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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 9 de diciembre de 2016

354.-Historia de Roma de Francesco Bertolini.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán;

  



Historia de Roma narra desde los orígenes itálicos hasta la caída del Imperio de Occidente. Y es que el estudio de la historia romana tiene, entre todos, el privilegio de su necesidad general y perenne, pues la antigua gran metrópolis del mundo no lo fue en vano: el espíritu, la cultura y la fuerza de aquella ciudad gigantesca, al extenderse por toda la tierra entonces conocida, al fundir en la suya todas las civilizaciones, al cambiar por el suyo todos los gobiernos, al borrar con la propia todas las nacionalidades, al crear, en fin, la ciudadanía universal, constituyeron un hecho único, que la antigüedad anterior no había presenciado, y que bien puede asegurarse no se ha de repetir nunca. 
Y a la poderosa causa debían responder sus consecuencias indelebles: ninguna grandeza posterior, ningún otro progreso ha podido borrar del mundo el recuerdo de aquella civilización ni de aquel magnífico período de virilidad social, de forma que el hombre moderno no ha dejado ni dejará de sentir, en el mismo seno de sus bienhechores adelantos, la necesidad de volver los ojos de su inteligencia hacia las enseñanzas de aquellos portentosos anales. Desde el punto de vista sociológico, nada nuevo ha pasado en veinte siglos, desde que Roma pasó. Las páginas de su historia serán por esto, mientras el hombre inteligente exista, su más sabia consejera.


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Introducción. 

La historia de Roma es la historia de la ciudad como entidad urbana y la historia de los estados e instituciones de los cuales ha sido capital o sede a lo largo del tiempo. Se puede dividir en prehistoria, Roma antigua, Roma medieval, Roma moderna y contemporánea; o bien en Roma antigua, Roma pontificia y Roma italiana contemporánea.

El período más fecundo de la historia de Roma en términos políticos, económicos, sociales y culturales fue su desarrollo en la Antigüedad. Fue la cabeza de un gran Estado imperial y sede de una nación establecida en tres continentes. En su momento de mayor desarrollo el imperio creado por Roma alcanzó los tres millones y medio de kilómetros cuadrados y unos setenta millones de habitantes, entre ciudadanos y no ciudadanos. Roma fue, y sigue siendo, una de las ciudades más importantes de la historia. Se le ha llamado la Ciudad Eterna. Roma, junto a Grecia, ha sido la madre cultural de las modernas nacionalidades occidentales.
La historia posterior de Roma, sea en la Edad Media y en las épocas sucesivas, presenta un carácter más bien comunal, localista, y está casi siempre ligada a la historia del Pontificado, la de Italia y la de pueblos, reinos e imperios que intentaron ejercer dominio sobre la ciudad.
Con casi tres mil años de historia, la ciudad es un buen ejemplo del desarrollo cíclico que puede tener una entidad urbana: un desarrollo geográfico y demográfico hasta el límite de lo posible (Antigua Roma), el estancamiento y el declive hasta casi desaparecer (Edad Media), y un nuevo desarrollo (Edades Moderna y Contemporánea). Pocas ciudades han tenido tal evolución y jugado a la vez un rol tan importante en la historia universal, ya sea como crisol de civilizaciones o sede de importantes movimientos artísticos y de instituciones, tanto civiles como religiosas. La persistencia de esta ciudad y de su población, en medio de tantos avatares históricos, constituye el hecho destacado.

  

Civita Romana.

Los primeros vestigios de asentamientos en la zona de Roma se remontan a la prehistoria.
En el área se hicieron muchos descubrimientos, el más antiguo de los cuales se refiere al sitio de Valchetta, con restos que datan de hace 65 000 años.
Las pistas siguientes se remontan a la Edad del Hierro y se relacionan con la llegada de un grupo de pueblos indoeuropeos conocidos como itálicos y como parte de un fenómeno general de la migración que parece haberse llevado a cabo hacia la península italiana en dos oleadas; la primera correspondería a los itálicos pertenecientes al subgrupo latino-falisco y, la segunda, a los itálicos pertenecientes al subgrupo osco-umbro.
Algunos de los del primer grupo, y en modo especial los latinos, ocuparon el valle del río Tíber. Su territorio limitaba con el de varios otros grupos de poblaciones itálicas y, en el norte, con el importante pueblo preindoeuropeo de los etruscos. El pueblo itálico de los volscos, de origen osco, ocupó la parte sur del Lacio mientras, otro pueblo osco, los sabinos, se instaló un poco más al norte y al oeste de los montes Apeninos.
La ubicación de Roma se debió sin duda a su papel crucial en el servicio de la intersección de la vía acuática y terrestre que, a través del vado de la isla Tiberina, conectaba Etruria con Campania, o bien el mundo etrusco con el de la Magna Grecia. El área de Roma se fue constituyendo como un sector de encuentro de las diversas vías de comunicación que confluían en ella y cuyo recuerdo ha quedado registrado en el posterior trazado de importantes avenidas, tales como el punto de bifurcación de la Vía Apia y Latina.
El primer asentamiento preurbano de Roma se constituyó en el Monte Palatino (existe evidencia de que este se remonta al siglo xiv a. C.). Luego, la ocupación se fue extendiendo hacia el Quirinal y las colinas del Esquilino. Los restos arqueológicos han demostrado que a finales de la Edad del Bronce y comienzos de la del Hierro existía a lo largo del Tíber hasta Ostia una densa red de aldeas que poblaban las colinas adyacentes.
La ciudad se formó a través de la unión de las diversas aldeas, proceso que duró varios siglos, hasta desembocar en un verdadero centro urbano. La leyenda de Rómulo podría denotar al gestor de la primera unificación de los núcleos aldeanos en una sola entidad urbana.

El surgimiento de Roma y la civilización romana

Nacida como una humilde ciudad-Estado, Roma aprovechó al máximo sus ventajas geográficas, sus fortalezas políticas, sociales, económicas y militares, expandiéndose territorialmente fuera del Lacio. Unificará Italia y conquistará todos los territorios que rodean el Mar Mediterráneo, formando el último y mejor organizado imperio de la Antigüedad; en el proceso difundirá por todas sus provincias la cultura latina mezclada con la griega y helenística, y echará las bases de la futura Civilización Occidental.

Fundación de Roma

La tradición clásica expresa que la ciudad se fundó en el 753 a. C. a orillas del río Tíber por personajes legendarios hijos de Rea Silvia y el dios Marte; estos dos niños varones, fueron abandonados a orillas del río Tíber, donde fueron amamantados por una loba llamada Luperca (loba capitolina, símbolo de Roma) y luego criados por unos pastores que los tomaron como hijos propios. En el mismo lugar donde fueron amamantados por la loba, fundaron una ciudad. Rómulo más tarde mató a su hermano Remo por una disputa por el coste de la entrada a la ciudad, la que fue entonces llamada Roma (ciudad de Rómulo).
Lo que en verdad se sabe es que Roma fue fundada en forma progresiva por la instalación de tribus latinas en el área de las tradicionales siete colinas, mediante la creación de pequeñas aldeas en sus cimas, que terminaron por fusionarse (siglo ix y siglo viii a. C.). 

siete colinas


La historiografía contemporánea considera errónea la antigua tradición romana de atribuirle la fundación a un único personaje como fue Rómulo; más histórica es la figura del rey etrusco quien le dio a Roma una verdadera fisonomía ciudadana gracias a su obra urbanizadora a finales del siglo vii a. C.

  

La Monarquía romana:

 Rómulo y Remo.
Rómulo y Remo, de Peter Paul Rubens (Museos Capitolinos).


