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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

miércoles, 21 de diciembre de 2016

374.-El Codex Gigas; Codex Argenteus; a


El Codex Gigas





(Del latín "libro grande"), también conocido como Códice Gigas, Códice del Diablo o Códice de Satanás, es un antiguo manuscrito medieval en pergamino creado a principios del siglo XIII y escrito en latín presuntamente por el monje German el Recluso del monasterio de Podlažice (en Chrudim, centro de la actual República Checa). 
Fue considerado en su época como la "octava maravilla del mundo" debido a su impresionante tamaño (92 × 50,5 × 22 cm, el manuscrito medieval más grande conocido), su grosor de 624 páginas y su peso de 75 kg. Está iluminado con tintas roja, azul, amarilla, verde y oro, tanto en mayúsculas capitales como en otras páginas, en las que la miniatura puede ocupar la página completa. Se encuentra en un excelente estado de conservación.

Contenido.

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El Codex contiene la Biblia (la versión de la Vulgata, excepto los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis, que provienen de una versión anterior), el texto completo de la Chronica Boemorum (Crónica checa) de Cosmas de Praga, curas medicinales, encantamientos mágicos, dos trabajos del historiador judío Flavio Josefo (las Antigüedades judías y La guerra de los judíos), las Etimologías del arzobispo San Isidoro de Sevilla, varios tratados sobre medicina del médico Constantino el Africano, un calendario, una lista necrológica de personas fallecidas y otros textos.
Tal combinación de textos no existe en ninguna otra parte, calificado por Christopher de Hamel, profesor de la Universidad de Cambridge como "un objeto de lo más peculiar, extraño, fascinante, raro e inexplicable". Es de un precio incalculable, ha sido robado gran cantidad de veces y fue guardado en secreto por un emperador del Sacro Imperio Germano.

Leyenda.

La leyenda señala que el autor del Codex Gigas fue un monje Benedictino condenado a ser emparedado vivo por un grave crimen y para que la pena le fuera condonada, el monje propuso crear una obra monumental que honraría al monasterio, un códice que contendría la Biblia y todo el conocimiento del mundo. El tiempo estipulado por el mismo monje fue de una noche.
La tarea del monje era sobrehumana, por lo que se cuenta que solicitó la ayuda del mismo Satanás, el cual aceptó crear el libro en una noche poniendo como condición aparecer su imagen en una de las páginas. Ciertamente no se trata más que de una leyenda muy posterior a su creación; no obstante, es indudable que fue escrito por un solo hombre.


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Origen

Una nota sobre la primera hoja del Codex Gigas establece a un monasterio benedictino en Bohemia Podlažice, cerca de Chrudim, como primer propietario conocido del manuscrito. Es poco probable que este enorme libro haya sido escrito en Podlažice. El monasterio era demasiado pequeño y demasiado pobre para llevar a cabo tal empresa avanzada, que requiere enormes recursos humanos y materiales. Hasta donde sabemos, ningún otro manuscrito medieval se conserva del monasterio. 
El nombre del escriba del Codex Gigas no se conoce, pero se ha conjeturado que era el monje Herman, cuyo nombre y apodo inclusus Hermanus monachus (Herman, monje recluido) aparece el 10 de noviembre en la necrológica. El epíteto inclusus estaba vinculado con la leyenda del libro, se cree que el monje se auto aisló del mundo por penitencia, y se dedicó a escribir el libro como parte de su castigo, pues entonces transcribir un texto sagrado era considerado una forma de redimirse.

Historia

1204-1230: Se cree que el libro fue creado en estas fechas, esto se fundamenta en la inclusión del santo bohemio San Procopio, canonizado en 1204 en el calendario; y en la omisión del rey Ottokar I de la necrología, pues murió en 1230.

1295: Con el monasterio en graves condiciones financieras, los benedictinos de Podlažice, venden el manuscrito a los cistercienses de Sedlec, a instancias del obispo Gregorio de Praga. El manuscrito, incluso entonces, era considerado como una de las maravillas del mundo. No está claro si esta compra se llevó a cabo en 1295, ya que Gregorio fue elegido obispo de Praga sólo en 1296. Es posible que el escriba escribió por error 1296 en lugar de 1295.

1500-1594: El Codex perteneció a los llamados "monjes negros", luego de un tiempo estos monjes cayeron en una crisis financiera, tuvieron que vender el Codex a los llamados "monjes blancos" y que de ahí cuando comenzaba una guerra el emperador Rodolfo II de Habsburgo tomó como botín el Codex y lo llevó a su palacio.

1594: El emperador Rodolfo II rescató el manuscrito gigante de la oscura celda monacal de Broumov, incorporándolo a sus espléndidas colecciones de objetos raros.

1648: Al final de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), el Codex Gigas fue tomada como botín de guerra por las tropas del general sueco Konigsmark, junto a otros objetos de arte de la célebre Kunstkammer de Prague del emperador Rodolfo II de Habsburgo (1552-1612). Los soldados también se llevaron el Codex Argenteus, compuesto de letras de plata y oro y creado hacia el año 750, y que actualmente se encuentra en Upsala (centro de Suecia).

Desde el siglo XVII, el Codex Gigas salió del territorio sueco en dos ocasiones.

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1970: El Codex Gigas sale de Suecia para ir al Metropolitan Museum de Nueva York.

2007: El 24 de septiembre de 2007, después de 359 años, el Codex Gigas regresó a Praga como préstamo de Suecia hasta enero de 2008 (exhibido en la Biblioteca Nacional Checa), protegido por una tapa de madera, fue expuesto al mismo tiempo que otros documentos relacionados con la Edad Media.


Quién está detrás del Códex Gigas, la “Biblia del diablo” que supuestamente escribió Satanás

Miguel Jorge.
4/06/18 

Existe un libro en la Biblioteca Nacional de Suecia que destaca entre el resto por su tamaño: el Codex Gigas. Encuadernado en madera, consta de 620 páginas, cada una de casi un metro de largo y un peso de 75 kilos en total. Sin embargo, no es el tamaño la característica más intrigante. Es el diablo en su interior.
Primero vamos con la leyenda. Cuentan que en 1230, en un monasterio de la Orden de San Benito en Polarice (hoy la República Checa), un monje condenado a muerte por vanidoso se ofreció a escribir un libro donde podría expiar sus pecados.
No sólo eso. El hombre se propuso y prometió escribirlo en una sola noche, y cuando lo acabara sería el libro más grande del mundo, uno capaz de contener toda la sabiduría humana que glorificaría al monasterio. Aprobada la propuesta del monje, el hombre se puso manos a la obra. Al rato ya le dolía el brazo de escribir.
¿Qué hizo?
 En vez de pedirle a Dios, el hombre busco refugio en el ángel caído, Lucifer, y le ofreció un pacto: su alma a cambio de terminar el libro. Como resultado de ello, Lucifer, el diablo, Satanás o lo que fuera, permitió que el libro estuviera terminado al día siguiente, incluyendo una imagen del mismo Lucifer en la página 290 de las escrituras. Hay quien dice que como “regalo” del monje, hay quien dice que “la firma” de quien realmente lo escribió.

La obra final es inaudita. Principalmente porque no existía tal combinación de textos en una sola pieza, a saber: la Biblia (Vulgata), el texto completo de la Crónica checacuras medicinalesencantamientos mágicoscalendarios, y una gran colección de obras seculares así como una enciclopedia de conocimiento medieval, instrucciones prácticas para exorcismos o consejos de gramática del siglo VII escritos por san Isidoro, el erudito convertido en santo de Sevilla.
Actualmente se sabe que las 310 hojas de pergamino (620 páginas completas) de la “Biblia del Diablo” están hechas de vitela, de las pieles procesadas de 160 animales, muy probablemente burros. También se cree que algunas páginas fueron eliminadas y nadie sabe qué fue de ellas. Además, toda la Biblia del Diablo está escrita en latín.

Dicho esto, el cuento proporciona una útil, aunque inverosímil, explicación de por qué hay una ilustración gigante del demonio en el Codex Gigas. Esta asociación satánica ha dado lugar a muchas conjeturas que se añadían por la conspiración con respecto a los orígenes y el propósito del manuscrito.
Lo cierto es que, teniendo en cuenta que es imposible escribir 620 páginas completas en una sola noche, los expertos de la Biblioteca Nacional de Suecia, lugar donde descansa la obra, creen que una sola persona habría tardado entre cinco y 30 años en completarla.
Si el monje trabajó durante seis horas al día y escribió seis días a la semana, esto significa que el manuscrito podría haber tomado alrededor de cinco años en completarse. Sin embargo, si era realmente un monje, es posible que solo haya podido trabajar unas tres horas al día, lo que significa que el manuscrito podría haber tardado diez años en escribirse.
Además, quienquiera que fuera también decoró el manuscrito, por lo que todo esto significa que el trabajo probablemente tardó al menos veinte años en completarse, e incluso pudo haber tomado hasta treinta o más.
¿Su identidad? 
Muchos expertos se han acercado a la obra en busca de esa persona que dedicó gran parte de su vida a esta Biblia. Los análisis y estudios han verificado que la escritura pertenece a una sola persona, y muchos apuntan a una firma que existe dentro del texto, “hermann inclusis” (“Herman el Recluso”), como evidencia de su solitario autor.
En cuanto a su ubicación actual, al parecer, el Códex Gigas original terminó en Suecia gracias al saqueo. En los últimos días de la Guerra de los Treinta Años (una serie de batallas libradas entre protestantes y católicos entre 1618 y 1648), los suecos asaltaron Praga y recogieron una variedad de valiosos libros, incluida la Biblia del Diablo.
En ese momento, la reina Cristina de Suecia tenía la costumbre de robar libros de otras naciones como “botín de guerra” y usarlos para mejorar las bibliotecas de su propio país. Polonia, Alemania, los Estados bálticos y Dinamarca se encontraban entre los lugares cuyas estanterías saqueó en nombre del conocimiento.
Después de ser arrebatado de Praga y enviado de regreso a Suecia, el Códex Gigas se mantuvo en el castillo real en Estocolmo. Cuando el fuego atravesó el castillo en 1697, el libro fue arrojado por una ventana para evitar que quedara envuelto en llamas. Aunque dañado por la caída de cuatro pisos, sobrevivió. Según la la Biblioteca Nacional de Suecia:
Se dice que una persona que estaba debajo de la ventana se hirió en el proceso. Esto es probablemente solo una historia, pero lo cierto es que el volumen fue muy dañado.
El Codex Gigas fue reparado en 1819 junto a sus hojas dañadas. El manuscrito restaurado se encuentra actualmente en exhibición en la Biblioteca Nacional de Suecia en Estocolmo como parte de la exposición Tesoros de la biblioteca.



Codex Argenteus.


