, o según la clase del manuscrito. Cuando el escriba había terminado su trabajo seguía la corrección del texto, bien hecha por él mismo, bien por un corrector, que enmendaba los errores del escriba e incluso escribía al margen observaciones críticas para la interpretación del texto (los llamados escolios), o con signos especiales (asteriscos y otros) llamaba la atención acerca de sus peculiaridades estilísticas. El título, caso de figurar, se encuentra por lo general al final del texto, probablemente porque de esta forma estaba mejor protegido, ya que cuando el libro permanecía enrollado quedaba en la parte interna, pero además el empleo de un título propiamente dicho debió de iniciarse relativamente tarde; los papiros griegos más antiguos rara vez poseen título, pero es seguro que, como hace Calimaco en su catálogo, se les agregó el nombre del autor y las palabras iniciales de cada obra. Para distinguir unos rollos de otros cuando se encontraban enrollados o apilados en su depósito, era imprescindible dis poner de un título visible y con el tiempo se llegó a fijar en el borde superior del rollo una especie de etiqueta en la que se escribía el título; precisamente esta palabra procede de la etiqueta, que los romanos llamaron titulus o índex y los griegos sillybos. El receptáculo, de madera o piedra, donde se conservaban los rollos, era llamado por los griegos bibliotheke, palabra que muy pronto adquirió el significado de colección de libros; en latín se llamó a estos depósitos capsa o scrinium. Eran bastante frecuentes las ilustraciones en los rollos de papiro, aunque sólo unas pocas se hayan conservado, la mayor parte de asuntos matemáticos y análogos. En ciertos casos se reprodujo el retrato del autor y se ha llegado a pensar que los relieves de las columnas Trajana y de Marco Aurelio, en Roma, debían de interpretarse como reproducciones en gran formato de ilustraciones de papiros. La cantidad de papiros utilizados por los griegos y más tarde por los romanos — ya que los romanos tomaron de Grecia, a la vez que el resto de su cultura, el empleo de los rollos de papiro— debió de ser considerable y poco a poco se pusieron a la venta un gran número de marcas, algunas denominadas según los emperadores ro manos (charta Augusta, Claudia, etc.). Durante los últimos tiempos del Imperio se instalaron fábricas en Roma que importaban de Egipto el material en bruto y lo elaboraban en forma de balas. Es probable que los Ptolomeos impusieran un gravamen sobre la exportación del papiro y más tarde su comercio se convirtió en monopolio; la primera hoja de una bala se llamaba protocolo y ostentaba una especie de sello oficial. El monopolio subsistió incluso después de la conquista de Egipto por los árabes. Entre los más antiguos hallazgos de papiros se cuentan los que tuvieron lugar en las excavaciones en Herculano en 1752. En esta ciudad, destruida por la erupción del Vesubio en 79 d. de C., se encontraron 1.800 rollos carbonizados, que se conservan actualmente en la Biblioteca Nacional de Nápoles. Famosas colecciones de papiros se encuentran en la Biblioteca Nacional de Viena (la colección del archiduque Raniero, con unos 80.000 ejemplares), en el British Museum de Londres, en la Bodleian Library de Oxford, en los Staatliche Museen de Berlín y en el Museo egipcio de El Cairo. Volviendo a la biblioteca de Alejandría, es evidente que este gran centro literario tuvo también importancia en el desarrollo del comercio de librería. En Atenas se menciona ya el comercio de libros desde el siglo v a. de C. y por el Anábasis de Jenofonte se conoce el tráfico de libros con las colonias griegas. Pero especialmente la biblioteca de Alejandría ofreció al comercio grandes posibilidades, en parte porque la biblioteca en sí se con virtió en un cliente de excepcional importancia, en parte por la espléndida acumulación en ella de manuscritos, por lo que se prestaba a su multiplicación y consiguiente producción de nuevos artículos en el mercado. Entre los libros adquiridos por la biblioteca de Alejandría debieron de figurar algunos de la colección de Aristóteles, que había heredado uno de sus discípulos, pero que más tarde se desparramó y parcialmente destruyó; algunos de sus libros, después de diversas vicisitudes, fueron llevados a Roma por Sila. Se conoce muy poco acerca de las bibliotecas particulares griegas; la