La monarquía romana (en latín, Regnum Romanum) fue la primera forma política de gobierno de la ciudad-estado de Roma, desde el momento legendario de su fundación el 21 de abril del 753 a. C., hasta el final de la monarquía en el 510 a. C., cuando el último rey, Tarquinio el Soberbio, fue desterrado, instaurándose la República Romana.
Aunque los orígenes de la ciudad son imprecisos, parece claro que fue la monarquía su primera forma de gobierno, un dato que parecen confirmar la arqueología y la lingüística. La mitología romana vincula el origen de Roma y de la institución monárquica al héroe troyano Eneas, quien, huyendo de la destrucción de su ciudad, navegó hacia el Mediterráneo occidental hasta llegar al territorio que actualmente corresponde a Italia. Allí fundó la ciudad de Lavinium; posteriormente su hijo Ascanio fundaría Alba Longa, de cuya familia real descenderían los gemelos Rómulo y Remo, los fundadores de Roma.
Después de ser fundada por las tribus latinas de la región, la ciudad fue conquistada por otro pueblo itálico más avanzado: los etruscos. Este pueblo imprimió a Roma un sello cultural indeleble e hizo crecer la ciudad. Los etruscos legaron a los romanos sus conocimientos de ingeniería, su arte y el uso del alfabeto (que a su vez habían adaptado de los griegos). En esta época Roma fue gobernada por una serie de reyes de esa nacionalidad, siendo el más notable de ellos Servio Tulio (s. vi a. C.), el cual la dotó de importantes instituciones sociales y rodeó a la ciudad de un cinturón amurallado que se mantuvo por varios siglos (las murallas servianas). El último rey etrusco fue Tarquinio el Soberbio, un verdadero tirano, cuyos abusos originaron la revolución de la nobleza romana en el año 509 a. C., expulsando a los etruscos y fundando la República.
Busto de Lucio Junio Bruto, fundador de la República romana en 509 a. C.


De la dominación etrusca Roma salió convertida en una ciudad-estado semejante a las polis griegas. Con el tiempo Roma se convertiría en un estado territorial.

  

La República romana.

La República (509 a. C.-27 a. C.) fue una etapa de la Antigua Roma en la cual la ciudad y sus territorios tuvieron un sistema de gobierno ejercido por magistrados electos por asambleas de ciudadanos, en el contexto de un estado de derecho.

Gobierno y sociedad de la República romana

La monarquía romana fue abolida el 509 a. C., y sustituida por la República. Una característica del cambio fue que la administración de la ciudad y sus distritos rurales quedó regulada por el derecho de apelar al pueblo contra cualquier decisión de un magistrado concerniente a la vida o a las leyes (derecho jurídico).
La República romana careció de una constitución política escrita, teniendo esta un carácter más bien de derecho consuetudinario; su ordenamiento y funcionamiento estuvieron dictados por los usos y costumbres de la clase patricia fundadora y de acuerdo con sus intereses oligárquicos.
La administración ejecutiva quedó dotada de imperium o poder omnímodo, el cual tenía un origen religioso que arrancaba del propio dios Júpiter. Los magistrados dotados de imperium —cónsules, pretores y, eventualmente, los dictadores— solo lo ejercían extra pomoerium, es decir, fuera de las murallas de Roma. En consecuencia, tenía un carácter esencialmente militar. En la ciudad, mientras ejercían sus funciones civiles, los magistrados estaban sometidos a limitaciones legales y controles mutuos.
En esta etapa el gobierno de la ciudad estuvo en manos de las clases más ricas y nobles. Roma nunca llegó a ser una democracia como Atenas, debido a que las clases populares tenían escasa cultura cívica y delegaban siempre en la nobleza (los patricios) la solución de los asuntos de la ciudad. La República mantuvo siempre un gobierno oligárquico y plutocrático. Las veces en que el poder popular intentó, acaudillado por algún líder carismático (salido siempre de la aristocracia) competir de veras con la nobleza, fue derrotado en toda la línea (como fue la tentativa de los hermanos Graco, a finales del siglo ii a. C.).
En un comienzo, solo los patricios tenían derechos ciudadanos y formaron una serie de asambleas que elegían los diversos cargos de gobierno. A estas asambleas se les llamó comicios y elegían en forma anual las magistraturas de gobierno: los dos cónsules (que detentaban el Poder Ejecutivo y dirigían el ejército), y otras magistraturas (pretores, censores, etc). Junto a los comicios existía un poderoso cuerpo de gobierno llamado el Senado. El Senado era una asamblea formada por los patricios más importantes de Roma y era la institución que verdaderamente gobernaba la ciudad, sobre todo en materia de política exterior. Sus miembros no eran elegidos popularmente, si no que ingresaban por derecho propio y eran vitalicios. 


La soberanía del Senado y los Comicios quedaba expresada en la tradicional fórmula que adorna hasta hoy el escudo de Roma: SPQR ("Senatus Populusque Romanorum": el Senado y el pueblo de los romanos).

Más abajo en la escala social se encontraban los plebeyos. Los plebeyos, que en un comienzo eran de origen extranjero, se dedicaban a la artesanía, la agricultura, el comercio y los servicios en general, no tenían derechos cívicos. Generalmente, se reconocían como clientes de algún patricio: los plebeyos recibían protección a cambio de servicios.
La situación social iría cambiando con el correr de los siglos. La necesidades defensivas de Roma obligaron a los patricios a admitir en el ejército a los plebeyos, y luego a otorgarles derechos cívicos. Los plebeyos obtuvieron el derecho a voto en los comicios y el derecho a ser elegidos para las diversas magistraturas. De esta forma fueron obteniendo la igualdad política. A fines del siglo v a. C. los plebeyos más ricos y destacados pudieron ingresar en el Senado.
A mediados del siglo iv, las desigualdades políticas entre los romanos habían desaparecido, pero seguían existiendo las diferencias sociales y económicas, que a la larga nunca pudieron ser superadas y se agudizaron aún más. La mezcla de los plebeyos más ricos con los antiguos patricios formó una nueva aristocracia: la aristocracia patricio-plebeya u optimates. Esta clase será la que gobernará Roma hasta fines de la República.
Progresivamente, y de manera diferenciada en el tiempo y en el espacio, Roma irá extendendo la ciudadanía romana a los habitantes de los distintos territorios bajo su control como eran, por ejemplo, las romana provincias -las cuales consistían en todos los territorios situados fuera de Italia- lejos de quedarse desierta como Esparta, la nación romana irá creciendo.
A finales de la República la situación social se había deteriorado bastante: las guerras de conquista produjeron grandes mortandades entre los pequeños propietarios que formaban el grueso de las legiones; su pobreza aumentó aún más debido a la acaparación de las tierras agrícolas italianas por parte de la aristocracia y por el aumento explosivo de la esclavitud. Los plebeyos, despojados de sus tierras, se convirtieron en una masa ociosa y llena de vicios que se concentró en las ciudades y fue conocida como el proletariado. Los proletarios vendían su voto a los aristócratas y ricos de Roma que participaban en la política. Los patricio-plebeyos que ocupaban el Senado, así como sus parientes, terminaron por formar una clase más y más cerrada que acaparó el gobierno y las mejores tierras: la clase senatorial.
Por encima de los proletarios se fue formando una clase enriquecida en el comercio y las guerras: los caballeros u orden ecuestre. Se mostraban resentidos con la clase senatorial y aspiraban a participar en el gobierno.

El poder militar romano y la formación del imperio

La Roma republicana fue un estado guerrero. La base de su poder fueron las legiones romanas. Las legiones de la época republicana eran unidades semejantes a los actuales regimientos de infantería formadas por ciudadanos-soldados y apoyadas por cuerpos auxiliares; muy flexibles, las legiones fueron la más eficiente fuerza militar de la Antigüedad, superando, incluso, a las falanges macedonias. Las necesidades de asegurar sus fronteras, conquistar nuevas tierras para instalar a sus ciudadanos y dedicarlas a la agricultura, defender a sus aliados, expandir su comercio, o la simple gloria militar, incitaron a los romanos a la expansión geográfica. Esto convirtió a la ciudad en un estado territorial y luego en un vasto imperio.