El Codex Argenteus (Biblia de plata) es un manuscrito del siglo VI que originalmente contenía la copia de parte de la Biblia traducida en el siglo iv del idioma griego al idioma gótico por el obispo godo arriano Ulfilas. En concreto el Codex Argenteus es un evangeliarium, un libro sagrado cristiano con los cuatro evangelios (propiamente no es una Biblia, ni siquiera un Nuevo Testamento). De los 336 folios originales del Codex, se conservan 188 (incluyendo el fragmento descubierto en 1970 en la catedral de Espira), escritos por ambas caras, conteniendo la traducción al godo de la mayor parte de los cuatro evangelios, siendo el texto más grande conocido en este idioma extinto y una de las principales fuentes de conocimiento de la más antigua lengua germánica de la que se tenga evidencia escrita, el idioma gótico. La mayor parte del Codex Argenteus (187 folios) está en exhibición permanente en la biblioteca Carolina Rediviva de la Universidad de Upsala, Suecia. El último folio se encuentra en la Catedral de Espira, Alemania. La Biblia de plata fue escrita probablemente en Rávena al comienzo del siglo vi para el rey de los ostrogodos, Teodorico el Grande. Fue realizada como un libro sagrado especial para la corte del Rey de los godos y de los romanos, con algunas letras escritas con tinta de oro (las que en los evangelios copiados corresponden al canon o regla del obispo Eusebio de Cesarea y en las Tablas de Concordancia de los cuatro evangelistas que aparecen en los cuatro arcos de plata dibujados en cada página) y el resto de letras trazadas con tinta de plata (de ahí el nombre argenteus, de plata en latín), en un pergamino de alta calidad teñido de púrpura con tintes vegetales, con un lomo adornado y probablemente encuadernado con perlas y piedras preciosas. Después de la muerte de Teodorico en el año 526 la Biblia de plata no es mencionada en inventarios o listas de libros durante más de mil años, cuando fue redescubierta en la abadía benedictina de Werden, cerca de Essen, en Renania (Alemania) por dos teólogos de Colonia, Georg Cassander y Cornelius Wouters (según la correspondencia que cruzaron a mediados del siglo xvi con otros estudiosos). El Misterio de los mil años.
Treinta años después de la muerte de Teodorico el Grande, el reino ostrogodo en Italia llegó a su fin con la conquista del mismo por el Imperio bizantino de Justiniano, que hizo de Rávena su capital en Italia.
El Codex Argenteus pertenecía a una fe perseguida por herética, escrito en un idioma muerto, y los estudiosos se preguntan cómo llegó a la abadía de Werden en Renania desde Rávena, en la Padania, y sobre todo, cómo un folio se separó y llegó a Espira. Existen tres teorías principales: la separación temprana, en la que el folio de Espira fue separado del códice en la temprana Edad Media y siguiendo a distintas reliquias de santos de la Iglesia, los restos del manuscrito fueron desperdigados por Europa, llegando a los lugares de culto de sus portadores; la separación posterior supone que el folio de Espira ha estado junto al resto del códice en Werden hasta mediados del siglo xv por lo menos, cuando sus poseedores separaron la última hoja del resto para enviarla a Maguncia, quizá para pedir una opinión experta sobre la naturaleza del códice (hay que recordar, en un idioma desconocido), quizá como muestra para su venta.
En Maguncia, la hoja suelta fue puesta junto con las reliquias de San Erasmo, con las que llegó a Espira cuando las propiedades del príncipe-arzobispo de Maguncia Alberto de Brandeburgo se pusieron en orden tras su muerte en 1545. La vía carolingia supone que el Codex Argenteus estaba todavía en Rávena cuando fue tomado por Carlomagno y llevado a su capital en Aquisgrán, a poca distancia de la abadía de Werden. Redescubrimiento
En la abadía benedictina de Werden fueron preservadas 187 hojas del pergamino (no antes del año 799, fecha de su fundación por San Ludgero), que se encontraba entre los monasterios más ricos del Sacro Imperio Romano Germánico y cuyos abades poseían el título de príncipes imperiales. El libro, o la parte restante de él, vino a aparecer en la biblioteca del emperador Rodolfo II en su sede imperial de Praga en Bohemia.
En 1648, al final de la guerra de los Treinta Años, fue tomado como botín de guerra y llevado a Estocolmo, a la biblioteca de la reina Cristina de Suecia. Después de su conversión al catolicismo y su posterior abdicación (1654), el libro desaparece de su biblioteca cuando el librero de la reina, Isaac Vossius, lo lleva a los Países Bajos.

En 1662 el Canciller sueco Magnus Gabriel De la Gardie se lo compró a Vossius, le proporcionó la actual encuadernación y lo donó a la Universidad de Upsala. Olaus Rudbeck, que era rector de la universidad en esa época, es sospechoso de la falsificación hecha al manuscrito en la década de 1670 con el fin de aportar documentos antiguos que probaran sus teorías políticas sobre la Gran Suecia. El códice permanece a día de hoy en la biblioteca Carolina Rediviva de la citada universidad. En marzo de 1995, la cubierta y algunos folios del Códice fueron robados de la exposición pública que se estaba celebrando en la biblioteca Carolina Rediviva, aprovechando fallos de seguridad. Aparecieron un mes más tarde en una de las taquillas de la consigna de la Estación Central de Ferrocarriles de la capital sueca Estocolmo. Se desconoce si sobrevivió el resto del libro, las peripecias de su desaparición por mil años y además el posible paradero de los otros fragmentos siguen siendo un misterio. El fragmento de Espira.
La hoja final del códice, el folio 336, fue descubierta en octubre de 1970 por Franz Haffner en la Catedral de Espira, Alemania. Fue encontrada al restaurar la capilla de Santa Afra de Augsburgo, enrollada alrededor de un marco de madera delgado, contenido en un pequeño relicario originario del taller de Aschaffenburg. La hoja contiene los 9 últimos versículos del capítulo 16 del Evangelio de San Marcos. Publicaciones.
La primera publicación que mencionaba el códice apareció en 1569, por Johannes Goropius Becanus de Amberes (probablemente debido a sus contactos con Georg Cassander y Cornelius Wouters). En 1597, Bonaventura Vulcanius, otro holandés, publicó el texto, siendo la primera publicación del texto gótico que lo denomina Codex Argenteus. Franciscus Junius, tío de Isaac Vossius, imprimió en Holanda la edición príncipe del códice en 1665. En 1737, Lars Roberg, médico de Upsala, hizo una xilografía de una página del manuscrito; fue incluido en la edición de Benzelius de 1750, y la plancha xilográfica se preserva en la Biblioteca Diocesana y Regional de Linköping. La edición estándar fue hecha por el profesor de la Universidad de Upsala Anders Uppström, entre 1854 y 1857.
En 1927, se realizó la última y más importante edición tipo facsímil del códice, debida al profesor de Química (y premio Nobel el año anterior) Theodor Svedberg y a Hugo Andersson.



El misterioso Codex Argenteus: famosa Biblia de plata de los godos.

Los godos, una de las principales tribus germánicas de la antigüedad, fueron un factor clave en los eventos que marcaron la caída del Imperio Romano Occidental. Aunque su era duró solo unos pocos siglos, sus conquistas contribuyeron en gran medida al surgimiento del período medieval temprano. También fueron los primeros pueblos germánicos en adoptar el cristianismo. El Codex Argenteus es, por tanto, una de las reliquias instrumentales de esta tradición gótica cristiana primitiva y es verdaderamente una obra maestra entre todos los manuscritos religiosos medievales tempranos. También conocido como la Biblia de Plata, el Codex Argenteus experimentó un viaje verdaderamente turbulento a través de la historia.

¿Quién hizo el Codex Argenteus y por qué?

Los godos aparecieron repentinamente en la escena histórica de Europa. Los primeros informes sobre los godos se atribuyen generalmente a escritores grecorromanos. Mencionan las tribus góticas que habitaban más allá del río Danubio, en lo que hoy es Moldavia y Ucrania. Por supuesto, estas tribus no surgieron simplemente de la nada.
Algunas notas romanas son anteriores a estas fuentes, mencionando ciertos Gutones alrededor del río Vístula en el siglo I d.C. Estos fueron probablemente los primeros predecesores de los godos propiamente dichos. De cualquier manera, los estudiosos están de acuerdo en que los godos se formaron a partir de la cultura regional de Wielbark, un complejo arqueológico con sede en la Polonia actual. Tenía un carácter germánico temprano distintivo y muestra grandes similitudes con la cultura gótica posterior.

A lo largo de su turbulenta historia, los godos fueron muy propensos a las migraciones. El historiador gótico del Imperio Romano de Oriente, Jordanes (siglo VI d.C.) escribió en su historia de los godos que supuestamente se originaron en el sur de Escandinavia, un milenio antes de su tiempo. Si bien tal afirmación era algo inverosímil, no obstante, es una posibilidad distinta si consideramos la historia de las tribus germánicas.

Los godos feroces y llenos de pasión por los viajes se convirtieron en los grandes agitadores de problemas de la Europa medieval temprana. Saquearon Roma y apresuraron la caída del Imperio Romano Occidental, y luego se mudaron a España para formar su propio reino. Sus dos tribus principales eran los visigodos y los ostrogodos. Estos últimos fueron conquistados en el siglo VI y los primeros en el VIII. Después de eso, los godos perdieron rápidamente su identidad para siempre.

Sin embargo, su corta historia fue bastante agitada. Fueron las primeras tribus germánicas en adoptar el cristianismo. Esto fue gracias al obispo Ulfilas. Este obispo era de educación gótica y su nombre era Wulfilas (que significa "Lobo pequeño") en la ortografía original. Sin embargo, no era un gótico étnico, ya que sus orígenes eran griegos de Capadocia: los godos lo esclavizaron cuando era niño y se crió entre ellos.

El obispo Ulfilas no solo jugó un papel decisivo en la conversión de los godos al cristianismo, sino que también fue el principal creador del famoso Codex Argenteus. Este lujoso y extravagante manuscrito fue una traducción de la Biblia al idioma gótico. Ayudó con la conversión, seguro, pero también fue un símbolo de alto estatus y un artículo de gran valor.

La Biblia de plata: un símbolo de estatus para un rey poderoso

Es muy probable que el Codex Argenteus fuera encargado por o para el glorioso rey ostrogodo, Teodorico el Grande. Esta tarea estuvo a cargo del obispo Ulfilas, junto con sus estudiantes y eruditos. Sin embargo, tenían ante sí un gran obstáculo: ¿cómo traducir efectivamente la Santa Biblia al idioma gótico, adaptándola a las voces y pronunciaciones únicas de su discurso? Para lograr esto, el obispo Ulfilas creó el alfabeto gótico especial con la escritura que lo acompaña.
Esta escritura se basó en las formas unciales del alfabeto griego, al que añadió varias letras únicas para representar la fonología gótica. Con este nuevo alfabeto, Ulfilas pudo traducir la Biblia con sorprendente facilidad. La mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que Ulfilas evitó a propósito el alfabeto rúnico preexistente, que era conocido por los godos. Lo hizo para facilitar el proceso de cristianización, ya que la escritura rúnica todavía tenía mucha herencia pagana y estaba conectada con muchos rituales y símbolos paganos.

 El emperador romano Constantino II le concedió permiso a Ulfilas, con una pequeña bandada de conversos cristianos primitivos, para establecerse en la ciudad de Nicopolis Ad Istrum (en la actual Bulgaria), donde trabajó en el desarrollo del alfabeto gótico. Sin embargo, aparentemente no fue aquí donde él y sus seguidores crearon el Codex Argenteus. Esto supuestamente se hizo en Brescia o en Rávena, que eran en ese momento las principales ciudades de Teodorico el Grande.

Codex Argenteus: Un tomo lujoso y regio

El lujo y la riqueza del Codex se observan fácilmente con una sola mirada, lo que significa su comisión para un gran Rey. Estaba escrito en vitela fina (piel de becerro) teñida con un color púrpura real. Esto se conoce como "pergamino morado" y era una clara señal de riqueza. En ese momento, el color púrpura era extremadamente difícil y exigente de adquirir, por lo que era extremadamente caro en cualquier forma, reservado solo para los gobernantes más poderosos de Europa. Además, el Codex Argenteus se escribió con lujosas tintas de oro y plata y se terminó con una rica encuadernación de tesoros, adornada con piedras preciosas y metales.