de Aristóteles fue sin duda una de las más notables. Cuando César conquistó Alejandría en 47 a. de C. ardió una parte de la sección mayor de la biblioteca, pero fue más tarde compensada, si es cierto, lo que parece inverosímil, que Antonio regalase a la reina Cleopatra 200.000 rollos procedentes de la biblioteca de Pérgamo. La biblioteca de Alejandría fue destruida probablemente en 391 d. de C., cuando los cristianos, bajo la guía del arzobispo Teófilo de Antioquía, destruyeron el templo de Serapis. La biblioteca de Pérgamo. Los pergaminos La citada biblioteca de Pérgamo, en el noroeste de Asia Menor, fue fundada por Atalo I, pero comenzó a tener importancia con Eumenes II. Aunque sólo sea una leyenda, se dijo de él que había intentado raptar al competente bibliotecario de los Ptolomeos para emplearlo en la biblioteca de Pérgamo y que los reyes egipcios, para evitar su desaparición, pusieron en prisión al infor tunado bibliotecario. Hay cierta verdad en la historia, pues el vigoroso desarrollo de la nueva biblioteca debió de ser acusado por la institución alejandrina como el de una competidora molesta. Tiene por ello visos de verosimilitud lo que cuenta un escritor romano de que el rey egipcio, a comienzos del siglo n, prohibió la exportación de papiro con el fin de impedir que el desarrollo de la biblioteca de Pérgamo eclipsase la de Alejandría. No hay duda de que la biblioteca de Pérgamo tomó como ejemplo a ésta en lo relativo a ordenación y catalogación. Se tiene idea de su organización gracias a las excavaciones realizadas por arqueólogos alemanes en 1878-86. Durante las excavaciones del templo de Atenea se des cubrieron cuatro cámaras, de las que la mayor y más interna se encontraba adornada con una estatua colosal de la diosa y se cree fue una especie de sala para actos oficiales y reuniones, mientras que las tres habitaciones laterales menores se suponen almacenes para libros; con cuerda con lo que sabemos de la disposición de otras bibliotecas de la antigüedad el hecho de que las cuatro cámaras hayan estado unidas por un pórtico. Pérgamo y su biblioteca no alcanzaron nunca una posición tan elevada en el mundo de la cultura como la que tuvo Alejandría y es posible, como antes se dijo, que Antonio hiciese donativo de aquélla a Cleopatra. En la historia del libro, sin embargo, ha dejado una huella importante, si es cierta la atribución que suele hacérsele del auge del pergamino como material escriptóreo. Desde los tiempos más remotos se empleó el cuero para escribir en todos los países; lo utilizaron tanto los egipcios como los israelitas, los asirios y los persas; las pieles no fueron ignoradas por los griegos, que las llama ron dtphterai, nombre después aplicado a otros materia les escriptóreos. Pero fue en el siglo 5 a. de C. cuando se comenzó a tratar el cuero de forma especial, para ha cerlo más idóneo para la escritura, y es el desarrollo de esta técnica lo que se atribuye a Pérgamo, donde la producción en todo caso se practicaba en gran escala y de donde el nombre pergamino (charta pergamena) verosímilmente se origina. Se empleaba por lo general piel de cordero, terne ro o cabra; se eliminaba el pelo, se raspada la piel y se la maceraba en agua de cal para eliminar la grasa; seca y sin ulterior curtido, se frotaba con polvo de yeso y se la pulía con piedra pómez u otro pulimento semejante. El material final se prestaba admirablemente para la escritura; ofrecía una superficie suave y regular tanto en el anverso como en el reverso. Aparte de esto, su perdurabilidad superaba la de la hoja de papiro, sin que fuese sin embargo inmune a todas las influencias; pero lo que sin duda contribuyó más a su difusión fue su propiedad, al contrario del papiro, de prestarse con facilidad a ser raspado. Por ello también encontramos entre los manuscritos en pergamino — especialmente de la Edad Media, cuando el material era caro— palimpses tos, es decir, manuscritos cuya escritura original había sido borrada y otra escrita encima (palimpsesto significa raspado de nuevo). Además la producción del pergamino no se encontraba, como la del papiro, limitada a un solo país y es probable que por lo tanto no fuese al comienzo tan caro como el papiro había llegado a ser. Aun así, se comenzó a usar especialmente para cartas, documentos y escritos breves; sólo más tarde alcanzó el pergamino, que