Roma conquista Italia

Al comenzar expansión romana en Italia, esta carecía de cualquier unidad política. Una serie de pueblos -los itálicos, de los cuales los latinos y los mismos romanos formaban parte- dominaban la península itálica de norte a sur. Roma emprendió largas campañas militares contra los demás pueblos itálicos, derrotándolos y, al mismo tiempo, incorporandolos de manera federal al Estado romano en calidad de socii (aliados) y estableciendo sólidas alianzas políticas y militares con ellos, lo que permitiría su futura fusión.
En primer lugar, los romanos invadieron la Etruria, y, dirigidos por el dictador Camilo, se adueñaron de la ciudad de Veyes (395 a. C.) tras un largo asedio. Luego, vencieron a la Liga Latina (338 a. C.). Más larga y dura fue la lucha contra los samnitas de la Campania y, tras una serie de campañas, con victorias y derrotas por ambos lados, el cónsul Curio Dentato obtuvo la sumisión del Samnio (finales del siglo iv). Distinto le fue con los galos cisalpinos (en el norte de Italia), campaña en que Roma estuvo a punto de sucumbir (390 a. C.): una banda de galos senones, dirigida por [[Breno (siglo iv a. C.)|Breno]], descendió de la Galia Cisalpina, derrotó al ejército romano, tomó la ciudad y la saqueó. Este primer "saco de Roma" tuvo como consecuencia la reorganización del ejército, lo que permitió al Estado romano reiniciar su política expansionista en breve. A comienzos del siglo iii a. C. Roma se enfrentó con las ricas y poderosas polis italiotas de la Magna Grecia, en el sur de Italia y, a pesar de que éstas llamaron al general Pirro, discípulo de Alejandro Magno, en su defensa, terminaron por ser avasalladas y federados por la nueva potencia.
A mediados del siglo iii a. C. Italia había sido conquistada,5​ anexada al Estado romano, unificada y convertida en el territorio metropolitano de la misma Roma,6​ constituyendo así, a través de los siglos, la unidad central de la República y del posterior Imperio romano.

Roma conquista el Mediterráneo Occidental

Los romanos tuvieron que enfrentar a la República de Cartago (siglos iii y ii a. C.). Cartago era un poderoso puerto fenicio ubicado en la costa de Túnez, en África. Se dedicaba al comercio marítimo. Roma y Cartago se enfrentaron en tres cruentas guerras llamadas las guerras púnicas.
En la primera guerra, a raíz de la hegemonía en Sicilia, Roma se vio en la necesidad de luchar por mar con Cartago, a la cual venció. Dirigidos por Lutacio Cátulo los romanos vencieron a los cartagineses en las islas Égates: Roma quedó dueña de Sicilia (241 a. C.), y posteriormente de Córcega y Cerdeña.
En la segunda guerra (empezada hacia el 220 a. C.) Roma estuvo a punto de ser vencida y aniquilada por Cartago, la cual, dirigida por el famoso general Aníbal, atacó a la República en pleno corazón de Italia. Roma sufrió las peores derrotas militares de su historia (batallas de Trebia, Tesino, Trasimeno y Cannas, entre 217 y 216). La República encontrará en la figura de Escipión el Africano al guía que enfrentará a Aníbal. Durante esta guerra comenzó la penetración de Roma en Hispania y en la Galia transalpina. Finalmente, Escipión llevó la guerra a la propia Túnez, donde derrotó en forma inapelable a Aníbal en la batalla de Zama (202 a. C.). De golpe el imperio cartaginés pasó a manos de Roma, que se transformó en la potencia dominante en el Mediterráneo Occidental.
En la tercera guerra púnica, Roma, dirigida por el general Escipión Emiliano, sitió, tomó y quemó Cartago, destruyendo definitivamente su influencia (146 a. C.).
Durante el siglo ii a. C., Roma consolidó su presencia en Hispania (actual España y Portugal), tomando, Escipión Emiliano, la ciudad de Numancia (133 a. C.) y sometiendo a los celtíberos.
A finales de la República, Julio César, en el contexto de las luchas civiles, emprenderá la conquista de la extensa región de la Galia (actual Francia, Bélgica, Suiza, el sur de Alemania), derrotando y sometiendo a las tribus celtas (entre 58 y 51 a. C.).

Roma conquista el Mediterráneo Oriental

Entre los siglos ii y i, los romanos derrotaron y conquistaron los estados helenísticos salidos de la división del imperio de Alejandro Magno: Macedonia, Grecia, Siria, y, finalmente Egipto.
El primero en sufrir los embates de Roma fue el reino de Macedonia. Los romanos, dirigidos por el cónsul Flaminio, deseosos de vengar la ayuda de ese reino a Cartago, vencieron a las falanges macedónicas en la batalla de Cinoscéfalos (197 a. C.). Algunas décadas después, el cónsul Paulo Emilio volvió a vencer a Macedonia, que se convirtió en provincia romana (142 a.C).
Después le tocó el turno a Grecia. Debido al apoyo prestado a los macedonios, el cónsul Lucio Mumio atacó a Corinto, la saqueó y la destruyó. Hacia 127 a. C. Grecia era una provincia romana.
En forma paralela Roma penetró en Asia Menor y en Siria. Derrotó al rey Antíoco III de Siria en la batalla de Magnesia (190 a. C.). Roma erigió en Asia Menor y el Medio Oriente, a lo largo del siglo ii a. C. y siglo i a. C., una serie de protectorados que a la postre se convirtieron en provincias.
La conquista del Mediterráneo Oriental se completaría con la ocupación de Egipto por obra del general Octavio, que destronó a su última reina, Cleopatra (siglo i a. C.), mientras luchaba con su rival Marco Antonio por el dominio del Imperio.
A finales de la República se puede hablar de un imperio romano. Las provincias eran consideradas posesiones de explotación y fueron gobernadas por procónsules dotados de poderes omnímodos y cuyo único afán fue enriquecerse a como diera lugar.

La caída de la república Romana

Al obtener el dominio del Mediterráneo la mayoría de las actividades económicas -comerciales, industriales y mineras- fue apropiada por los ricos comerciantes romanos provenientes de la clase ecuestre, quienes desarrollaron un intenso capitalismo monetario y esclavista.
La Pax romana imperial consolidó el gran comercio mediterráneo con ramificaciones intercontinentales, importando y exportando productos que llegaron hasta la India y China. Roma se convirtió en el primer centro comercial del mundo.
A medida que avanzó el Imperio, la riqueza y las actividades económicas se fueron concentrando más y más en las provincias orientales, en detrimento de las occidentales, lo que anunciaba la decadencia económica de estas.
La República romana terminó en medio de grandes guerras civiles.

a) Situación social y política en el siglo i a. C.

La sociedad romana estuvo muy condicionada por el desarrollo económico del Estado. En un comienzo la base primordial de la economía en la Antigua Roma fue la posesión y explotación de las tierras agrícolas circundantes, propiedad de los patricios y de pequeños parcelistas plebeyos. En la medida que la República fue extendiendo su dominio sobre Italia y la cuenca del Mediterráneo, Roma entró en el circuito del gran comercio, beneficiándose con la afluencia de productos agrícolas —especialmente del Norte de África— y artesanales a bajo precio. A la larga, la economía italiana se resintió debido a la competencia de las provincias conquistadas; esto tuvo hondas repercusiones sociales al hacer prácticamente desaparecer a la clase media campesina y creándose extensos latifundios trabajados por una gran masa de esclavos. Los campesinos sin tierra debieron emigrar a Roma y las grandes ciudades de Italia, convirtiéndose en proletarios y engrosando la clientela de los políticos profesionales que luchaban por el poder.

A fines de la República la situación de Roma en lo social y político era muy compleja. Las diferencias sociales seguían ahondándose. Frente a la gran masa de proletarios pobres se encuentra una clase de ricos comerciantes e industriales (el orden ecuestre o de los caballeros) y otra que acapara el poder político para sí (la clase senatorial). El fenómeno de la esclavitud se da en gran escala como consecuencia de las guerras de conquista. Tales dimensiones alcanzó esta práctica que llegó a poner en aprietos al propio Estado, como fue la furiosa rebelión de gladiadores esclavos, en demanda de su libertad, encabezada por Espartaco (en Italia, primera mitad del siglo i a. C.) y que fue sofocada tras una ardua guerra por los generales Craso y Pompeyo.
En lo político, las instituciones que servían para gobernar Roma cuando esta era una ciudad-estado ya no son aptas para gobernar un extenso imperio. La brevedad del mandato de los cónsules y las otras magistraturas hacía ineficiente el gobierno de extensos y lejanos territorios. Los comicios, que solo funcionaban al interior de la ciudad, perdieron su eficacia cuando Roma se transformó en un estado territorial, pues la mayoría de ciudadanos se concentraban en toda Italia y en algunas ciudades específicas esparcidas por las provincias y ya no pudieron participar en las elecciones. En la práctica, los comicios se habían transformado en una asamblea corrupta formada por los proletarios de Roma que vendían su voto al mejor postor.
Por su parte, el Senado era incapaz de hacer reformas democráticas debido a su composición aristocrática y acaparaba casi todo el poder para sí.

b) La intervención del ejército y los generales.