Por desgracia, el Codex se vio rápidamente eclipsado. Después del reinado de Teodorico el Grande, desapareció sin dejar rastro. Ningún inventario o escrito lo mencionó en absoluto. Esto fue sin duda el resultado de la rápida disminución de la influencia de los godos. Después de que fueron derrotados en la península italiana y el dominio gótico llegó a su fin, todos los manuscritos góticos fueron esencialmente inútiles en Italia, donde el latín seguía siendo una lengua dominante.

Se puede deducir que el Codex Argenteus perdió valor y dejó de ser significativo, desapareciendo de la vista, pero solo por un tiempo. Después de mil años, el Codex resurgió a mediados del siglo XVI en las bibliotecas de la abadía de Werden en Alemania. Situado cerca del río Ruhr y cerca de la ciudad de Essen, el monasterio benedictino fue siempre un importante centro religioso en la región y uno de los monasterios más ricos del Sacro Imperio Romano, si no el más rico. Pero no se sabe cómo llegó el Codex aquí. Nadie sabe cómo fue su viaje hasta ese momento, pero un milenio de aventuras pasó factura a este libro sagrado.

Los monjes lo conocían simplemente como el "Libro de plata" (Codex Argenteus en latín), probablemente debido a la lujosa tinta plateada que se usaba para las letras. Fue mencionado por primera vez después de esto en 1569 por el lingüista holandés Johannes Goropius Becanes, quien reconoció su importancia. Por desgracia, de los 336 folios (páginas) originales, solo 187 sobrevivieron al viaje de mil años. A partir de este "redescubrimiento" en el siglo XVI, comenzó el loco viaje del Codex Argenteus, que constantemente cambiaba de manos, como un artículo religioso de lujo y de valor incalculable.

Un viaje salvaje por Europa

A continuación, el códice se encontró en manos de una persona muy importante: el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Rodolfo II. Este gobernante clave y miembro de la dinastía de los Habsburgo era conocido como un mecenas de las artes, y lo más probable es que adquiriera el libro después de reconocer su antigüedad e importancia. Sin embargo, pronto se encontraría sin él.
Como consecuencia de la Guerra de los Treinta Años, en su último año, 1648, los suecos atacaron Praga y lograron saquear la mayor parte de la ciudad. Debido a esto, el Codex Argenteus y muchos otros artículos lujosos que se guardaban en el Castillo Imperial de Hradcany cayeron en sus manos. A partir de entonces, se almacena en los depósitos de la Biblioteca Real de la Reina Cristina de Suecia en Estocolmo.

Sin embargo, no mucho después volvió a cambiar de manos. La reina abdicó en 1654 y el Codex Argenteus fue adquirido por el ex bibliotecario, un holandés llamado Isaac Voss que se lo llevó a los Países Bajos. Voss era un hombre conocido por ser un gran excéntrico, pero también un renombrado coleccionista de manuscritos. Aun así, el libro continuó su viaje y en 1662 fue comprado a Voss por un conde sueco, Magnus Gabriel De la Gardie.

El Conde se llevó el Códice a Estocolmo y allí encargó la fabricación de una lujosa encuadernación en plata labrada, que fue realizada a partir de los diseños del pintor David Klöcker Ehrenstrahl. Posteriormente, el Conde de la Gardie presentó el Codex Argenteus retocado a la Universidad de Uppsala en 1669. Allí ha permanecido desde entonces, pero eso no significa que sus viajes hayan llegado a su fin. Cuando se exhibieron determinadas partes del Codex en 1995, fueron robadas. ¡Afortunadamente, fueron recuperados solo un mes después, descubiertos en una caja de almacenamiento en la estación central de trenes de Estocolmo!

El guion incompleto del Codex Argenteus

Anteriormente mencionamos que solo 188 de las 336 páginas originales sobrevivieron hasta la actualidad. Pero durante mucho tiempo solo sobrevivieron 187 páginas. La página 188 fue descubierta en 1970. Es la última página del Codex original, folio número 336, y fue encontrada en la ciudad de Speyer en Alemania, casi accidentalmente.

En 1970, la Capilla de Santa Afra de la ciudad estaba siendo restaurada, durante la cual se encontró un pequeño relicario de madera. El relicario proviene originalmente de la ciudad alemana de Aschaffenburg en Baviera. Dentro de esta pequeña caja de madera se alojaba un delgado bastón de madera; el folio 336 estaba cuidadosamente enrollado a su alrededor. Cómo terminó allí sigue siendo un misterio.

Hoy en día, el Codex Argenteus sigue siendo la principal fuente para estudiar el idioma gótico olvidado. Una de las enigmáticas lenguas germánicas orientales, el gótico se ha extinguido durante muchos siglos. Algunos eruditos dicen que el gótico logró sobrevivir hasta 1945 como el dialecto gótico de Crimea, pero no existen fuentes de este. Aparte del Codex Argenteus, las fuentes del idioma gótico original son pocas y por eso es tan valioso.

Se pueden encontrar algunos fragmentos aquí y allá: algunos palimpsestos (páginas reutilizadas) con gótico existen en el Codex Carolinus en Wolfenbüttel, los Códices Ambrosiani en Milán, en el Codex Taurinensis en Torino, y el segundo manuscrito en lengua gótica más importante, los fragmentos de Skeireins en Milán y la Biblioteca Vaticana. También hay algunas notas pequeñas escritas en los márgenes del manuscrito y un breve fragmento de un texto gótico escrito en gótico-latino, encontrado en Egipto y posteriormente perdido en una inundación en Giessen en Alemania, en la década de 1940. Estos pequeños fragmentos no son suficientes para proporcionar una fuente valiosa de lenguaje gótico, por lo que el Codex Argenteus sigue siendo el más importante.

El misterioso manuscrito medieval

Todavía hay muchos misterios relacionados con el Codex Argenteus, algunos de los cuales siguen siendo grandes acertijos para los estudiosos de todo el mundo. Lo primero y más importante es la cuestión de los 148 folios restantes del manuscrito y se desconoce su paradero. El segundo misterio es la hoja solitaria que se encuentra en la catedral de Speyer. ¿Cómo llegó allí? Por último, el tercer enigma es el llamado "Viaje de los mil años" del Codex: ¿dónde estuvo durante tanto tiempo hasta que fue descubierto en una biblioteca del monasterio benedictino de Werden?

Varios académicos han propuesto sus propias tesis e ideas. Algunos argumentan que el códice permaneció en Rávena después de la caída de Teodorico el Grande, donde Carlomagno lo encontró unos dos siglos más tarde y lo llevó a Aquisgrán, desde donde más tarde lo llevaron a Werden, que está a poca distancia. Otros simplemente dicen que los tesoros góticos tuvieron un viaje salvaje por Europa, o que el códice se trasladó a Formia en Italia, donde fue encontrado por San Ludger, quien se lo llevó y luego fundó el monasterio de Werden en 799, almacenando el libro allí.

De cualquier manera, el misterio permanece. Se desconoce el destino de las páginas perdidas, aunque aún persiste la esperanza de que sean descubiertas. Sin embargo, lo que tenemos hoy es un recurso valioso para estudiar el idioma gótico olvidado. 
El Codex Argenteus proporciona una visión crucial de la cristianización temprana de los pueblos germánicos, así como un vistazo a la historia de una tribu germánica poderosa e inquieta: los godos.






La Crónica bohemia, también Crónica checa.


(Chronica Boemorum; en checo Kosmova kronika česká, también Kosmova Kronika Čechů) es una crónica medieval que trata la historia de Bohemia, escrita por el historiador Cosmas de Praga en los años 1119-1125.

Estructura y significado

La Crónica bohemia, que también refleja la historia de Moravia, es la narración analística más antigua conocida sobre la historia de Bohemia, que se convirtió en fuente e inspiración para los autores posteriores.​ Aborda primero la prehistoria de Bohemia basada en mitos y leyendas. Retrata el mito de la llegada de la tribu al país y registra los nombres y los hechos de los primeros gobernantes legendarios. Seguidamente describe la historia del país bajo el dominio de los Premislidas hasta 1125. En su escritura se tomaron en cuenta las condiciones de la iglesia en ese momento y las principales fuentes disponibles en ese momento.

La Crónica bohemia comprende tres libros:

El primero comienza con la legendaria prehistoria de Bohemia (el ancestral Chec) y se extiende hasta el primer duque cristiano Borivoj I y luego al reinado de Bretislao I en 1034.
El segundo libro se vuelve más histórico. Cubre el período hasta 1092, cuando comenzó el reinado de Bretislao II.
El tercer libro cubre el período hasta los últimos años del autor.
A pesar de algunas inconsistencias cronológicas y de contenido, la crónica se convirtió en el trabajo estándar de la historiografía medieval bohemia. Fue continuada por Vincente de Praga y el abad Jarloch de Milevsko y otros cronistas hasta 1283; ambos probablemente estaban relacionados con el cabildo de la catedral de Praga.​ Fue utilizado como fuente por los cronistas bohemios posteriores (Pedro de Zittau, Francisco de Praga, Benes Krabice z Veitmile) y también influyó en las crónicas bohemias posteriores de la Edad Media. Se conserva en 15 manuscritos .

Descripción de los límites de la diócesis de Praga (1086)

Para el año 1086, se reproduce una carta del emperador Enrique IV dado a la diócesis de Praga, en la que se describen los límites de la diócesis en función de las características geográficas y las tribus vecinas más pequeñas. Este documento es de particular interés para los checos, pero también para la investigación de la historia nacional de Polonia, ya que las tribus individuales solo se mencionan aquí y, por lo tanto, permite una mirada a las condiciones territoriales en el momento de la fundación de la diócesis, en 973.

Autor

Cosmas de Praga (ca. 1045 – 21 de octubre de 1125) fue un religioso, escritor e historiador checo nacido de una noble familia de Bohemia. Entre 1075 y 1081, estudió en Lieja. A su regreso a Bohemia se casó con Božetěcha, con la que tuvo probablemente un hijo que fue capellán. En 1086 Cosmas fue nombrado racionero de Praga, un cargo que le aseguraba una cómoda posición social y le permitió viajar frecuentemente por Europa.
Su obra capital, escrita en latín, lleva por título Chronica Bohemorum (Crónica checa) y está dividida en tres libros:

El primero, concluido en 1119, comienza con la creación del mundo y finaliza con el año 1038. Describe la fundación del Estado checo por los primeros eslavos de Bohemia alrededor del año 600 y la instauración de la dinastía de los reyes de Bohemia con los legendarios Přemysl y su esposa Libuše.
El segundo comprende los años 1038 – 1092 con los reinados de Brestislao I y Vladislao I de Bohemia.
El tercero abarca el periodo 1092 – 1125 y la guerra civil que estalló a la muerte de Vratislav. Termina con el reinado de Vladislav I de Bohemia, entre 1109 y 1125, año de la muerte de Cosmas.




Constantino el Africano.


(en latín: Constantinus Africanus) (c. 1020, Cartago o Sicilia-1087, monasterio de Monte Cassino) fue un médico y monje cristiano árabe.

Su origen era cartaginés, que entonces estaba bajo el dominio árabe. Después de su conversión al cristianismo decidió hacerse monje. Gracias a ello dominaba el latín, lo que le permitió traducir trabajos médicos del árabe. Fue invitado a unirse a la Escuela Médica Salernitana por Alfano I. De esta forma ayudó a reintroducir la medicina griega clásica en Europa. Sus traducciones de Hipócrates y Galeno fueron las primeras en dar una visión en su conjunto de la medicina griega en occidente. También adaptó manuales árabes para los viajeros en su Viaticum.
Constantino dominaba lenguas como el griego, latín, árabe, además de varias lenguas orientales. Había adquirido los conocimientos de esas lenguas durante sus largos viajes por Siria, India, Etiopía, Egipto y Persia. Estudió en la Escuela Médica Salernitana, que fue la primera escuela de medicina instaurada en Europa. Después entró en Monte Cassino, el monasterio fundado por Benito de Nursia en el 529.