los romanos llamaron membrana, la cate goría de material para la confección de libros y por tres siglos luchó con el papiro por la conquista del libro, hasta su victoria final. A partir del siglo iv d. C. el uso del papiro se fue perdiendo poco a poco; es verdad que se conocen rollos y hojas de papiro emitidos por la can cillería papal en el siglo xi, pero deben ser considera dos como raras excepciones, debidas al prestigio que se adscribía a tan viejo material. [En España se conserva un documento escrito en papiro en el Archivo de la Corona de Aragón, de Barcelona. Se trata de una Bula del papa Silvestre II en que confirma al abad del monasterio de San Cugat del Valles la posesión del cenobio; es de diciembre del año 1002, mide 9 4 0 x 7 4 0 mm. y ofrece varios aspectos de interés aparte del de su rara materia escriptórea.] El pergamino puede doblarse como el papiro, aunque su flexibilidad sea menor, y no hay duda de que los libros de pergamino, en sus orígenes, consistían en rollos exactamente igual que los de papiro. Es verosímil que se siguiese la tradición y aunque no poseamos un solo rollo de pergamino griego ni romano, sí hay suficientes testi monios de su existencia; también los judíos utilizaron rollos de pergamino y los siguen utilizando en su libro sagrado, la Thora. Naturalmente, la extensión del rollo de pergamino dependía de las dimensiones de la piel del animal, pero en caso necesario era posible coser varias piezas y formar rollos más largos. También se empleó el pergamino para cubiertas de los rollos de papiro: nos encontramos ante la forma más primitiva de «encuader nación». El codex sucede al rollo Por usual que fuese la forma de rollo para los hom bres de la antigüedad, no hay duda de sus defectos, que se harían evidentes con el uso cotidiano de los libros. Uno de sus inconvenientes fundamentales era que, cuando se leía el rollo, necesitaba ser desenrollado de nuevo si se quería consultar algún párrafo anterior; cuando esto ocurría en alguno de largas dimensiones, era sumamente incómodo, aunque fuese corriente utilizar un palo (lla mado umbilicus) para enrollarlo, lo que también causaba un notable deterioro a los rollos de uso frecuente. Mien tras el papiro fue el material dominante, la forma natural fue la de rollo; con la introducción del pergamino la situación cambió. Desde los tiempos más remotos habían usado los griegos pequeñas tablillas de madera con capa de cera o sin ella, sobre las que podían trazarse cortas notas con un estilo de metal (stylus), o ser utilizadas por los colegiales para sus ejercicios. Con frecuencia se unían dos o más de estas tablillas, formando una especie de pequeños cuadernos (llamados diptycha cuando eran dos tabletas), y estos librillos de apuntes fueron usados en grandes cantidades por comerciantes o escribas para notas provisionales. De aquí se pasó, cuando el pergamino comenzó a generalizarse, a dar la forma de estos cuadernos a los libros de pergamino, evolución que tuvo lugar durante los primeros tiempos del Imperio romano. Esta forma de libro se conocía por codex, y ha permanecido inalterable hasta nuestros días. De finales del siglo i o comienzos del n de nuestra era se han conservado hojas sueltas de códices y es seguro que se utilizaron códices de pergamino, pero fueron sin duda considerados como inferiores a los libros propiamente dichos, formados por rollos de papiro; se los empleaba para ediciones baratas, ya que al poder escribirse en ambas caras de una hoja de pergamino, un texto que por sí exigía un largo rollo o quizá varios, podía ser contenido en un códice relati vamente pequeño. Se han descubierto en Egipto varios códices procedentes de los siglos n al iv, prueba de la rapidez con que esta forma se introdujo en la misma patria del papiro. Se intentó también adaptarla a los libros de papiro ya en el siglo i d. de C. y se han des cubierto una considerable cantidad de códices de papiro que datan de los siglos m a v, pero lo cierto es que el antiguo material no se prestaba perfectamente a la nueva forma, y el rollo de papiro siguió coexistiendo con el códice, hasta que uno y otra, material y forma, desaparecieron de la circulación. En los hallazgos del siglo iv prepondera el códice de pergamino, pero en los procedentes del siglo v figura casi exclusivamente. |
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