La necesidad de levantar grandes ejércitos acostumbró a los generales a ejercer el poder personal y a desobedecer al Senado. La composición del ejército había cambiado: de un ejército formado por ciudadanos-soldados, reclutados por un cierto tiempo, y leales a la República y sus instituciones, se pasó a uno formado por soldados profesionales, más leales a sus jefes que a Roma.
La necesidad de gobernar extensos territorios hizo necesaria la existencia de un fuerte poder central que la República no podía ofrecer. Los primeros que se atrevieron a ejercer el poder personal fueron los generales Mario y Sila, los cuales, apoyándose ya sea en los elementos populares, en la clase senatorial o en los caballeros, lucharon encarnizadamente por el control de la República. Pero el primero que se atrevió sin tapujos a declarar su aspiración a la realeza fue Julio César. En medio de una gran guerra civil, César venció al general Pompeyo y sentó las bases de una nueva monarquía, mas fue asesinado por los republicanos descontentos (44 a. C.). 
No obstante su asesinato, sus partidarios, entre los que destacaban los generales Marco Antonio y Octavio, se reagruparon y vencieron definitivamente a los republicanos en la batalla de Filipos (42 a. C.). A partir de este momento la República quedó sepultada y ambos generales se repartieron el imperio.
No tardaría en estallar una última guerra civil en la cual venció el general Octavio sobre su rival Antonio en la decisiva batalla de Accio (31 a. C.). Octavio asumió el título de emperador y un nuevo nombre: Augusto

  

El imperio romano.
Recreación de la Roma imperial.


El Imperio fue la tercera etapa del desarrollo de la Antigua Roma y en que la principal institución política del Estado fue la Monarquía imperial, formada por el emperador, sus ministros, consejeros y gobernadores provinciales. La evolución de la Monarquía imperial en Roma tuvo dos etapas:

a) El Principado (siglos i y ii d. C.)

También ha sido llamada esta etapa Alto Imperio. En esta etapa los emperadores mantuvieron la ficción de la existencia de la República, dejando funcionar algunas instituciones como el Senado, los Comicios y los cónsules. Pero el emperador se reservó el derecho de comandar los ejércitos y proponer los candidatos a las magistraturas y al Senado. El más importante emperador del Principado fue Augusto. Augusto consolidó la Monarquía imperial; él fue el "Princeps", es decir, el primero de los ciudadanos, pero también el "Imperator", es decir, el jefe supremo de las fuerzas armadas, por lo tanto, el verdadero detentador del poder político supremo; también recibió los títulos de "Pontífice Máximo" y "Padre de la Patria". 
Augusto gobernó directamente las provincias "imperiales" (aquellas fronterizas y con presencia militar) mediante sus legados, y en forma indirecta las "senatoriales" (las más interiores y pacificadas) a través de la gestión del Senado.
Durante el largo reinado de Augusto la cultura romana llegó a su apogeo. Augusto reforzó las fronteras del Imperio (los ríos Rin y Danubio fueron el límite Norte, y los ríos Éufrates y Tigris el límite Este). Terminó con la política de “el mundo para Roma” e impulsó una nueva: “Roma para el mundo”; en otras palabras, terminó con la explotación y abuso a que estuvieron sometidas las provincias durante la República y favoreció el progreso de las mismas. Augusto favoreció las artes y las letras, protegiendo a poetas y literatos: Horacio, Virgilio, Livio, etc.
Emperor Augusto repudia a hija Julia.


Augusto murió en el 14 d. C. y fue sucedido por su sobrino Tiberio. Bajo el gobierno de Tiberio fue crucificado en Palestina Jesús de Nazareth (33 d. C.). El cristianismo, la nueva religión fundada por Jesús, hizo progresos decisivos en el siglo i, alcanzando a la misma Roma gracias a la predicación de los apóstoles Pedro y Pablo, quienes pronto morirían víctimas de la primera persecución decretada por el emperador Nerón. El cristianismo predicaba la igualdad entre los seres humanos y negaba la divinidad de los emperadores, el culto a Roma y la mera existencia de los dioses paganos. A pesar de que Roma era tolerante con las religiones extranjeras, la actitud de los cristianos sería considerada disolvente para el Estado; en breve, el cristianismo se atraería la hostilidad de las autoridades imperiales.

Los emperadores que sucedieron a Augusto llevaron al Imperio a su máxima extensión territorial. Claudio conquistó Britania (siglo i d. C.), y Trajano (siglo ii d.

 C.) conquistó Dacia (actual Rumania) y Mesopotamia.

La monarquía imperial fue ejercida por sucesivas dinastías: durante el siglo i d. C. el Imperio fue gobernado por la dinastía Julio-Claudia, a la que perteneció Augusto, y descendiente de la más antigua aristocracia patricia de Roma. Pero con el correr del tiempo accedieron a la Monarquía dinastías de origen no del todo itálico y provincial (como, por ejemplo, los Antoninos y los Severos). La forma de designar al sucesor del emperador era mediante su preparación previa, su consagración por el Senado y el ejército, fuese en vida o después de muerto su antecesor; durante el siglo ii se practicó el sistema de adopción del personaje más capaz; esta última forma dio excelentes gobernantes. En el peor de los casos la sucesión fue mediante el derrocamiento y el asesinato (ej: el asesinato de Calígula).
Roma fue gobernada por una serie de emperadores destacados, recordados la mayoría por su buen juicio, humanitarismo y sus políticas progresistas en beneficio de la ciudad y sus provincias: Tito, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio. Durante el gobierno de Vespasiano (s. i d. C.) Roma destruyó el Templo de Jerusalén y posteriormente su hijo Tito tuvo que afrontar las consecuencias de la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya y otras ciudades de la bahía de Nápoles. Trajano (s. ii d. C.) llevó los límites del Imperio a su máximo; a partir de él Roma se dedicará a consolidar y defender sus conquistas. Adriano (s. ii d. C.) estabilizó las fronteras y su gestión se caracterizó por las grandes obras públicas (ej: el muro que lleva su nombre en Britania). Antonino Pío (s. ii d. C.) consolidó la Paz Romana. Marco Aurelio (finales del siglo ii), el "emperador filósofo", se vio en la necesidad de combatir a los bárbaros del otro lado del Danubio, derrotándolos en forma inapelable.
Otros emperadores, como Calígula, Nerón y Domiciano, todos del siglo i d. C., se caracterizaron por su crueldad y locuras. Intentaron imponer un concepto de absolutismo imperial de carácter divino, prematuro para la mentalidad todavía republicana de los romanos, lo que provocó la reacción en el Senado, en el pueblo y en el ejército. Fueron derrocados: Nerón se suicidó, mientras que Calígula y Domiciano murieron asesinados.

b) El Dominado (siglos iii y iv).

También ha sido llamado Bajo Imperio. En esta fase los emperadores se transforman en monarcas absolutos, toda ficción de república desaparece. El Senado mantuvo un carácter de institución asesora; los emperadores llegaron al extremo de hacerse adorar como dioses. Los principales emperadores fueron Septimio Severo, Caracalla, Alejandro Severo, Aureliano, Diocleciano, Constantino (el primer emperador cristiano), Juliano y Teodosio.