Traducciones

Su primera traducción del árabe al latín fue el Liber Pantegni, llamado originalmente el Khitaab el Maleki, del médico persa del siglo X Ali ibn al-'Abbas.

Sus 37 libros traducidos del árabe al latín, incluyendo el anterior, introdujeron en Occidente los grandes conocimientos que tenían los musulmanes de la medicina griega. Incluyen además dos tratados de Isaac Israeli ben Solomon, el mejor médico del Califato Fatimí.



Itsukushima Shrine.



Historia del Libro en la Edad Moderna.





Es muy característico que los escritos más antiguos de la Iglesia, casi todos se conservan en forma de códices y pocos en rollos; explicación es que los primeros cristianos ca­recían de los medios suficientes para procurarse los me­jores papiros y tenían que contentarse con lo más barato, el pergamino. La forma de rollo ha continuado incluso en nuestros días gozando del prestigio de lo tradicional, como lo prueba la costumbre de otorgar un carácter solemne a los documentos por medio de su emisión en rollo, como suele ocurrir, por ejemplo, con diplomas y títulos, etc. 

En expresiones como «rol de reclutamiento» y otras análo­gas existen reminiscencias del tiempo en que estos do­ cumentos adoptaban forma de rollo, y la palabra control significa en realidad «contra-rol», es decir, un rollo que las autoridades fiscales, para mayor seguridad, llevaban a la vez que la lista original de contribuciones. Se encuentran diversos códices antiguos cuyas hojas, reunidas unas dentro de otras en un doblez único, for­man un solo cuaderno, aunque tal método producía, na­turalmente, un libro tosco y daba como resultado que las hojas interiores tuviesen un ancho menor que las exteriores. 
Pero muy pronto se encontró la forma de dividir un libro en varios cuadernos de pocas páginas y unir los cuadernillos por un hilo, como se hace con los pliegos en los libros de la actualidad. El formato fue durante los primeros cuatro siglos bastante reducido; el ancho se mantuvo por lo general en relación a la altura en una proporción de 2 a 3. Sin duda se trataba, como ocurre en la actualidad, de me­didas uniformes, obtenidas al doblar los pliegos una o varias veces. A partir del siglo v se generalizaron ma­yores formatos. Como había ocurrido en el caso de los rollos de papiro y se hace con los libros de hoy, se tendía a emplear gran­ des márgenes en los manuscritos más ricos, mientras que las páginas de los más sencillos están repletas de texto hasta el borde, aunque casi siempre se dejó más espacio libre en el borde exterior de la página que en el superior o inferior, probablemente debido al posible desgaste. 
En su apariencia no se diferenciaban en nada los códices de los libros en rollo, incluso un detalle característico como la colocación del título al final del texto pasó de los rollos a los códices, aunque no hubiese ninguna ra­zón práctica para ello, y hasta el siglo v no se generaliza el colocar el título al comienzo de la obra. Otra innova­ción fue la paginación de los códices. Mientras tal me­dida era innecesaria en el rollo, en el que las columnas conservaban obligatoriamente su lugar respectivo, tenía sentido práctico en el códice, aunque al principio se li­mitaba a paginar algunas hojas o, en todo caso, sólo su anverso, por lo que no puede hablarse propiamente de paginación, sino de foliación (la página se refiere a la cara y el folio a la hoja). 
Si, como antes se dijo, se conocen pocos rollos con ilustraciones, poseemos no pequeño número de códices del siglo i de nuestra era con ilustraciones, unas autén­ticamente tales, que se refieren al texto, otras simples decoraciones. Las imágenes poseen color, pero casi nunca matices, y las figuras y los rostros semejan los de monu­mentos y monedas o pinturas murales. Ya desde el siglo iv se encuentran manuscritos griegos y coptos con iniciales de capítulos de mayor tamaño e iluminadas, generalmente de rojo, y con diferentes trazos, llamadas así por derivarse de initium, comienzo. 
La escritura em­pleada por los escribas de los códices más antiguos pertenecen, como la de los rollos a una caligrafía especial, que fue adoptando gradualmente formas fijas. Una serie de manuscritos griegos y coptos de los siglos iv y v, aunque sumamente diversos en contenido, se encuen­tran escritos con unos caracteres casi idénticos, de tra­zos amplios y redondeados, que apuntan a una creciente tendencia hacia la regularidad en la escritura. Para escribir en el pergamino se utilizaba la parte hueca del cañón de una pluma, con preferencia de un ave grande, como, por ejemplo, el águila, el cuervo o el ganso, y de estas plumas de la- antigüedad provienen las plumas de ganso empleadas en tiempos posteriores y nuestras plumas metálicas de hoy día. 

La tinta era de la misma composición que la de la empleada en el papiro; a partir del siglo x  de nuestra era se comenzó a utilizar la tinta actual de sulfato de hierro y ácido tánico. De la encuadernación de los códices más antiguos apenas se conoce nada. Por lo general se contentaba con una cubierta de pergamino, pero, sin embargo, exis­te un códice del siglo con seis hojas en blanco al comienzo y al final del libro pegadas y cubiertas con cuero. Y excavaciones en Egipto han revelado ejemplos de encuadernaciones en cuero que datan de los siglos vi al v m con restos de decoración en repujado. Se trata del tipo de encuadernación realizado por los cristianos de Egipto, los coptos, y su ejecución es tan perfecta que demuestra la existencia de una larga tradición. 

Las bibliotecas y el comercio de libros en Roma. 

Cuando los romanos establecieron la hegemonía mun­dial y se adueñaron de los frutos de la cultura griega, también importaron a suelo romano las tradiciones grie­gas relativas al mundo de los libros. 
Los generales romanos trajeron a Roma colecciones de libros griegos como botín de guerra y ya ello sirve de testimonio del alto aprecio en que se tenía a estos. Paulatinamente se fue estableciendo también en Roma un comercio de libros, al que se dedicaron en su mayor parte griegos emigrados. El librero, llamado bibliopola, empleaba para la transcripción de textos a esclavos espe­cializados (servi litterati o librarii), que percibían sala­ rio según el número de líneas, sobre la base de una línea patrón de 34 a 38 letras. En tiempo de la República parece que el comercio de librería se practicaba todavía en una modesta escala, y esto se aplicaba aún más al negocio editorial. Una excep­ción, que confirma la regla, fue el amigo de Cicerón, Pomponio Atico, que dirigía una importante editorial; sus ediciones de textos, tanto de Cicerón como de otros auto­ res anteriores, son prueba de su conciencia profesional. 
En tiempos del Imperio alcanzó el comercio de libros un gran desarrollo, tanto en Roma como en otras ciu­dades; las librerías se encontraban en las vías de mayor tráfico y eran con frecuencia punto de reunión de poetas y sabios. En sus puertas o paredes se pegaban listas de libros nuevos. Por lo general los libreros eran a la vez editores; el público comprador de libros era entonces tan numeroso y disperso que se hacía preciso esta media­ción entre el escritor y sus lectores. No sin motivo se vanagloriaba Horacio de que sus poemas eran tan leídos en las costas del Mar Negro como en las riberas del Ródano o del Ebro. La editorial romana se diferenciaba fundamentalmente de la de hoy. El autor no percibía retribución alguna; pero en cambio el editor no obtenía la exclusiva de publicación del libro, sino tan sólo la producción de un determinado número de ejemplares. 
Esto daba libertad al autor para establecer relaciones con otros editores y permitirles producir más ejemplares de la misma obra, así como cualquiera que lo desease podía adquirir un ejemplar y sacar copias. Ninguna ley protegía la propiedad literaria y el autor no podía con­ tar con ningún beneficio económico producido por su obra. Tan sólo dedicando un libro a algún rico mecenas podía obtener por ella una retribución en dinero efectivo. Era una costumbre generalizada el que el escritor reuniese un círculo de amigos para leerles una nueva obra y despertar con ello su interés. Así ocurrió con la gran obra histórica de Herodoto, difundida por las lecturas del propio autor por las ciudades visitadas en sus viajes. 
Posteriormente, esta práctica degeneró hasta convertirse en una molestia, ya que los más mediocres eran también los más ansiosos de recitar en cualquier momento sus producciones. En el siglo i a. de C. comenzaron los edi­tores a organizar lecturas de nuevas obras para el públi­co interesado en la literatura. De la época imperial conocemos nombres de editores acreditados como, por ejemplo, los hermanos Sosio, edi­ tores, entre otros, de Horacio, y Trifón, que publicó los escritos de Quintiliano y Marcial. A estas editoriales se encontraban adscritos expertos en filología, como co­rrectores que revisaban cada copia y enmendaban los errores. 
No se sabe con seguridad el número de ejempla­ res de cada edición, pero las obras en demanda podían alcanzar una gran circulación en corto tiempo. En cuanto al precio de los libros no se tiene noticia y debería de­ pender, como es natural, de sus dimensiones y presen­ tación. Los potentados romanos interesados en la literatura mantenían esclavos para copiar los libros que deseaban poseer, pero que esto ocurriera porque fuese más barato que comprarlos en la librería es sólo una dudosa conje­tura. No hay duda, sin embargo, de que las copias autén­ticamente valiosas y los rollos de suntuosa decoración alcanzaron precios muy altos, y en especial cuando se trataba de manuscritos originales de autores de fama, que se encontraban disputados por los coleccionistas ro­ manos. 
El número de los coleccionistas privados romanos fue progresivamente en aumento durante los últimos años de la República y en los del Imperio, y poco a poco se extendió la boga de la bibliofilia; de modo que era de rigor que la casa de un romano distinguido poseyese una importante biblioteca, preferentemente en una magnífica instalación, para aumentar el prestigio del propietario. Se tienen noticias de colecciones de este tipo que con­taban con varios miles de rollos; por lo general se com­ponían de una sección en griego y otra en latín. Los ricos poseían también bibliotecas en sus casas de cam­po; una de éstas fue precisamente la que se descubrió, carbonizada, en las excavaciones antes mencionadas de la ciudad sepultada de Herculano. 
Allí, en la villa de los Pisones, se descubrieron los restos de una biblioteca compuesta predominantemente de textos de escritores epicúreos, lo que permite suponer la preferencia de su propietario por esta tendencia filosófica. Pero no siempre   los dueños se preocupaban por el contenido de los li­bros; no dejarían así de tener fundamento las protestas de Séneca cuando se quejaba de que eran muchos los coleccionistas que sabían menos que algunos de sus esclavos. Podemos hacernos una idea bastante clara de la apariencia de estas lujosas bibliotecas de Roma: en un salón enlosado de mármol verde se apilaban los rollos en estantes, en nichos o en armarios abiertos a lo largo de las paredes; los rollos se colocaban, bien directamente sobre los estantes forrados de cuero rojo, o de pie, en estuches ricamente decorados, como antes se dijo.

 En torno a la habitación se encontraban bustos o retratos en relieve de escritores célebres, costumbre que, a decir de Plinio el Viejo, fue iniciada por Asinio Polión, fun­ dador de la primera biblioteca pública de Roma. También se conoce la existencia de bibliotecas públicas en Roma. Es seguro que César decidió fundar una en la capital, siguiendo el modelo de la de Alejandría, pero no sobrevivió a ver realizados sus planes, que no se ejecu­taron hasta después de su muerte por el mencionado Asinio Polión, quien estableció la primera biblioteca pú­ blica en el templo de la Libertad el año 39 a. de C. Bajo el emperador Augusto obtuvo la ciudad dos grandes bibliotecas más, la biblioteca Palatina, junto al templo de Apolo en el Monte Palatino, fundada el año 28 de nuestra era en conmemoración de la batalla de Accio, y la biblioteca Octaviana, en el pórtico de Octavia del templo de Júpiter en el Campo de Marte.