Marco Aurelio fue sucedido por su hijo Cómodo, el cual gobernó en forma excéntrica y con despreocupación por la administración y la política exterior. Su derrocamiento y asesinato (192 d.C) marcó un punto de dislocación del Imperio, pues a partir de ahí comenzó la intervención del ejército en la elección de los emperadores. En la guerra civil que siguió a la muerte de Cómodo, el ejército apoyó Septimio Severo, quien empeñó las fuerzas de Roma en la guerra contra el Imperio Parto, al cual venció, saqueando su capital Ctesifonte; Severo tuvo una actitud hostil hacia el Senado, al que persiguió duramente; así mismo, comienza la política de favorecer económicamente al ejército como un medio de conservar el trono. 
Severo fue sucedido por Caracalla (211), quien mandó matar a su hermano Geta y realizó ejecuciones masivas entre los partidarios de este; pero también reconoció, como consecuencia de una lógica evolución social, la cualidad de ciudadano romano a todos los hombres libres del imperio. Alejandro Severo, que sucedió un tiempo después a Caracalla, tuvo que hacer frente a la agresión del renacido Imperio Sasánida de los persas, el que había reemplazado al Parto en Irán; fue el primer emperador romano que tuvo cierta tolerancia hacia el cristianismo, y representó los últimos restos de autoridad civil sobre el ejército. A partir de su asesinato (235), la Monarquía cae en manos de los generales y Roma se precipita en un confuso período que duró unos sesenta años y que ha sido denominado la "Crisis del siglo III". La mayoría de los emperadores tuvieron el carácter de "emperadores-soldados" y su reinado fue efímero, siendo en la mayoría de los casos, derrocados y asesinados por su sucesor o los soldados.
Durante la crisis del siglo destaca la figura de Aureliano (asesinado en 275), el cual puso coto a las incursiones germánicas en territorio romano y logró la unidad del Estado al reintegrar al dominio imperial las provincias de la Galia, la cual se manejaba en forma autónoma a consecuencia de los desórdenes generados.
La crisis será superada por Diocleciano, el cual intentó dar al Imperio una administración más ágil, creando el sistema de la Tetrarquía imperial. Mediante este sistema se dividió al Estado en cuatro partes, a cargo de "césares" y "augustos" que tenían el deber de ayudarse y sucederse mutuamente. Pero el sistema fracasó debido al desarrollo del principio dinástico. A la muerte de Diocleciano su sistema naufragó en medio de la guerra civil, guerra de la cual salió vencedor Constantino el Grande.
A Diocleciano se lo recuerda, también, por haber desencadenado la mayor de las persecuciones en contra de los cristianos, persecución que fracasaría y haría comprender a Roma la necesidad de transigir con el nuevo poder que representaba la religión de Cristo.

La romanización de Occidente

En los dos siglos que siguieron a la muerte de Augusto el Imperio realizó una intensa labor civilizadora, especialmente sobre las provincias occidentales (Galia, Britania, Hispania). La cultura romana ya no quedó limitada a Roma e Italia , sino que se extendió hasta las más lejanas provincias fronterizas. La fundación de ciudades y campamentos militares fueron la base de la romanización. Roma impuso su idioma -el latín-, y sus leyes a los pueblos conquistados. Una red de caminos y carreteras unía a las provincias con Roma. Las provincias se llenaron con templos, acueductos, termas, basílicas y otras notables obras de ingeniería y arquitectura que se caracterizan por su utilidad, su solidez y su grandiosidad.

La evolución social durante el imperio

La sociedad romana siguió evolucionando durante la época imperial. La antigua aristocracia senatorial fundadora de la República es reemplazada por una nueva aristocracia formada por romanos provenientes de las provincias y nombrados por los emperadores. Fue una nobleza imperial y cortesana. El proletariado siguió inundando como una plaga las ciudades romanas; este tuvo que ser sostenido por las arcas imperiales mediante la distribución gratuita de alimentos y entretenida por medio de juegos que se realizaban en los anfiteatros, siendo los más característicos los sangrientos combates de gladiadores y fieras. Estas costumbres solo declinaron con la influencia del cristianismo.
Las innumerables ciudades del imperio, fuese las conquistadas o las fundadas por Roma, fueron el semillero de una activa burguesía (los caballeros u orden ecuestre) y cuyos dirigentes solían obtener la ciudadanía romana; los más importantes entraban al Senado. El orden ecuestre siguió aumentando en número e importancia hasta, a finales del Bajo Imperio, hacerse prácticamente indistinguible de la aristocracia.
La esclavitud también constituía una verdadera plaga y solo fue decayendo en la medida que terminaron las guerras de conquista y por influencia del cristianismo.

La crisis del siglo iii

Durante el siglo iii Roma sufrió una larga crisis. En lo político el trono imperial se desestabiliza, pues la mayoría de los emperadores fueron asesinados o muertos en revoluciones y guerras externas.
Por otro lado, el imperio debió hacer frente a fuertes presiones militares de parte de las hordas germánicas que atravesaban las fronteras del Rin y el Danubio y saqueaban las Galias y los Balcanes. Y por el Este el Imperio tuvo que luchar con el imperio persa de los Sasánidas, una verdadera resurrección del antiguo imperio de Ciro y Darío y que reclamaba los territorios arrebatados por Alejandro Magno y que ahora le pertenecían a Roma. La crisis tuvo un carácter económico y urbano: hubo una fuerte inflación, la moneda perdió completamente su valor y el Estado tuvo que cobrar impuestos en especies y servicios. Producto de las invasiones y las epidemias las ciudades se despueblan y se contraen, fortificándose. Las clases altas emigran al campo y prefieren vivir en villas fortificadas.
Debido a las dificultades del Estado para cobrar los impuestos y, como casi toda la población rehuía ciertas profesiones (cobrador de impuestos, ediles municipales, etc), el gobierno se vio en la necesidad de declararlas hereditarias, lo que contribuyó a hacer más rígida la estructura social. Esta medida tuvo profundo impacto sobre los campesinos y colonos agrarios de Occidente, los cuales fueron declarados adcritos a sus tierras, transformándose lentamente, a partir del siglo iv, en los futuros siervos de la gleba europeos.
Sin embargo, la Iglesia cristiana logró sobrevivir a las persecuciones de parte de las autoridades imperiales y pronto obtendrá el reconocimiento (libertad de culto). La religión y filosofía paganas darán sus últimos frutos, como fue la obra del filósofo Plotino

  

La decadencia y división del Imperio romano.

Durante el siglo iv el Imperio Romano pareció renacer. Constantino el Grande reordenó el Estado e hizo frente como mejor pudo a las presiones externas. Constantino es recordado por su famoso Edicto de Milán (313), por el cual decretó la libertad de culto. Roma dejó, a partir de ese momento, de perseguir a los cristianos. Constantino y sus sucesores comprendieron la importancia política del cristianismo y trataron de comunicar nuevas fuerzas al Estado apoyándose en él. 
La religión hizo progresos decisivos durante el siglo iv, pese a los intentos postreros del emperador Juliano el Apóstata de reflotar el culto pagano y las perturbaciones ocasionadas entre los fieles por la difusión de la herejía del arrianismo. La fe cristiana fue confirmada en el Concilio de Nicea (325 d. C.), y la Iglesia y el Papado, sus expresiones institucionales características, se enraizaron en tal forma en la cultura y en la sociedad de la época, que proyectarían a Roma más allá del propio estado que había creado y que ya se encontraba en proceso de decadencia. Roma sobrevivirá a la desintegración de su imperio gracias al cristianismo.
También Constantino generó un cambio geopolítico trascendental, al tomar la decisión de trasladar la capital del Imperio: de Roma a Constantinopla. Constantinopla, la antigua Bizancio griega, era una ciudad mejor defendida y ubicada estratégicamente, más cercana a las ricas provincias orientales. Constantino sentaba las bases del futuro Imperio Bizantino, continuador del romano en el Este de Europa y en el Cercano Oriente.
Durante el siglo iv, el Imperio Romano se puso a la defensiva en relación a los pueblos germánicos que empezaban a desbordar las fronteras del Rin y del Danubio. Los germanos habían entrado en contacto con Roma a finales del siglo ii a. C. cuando Mario aniquiló a los cimbrios y teutones que incursionaban en el norte de Italia y en Provenza; más adelante, César realizó expediciones de castigo en la Germania; no obstante, nunca pudieron ser domeñados plenamente por los romanos. La alta natalidad, la necesidad de nuevas tierras y de botín, así como la atracción que ejercía la civilización romana, impulsaba a emigrar periódicamente a los germanos hacia el suroeste. 
En el Bajo Imperio Roma optó, como medio de absorción pacífica, por enrolarlos paulatinamente en sus ejércitos y usarlos como colonos de las tierras baldías. Esta decisión conllevó un cambio sustancial en la composición del ejército: durante los siglos iv y v —en la medida en que crecían la dificultades del Estado en la conscripción militar— los elementos germánicos auxiliares fueron aumentando lentamente hasta llegar a superar en número al contingente propiamente romano.
En el siglo iv, nuevos pueblos germánicos aparecían —godos, vándalos, francos, burgundios, alanos, etc.— y avanzaban hacia el oeste. La amenaza de los hunos, provenientes del interior del Asia, empujó a los germanos en contra de las fronteras de Roma. El primero que se asentó de manera definitiva en sus tierras fue el pueblo de los visigodos, al aniquilar al ejército del emperador Valente en la decisiva batalla de Adrianópolis (378). Comenzará el declive militar de Roma; el Estado ya no tuvo fuerzas para expulsarlos de su territorio. A partir de ese momento, los bárbaros germánicos serán una constante en la política interna de Roma.
Teodosio logró reunir por última vez a todo el Imperio Romano tras vencer a sus competidores, pero luego comprendió la necesidad de dividir al Imperio con objeto de dar una respuesta más ágil a las diferentes amenazas que pesaban sobre él. A su muerte (395), el Imperio se dividió en dos partes, con soberanos y administración propia: nacían así el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente.
Teodosio también es importante por haber declarado al cristianismo como la religión oficial del Imperio. Roma se convirtió, de un imperio pagano, en un imperio cristiano.
A principio del siglo v, las tribus germánicas, empujadas hacia el Oeste por la presión de los hunos, penetraron en el Imperio Romano de Occidente. Las fronteras cedieron por falta de soldados que las defendiesen y el ejército, constituido en su mayoría por bárbaros, no pudo impedir que Roma fuese saqueada por los visigodos de Alarico I (410) y por los vándalos de Genserico (455). Estos saqueos provocaron gran conmoción en el mundo cristiano y civilizado, y si bien los daños en la ciudad fueron escasos, el prestigio de Roma fue gravemente afectado. Cada uno de los pueblos germánicos se instaló en una región del imperio, donde fundaron reinos independientes: los reinos germano-romanos. 
Los ostrogodos en Italia , los francos y burgundios en la Galia, los anglos y sajones Britania, los visigodos en Hispania y los vándalos en el Norte de África. Uno de los más importantes fue el de los francos, la base de las modernas nacionalidades de Francia y Alemania, y del cual derivaría a la postre el Sacro Imperio Romano Germánico. El largo reinado de Valentiniano III (424-455) presenció la irreversible desintegración del Imperio de Occidente, pese a los esfuerzos políticos y militares del general Aecio, quien opuso a unos bárbaros contra otros y comandó el combinado de fuerzas romano-germánicas que derrotó a Atila, rey de los hunos, en la batalla de los Campos Cataláunicos (451).
El emperador, que ni siquiera tenía su sede en Roma, sino en Rávena, dejó de controlar los restos del Imperio; fue así que en el año 476, un jefe bárbaro, Odoacro, destituyó a Rómulo Augústulo, un niño de apenas 10 años, el cual fue el último emperador Romano de Occidente, y envió las insignias imperiales a Zenón, emperador Romano de Oriente.

 

  

Biografía. 




Francesco Bertolini (Mantua, 1836 - Bolonia, 30 de diciembre de 1909), fue un laureado historiador . 

Bertolini fue profesor en la Universidad de Bolonia que consiguió ser publicado en Alemania con su `Storia romana`, que en una edición posterior de 1866 recibió un premio del Ministerio de Educación. Además de los libros de texto notables entre sus obras sobre: `Storia Antica d`Italia` (1874), `Storia d`Italia sotto le dominazioni bárbara riche` (1880), `Storia Italiana del secolo decimonono` (1880), `Storia universale Antica` (1885, segunda edición 1888 ), `Pellegrino Rossi` (1885), `La Gioventu di Cavour` (1887) y `Storia del Risorgimento Italiano` (1888).
Bertolini fue profesor en la Universidad de Bolonia que consiguió ser publicado en Alemania con su `Storia romana`, que en una edición posterior de 1866 recibió un premio del Ministerio de Educación. Además de los libros de texto notables entre sus obras sobre: `Storia Antica d`Italia` (1874), `Storia d`Italia sotto le dominazioni bárbara riche` (1880), `Storia Italiana del secolo decimonono` (1880), `Storia universale Antica` (1885, segunda edición 1888 ), `Pellegrino Rossi` (1885), `La Gioventu di Cavour` (1887) y `Storia del Risorgimento Italiano` (1888).

`Historia de Roma` narra desde los orígenes itálicos hasta la caída del Imperio de Occidente. Y es que el estudio de la historia romana tiene, entre todos, el privilegio de su necesidad general y perenne, pues la antigua gran metrópolis del mundo no lo fue en vano: el espíritu, la cultura y la fuerza de aquella ciudad gigantesca, al extenderse por toda la tierra entonces conocida, al fundir en la suya todas las civilizaciones, al cambiar por el suyo todos los gobiernos, al borrar con la propia todas las nacionalidades, al crear, en fin, la ciudadanía universal, constituyeron un hecho único, que la antigüedad anterior no había presenciado, y que bien puede asegurarse no se ha de repetir nunca. Y a la poderosa causa debían responder sus consecuencias indelebles: ninguna grandeza posterior, ningún otro progreso ha podido borrar del mundo el recuerdo de aquella civilización ni de aquel magnífico período de virilidad social, de forma que el hombre moderno no ha dejado ni dejará de sentir, en el mismo seno de sus bienhechores adelantos, la necesidad de volver los ojos de su inteligencia hacia las enseñanzas de aquellos portentosos anales. 
Desde el punto de vista sociológico, nada nuevo ha pasado en veinte siglos, desde que Roma pasó. Las páginas de su historia serán por esto, mientras el hombre inteligente exista, su más sabia consejera.

Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 


Itsukushima Shrine.

  

CIUDAD DE ROMA.

En un campo de gules, una cruz griega de oro y las mayúsculas SPQR escritas de lo mismo, todo colocado en banda.



La historia de Roma es la historia de la ciudad como entidad urbana y la historia de los estados e instituciones de los cuales ha sido capital o sede a lo largo del tiempo. Se puede dividir en prehistoria, Roma antigua, Roma medieval, Roma moderna y contemporánea; o bien en Roma antigua, Roma pontificia y Roma italiana contemporánea.

El período más fecundo de la historia de Roma en términos políticos, económicos, sociales y culturales fue su desarrollo en la Antigüedad. Fue la cabeza de un gran Estado imperial y sede de una nación establecida en tres continentes. En su momento de mayor desarrollo el imperio creado por Roma alcanzó los tres millones y medio de kilómetros cuadrados y unos setenta millones de habitantes, entre ciudadanos y no ciudadanos. Roma fue, y sigue siendo, una de las ciudades más importantes de la historia. Se le ha llamado la Ciudad Eterna. Roma, junto a Grecia, ha sido la madre cultural de las modernas nacionalidades occidentales.
La historia posterior de Roma, sea en la Edad Media y en las épocas sucesivas, presenta un carácter más bien comunal, localista, y está casi siempre ligada a la historia del Pontificado, la de Italia y la de pueblos, reinos e imperios que intentaron ejercer dominio sobre la ciudad.
Con casi tres mil años de historia, la ciudad es un buen ejemplo del desarrollo cíclico que puede tener una entidad urbana: un desarrollo geográfico y demográfico hasta el límite de lo posible (Antigua Roma), el estancamiento y el declive hasta casi desaparecer (Edad Media), y un nuevo desarrollo (Edades Moderna y Contemporánea). Pocas ciudades han tenido tal evolución y jugado a la vez un rol tan importante en la historia universal, ya sea como crisol de civilizaciones o sede de importantes movimientos artísticos y de instituciones, tanto civiles como religiosas. La persistencia de esta ciudad y de su población, en medio de tantos avatares históricos, efectivamente constituye el hecho destacado.

Geografía

Roma se encuentra en las riberas del río Tíber; la aldea originaria se desarrolló sobre las colinas que están frente a la curva de este río en la cual surge un promontorio de tierra.

Fundación según la historiografía.

La ciudad de Roma surgió de los asentamientos de tribus latinas, sabinas y etruscas, situándose los primeros habitantes de Roma en las siete colinas (Celio, Campidoglio, Esquilino, Viminale, Quirinale, Palatina y Aventina) en la confluencia entre el río Tíber y la Vía Salaria, a 28 km del mar Tirreno. En este lugar el Tíber tiene una isla donde el río puede ser atravesado. Debido a la proximidad del río y del vado, Roma estaba en una encrucijada de tráfico y comercio. 
Los historiadores romanos dataron la fundación en 753 a. C., y desde esa fecha contaron su edad o calendario particular. Sin embargo, también existe una teoría crítica de la fundación de Roma aparte de la teoría legendaria. La teoría crítica, sostenida por muchos autores viene a decir que Roma surge a partir del forum romanum.