 En cada una de ellas existía un bibliotecario y varios ayudantes; los empleados de la biblioteca se llamaban librarii y per­tenecían a la clase de los esclavos, aunque el director (procurator bibliothecae) fuese por lo regular de la clase de los caballeros o liberto del emperador. Tene­mos noticia de cuál era su salario en el siglo i de nues­tra era, que vendría a significar en moneda actual unas 150.000 pesetas al año. Las dos bibliotecas fundadas por Augusto fueron destruidas en su mayor parte por el fuego, como tantas otras de aquel tiempo, la Pala­ tina el 191 d. de C., la Octaviana seguramente el año 80 d. de C. 

Poco antes había ardido también la biblio­ teca establecida por el emperador Tiberio en el templo mandado construir en el monte Palatino en honor de Augusto, pero el emperador Domiciano la reconstruyó. También en el Capitolio, en las espléndidas termas construidas por el emperador Caracalla hacia 215 d. de C., hubo bibliotecas públicas. Todas estas colecciones, sin embargo, fueron eclipsa­ das por la fundación por el emperador Trajano, hacia 100 d. de C., de la biblioteca ülpia, que al mismo tiem­po fue el archivo imperial. Se cree que hacia 370 de nuestra era existieron en Roma no menos de 28 biblio­tecas públicas y análogas instituciones habían ido pau­latinamente estableciéndose en las provincias del Im­ perio. La literatura y las excavaciones nos han dado noticia, entre otras, de la gran biblioteca fundada por Adriano en Atenas. Las bibliotecas públicas estaban di­ vididas, como la mayoría de las privadas, en una sección griega y otra latina. Los rollos se conservaban en arma­ rios de madera, alojados en nichos en la pared.
 Los anchos pórticos, que parecen haber figurado en la ma­ yor parte de los locales dedicados a biblioteca, constitu­ yeron el lugar favorito de los estudiosos, donde podían sentarse y leer o mantener sus discusiones científicas. Existen, sin embargo, pruebas de que el préstamo de libros a domicilio fue permitido en algunos casos. Pero a lo largo del siglo iv decae súbitamente el interés por las bibliotecas, con lo que muchas de ellas quedaron desiertas y sin empleo. 
La literatura latina se consolida con firmeza en el si­ glo ii a. de C. y ya tempranamente se había desarrollado una escritura de libros diferente a la escritura cursiva de uso diario, igual que había ocurrido en el caso de la escritura griega. Esta escritura de libros latina ofrecía en sus primeros tiempos trazos rígidos semejantes a la griega y se componía, como ésta, exclusiva o preponderantemente de mayúsculas. La forma más antigua, escri­ tura capital, cuyo primer ejemplo conocido se encuentra en un papiro de Herculano, es extremadamente angulosa;

en la llamada capitalis quadrata las letras son casi cua­dradas, mientras que en la capitalis rustica son más es­ beltas y elegantes. Junto a estos tipos se desarrolló una escritura de formas más amplias y redondeadas, la llama­da uncial; en el siglo iv se encontraba completamente desarrollada y se mantiene para la escritura de libros has­ ta finales del siglo vm . 
En ambas formas, como en la escritura griega, se encuentran algunas abreviaturas. Invención del papel en China Al tiempo que el rollo de papiro y el códice de per­gamino prosperaban contiguos en las bibliotecas del Im­perio romano, se producía en China un invento que más tarde tendría una importancia capital para el libro de Occidente. Se ha mencionado más arriba que los chinos, tras la gran pira de libros en 213 a. de C. comenzaron a utilizar la seda para los libros, pero naturalmente se trataba de un material costoso, por lo que se intentó la producción de otro, totalmente nuevo, partiendo de las hilachas de seda, deshechas y maceradas hasta convertirlas en una fina pasta que, después de seca, daba una especie de papel fino. 
Pero aun así resultaba demasiado caro para obtener una amplia difusión, por lo que se intentaron métodos más económicos. Según tradición, el problema se resolvió el año 105 d. de C., cuando T ’sai Lun in­ ventó el papel, al emplear como materia prima, en vez de restos de seda, otros materiales mucho más baratos: cortezas vegetales, en especial fibra de morera, pero tam­bién restos de tejido de algodón, viejas redes de pes­ en, etc. Su invento recibió inmediata aprobación general, y no hay duda de que en los primeros siglos siguientes se escribieron numerosos manuscritos sobre papel; pero ninguno se ha conservado de aquellos tiempos. Sven Hedin descubrió en una pequeña ciudad del oasis de Lop-nor, en el desierto del Tibet, unos papeles que qui­zá sean los más antiguos que existen — se supone que datan de los siglos n al m de nuestra era— , y en el templo de Tuti Huang, en Turquestán, se descubrió en una pared una cantidad de manuscritos en papel, parte de los cuales se conserva en el British Museum de Londres, parte en la Bibliothéque Nationale en París; al igual que los libros de papiro, tienen forma de rollos. 

Durante casi setecientos años consiguieron los chinos mantener en secreto la fabricación del papel, pero cuan­do los fabricantes chinos cayeron prisioneros de los ára­bes a mediados del siglo viii, quedó revelado el secreto y a partir de entonces comenzó la peregrinación del papel a través del imperio árabe, hasta que, hacia 1100, al­canzó Europa. Pero antes de que esto ocurriese, se ha­ bían producido hondas alteraciones de otro género, que dejaron una huella profunda en la historia del libro europeo.




LA EDAD MEDIA

Las primeras bibliotecas eclesiásticas y monásticas Cuando los fundamentos del Imperio romano se tam­ balearon e Italia quedó asolada por el saqueo de los pue­blos bárbaros, comenzó una época crítica para las biblio­tecas romanas. Durante el siglo v y comienzos del vi, que es cuando tiene lugar la agonía del Imperio, una parte esencial de este tesoro bibliográfico fue destruido. El influjo del cristianismo venía ejerciéndose desde hacía tiempo; la literatura cristiana había comenzado a estar presente junto a la griega y la latina, y en las iglesias se constituían «bibliothecae sacrae» o «christianae» con textos bíblicos, y más tarde también los escritos de los Padres de la Iglesia y los libros litúrgicos utilizados en los servicios religiosos. 

Pero debido a las persecuciones de los cristianos, iniciadas por el emperador Diocleciano en 303, muchas de estas bibliotecas fueron destruidas total o parcialmente. Una excepción fue la biblioteca en Cesárea, en Palestina. Fundada por el Padre de la Iglesia, Orígenes, reor­ganizada más tarde por su discípulo Pánfilo (m. en 309), tuvo para el mundo cristiano importancia análoga a la ejercida por la biblioteca de Alejandría para la cultura helenística. Las Biblias procedentes de su taller de copistas gozaron de gran renombre. La biblioteca de Cesarea fue destruida en 637 cuando los árabes conquistaron Palestina. También se tienen noticias de bibliotecas de otros Pa­dres de la Iglesia. Y los monasterios cristianos o — como también se llamaban— coptos de Egipto, en los que las primeras comunidades religiosas se habían con­ gregado ya en el siglo ii, poseían también colecciones de libros. La comprensión de la escritura jeroglífica se encontraba en aquel momento a punto de desapare­cer y la literatura cristiana utilizó la escritura griega. 

El idioma copto, que representa la última etapa del antiguo egipcio, pasó de esta forma a ser escrito en caracteres griegos y continuó siendo la lengua eclesiástica, incluso después de la conquista árabe de Egipto en el siglo vir, y en los monasterios coptos existió una importante actividad literaria. De varios de estos mo­ nasterios, en especial de los del desierto de Nubia, llevaron a su patria los ingleses, en el siglo xix, muchos manuscritos coptos y, además, sirios, que se encontraban allí desatendidos de los monjes, pero que al ser examinados atentamente revelaron contener textos cristianos y otros, procedentes del siglo v. Tras las invasiones bárbaras, la influencia de la Igle­ sia, en especial la de Roma, en el mundo del libro fue adquiriendo cada vez mayor importancia; a través de toda la Edad Media constituye el agente dominante en este terreno y es también, como después veremos, factor capital en la conservación de parte de la literatura clá­ sica, que había sufrido los estragos de la gran conmoción.

Las bibliotecas bizantinas. 

La antigua cultura griega encontró un refugio especial contra la amenaza de los bárbaros en el Imperio bizan­ tino. Como los Ptolomeos habían hecho de Alejandría en otros tiempos, el emperador Constantino el Grande decidió en el siglo iv convertir la capital del Imperio romano de Oriente, Bizancio (Constantinopla) en un cen­ tro cultural, y un par de generaciones antes de que la bi­ blioteca de Alejandría fuese incendiada por los cristia­ nos, fundó, con la colaboración de sabios griegos, una biblioteca, donde sin duda la literatura cristiana se en­ contraba ampliamente representada, pero que también albergaba muchas obras de la literatura pagana. Bajo Ju ­ liano el Apóstata se constituyó otra biblioteca para la li­ teratura no cristiana. La biblioteca de Constantino se incendió en 475, pero fue reconstruida. Su posterior des­ tino es bastante oscuro; con la conquista de la ciudad por los Cruzados en 1204 sufrió grandes deterioros, pero aún existía una biblioteca imperial cuando Constantinopla cayó en poder de los turcos en 1453; muchos de los libros fueron quemados, robados o vendidos a precios irrisorios. 
En la academia de Bizancio, fundada por Constantino, se practicó con pasión el estudio — y, consiguientemente, la transcripción— de los clásicos griegos y no menos ocurría en los monasterios bizantinos, convertidos a lo largo de la Edad Media en el refugio de la cultura grie­ ga. El más famoso de todos fue el convento del Studion de Bizancio, cuyo abad Teodoro, en el siglo ix, dio nor­ mas de cómo tenía que regirse el taller de copistas y la biblioteca, pero célebres son también los monasterios, que aproximadamente en número de veinte, se encuen­ tran en la cima de las montañas de la pequeña península de Athos, en el Egeo, y que alcanzaron su época de auge durante los siglos x al xv. Aún en la actualidad se encuentran en ellos unos 11.000 manuscritos, de los que los más antiguos son, por lo general, de contenido teo­lógico y litúrgico o musical. 

También el monasterio de Santa Catalina, en el Sinaí, y muchos otros, poseyeron preciosas colecciones de manuscritos; del monasterio del Sinaí procede el célebre manuscrito de la Biblia, Codex Sinaiticus, que más tarde fue llevado a Rusia y que hoy se encuentra en el British Museum de Londres. Los monasterios bizantinos, al igual que las bibliotecas de Bizancio, fueron una mina de hallazgos para los bibliófilos del Renacimiento, y aunque a través de los tiempos hayan sufrido mucho debido al descuido y ape­ nas se haya conservado nada de sus primitivas existen­ cias, albergan aún en nuestros días tesoros de los prime­ ros siglos de la Edad Media. Defendieron la tradición cultural bizantina, que la iglesia católica griega continuó después, los monasterios de Kiev y Novgorod y los de los Balkanes; en especial los monasterios del Monte Athos, cuyas bibliotecas sirvieron de modelo a los monasterios rusos.
 Entre los sabios bizantinos cuyo nombre haya llegado a nosotros se encuentra Photios, que vivió en el siglo ix y nos ha dejado una valiosa imagen de la literatura clási­ ca en su bibliografía, Myriobiblon, en la que describe el contenido de unas 280 obras que componían su colec­ ción. Interés de los árabes por la literatura griega. Difusión del papel en el Islam El interés por la cultura griega se desarrolló también en círculos totalmente aparte de la esfera de la Iglesia. 