  

El término latino urbs (-is, femenino, del que deriva la palabra "urbe") designa propiamente a la ciudad latina por antonomasia, es decir, el espacio físico construido o conjunto de edificios, calles e infraestructuras,​ que «se extiende y se renueva sin cesar,»​ es decir, «la estructura material de la ciudad.»; la civitas entendida como «una unidad territorial, jurídica, económica y religiosa, dotada de cierta autonomía, aunque controlada por el poder central y en la que cobra un papel fundamental para la población el hecho de ser ciudadano», es decir, «el espacio de los ciudadanos que construyen social y culturalmente la ciudad», ​ la «realidad social constituida por los ciudadanos que viven en la ciudad»​ con su propio límite sagrado, el pomerium, y por tanto, consagrada a los dioses.

El pomerium.
PLANO DE LA ANTIGUA ROMA CON SUS PRINCIPALES EDIFICIOS


El pomerium (o pomoerium; del latín postmoerium 'pasado el muro') era la frontera sagrada de la ciudad de Roma. En términos legales, Roma solo existía dentro del pomerium, por lo que todo lo que estaba en el exterior eran tierras que pertenecían a Roma, pero no eran Roma.
Según la leyenda, el pomerium fue inaugurado por Servio Tulio, pero no seguía la línea de la Muralla serviana, por lo que no es probable que realmente hubiese sido él quien estableciese la frontera sagrada. Esta permaneció sin cambios hasta el Dictador Lucio Cornelio Sila quien, en demostración de su poder absoluto, la expandió en el año 80 a. C.
Se han encontrado diversas piedras cippi (mojones) que muestran la línea por la que transcurría el pomerium tras la ampliación del emperador Claudio, como recoge Tácito en sus escritos. También han llegado noticias de extensiones llevadas a cabo por César Augusto, Nerón y Trajano, pero no hay evidencias arqueológicas ni escritas al respecto.
El pomerium no era una muralla, sino que se trataba de una línea imaginaria, definida legal y religiosamente y marcada con mojones. No abarcaba toda el área metropolitana, y ni tan siquiera abarcaba las proverbiales siete colinas, teniendo en cuenta que el Palatino estaba dentro del pomerium, pero el Capitolino y el Aventino no lo estaban. La Curia Hostilia y el pozo de los Comitia en el Foro Romano, dos localizaciones extremadamente importantes del gobierno de la ciudad y su imperio, estaban dentro del pomerium. El templo de Belona, sin embargo, estaba fuera.

Efectos jurídicos

Los magistrados que tenían imperium no tenían poder absoluto dentro de los límites del pomerium. Podían sentenciar a un ciudadano a ser azotado, pero no a muerte. Esto se simbolizaba quitando las hachas de las fasces que llevaban los lictores del magistrado.
Existían restricciones religiosas y políticas que impedían que cualquier soberano extranjero pudiera entrar dentro del pomerium. Como resultado de ello, las visitas de estado resultaban extrañas: Cleopatra, por ejemplo, nunca llegó a entrar realmente en la ciudad de Roma cuando fue a visitar a Julio César.
Estaba prohibido enterrar a los muertos dentro del pomerium.

Los promagistrados provinciales tenían prohibido atravesar el pomerium, y renunciaban a su imperium en el momento en que lo cruzaban (como si fuese una forma de demostrar la prohibición de que entrasen ejércitos en Italia). Como resultado, un general que estuviese esperando a celebrar un triunfo con sus tropas victoriosas debía esperar fuera del pomerium.

Los Comicios Centuriados, una de las asambleas romanas que provenía originalmente de las votaciones de batallones militares de las legiones, se requería que se reuniesen en el Campo de Marte, fuera del pomerium.

Las armas también estaban prohibidas dentro del pomerium por razones religiosas y consuetudinarias. Los guardias pretorianos sólo estaban autorizados a llevar ropas civiles —la toga— y se les denominaba en ese caso cohors togata. Sin embargo, era posible, y habitual, llevar dagas a escondidas, a la manera de los sicarios.

El Teatro de Pompeyo, en donde Julio César fue asesinado, estaba también fuera del pomerium, e incluía una sala para el Senado que permitía llevar a cabo reuniones a las cuales pudieran acudir senadores que tuvieran prohibido cruzar el pomerium y no pudieran llegar a la Curia Hostilia. Por ello, los conspiradores no pudieron ser acusados de blasfemia, puesto que las armas las llevaban estando fuera del límite sagrado.

Urbs Roma.

La Roma antigua contaba con el área urbana estrictamente definida, la Urbs Roma y las áreas rurales adscritas, las Ager Romanus. Con el aumento de la población de Roma, sus habitantes desbordarían la muralla y el pomerium, para establecerse en los alrededores. 
Sería Augusto quien en el año 8 a. C. dividiría la Urbs Roma en catorce regiones, que se conservarían durante todo el Imperio.

Ager Romanus.

l Ager Romanus (en castellano, campo romano), en la Antigua Roma, designaba el territorio rural en torno a la ciudad de Roma. No recibió modificación durante largo tiempo, de propiedad civil (dominium ex jure Quiritium). Algunos autores también han aplicado este concepto a las tierras conquistadas, bastante lejanas de la ciudad, pero nunca a las situadas fuera de Italia.
Política e históricamente, el Ager Romanus ha representado el área de influencia del gobierno municipal de Roma. Al sur limita con los montes Prenestinos, los montes Albanos y las llanuras pontinas, al oeste con el mar Tirreno, al norte con las colinas que rodean el lago de Bracciano y al este por los montes Tiburtinos.

El Ager Romanus y el territorio de Roma.

Según Varrón, el ager Romanus incluía todo el terreno que había sido dividido por Rómulo entre las tres tribus primitivas. Sin embargo, parece que originalmente habría existido otra división local: las siete colinas indicadas por Varrón, que en conjunto se llamaban Septimontium, que habrían formado el ager Romanus dividido más tarde por Servio Tulio, entre las tribus locales. La ciudad a su vez, también fue dividida tempranamente en cuatro regiones llamadas:

Suburrana, Exquilina, Coltina y Palatina. 

El Capitolio no aparecía en esta división, por algún motivo que se ignora, el Aventino todavía estaba deshabitado, y el Velabro era zona pantanosa. Estas regiones contenían el antiguo Septimontium al que se le habría sumado el Viminal y el Quirinal, pero aún no abarcaba los barrios. Entre estas divisiones administrativas se encontraba la diferencia entre las tres tribus primitivas, Ramnes, Tities y Luceres. Cada una se subdividía en diez curias, y cada una de estas en diez décadas o contuberniums.

Cada tribu tenía su propio territorio, no solo en la ciudad, sino también en el campo. El territorio de la tribu se dividía en curias. Cada territorio asignado a una curia se dividía en pagi, que probablemente pertenecía a décadas o contuberniums y gentes.

La propiedad del Ager Romanus

Según Dionisio de Halicarnaso, el Ager Romanus estaba originalmente repartido en tres partes:

Ager regius: asignado al mantenimiento de la monarquía y al culto público.
Ager publicus: que servía para pasto.
Ager privatus: compuesto por lotes distribuidos entre las familias patricias.
Este último proceso fue para la primera tribu, dividido en diez lotes distribuidos entre las diez curias. Cada lote contenía 200 jugera de tierra cultivable y se denominaba centuria (ager centuriatus), ya que se distribuía entre cien jefes de familia, con lo que cada uno tendría dos arpents.
Es difícil datar la fecha de una verdadera organización de la propiedad individual. Se ha pensado que el Estado se reservaba el dominio directo sobre el conjunto del territorio, y no habría concedido a los particulares más que un derecho de disfrute. Pero lo más probable es que se tratara de una comunidad familiar, que afectara la propiedad al culto a los ancestros, dejando únicamente el uso a la familia, bajo la dirección del jefe. Este sistema, que está más de acuerdo con el sistema social que se ha mantenido en el Indo desde hace más de cuatro mil años, puede deberse al origen indoeuropeo de los romanos y a la continuación de sus costumbres. Dionisio de Halicarnaso, sugiere en sus escritos que la propiedad fue repartida por gens y los beneficios repartidos entre los individuos.
El sistema de división adoptado para la tribu primitiva de los Ramnes, atribuido a Rómulo, se repitió con las otras dos tribus, ya sea porque fueron anexados con su propio territorio o porque obtuvieron un territorio formado por tierras conquistadas. En todos los casos, el ager experimentó la misma división en tres grandes partes. Se han encontrado rastros de esto en un período muy posterior, y en la fundación de colonias, como una tradición a seguir.