Cuando los árabes constituyeron su extenso imperio que desde Africa Central comprendía India, Asia Menor, Africa del Norte y España, se inició un contacto fructí­ fero entre las literaturas y las ciencias griegas y árabes. Existían en este imperio mundial árabe grandes biblio­tecas, dependencias tanto de centros de enseñanza como de mezquitas o de casas de príncipes, así como notables bibliotecas particulares. 
La caligrafía gozaba de gran prestigio y adoptó muy pronto un carácter altamente decorativo. En la primera fase de la evolución, el centro de las versiones al árabe de la literatura griega se encontró en la biblioteca en Bagdad del famoso califa Harun Al-Raschid y su hijo Al-Mamun. Utilizaron manuscritos griegos como textos, más tarde también traducciones del griego al iranio y sirio. La siguiente fase cultural del Islam se encuentra relacionada con las grandes bibliotecas en Afri­ ca del Norte y España. Especial renombre tuvo la biblioteca de la dinastía fatimita en El Cairo, que debió de estar compuesta de muchos cientos de miles de tomos, hasta ser saqueada por los turcos en 1068; fue totalmente dispersada en el siglo xn, pero parte de la literatura de origen fatimí se ha conservado hasta nuestros días en Yemen, en el suroeste de Arabia.
 Contenía principalmen­ te manuscritos del Corán y otra literatura religiosa, pero también matemáticas, astronomía, medicina, filosofía, de­recho y filología. En aquel tiempo los sabios judíos des­empeñaron un importante papel en la labor de difundir la literatura clásica griega. Esta literatura obtuvo un nuevo centro en la biblio­ teca de los omeyas en Córdoba. En especial Al-Hakem II, en el siglo x, ordenó la compra de libros en grandes can­tidades a través de todo el Islam y en su palacio tenía numerosos escribas, correctores y encuadernadores. Esta biblioteca sufrió después abundantes saqueos e incendios y con la caída de la dinastía en 1031 dejó de existir; pero en su época de apogeo tuvo lugar en ella una viva acti­vidad de traducciones de los clásicos griegos al árabe. Más tarde estas traducciones árabes fueron traducidas a su vez al latín y muchos autores clásicos célebres, por ejemplo, Aristóteles, Hipócrates y Galeno, fueron en parte primeramente conocidos por los estudiosos de la Europa medieval por este medio. 

Fue en Toledo, después de la caída de los omeyas, donde radicó especialmente este movimiento de traducciones. [La librería del califa Al-Hakem II llegó a reunir 400.000 volúmenes, traídos de Alejandría, El Cairo, Bag­

dad, Damasco, etc. A Córdoba se peregrinaba, dice Menéndez Pidal, en busca de ciencia. Ahí estuvo entre otros el monje Gerberto de Aurillac, futuro Papa Silvestre II. Y adquirió gran importancia el mercado de libros, que eran más baratos que entre los cristianos, fuera acaso por el empleo del papel, o ya por la rapidez de la copia. Tam­ bién se relaciona la ciudad andaluza con la historia del libro a través de la industria de sus famosos cueros es­ tampados y dorados, los cordobanes, empleados entre otros usos en la encuadernación. Luego sería Toledo, la vieja capital del reino visigodo, el centro de transmisión de la sabiduría árabe a la Euro­ pa cristiana. Hubo aquí grandes bibliotecas de libros ára­ bes (entre otras los restos de la del califa cordobés antes citado), y se relacionan con la ciudad los bibliófilos AlArauxí e Ibn Al-Hanaxí. 
La llamada Escuela de Traduc­tores de Toledo no debe entenderse como establecimien­ to de enseñanza sino como conjunto de estudiosos de la ciencia árabe, a través de la cual se tomaba, además, con­ tacto nuevo con la griega. Domingo Gundisalvo, Juan Hispano, el judío Avendehut, son figuras de la escuela apoyada por el arzobispo Raimundo (1126-1152) y que enlaza con el trabajo de don Rodrigo Ximénez de Rada (1170-1247) y el de Alfonso X el Sabio (1252-1284). Obras de medicina, matemáticas y astronomía principalmente, luego de filosofía, eran traducidas al romance o al latín bárbaro por mozárabes o judíos; sobre esta versión, un erudito redactaban el texto en latín escolástico, lengua universal en la que el libro se abría camino por Francia, Italia, Alemania, etc.] 

El asalto de los mongoles a Samarcanda y Bagdad en el siglo x m tuvo por resultado una tremenda destruc­ción de libros. Posteriormente, las efímeras dinastías del Islam otorgaban especial atención a la poesía e historia de Persia y bajo los sefavides en el siglo xvi alcanzó, como veremos, su apogeo el arte del libro persa. El que el mundo islámico pudiese desarrollar tan im­portante esfuerzo literario estaba relacionado con el hecho de que contaba con un material escriptóreo que era a la vez más barato y mejor que el papiro y el pergami­no. 
Como se ha dicho antes, varios fabricantes de papel chinos fueron hechos prisioneros de los árabes en el si­glo v iii y conducidos a Samarcanda, en Turkestán; allí comenzaron a fabricar papel con hilachas y de allí se ex­ tendió rápidamente la fabricación del papel de hilo y cá­ ñamo por todo el califato; en tiempo de Harun Al-Raschid, a finales del siglo v m , existían ya fábricas en Bag­ dad y Arabia y en el siglo x la fabricación de papel llegó a Egipto. 

Se empleaban restos de soga y especialmente trapos de hilo, por lo que el papel fabricado en el Islam puede ser denominado como papel de trapo. La materia prima era desmenuzada, amasada con agua de cal, secada al sol y enjuagada en agua limpia. Tras ello, se le daba forma sobre una red tensa en un marco y se le aplicaba harina y almidón. Para hacerlas resistentes a la escritura, se su­ mergían las hojas en engrudo hecho de almidón o de arroz cocido, para al final frotarlas con piedra pulimentadora. 

Hacia el año 1100 la fabricación del papel llegó a Eu­ropa, cuando los árabes la introdujeron en España; entre los primeros lugares de producción se contaba el centro literario de la época, Toledo, pero el más antiguo co­ nocido se encontraba en las proximidades de Valencia. [En Játiva; hubo otra fábrica pronto en Gerona y de aquí se propagó a Perpiñán, Montpellier, Troyes, etc., llevando consigo el vocablo paper (de donde procede fr. papier). En el siglo x m aún se vacilaba en el nombre «pergamino de trapo», «pergamino de paper».] Las bibliotecas de la Iglesia romana Pero como se ha dicho anteriormente, fue la Iglesia romana, con sus comunidades religiosas y sus institucio­nes eclesiásticas, la que llevó la iniciativa en el mundo del libro tras la caída del Imperio romano y el triunfo del cristianismo. 
Una figura característica del intervalo entre lo viejo y lo nuevo es la de Casiodoro, de distinguida familia romana; vivió a finales del siglo v y comienzos del vi y entró a servir en la corte del rey de los ostro­godos Teodorico, bajo cuyo reinado el estudio de los clá­ sicos alcanzó un último apogeo.
 En su vejez, retirado del mundo, fundó Casiodoro en el sur de Italia el monas­ terio de Vivarium, en el que estableció una especie de academia cristiana. En las reglas que compuso para su funcionamiento amonesta a los monjes servir a Dios tam­bién con el asiduo estudio y la esmerada copia de los textos, teniendo en cuenta no sólo la literatura eclesiás­tica, sino con igual atención la profana, griega y romana. 
El fue el primero en imponer abiertamente a una comunidad religiosa el deber de continuar la cultura científica y la tradición. Después de su muerte, parte de su biblioteca monástica pasó a la Santa Sede en Roma; se había reunido ya en ella, desde el siglo v, una colección de libros en conexión con los archivos papales, que se encontraban en Letrán; apenas se conservan noticias de esta primitiva biblioteca papal. También fuera de Italia encontramos en aquellos tiem­pos turbulentos diversos ejemplos de la preocupación por la literatura entre altos funcionarios eclesiásticos y lai­cos. 
El obispo de Clermont, Sidonio Apolinar, nos ha dejado en sus cartas una impresión sobre varias bibliotecas de la Galia meridional en los tiempos posteriores a la invasión de Atila y con especial atención trata de la es­ pléndida colección que el prefecto de la Galia, Tonancio Ferreolo, poseía en su villa Prusiana, en las proximidades de Nimes, biblioteca que, en opinión del obispo, era tan buena como cualquiera de la antigua Roma. Con la dominación de los francos se inició un período de decadencia cultural en la Galia, al que sucede un nuevo flore­ cimiento a fines del siglo vi. Hacia el mismo tiempo for­ maba en Sevilla su rica biblioteca el sabio obispo español Isidoro, que le sirvió de base para escribir sus obras, entre las que destaca sus Etymologiae, especie de enciclo­ pedia, uno de los libros de texto más usados durante siglos.

Las actividades de los benedictinos y de los monjes irlandeses en la esfera del libro

Entre las órdenes religiosas ninguna dedicó tanta aten­ ción al libro como la de los benedictinos. El propio San Benito fundó en 529 el después famoso monasterio de Monte Cassino en Italia y en las reglas de la Orden se concede una gran importancia a la lectura; los monjes debían pasar su tiempo libre leyendo y a una pareja de los veteranos estaba encomendada la vigilancia del cum­ plimiento de este deber. San Benito se refería con ello a la literatura religiosa y no a la profana; pero en mu­chos monasterios benedictinos, como después proliferaron por toda Europa en la segunda mitad del siglo vi, luego de la fundación, por su discípulo Mauro, del mo­nasterio de St. Maur-sur-Loire en la Galia, se cultivó el estudio y la copia de los autores clásicos paralelamente a las lecturas edificantes. No fue en realidad el interés por la literatura clásica lo que llevó a los monjes a dedicarse a ella, sino la necesidad de conocer el griego y el latín para leer la literatura eclesiástica; la literatura clá­ sica era un medio para ejercitar la práctica de esos idiomas. A través del desarrollo monástico se estableció, por lo tanto, una cultura literaria internacional que — por muy hondo que fuese su matiz religioso— significó, sin embargo, una continuación de la vida espiritual de la edad clásica. 

El que esta influencia pueda sentirse aún en nuestros días se le ha de agradecer en primer lugar a la Iglesia católica medieval, por muchos pecados que más tarde pudo tener sobre su conciencia. En extremo notable fue la actividad de los monjes ir­ landeses. Por alejada que Irlanda se encontrase de los centros de la civilización antigua, llegó a ser a comien­ zos de la Edad Media el más importante refugio de la cultura clásica. La isla fue convertida al cristianismo en el siglo v por San Patricio, procedente de la Galia, y un siglo más tarde existían unos 300 monasterios en Irlanda y Escocia. 