  

División política administrativa de Roma.

1.- Las cuatro regiones.

Las cuatro regiones a​ fueron cada una de las divisiones en las que estaba organizada la ciudad de Roma en tiempos republicanos. Sus orígenes estuvieron quizá en la época de Servio Tulio y continuó vigente hasta la reforma de Augusto.

Origen
La tradición romana atribuyó a Servio Tulio la organización de los habitantes de la ciudad en cuatro tribus. Si bien fue un reparto puramente político, siguiendo a Marco Terencio Varrón se cree que estuvo basada en una división local preexistente dentro del pomerium. Esta ciudad de las cuatro regiones fue un estadio intermedio entre el asentamiento en el Palatino y la ciudad serviana, etapa que fue el resultado del sinecismo de los asentamientos del Palatino y el Esquilino alrededor del siglo VII a. C.​ Esta organización estuvo vigente hasta la reforma de Augusto.

Descripción

Toda el área dentro del pomerium estaba incluida en estas regiones excepto el monte Capitolino, tal vez porque esta colina siempre fue considerada la ciudadela y el centro religioso de la ciudad y no una división local. El conocimiento del área de las regiones se deriva principalmente de la descripción que Varrón hace de la ubicación de los sacraria del Argei.2​ Esta descripción estaba basada en documentos que representaban las condiciones topográficas del siglo III a. C. Su relato es incompleto y algo oscuro. Distribuye veintisiete sacraria entre las cuatro regiones, once de los cuales se pueden ubicar con certeza razonable, trece son conjeturables y los tres restantes son completamente desconocidos. El límite exterior fue el pomerium, que coincidía con la muralla serviana hasta la época de Sila, pero se excluyó el Aventino.
La región I, llamada Suburana, comprendía la Subura, el Ceroliense y el Celio; la región II, Esquilina, el Opio y el Cispio; la región III, Collina, el Viminal y el Quirinal; la región IV, Palatina, el Palatino, la Velia y el Germalo. No es posible trazar los límites externos de estas regiones con exactitud, ni es seguro que las cuatro se encontraran en un punto cerca de la Velia.

2.-Las catorce regiones

Las catorce regiones a​ fueron cada una de las divisiones en las que Augusto organizó la ciudad de Roma para su gestión. Estaban divididas en vici y estuvieron en vigor hasta el siglo VII. Los límites de cada región se conocen para el siglo IV gracias a la Descripción de las catorce regiones de Roma.

Origen

Las catorce regiones, el doble de las colinas tradicionales, fueron organizadas por el emperador Augusto en el año 7 a. C. cuando reformó la administración municipal.2​ Esta circunstancia llevó a denominar a la ciudad Urbs regionum XIV o Urbs sacra regionum XIV.

Organización

Las regiones fueron divididas a su vez en vici y se instituyeron nuevos magistrados. Los magistri vicorum, elegidos de entre los ciudadanos comunes, fueron originalmente cuatro para cada vicus. Más tarde se fijó un total de cuarenta y ocho por cada región con independencia del número de vici. A los magistri se añadieron dos curatores. Todos estos magistrados tenían principalmente funciones religiosas, mientras que la administración municipal regular estaba en manos de altos funcionarios..​ 
Esta división continuó en vigor hasta que en el siglo VII se sustituyó por una división eclesiástica en siete regiones y de ahí se pasó a la diferente organización de la ciudad en la Edad Media.

Estructura

Con la Descripción es posible saber con cierta aproximación cuales eran los límites de las regiones en el siglo IV. Para épocas anteriores es una tarea más azarosa, ya que al menos los límites exteriores se habrían extendido desde que Augusto estableciera las regiones. Sin embargo, es posible tener algunas ideas por diversas pistas arqueológicas como los cippi encontrados de época de Claudio, Vespasiano o Adriano que iban marcando la extensión del pomerium, los límites aduaneros de época de Cómodo y una lista de vici fechada en el año 136.​ Plinio el Viejo describió brevemente la Roma de su tiempo.

La línea de la muralla serviana no fue usado de límite entre todas las regiones adyacentes. Las III, IV, VIII y XI parece que siempre estuvieron limitadas por esa línea del lado interno, mientras que las V, VII y IX lo estuvieron por el externo. Las I, II, VI, XII y XIII en cambio abarcaban terreno a ambos lados. Tampoco hubo coincidencia con la muralla de Aureliano, ni con todos los límites exteriores posteriores.


Murallas de roma.

Las Murallas servianas. 

Parte de las Murallas servianas vistas desde la Estación Termini de Roma.


(en latín: Murus Servii Tullii) eran una barrera defensiva construida alrededor de la ciudad de Roma al principio del siglo iv a. C. Las murallas tenían una anchura de 3,6 metros y una longitud de unos 11 kilómetros, con más de una docena de puertas.
El nombre hacía honor al Rey de Roma, Servio Tulio. Aunque el trazado parece datar del siglo vi a. C. los restos actuales que se conservan datan del periodo final de la República romana, como prevención tras el saqueo de Roma posterior a la batalla de Alia durante la primera invasión gala de la península italiana. Los galos, al parecer, tuvieron un fácil acceso a la ciudad, posiblemente porque los etruscos les obligaron a desmantelar las defensas que mantenían.

Estructura e historia

Las murallas fueron construidas con grandes bloques de toba volcánica. Algunas secciones incorporaban una profunda fosa para aumentar la defensa. En la parte norte se combinaba con rampas defensivas de tierra, lo que permitía incrementar el grosor del muro y, a los defensores, tener en el interior una plataforma para repeler cualquier ataque. El conjunto tenía armas defensivas importantes, incluidas catapultas.
Las murallas fueron obstáculo suficiente para contener el formidable ataque de Aníbal en 211 a. C. durante la segunda guerra púnica. La muralla se mantuvo casi idéntica al final de la República y en los inicios del Imperio, para ser posteriormente ampliada para recoger los distintos distritos en que Augusto dividió la ciudad tras su crecimiento.
No obstante, con la extensión del Imperio y la seguridad de la ciudad, dado que las fronteras se extendían por todo el Mediterráneo, las murallas perdieron su utilidad. Esto, unido al incremento notable de la extensión territorial de Roma, tuvo como efecto que parte de las murallas fueran derribadas para permitir el acceso a los nuevos barrios. Cuando en el siglo iii la ciudad fue atacada por tribus bárbaras, el emperador Aureliano se vio obligado a defender la ciudad con unos nuevos muros.
Algunas secciones de las Murallas servianas son visibles en distintos puntos de Roma. Las mejor conservadas y más grandes secciones se encuentran preservadas en la estación Termini y en el Monte Aventino.

Las murallas aurelianas

Mapa de la antigua Roma, que muestra la muralla servia con una línea azul y la muralla aureliana con una línea roja. Las tierras altas se muestran en rosa (incluidas las Siete Colinas de Roma, con nombres) y las tierras bajas se muestran en blanco

Las murallas aurelianas son una construcción militar de carácter defensivo construida en la ciudad de Roma por el emperador Aureliano. Su longitud original era de 19 kilómetros, pero en la actualidad solamente se conservan 12,5 kilómetros. El propósito de su construcción era defender Roma de las invasiones bárbaras, que comenzaron a partir del año 271.

Características

El círculo completo rodeaba una superficie de 13,7 km². Las paredes cuentan con 3,5 m de grosor y 8 m de altura con una torre cuadrangular cada 100 pies romanos (29,6 m). Fueron remodeladas en la primera década del siglo v, doblando la altura hasta 16 m, por orden del emperador Honorio. Tenían forma de hexágono y en ellas se emplazaban 382 torres, 7.020 merlones, 18 puertas principales, 5 poternas, 116 letrinas y 2.066 ventanas exteriores.
Constituyen un ejemplo de obra urbanística y desarrollo de la época, y en cierta medida se adelantaron a la amenazada existencia de las ciudades en la Edad Media.

Los límites de las Murallas servianas, y la ciudad de Roma dentro de ellas, en rosa oscuro. En rosa claro, los límites de las murallas Aurelianas.





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