En ellos se desarrolló un cultivo del libro que sobrepasa en mucho al de los monjes del Continente. Los monjes irlandeses, que también recibieron influencias orientales y bizantinas y conocían el griego, fueron alta­mente eficientes en las artes de la escritura y del libro y desarrollaron un auténtico estilo nacional, tanto de escri­tura como de decoración, al cual nos referiremos más adelante; encontraron los modelos de sus manuscritos gracias, entre otros medios, a peregrinaciones a Roma y a través de cambios con monasterios franceses e italianos. 
Durante los siglos ix y x los vikingos destruyeron todos los monasterios de Irlanda y los viejos manuscritos ir­landeses que han llegado a nosotros proceden casi todos de los monasterios fundados por los irlandeses en el Con­tinente. Característica de los monjes irlandeses fue su ardiente celo misionero; ello les impulsó en sus tempranas emigra­ciones tanto a Inglaterra como al Continente, y hacia 590 el célebre abad irlandés Columbano fundó, en compañía de otros doce monjes, el monasterio de Luxeuil, en tierra de los galos, e importó manuscritos como base para su biblioteca; y por más de un siglo continuó siendo uno de los más importantes centros de la vida espiritual de las Galias. San Columbano fue el fundador más tarde de un convento no menos famoso en Italia, Bobbio, con lo que la tradición de los manuscritos irlandeses llegó a la patria de la Iglesia, al tiempo que algunos de sus monjes, entre otros Galo, fundaron en Suiza el aún existente mo­nasterio de Saint-Gall, cuya biblioteca alcanzó más tarde gran fama.
 También en Inglaterra se dejó sentir la influencia de los monjes irlandeses, especialmente en el monasterio de Lindisfarne en el norte, al tiempo que emisarios de Roma actuaban como misioneros; las bibliotecas monásticas allí fundadas y en particular la de Canterbury, se salvaron sólo en parte de las invasiones de los vikingos. Los ecle­siásticos ingleses más célebres de aquellos tiempos fueron el historiador Beda el Venerable, el obispo Benito, que por seis veces viajó a Roma trayendo libros de allí, y Bonifacio, que introdujo el cristianismo en Alemania; uno de los monasterios fundados por él, el de Fulda, tuvo más tarde una importante biblioteca y una famosa escuela de escritura e iluminación. 

Uno de los discípulos de Beda, Egberto, llegó a arzobispo de York, donde fundó una bi­blioteca, de la que más tarde fue bibliotecario Alcuino, antes de ser, como veremos, llamado al Continente por Carlomagno. De Luxeuil procedió otro famoso monasterio, el de Corbie, en Picardía, del que a su vez surgió el monasterio de Korvey, en Sajonia, en cuya biblioteca, en el siglo x, Widukind escribió su crónica. De esta forma podría citar­ se un ejemplo tras otro de la propagación de los monas­ terios — se podría establecer un auténtico cuadro genea­ lógico de los monasterios de las diversas órdenes— .

 De las casas madres obtenían las filiales una colección de manuscritos como base de su biblioteca. La evolución de la escritura A medida que esta cultura monástica iba desarrollán­ dose con el latín como lengua y la literatura latina como su especial campo de estudio, la escritura experimentó también una evolución, que comienza con la escritura cur­siva latina, que en los primeros siglos de nuestra era fue apareciendo junto a las citadas escrituras capital y uncial. Esa cursiva era la usada corrientemente en la an­tigua Roma y se componía casi tan sólo de letras pequeñas (minúsculas, a diferencia de las otras dos formas, que estaban formadas predominantemente por mayúsculas). Poco a poco hizo su entrada en los libros, y en la tem­prana Edad Media adquiere en los diversos monasterios características nacionales: la escritura visigoda, corriente en España del siglo v m al xn , y la francesa, llamada es­critura merovingia, originalmente utilizada por los merovingios en sus documentos; se conocen diferentes varie­dades, en especial en manuscritos de Luxeuil y Corbie. La llamada escritura italiana procede de los manuscritos de Bobbio, y en Monte Cassino se desarrolló la escritura se encuentra aquí más o menos redondeado; es también una variante alemana de la gótica redonda italiana, la rotunda.
 El tipo de Schwabach no ha alcanzado la misma difusión que el Fraktur, aunque durante la Reforma fue muy utilizado en toda Alemania; con sus gruesos ras­ gos se presta muy bien para destacar palabras en un texto. El Teuerdank, publicado en 1517 y confeccionado por el impresor del emperador, Hans Schonsperger, es, como otras obras proyectadas por el emperador pero sólo com­pletadas parcialmente, famoso también por sus ilustra­ ciones, que por su número y dimensiones convierten estos libros más en álbumes ilustrados con textos que en textos ilustrados. Alberto Durero, Lucas Cranach el Vie­ jo, Hans Burgkmair, Daniel Hopfer y muchos otros artistas excelentes trabajaron para Maximiliano; Durero, por ejemplo, en el suntuoso Devocionario para los caba­lleros de San Jorge, destinado a servir de propaganda para las Cruzadas, pero que no llegó a completarse de­bido a la temprana muerte del emperador. 
Estas y otras obras suntuosas de aquel tiempo no deben hacernos olvidar la imprenta más modesta. Pues así como las encuademaciones de Grolier y semejantes eran artículos de lujo, de gran importancia histórico artística, pero que no trascendieron de un escogido círcu­ lo de potentados, igualmente las obras maestras del gra­bado en que nos hemos detenido, aunque en ningún modo escasas en número, son como altos árboles solita­ rios, que elevan sus copas por encima del bosque. Por encima del bosque se alzan asimismo muchos de los misales, libros de coro, breviarios, psalterios y otros grandes impresos litúrgicos, de los que ya hemos citado ejemplos y que las iglesias encargaban en tan gran nú­ mero, ya que solamente para Alemania en el período 1457-1525 la cantidad impresa de diversas obras litúr­ gicas oscila entre 550 a 600. Con sus diversos tamaños de tipos, que señalan los diferentes párrafos del texto litúrgico y con su continua alternancia entre tintas roja y negra, muchos de estos infolios tenían un vigoroso efecto decorativo y varias imprentas importantes se es­ pecializaron en ellas; ciudades como Maguncia, Leipzig, Spira, Colonia, Magdeburgo, Basilea y Ginebra, París, Lyon y Venecia fueron centros de intensa actividad en esta rama y eminentes artistas prestaron también su colaboración en ellos. 
Lo mismo se aplica también parcialmente a los peque­ños libros de horas franceses ya mencionados y a los correspondientes devocionarios alemanes: Seelengártlein (Hortulus animae = «Jardincillo del alma»), en los que intervinieron artistas como Hans Springinklee, así como los llamados Heiltumsbücher («Libros de Santuarios»), especie de guías de ciudades visitadas por los peregrinos con descripción y vista de sus monumentos; en una de las mejores colaboró Lucas Cranach. Pero en muchos de estos pequeños devocionarios asoma ya la tendencia a lo sobrecargado que en la segunda mitad del siglo causó la decadencia dél grabado en madera tanto en Ita­ lia como en Francia y Alemania.




La imprenta de la Reforma.

 A la artesanía modesta del libro pertenece la mayor parte de la literatura producida por la Reforma.

 La lucha iniciada por Lutero en 1517 contra la Iglesia de Roma fue la señal de grandes conmociones que dejaron también honda huella en la historia del libro. Una formidable corriente de folletos se volcó los años siguientes sobre toda Alemania y países vecinos, siendo una de las armas más eficaces del nuevo movimiento. Con razón se ha dicho que la rápida victoria de la Reforma tuvo como condición la invención de la imprenta. 
Pero en los innu­merables opúsculos alemanes de la Reforma, con títulos con frecuencia provocativos, no se pretendía, por lo general, atender a la decoración más que en lo indispen­sable; se trataba de literatura de circunstancias y tenía que venderse a precios muy bajos para poder cumplir su misión de propaganda. 
El papel empeora, los caracte­res de Schwabach o de Fraktur, de una grabadura no precisamente irreprochable, se alargan hasta alcanzar las dimensiones del viejo tipo gótico, grabados de madera gastados se emplean en una impresión tras otra y el tra­bajo adquiere progresivamente un aspecto de pura arte­sanía o, podría casi decirse, de «fábrica». 
Salvo la con­fección de Biblias y algunas otras excepciones, éste es el aspecto principal que ofrece la gran masa literaria impresa de la época de la Reforma. Pero no debe olvi­darse, por otro lado, que la Reforma ocasionó una de­mocratización del libro hasta entonces desconocida, cuyos efectos son incalculables. Puede decirse, con cierta razón, que los esfuerzos actuales hacia la educación popular han tenido su origen en la preocupación del luteranismo por la vida espiritual del hombre medio. 
La Alemania del Norte, en la que, al contrario de la parte sur del país, era inusitada la estrecha colaboración entre el impresor y el grabador en madera, figura ahora en primer rango; Wittenberg, con su recién fundada Uni­versidad, se convierte súbitamente en un importante centro de la edición; de allí salió, en especial del taller de Melchior Lotter el Joven, gran parte de la vasta pro­ducción de sermones y escritos piadosos y polémicos de Lutero, así como también se imprimió la famosa edición primera de la traducción de Lutero del Nuevo Testamen­to (septiembre y diciembre de 1522). 
Luther Bible, 1534


La primera traduc­ción completa de la Biblia, de 1534, con hermosas ilus­traciones, salió de manos de otro famoso impresor de Wittenberg, Hans Lufft. Dos de los hijos de Lucas Cra­nach proporcionaron orlas e iniciales para muchos de los impresos de Lutero. Parte de estos, así como Biblias, fueron reimpresos fraudulentamente en gran número, a pesar de las enfurecidas protestas de Lutero, incluso por imprentas prestigiosas en ciudades que se habían adheri­ do a la nueva doctrina como Basilea, Augsburgo, Nuremberg y Estrasburgo.
Luther Bible, 1534


 Los vendedores ambulantes experimentaron un incremento desconocido hasta entonces en el volumen de sus negocios, en especial cuando, además de la Biblia, co­ menzaron a publicarse libros de himnos religiosos en ale­mán, vendidos en puestos junto a las iglesias o incluso -—por extraordinario que ello nos suene hoy— en el in­terior de ellas.

El catecismo de Lutero fue también mer­cancía de mucha venta. 

De uno de los folletos de Lutero se vendieron 4.000 ejemplares en cinco días y de las no menos que 100 ediciones del Nuevo Testamento publi­cadas durante los años 1519-34, se vendieron en total cerca de 20.000 ejemplares. Alemania entera se vio inun­dada por los vendedores ambulantes de libros, que tanto en las ciudades como en el campo vendían cantidades in­gentes de folletos publicados por el partido luterano o el católico. Pero, junto a los vendedores ambulantes, los libreros, de los que muchos eran a la vez editores y comisionistas, intervenían en parte de la crecida venta de libros, en especial cuando se trataba de obras de consi­deración. Dos veces por año, en primavera y en otoño, se reunían en la feria de Francfort para negociar, ya que se intercambiaban los libros, pliego por pliego, dando lugar a un tráfico más intenso que antes; se encontraba representado en ella el comercio de librería tanto de Alemania como de otros países. 
Style: Armorial; Caption: Upper cover; Colour: Brown; Edge: Gilt, gauffered and painted


Más tarde, sin embargo, la feria de Leipzig eclipsó la de Francfort, y Leipzig ha mantenido hasta nuestros días la posición de centro del comercio alemán de libros. En 1564 se comenzó a imprimir catálogos de los libros que se encontraban a la venta en la feria y de estos catálogos de feria proceden los admirables catálogos semestrales del comercio de libros de Alemania de hoy.




 Destrucción de las bibliotecas monásticas.

 La seculari­zación 

La Reforma produjo, por lo tanto, un vigoroso flore­ cimiento literario, pero al mismo tiempo fue la señal para la destrucción de libros ya existentes. En su lucha contra la Iglesia de Roma se vio precisada a atacar toda la literatura católica («papista») y en aquella época de disturbios no hay duda de que perecieron muchos viejos manuscritos monásticos y muchos incunables. En espe­cial las revueltas campesinas en Alemania en 1524-25 tuvieron calamitosos efectos para las bibliotecas monás­ticas alemanas, como más tarde ocurrió con las francesas durante las guerras de religión. No obstante, no es justo echar la culpa principal a los hombres de la Reforma de que sea poco lo que del gran tesoro bibliográfico de la Edad Media ha llegado a nos­otros. 
No se puede desconocer que bastante había sido destruido ya en la Edad Media, parte por los muchos incendios que devastaron iglesias y monasterios, parte debido a la negligencia de los monjes en las postrimerías de la época; mucho fue también destruido por el fuego y las turbulencias bélicas de tiempos posteriores. 

No debe tampoco olvidarse que, tras la excitación de la pri­mera época, la Iglesia luterana no se mantuvo insensible acerca del valor de los manuscritos medievales; puede aducirse como ejemplo en Dinamarca la ordenanza acor­dada en el concilio de Odense en 1577 de que «los li­bros antiguos, misales, graduales, salterios y biblias de las iglesias, bien sobre pergamino o papel, no deben sertirados ni empleados para encuadernar libros».

 Y, final­mente, se ha de destacar que el mismo Lutero, en su epístola «An die Ratsherren aller Stáde deutschen Landes» («A los consejeros de todas las ciudades del país alemán»), de 1524, recomienda que no se ahorre dili­gencia ni gasto con el fin de disponer de «gute Librareyen odder Bücherheuser» («buenas librerías o biblio­tecas»), especialmente en las grandes ciudades.

El resultado fue la fundación de muchas nuevas « Stadtbibliotheken», bibliotecas municipales por toda Alema­nia — el amigo de Lutero, el pastor de Wittenberg, Johann Bugenhagen fue especialmente celoso en el cum­plimiento de esta orden del maestro— , y en gran número se constituyeron sobre las colecciones ya existentes en la época católica. Sin embargo, pocas de estas nuevas instituciones tu­vieron gran importancia en sus comienzos, en todo caso no comparable con la que habían tenido las bibliotecas monásticas en su época de esplendor.
 Si, no obstante, la Reforma deja huella, en los países en que triunfó, en la historia de la biblioteca, es debido especialmente a su influjo indirecto. Cuando los gobiernos comenzaron a confiscar los bienes eclesiásticos y monásticos (es decir, a secularizarlos), fueron con ello a parar a las manos del Estado sus bibliotecas, y no fue siempre un destino feliz el que les tocó en suerte a los viejos libros. 

Peor suce­dió en Inglaterra, donde la secularización ocurrió inme­diatamente después del triunfo de la Reforma, en un momento en el que el afán de destruir estaba aún vivo y fue guía de las acciones de los representantes del poder estatal. Ya en el transcurso de los dos primeros decenios que siguieron a la separación de la Iglesia de Roma fue secularizada la mayor parte del total de un millar de bi­bliotecas de monasterios y de iglesias que contenía el país y los tesoros bibliográficos de muchos sitios sufrie­ron una suerte desastrosa. 
Podía esperarse que precisa­mente en Inglaterra, con su conocida dedicación a todo lo antiguo y tradicional, hubieran dominado las tenden­cias conservadoras, pero esto ocurrió en muy escaso gra­do. 
El bibliotecario de Enrique VIII, John Leland, lo­gró, en un viaje por todo el país durante 1536-1542, rescatar algunos de los tesoros bibliográficos más valio­sos y agregarlos a la biblioteca del rey. 

En cambio, la famosa biblioteca de la Universidad de Oxford, que da­taba del siglo xiv, fue saqueada en 1550 por los emi­sarios de Eduardo VI, que en parte quemaron y en parte vendieron los libros; seis años después les tocó a las estanterías vacías el turno de ser vendidas. Hasta medio siglo más tarde, en 1602, no fue restablecida, gracias a uno de los estadistas de la reina Isabel, Thomas Bodley (por lo que se conoce aún en nuestros días como The Bodleian Library), y se ha ido paulatinamente incrementando hasta convertirse en la segunda biblio­teca de Inglaterra. En Dinamarca no se llegó a esos extremos, pues Cristián III envió a un licenciado alemán a recorrer las iglesias y los monasterios para reunir libros con destiño a la Biblioteca de la Universidad de Copenhague, fun­dada en 1482, lo que dio como resultado una gran can­tidad de volúmenes.

 Para el incremento de estas exis­tencias se siguió el procedimiento aconsejado por el propio Lutero, ya que se procuró antes que nada com­pletar cuanto faltaba de los escritos de los Padres de la Iglesia, luego de los escritores latinos y griegos, y, finalmente, de las ciencias jurídicas, médicas y natura­ les. De forma semejante ocurrió en la patria de Lutero, donde las bibliotecas universitarias ya existentes y las de nueva fundación, como las de Marburgo, Konigsberg y Jena, recibieron muchos libros procedentes de los mo­nasterios. De nuevo en el mismo siglo recibió la Biblioteca uni­versitaria de Copenhague un incremento procedente de las colecciones de los viejos monasterios e iglesias, y los cronistas reales las utilizaron como material para sus obras, pero el resto por lo general fue destruido: los señores feudales de Dinamarca o Noruega, o sus secre­tarios, no atendieron la recomendación del concilio de Odense, sino que cortaron los viejos manuscritos en pergamino y los emplearon como cubiertas para sus li­bros de cuentas y sus registros de contribuciones o los hicieron tiras para reforzar con ellas los lomos de los volúmenes.

Hojas de viejos manuscritos de Saxo Gra­mático, por ejemplo, se han descubierto sirviendo de cubiertas del catastro del castillo de Kronborg para los años 1627-1628. Tan extendida estaba la costumbre de utilizar los pergaminos antiguos como cubierta y como encuadernación, que ya a mediados del siglo xviii apenas si en realidad quedaba alguno. Los viejos libros mona­cales tenían también otros empleos; así muchos de ellos tomaron parte en los festejos celebrados en 1634 con motivo de las nupcias del príncipe heredero Cristián, sirviendo de cartuchos en la gran función de fuegos arti­ficiales. En los países que siguieron unidos a la Iglesia, por el contrario, subsistieron las antiguas bibliotecas después de los desórdenes de los primeros tiempos, y se consti­tuyeron otras nuevas, sobre todo donde predominaban los jesuítas. 

Y en estos países, en Alemania meridional y en Austria, en Francia y en Italia, el Estado no secu­larizó los tesoros bibliográficos medievales hasta los si­glos xviii y xix. La encuadernación estampada con rueda En Alemania la encuadernación gofrada con plancha había ido tomando poco a poco una gran preponderan­cia y predominó durante todo el siglo xvi, pero la de­coración no se siguió realizando sólo así.
 Ya en 1469 había aparecido una nueva herramienta en los talleres de encuadernación alemanes: la rueda; en ella el ornamento se encontraba grabado en el borde de un disco, y al hacerlo girar con presión sobre el cuero húmedo, producía un borde u orla con un ornamento de repeti­ción constante. Este nuevo instrumento representaba una facilidad y un ahorro de tiempo extraordinarios para el encuadernador, por lo que se difundió con toda rapidez y ha mantenido inalterable su posición hasta nuestros días. En las ruedas se grababan como motivos pequeñas imágenes, bien de tema religioso (imágenes de Cristo, es­cenas bíblicas), bien figuras alegóricas de las virtudes cristianas o retratos de príncipes, etc., sin preocuparse si estos retratos se encentrarían en la línea horizontal de la orla o no.
 Para el centro se emplearon con frecuencia también ruedas, pero casi siempre dominaba el gofrado o estampado de motivos bíblicos, figuras alegóricas y, so­bre todo, retratos. En tiempos de la Reforma, los retra­tos de Lutero y de Melanchthon, de busto o figura en­tera se incluyen en el centro de una y otra tapa; se conoce una encuadernación para la cual Lucas Cranach el Joven dibujó estas imágenes de las dos principales figuras de la Reforma. Pero también son corrientes los retratos de príncipes electores y de otros altos personajes o de autores clásicos y muchas de estas imágenes atesti­guan el alto nivel alcanzado por el grabado en madera o en metal en los respectivos países.

El tipo de encuadernación que con mayor frecuencia encontramos en Alemania y en Escandinavia en la época de la Reforma y que permanece en el uso general por largo tiempo, se repite monótonamente; se trata de una encuadernación en vitela, pergamino o piel de cerdo blanqueada, con dos o tres marcos concéntricos, estam­pados con rueda, en torno a un motivo central estampa­do con plancha y relativamente reducido, que con fre­cuencia se encuentra dividido transversalmente, de forma que permita en la parte superior un espacio para las ini­ciales del propietario y en el inferior el año de la encuademación, mientras el centro está ocupado con una figu­ra o con las armas del propietario — el conjunto estam­pado en frío— . 
El lomo no ostenta decoración alguna, pero los abultados nervios de pergamino o cáñamo sobresalen bajo el cuero y dividen el lomo en varios casillas; en algunas encuademaciones del siglo xvi se encuentran ya los lomos lisos, después tan generalizados, en los que los cosidos se ocultan en surcos. Desde me­ diados del siglo se generaliza cada vez más la impresión en oro en este tipo de encuadernación — algunas de las mejores encuadernaciones estampadas en oro fueron he­chas para la biblioteca en Heidelberg del conde palatino Otón Enrique— , y los arabescos y entrelazados típicos de la encuadernación italiana aparecen en creciente au­mento en la decoración.

 Las encuadernaciones de Jakob Krause.

Jakob Krause: Binding with portrait of Elector August, c. 1570 (shelfmark: K.A.35)


Una mayor influencia de Italia no se observa, sin em­bargo, en Alemania, pero en cambio es en extremo pro­nunciada en una clase de encuademación procedente del taller de la corte de Sajonia.  Junto con el Palatinado, Sajonia se convirtió en el centro del arte de la encuadernación alemana de la época, y los príncipes electores de Sajonia, lo mismo que el Conde Palatino, encargaron muchas encuadernaciones en oro del tipo mencionado antes. Pero bajo el príncipe elector Augusto, amante de las artes y gran bibliófilo, que gobernó de 1553 a 1586, la evolución adoptó un sentido de marcado carácter oriental e italiano. A la vez que su esposa, la princesa Ana, hija de Cristián III de Dinamarca, reunió una con­siderable biblioteca, cuya encuadernación, de 1566 a 1585, corrió a cargo de Jakob Krause, a quien se unió, a partir de 1574, Caspar Meuser, ambos preeminentes figuras en su oficio.
 Krause había sido aprendiz en Augsburgo en casa de Antoni Ludwig, quien, a su vez, fue encuadernador en Venecia, a lo que se debe el que se encuentren elementos característicos de la encuaderna­ción renacentista veneciana en tantas encuadernaciones del Príncipe Elector: cartones interiores, dorados, el tí­pico principio ornamental de Oriente, los arabescos y los entrelazados del estilo de Grolier, los lomos decora­dos, etc. Krause dominó todos ellos y supo emplear los elementos decorativos con suma riqueza de variaciones; se encuentran también tapas completamente recubiertas con festones de hojas y de flores según modelos france­ses. 
Los cantos están dorados y con frecuencia cincela­dos y pintados. A pesar de que las encuadernaciones de Krause, en cuanto al estilo, son básicamente imitaciones y aunque no todas pueden ser absueltas de una cierta tendencia hacia lo sobrecargado, han obtenido sin embar­go con justicia un puesto importante en los anales del arte del libro; sólo su espléndida ejecución técnica bas­taría para justificar su inclusión. Se conserva aún parte de las encuadernaciones de Krause, pero el conjunto más numeroso, superior a 800, fue por desgracia destruido en gran parte cuando la Biblioteca nacional de Sajonia fue destruida durante la segunda Guerra Mundial. 
Es curioso que las encuadernaciones de orfebrería me­dievales experimenten una especie de renacimiento en el siglo xvi en Alemania. Especialmente famosas son las veinte encuadernaciones en plata, procedentes de la co­lección del duque Alberto de Prusia, realizada por orfe­bres de Kónigsberg, de cuya biblioteca universitaria constituyen una de las principales curiosidades.

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